Zombie Nation (33 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

BOOK: Zombie Nation
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—¿Cómo hemos llegado tan lejos tan rápido? —preguntó él.

—Avances tecnológicos —sugirió Vikram, encogiéndose de hombros—, sobre todo. También hay muchos más satélites que antes. Dicen que nos pasan cinco por encima de la cabeza un día normal.

Clark negó con la cabeza.

—No obstante, seguimos buscando una aguja en un pajar. —Habían pegado un mapa de Colorado en una pared próxima a los monitores. Los datos epidemiológicos de Desirée Sánchez se habían impreso en el mapa en forma de vectores que señalaban el epicentro. Teóricamente era todo lo que necesitaban para triangular la posición, para encontrar la localización donde había comenzado la epidemia realmente. Por desgracia, los datos de Sánchez escaseaban en el terreno y algunos se contradecían. Algunos eran casi seguro incorrectos, ya fuera a causa de información defectuosa, o quizá porque no eran más que falsos positivos, actos aleatorios de violencia que no tenían nada que ver con la epidemia. Habían restringido sus parámetros de búsqueda a un estrecho corredor en las montañas, una zona que oscilaba entre los cinco y treinta kilómetros de ancho y unos ciento sesenta de largo, de Steamboat Spring hasta Florence. Eso los dejaba con un radio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados de terreno escarpado que vigilar. Un área un poco más grande que Rhode Island. Y no sabían qué estaban buscando.

Clark asintió ansioso y se frotó las manos.

—¿Cómo empezamos? —Clark se sentó al lado de Vikram y el procesador principal. El ordenador tenía tantos cables y latiguillos que salían de la parte de atrás que parecía la cabeza de un calamar. Los monitores, el teclado y el ratón eran inalámbricos, lo que todavía le parecía imposible a Clark, le daba la impresión de que estaban mal instalados—. ¿Cómo diriges la cámara?

Vikram sonrió alegremente y abrió otro programa del menú de inicio.

—La cámara se dirige sola. —Vikram tecleó una búsqueda de puntos de calor por encima de los ciento cincuenta grados. El ordenador gruñó un momento y después empezaron a aparecer ventanas en la pantalla del monitor. Vikram maximizó una y juntos vieron la imagen obtenida de un coche en llamas, el coche ardía en blanco y negro con un contraste de alta definición. La cámara acercaba y alejaba el
zoom
mientras intentaba enfocar las ondeantes llamas. Vikram descartó la imagen y pasó a otra.

Revisaron juntos las ventanas. Al principio cada imagen era un juguete nuevo y atractivo, un regalo que desenvolver. La historia que contaban, sin embargo, se hizo más y más deprimente en pocos instantes. Tras un rato, a Clark las imágenes le parecían portaobjetos de microscopio, capas de horror meticulosamente diseccionadas y montadas en piezas de cristal. Un expansivo incendio forestal descontrolado en la Western Slope tenía el aspecto de una ameba feroz atacando tejido estomacal. Los tanques de gasóleo que estallaban formando colosales bolas de fuego en Colorado Springs parecían alvéolos explotando en un pulmón colapsado.

Por horripilantes que pudieran ser las metáforas en realidad ocultaban una verdad peor. Colorado, el estado que Bannerman Clark llamaba hogar y al cual había jurado proteger, estaba muriendo. Había visto abundante caos en su marcha al sur, camino de Florence, pero caos era lo que esperabas en un campo de batalla. Los soldados pocas veces veían lo que venía después, el demoledor descenso de la entropía y la decadencia. Había muy pocas personas en las imágenes del satélite. Los pocos que aparecían ya estaban muertos y todavía se movían gracias a la más absoluta perversidad.

—Hora de descansar —dijo él después de casi una hora. Habían acabado con las imágenes de alta temperatura y habían pasado a los objetivos que mostraban movimiento a partir de un determinado umbral. Había mirado más que demasiadas imágenes de grupos de necrófagos dando vueltas sin propósito alguno en las calles abandonadas de pequeños pueblos de montaña, había visto más coches huyendo de las hordas de no muertos de lo que podía tolerar—. Necesito ir al baño.

Vikram asintió sin molestarse en apartar la vista de la pantalla. Cerró una ventana y la de debajo mostró los edificios lineales y nada ornamentados de una base militar. La base Buckley ARNK concretamente. Los muertos habían entrado en tropel por las puertas principales y se habían concentrado en la plaza de armas, empujándose unos a otros, subiéndose sobre las extremidades, los torsos y las caras de los otros como una
mêlée
en un partido de rugby. Clark se preguntó qué habría bajo esa montaña para hacer que los monstruos estuvieran tan desesperados y activos. Comida, por supuesto, ésa era su motivación principal. Decidió que no quería saber si esa comida era o había sido humana o no.

Recorrió el pasillo y abrió la puerta del servicio de hombres. La basura cubría el suelo, celofán transparente y trozos de cartón amarillo. Oyó al civil dentro de uno de los cubículos hablando por el móvil.

—Sí, bueno, no harás nada… mmm, nada que se parezca hasta que yo te lo mande. No, no le disparó a nadie. No me importa lo que ella te hizo, no lo justifica… Mira, incluso yo respondo ante alguien. Tienes que hacer lo que te dicen, sí, pero esta vez obtendrás algo a cambio. Puedes elegir tu puesto, es lo que… todo lo que está en mi mano. Yo te persigo hoy y a ti te merece la pena. Mmm, uh, ah. Es lo bonito del capitalismo, a todo el mundo le llega el turno de pisarle a alguien la cabeza. Bien, entonces, que te jodan mucho a ti también. Te veré allí en treinta y seis horas.

Clark hizo sus necesidades y se lavó las manos cuidadosamente. Vio cómo se abría la puerta del cubículo a través del espejo y el civil salió con espuma amarilla chorreándole por una comisura. Tenía una caja medio vacía de Marshmallow Peeps en una mano y el móvil en la otra.

—Tienes buen aspecto, Clark, muy buen aspecto. Puede que tenga algo para ti dentro de un rato. Estate preparado —dijo el civil. Parecía que tenía los ojos congelados y sudor en la frente y en la punta de la nariz. Salió del baño sin hacer más comentarios.

Clark no sabía qué pensar.

De regreso en la sala de control, Vikram había restringido su búsqueda a tres imágenes que quería que Clark viera. La primera mostraba la prisión, atestada de movimiento humano en el barrio de chabolas del otro lado de la alambrada. Había unos cuantos puntos de calor extremo que Clark no lograba identificar. No estaban situados cerca de ninguna de las salidas de humo de los sistemas de ventilación, ni tampoco cerca de los generadores.

—Tenemos que comprobar eso —decidió Clark—. Sin embargo, creo que podemos decir con seguridad que el epicentro no está bajo nuestros pies. ¿Qué más tienes?

Vikram pasó a la segunda imagen. Un conjunto de edificios cerca de Clear Creek Summit. Una estación de esquí abandonada, pero en funcionamiento, a juzgar por el movimiento continuo del telesilla.

—Esto parece una instalación protegida —le dijo a Clark—. Mira aquí, estas puertas del edificio principal. Han sido reforzadas con placas de acero soldadas. Por aquí, esto me parece que es un nido de ametralladora, ¿tú qué opinas?

—Creo que tienes razón. Tienen luz, así que podemos dar por hecho que hay gente dentro. Naturalmente, ahora no tenemos motivo para pensar que se trate de gente peligrosa. Cualquier persona en su sano juicio reforzaría sus puertas ahora mismo, y una ametralladora para el perímetro de seguridad es una de las mejoras más óptimas que se me ocurren para una vivienda. No obstante, no cabe duda de que está entre nuestros candidatos. ¿Qué es esto? —preguntó, señalando una ventana minimizada cerca de la parte inferior de la pantalla. El tercer candidato para la ubicación del epicentro.

Vikram la abrió sin hacer ningún comentario. Cuando Clark vio la imagen, se sentó cuidadosamente y cruzó las manos sobre el regazo.

—Ésta tiene mi voto —dijo Vikram, y Clark tuvo que darle la razón.

—¿Qué son? ¿Dinosaurios?

Sheldrake es un loco, por supuesto. ¿Rutas canalizadas? ¿Campos mórficos? ¡Todo es química! No sé por qué malgasto mi tiempo con este sinsentido. ¿La diferenciación celular estimulada por campo biológico no se puede detectar de manera directa? ¡Vamos! [Notas de laboratorio, 09/04/03]

Muy al interior de Nevada, en lo profundo del territorio vetado. Nilla había viajado más en una noche en la furgoneta del espacio desde que se había vuelto a despertar. Cientos de kilómetros. No había tráfico.

—¿Por qué nos dirigimos al este? Las cosas nos iban bien en Las Vegas. Teníamos un negocio —le dijo Mike a Mellowman una vez. Nilla no tenía otra cosa que hacer que escucharlos discutir entre ellos, eso y mirar las estrellas y la noche por la luna trasera de la furgoneta—. Teníamos algo de protección. Esta carretera lleva a… No lo sé, mierda. Al infierno en la Tierra.

—Aquí están los dragones —le dio la razón Mellowman—. Y algunas personas como los dragones. Alguna gente pagaría lo que fuera por echar un vistazo rápido a la cacha izquierda de un dragón. —Él se movió en la parte de atrás de la furgoneta y atravesó andando como un pato el campo visual de Nilla. Tenía los ojos rojos, casi brillantes, lo que tampoco era sorprendente teniendo en cuenta la proporción de humo de marihuana y oxígeno en el interior del vehículo.

—¿Adónde me estáis llevando? —preguntó Nilla con voz aguda.

Mellowman parecía haber dado con un nuevo método para lidiar con su oposición a morirse y consistía en ignorarla sin más.

—Además —dijo él, pero no a ella—. Las Vegas está en las últimas.

—¿De qué hablas? ¡La Cámara tiene a la gente a salvo!

—La Cámara —le replicó, con un tono cada vez más imperioso— está hecho para gilipollas como yo, y sé que me estoy quedando sin ideas. Cada día se pone enferma más gente, más de estas cosas están sueltas. No. Las Vegas está en las últimas. Si queremos que suceda algo, algo de verdad, la costa Este es el lugar en el que debemos estar. Quizá incluso más lejos. Apuesto a que nuestro espectáculo tendrá una calurosa acogida en Londres. ¿Alguna vez has estado en París? La Ciudad de la Luz. Te puedo llevar allí si te callas y haces lo que te digo.

—¿Tú crees que se detendrá aquí? ¿No crees que lo llevaremos a Europa con nosotros?

—Estoy haciendo lo que parece correcto. Sigo mis instintos. Eso es todo lo que tengo, lo que me ha traído hasta aquí y me ha permitido sobrevivir e incluso construir algo en un mundo que quiere matarme cada vez que me doy la vuelta. Y ¿sabes una cosa, Mike? Últimamente mis instintos me dicen que vaya al este y cómo hacerlo. Últimamente me dicen que viaje ligero. Tengo que deshacerme de los lastres. ¿Qué te parece eso? Te incluiré en mis planes porque tú sabes cómo preparar la mierda. Dando por sentado que vas a dejar de llevarme la contraria.

Se produjo una prolongada pausa antes de que Mike contestara.

—¿Quieres librarte de mí, eh? Así puedes quedarte solo con Termita —dijo él finalmente, como si hubiera renunciado a algo—. Bien, mierda, él hace lo que tú dices, sin duda. Es un conductor de cojones y cava tumbas más deprisa que nadie que conozco, pero no es muy dado a la conversación. Y ahí surge la cuestión de qué hará él cuando se te acaben los azucarillos. Crees que ahora está bromeando…

Mellowman se tumbó en uno de los colchones plegables.

—Supongo que en eso tienes razón. Ahora cállate. Quiero dormir. Mellowman quiere dormir.

—Claro. Por supuesto —dijo Mike. Nilla no podía verle la cara desde donde estaba sentada.

Tras eso, silencio, durante un buen rato. El sonido de las ruedas sobre el asfalto, que en realidad no es un sonido en absoluto cuando te acostumbras.

Nilla aguzó el oído y comenzó a oír el tintineo de las llaves del coche, o la respiración profunda de Mellowman. Él nunca roncaba, aunque de vez en cuando murmuraba algo oscuro y obsceno mientras dormía.

A ella no le estaba permitido dormir. No le estaba permitido ni siquiera distraerse. Parecía que fuera lo que fuese lo que el destino le deparaba no era amable.

Oyó a Mike acercarse hasta ella sin problema cuando llegó el momento. Cuando estuvo seguro de que Mellowman estaba totalmente dormido, se dirigió a ella con un susurro seco.

—Sé que estás muerta. No muerta. Pero también sé que no eres como los demás. ¿Qué demonios eres? —No parecía esperar una respuesta directa de ella. Quizá pensaba que ella se negaría a facilitarle ese tipo de información. Aunque si lo hubiera sabido, se lo habría contado todo.

—Tienes amigos en las altas esferas, tengo que concederte eso. Salir de la tumba de esa manera… Tiene que haber algún motivo importante. O alguna amenaza seria. Alguien te quiere de verdad si pueden hacer desistir a Rick de una emoción así. ¿Te importaría contármelo?

Ella negó, con cuidado, para no dislocarse los huesos del cuello. La vibración de la furgoneta en movimiento le hacía sentirse como si fuera a desintegrarse en pedazos en cualquier momento.

—No sé —dijo ella—. Está ese tipo, está muerto, pero me aprecia. Su nombre es Mael Mag Och. Dijo que intentaría ayudarme. Eso es todo cuanto sé. Él me habla…, envía sus pensamientos a mi cabeza, es como telepatía, y me dijo que intentaría ayudarme.

Mike se sentó y la miró a la cara.

—¿Mael Mag Och? ¿Qué clase de nombre es ése? —Él se agachó más—.

¿Tú crees que… quiero decir, sabes qué tipo de trato está haciendo con nosotros?

Nilla entornó los ojos.

—Oh, él nunca haría un trato contigo. Tú eres el que hace la vacuna. Estás tratando de detenernos.

La cara de Mike se arrugó en una mueca.

—¿La vacuna? No, eso no es… bueno, supongo que no lo sabes. —Dirigió la mirada al bote de pastillas rojas—. Esta cosa sólo es placebo. Cápsulas de azúcar. —La miró a los ojos buscando comprensión—. Es inútil, no hace nada. Todo esto es un timo que se le ocurrió a Rick. Yo soy licenciado en química medioambiental, sé cómo hacerlas. Eso y lo que mantiene a Termita más o menos sano. Fue idea de Rick vender la vacuna a la gente. Al principio lo calificaba como un experimento psicológico, quería ver si volver de entre los muertos era una idea que la gente tenía en la cabeza. O eso o me ha estado tomando el pelo desde el principio. Escucha, necesito alejarme de él. Tú tienes que largarte. Quizá podríamos hacer nuestro propio acuerdo. Tal vez podamos ayudarnos mutuamente.

Ella no tenía la fuerza suficiente para volverse invisible. Ni para estar sentada durante mucho tiempo. No era capaz de imaginar en qué modo podía ayudarlo a él, pero sabía que ésta era su gran oportunidad, su única posibilidad de huir de Mellowman y la furgoneta del espacio. Mael Mag Och nunca haría un trato con un ser humano vivo, por supuesto, pero si ella mentía, si se inventaba algo…

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