Read Zombie Nation Online

Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

Zombie Nation (18 page)

BOOK: Zombie Nation
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Si quería recuperar su nombre, tenía que tener un transporte. Seguramente él lo comprendería. Parecía que no dominaba bien la lengua inglesa y había seguido cambiando a la otra lengua, una que ella no reconocía. Quizá no era originario de Nueva York. Quizá no sabía lo lejos que estaba su cuerpo de ella. Tendría que entenderlo.

Sólo para cambiar un poco de tema, Nilla dio un suave codazo a la parte de atrás del asiento de Charles. Él intentó no estremecerse.

—¿Cuándo vais a contarme de qué estáis huyendo? —preguntó ella, intencionadamente críptica, un poco avergonzada de lo que les estaba pidiendo cuando era evidente que ambos tenían pensando guardárselo para sí mismos. A su pesar, estaba lo bastante aburrida para pincharlos.

—Charles —dijo Shar, tranquilizadora, como si esperara que su novio tuviera una reacción violenta en cualquier momento. Tal vez eso era lo que Nilla esperaba, o incluso deseaba. Sería una gran justificación. Sin embargo, el chico no dijo nada.

—En serio, quiero saberlo. ¿Por qué habéis escapado? ¿Os maltrataban vuestros padres o algo así? Eso tendría sentido.

—Prefiero pensar que no acabas de decir nada de mi madre —masculló Charles. No había fuerza en sus palabras, ni rabia. Ahora le tenía miedo. Le daba más rabia que otra cosa. Se había acercado a él en busca de un poco de calor humano y ahora él le tenía miedo. ¿A qué demonios venía eso?

—Por favor, no —rogó Shar. Sonó como si se lo estuviera diciendo a sí misma.

—¿Era el instituto? ¿Lo estabais pasando mal en el instituto? Venga, contádmelo. Ahora somos todos amigos, ¿no? —La necesidad que denotaba su voz la molestó y, frustrada, se tumbó sobre el asiento de atrás, apoyando las plantas de sus pies descalzos contra la ventanilla. El sol parecía un soplete sobre su piel, así que apartó los pies bruscamente. Cuando el chico mantuvo su pétreo silencio, ella se sentó en el asiento caliente y miró por la ventana la tierra montañosa que pasaba rápido, sus pliegues y dobleces dibujados en la superficie de un planeta baldío e inacabado.

—¿Sólo estabais aburridos?

—Shar —dijo él, pero Nilla sabía que le estaba hablando a ella, no a su novia.

—¿Eh? —preguntó—. ¿Qué quieres decir? ¿Por qué has dicho «Shar»?

Sólo pronunciar su nombre tuvo un extraño efecto en la chica en cuestión.

—¡Cállate! ¡Oh, Dios mío, no lo digas! —Shar se encogió en su asiento y enterró la cara entre sus manos.

—Su nombre… —comenzó Charles, manteniendo la vista en la raya amarilla que dividía la carretera por la mitad.

—Mi puto nombre es Sharona, ¿vale? ¿Es eso lo que querías saber? —La chica se volvió en su asiento, con los ojos abiertos como platos y una mirada dura—. Ya sabes, como
M-m-m-my Sharona,
como en la estúpida canción. Eso te dirá algo de mis padres. Conoces la canción.

Nilla no tenía ni idea de qué estaba hablando la chica.

—Pensaron que era divertido. Volvía a casa y lloraba, berreaba hasta que casi se me saltaba los ojos, joder. Y ellos se reían de mí. Luego, cantaban esa estúpida canción una y otra vez.

—No lo entiendo. ¿Te uniste a Charles en su huida por una canción? —Nilla se abanicó con una mano. ¿Hacía más calor en el coche?

—¡No! No soy yo la que está huyendo. A ellos no les importo. Llamé a mi madre desde el motel y, ¿sabes qué?, estaba tan fumada que ni siquiera me preguntó si estaba bien. Lo he intentado, lo he intentado con todas mis fuerzas, pero cuando cerraron el instituto por esta epidemia no pude aguantarlo más. Acostumbraba a ir al instituto para tener un poco de paz, ¿te lo puedes creer? Me encantaba el instituto y el gobierno me lo ha quitado. Así que acudí a Charles y lo convencí de esto. De que se escapara conmigo. Él se preocupa por mí. Él me quiere.

Nilla no acababa de comprender el estallido de la chica.

—No lo entiendo —dijo—. ¿Huiste por una canción?

—¡Mierda! —gritó Charles—. ¡Mierda! —Señaló el parabrisas mientras pisaba el freno, lanzando a Shar hacia delante, contra su cinturón de seguridad. El cartel decía: P
ARQUE
N
ACIONAL
D
EATH
V
ALLEY
[7]
, 3
KILÓMETROS
.

Se detuvo justo en lo alto de una colina y se bajó del coche. El aire ultracaliente acabó de inmediato con el confort del aire acondicionado del interior del coche. Nilla saboreó la sequedad del aire cuando le abofeteó la cara y las manos.

Cogió el mapa y salió del coche para unirse a él. Los dos juntos miraron ladera abajo las escarpadas rocas en una depresión del paisaje que parecía descender interminablemente. La imagen titilaba a causa de la ráfaga de calor que ascendía hasta ellos, no tanto aire caliente como una onda dinámica de un cataclismo terrible y feroz.

—Sabía que estaba subiendo la temperatura —dijo Charles.

—Tenemos que continuar —advirtió Nilla. Él se rió de Nilla, y ella se limitó a insistirle para que tuviera paciencia—. No, en serio. Tenemos que seguir hacia el este. Mira, mira aquí —dijo, señalando el mapa—. No es tan ancho como parece y cuando lo atravesemos estaremos en Nevada. Allí estaremos a salvo.

—Se llama Death Valley —enfatizó Charles—. Death Valley —repitió, como si sólo eso fuera a hacerla cambiar de idea—. Es el lugar más tórrido de la Tierra, creo. Lo estudiamos en la clase de geografía. La gente que va allí se pierde y muere. No vas allí sin agua o mueres. No tenemos ni una gota de agua, por si no te has dado cuenta. Así que si vamos…

—¡No vais a morir! —objetó ella. Podían evitar parar. No hacía falta con lo cerca que estaba Nevada. Tampoco podían volver atrás. California era una enorme trampa para ella. Probablemente todo el ejército de Estados Unidos la estaba buscando allí. Si la encontraban, le dispararían y ella no tendría la posibilidad de volverse invisible o escapar—. Death Valley no es más que un nombre. Podemos cruzarlo en un par de horas. Podemos hacer una parada para conseguir agua en un par de horas. —Él comenzó a caminar de vuelta al coche. Vio de refilón una sombra ondeante—. Charles, espera, mira. Hay alguien más aquí.

Él miró hacia donde ella señalaba. Tenía razón, había una camioneta aparcada en el arcén de la carretera, a unos doscientos metros. Los lados estaban tan sucios de polvo y mugre que había adoptado los colores del desierto.

En la titilante atmósfera habría sido fácil no verla, pero una vez que la detectabas su realidad te golpeaba a la fuerza. Algo se movió en la parte de atrás. Parecía que había dos personas tumbadas en el suelo de la camioneta, moviéndose uno contra otro. Amantes aparcados en medio de ninguna parte para una tardecita de diversión, supuso ella. Hacía demasiado calor para eso, pero supuso que las hormonas podían superar el agotamiento del calor si eran lo bastante fuertes.

—Oh, joder —exclamó Charles a la vez que le cambiaba la cara—. Son dos tíos.

—Y qué —protestó Nilla desesperándose. No podían volver ahora, su nombre la esperaba y la muerte estaba demasiado cerca allí atrás—. A lo mejor tienen agua.

Charles no se movió. Ella le sonrió débilmente, pero sabía de sobra que no iría a pedirles agua a los ocupantes de la furgoneta. Vale, pensó, lo haría ella misma. Cubrió la distancia entre los dos vehículos tan rápido como pudo, sus pies resbalaban sobre la grava suelta del arcén. Hacía tanto calor. Cuando llegó a la camioneta se aclaró la garganta un par de veces para advertir a los hombres que se estaba acercando. Ellos no dejaron de hacer lo que estaban haciendo, así que se aproximó más.

—¿Hola? ¿Perdón?

Dio un paso más y olió sangre en el aire. A pesar del calor un escalofrío recorrió su columna. Cerró los ojos sabiendo lo que se encontraría. Había dos personas en la parte de atrás de la camioneta, sí. Uno de ellos se estaba desangrando rápidamente. El otro lo había golpeado.

El necrófago debió de percibir su preocupación. Se enderezó, un bocado de carne oscilaba entre sus labios, se puso en pie, erigiéndose por encima de ella, su cara manchada a tres metros del suelo. Llevaba un chaleco acolchado roto a pesar del intenso calor y sus piernas parecían gruesas como troncos. No obstante, eso no fue lo primero que vio.

No tenía brazos.

El corredor I-25 está completamente colapsado hasta el Tech Center, al parecer ha habido una colisión múltiple. Por favor, una vez más rogamos a todo el mundo que no intente salir de la ciudad en coche, sólo incrementará el caos. [Informe de tráfico de Denver’s 7. Boletín especial de urgencia, 04/04/05]

Una ola de ellos remontó el lecho del Platte, quizá eran dos o tres docenas, sus pies chapoteaban enloquecidos en el agua enfangada. Entre los muertos, Clark divisó un par de monos naranjas, ésos serían los primeros prisioneros infectados de Florence, pero también un par de uniformes de combate. Personal militar. Levantó la pistola pero no disparó.

A su espalda el sargento de la sección chillaba a las tropas. El oficial Horrocks agitaba los brazos como un demonio mientras exhortaba a sus soldados.

—¡Pon tu puto culo aquí, Mendelsohn! Trae un poco de esa cuerda aquí, tenemos que asegurar este extremo.

Clark apuntó su arma a la frente del primer asaltante. Una mujer de mediana edad en sudadera, su cara ancha, abierta y en blanco. Clark nunca había disparado a un objetivo civil antes. No había disparado a un ser humano en décadas. Tendría que salvar un montón de objeciones mentales y cambiar por completo de perspectiva antes de poder apretar el gatillo. Tenía que suceder en los próximos segundos.

—¡Vamos, vamos! ¿Os habéis vuelto unos vagos desde que regresasteis a casa? ¿Habéis estado viendo la televisión y comiendo en Burger King todos los días? ¡Hoy hay MRE
[8]
para cenar a menos que paremos esta cosa aquí y ahora!

Clark tenía experiencia de sobra. Los infectados no habían permanecido juntos como una fuerza unificada contra la que podía aplicar maniobras de rodeo y ataques quirúrgicos. Se habían propagado, miles de ellos dirigiéndose hacia miles de direcciones y en todas partes infectaban a los civiles que encontraban. En unas horas habría más infectados que sanos en Denver. Esto era una acción de contención, una forma de comprar tiempo hasta que los autobuses de realojamiento salieran en convoy hacia climas más seguros. Clark bajó su arma.

—Venga, venga, venga, vamos, vamos, vamos, moveos —gritaba Horrocks, y al fin, las dos extensiones de red naranja de detención se levantaron como las velas de un barco fluorescente. La red de plástico formaba barreras de contención de masas que flanqueaban el estrecho canal del río, previniendo que ningún enemigo trepara por los márgenes. La red enganchó a algunos de los infectados; sus manos torpes de enredaron en el plástico, pero el resto se abalanzó hacia delante, intentando salvar el reto que los soldados les habían puesto. Estaban siendo reconducidos directamente hacia Clark y los diez mejores tiradores de la sección.

Clark levantó de nuevo su arma y suspiró. La mujer de mediana edad de delante alzó una mano hacia él y tropezó, cayendo de rodillas en el agua embarrada.

—Estamos listos, señor —chilló Horrocks a menos de tres metros—. Abriremos fuego cuando lo ordene. —El oficial tenía sobrada experiencia para cuestionar la vacilación de Clark a la hora de disparar, pero éste podía notar la mirada severa que recaía en su espalda. Si no disparaba ahora, nunca podría pedir a los hombres y mujeres de la sección que obedecieran sus órdenes. Si no disparaba, estaría contraviniendo la directriz del teniente general de disparar sin previo aviso.

Apuntó el extremo de su arma a la frente de la mujer. Estaba a menos de cinco metros. Ella era la madre de alguien, quizá la hermana de alguien. Había gente que la quería, que deseaba que se recuperara de esto.

—FIGMO
[9]
—dijo Clark. Un lenguaje impropio del cuerpo de oficiales, algo que no había dicho desde que estuvo en Vietnam.

Que se joda, tengo mis órdenes.

—Abran fuego a discreción —ordenó. Apretó el gatillo y la carne de la frente de la mujer saltó por los aires, el hueso de su sien estalló en fragmentos. A la izquierda de Clark los tiradores descargaron una ráfaga sostenida, el sonido se propagaba por la cara de las montañas y reverberaba eternamente.

El presidente ha sido trasladado a una localización segura donde permanecerá hasta que todo esto haya acabado. Gracias, eso es todo. [Comunicado de prensa de la Casa Blanca, 04/04/05]

Oyó la grava rechinando bajo las zapatillas de Charles y supo que venía a la carrera a socorrerla. Hizo ademán de darse media vuelta para decirle que se detuviera. Ella no necesitaba su ayuda, el hombre muerto no la atacaría a ella, no a una de su propia especie.

Era consciente de que no llegaría a advertirlo a tiempo.

Charles se deslizó sobre la grava hasta llegar al lado de Nilla a pesar de que ella estiró los brazos para apartarlo. Tomó impulso para descargar un feo golpe directo a los genitales del hombre muerto. El impacto sonó como un filete lanzado al suelo desde gran altura.

El hombre muerto sin brazos ni siquiera pestañeó. En cambio, puso un pie descalzo en el borde de la camioneta y saltó al espacio. Nilla se apartó a un lado, pero él no iba a por ella.

—¡Quítamelo, quítame a este capullo de encima! —aulló Charles cuando el hombre muerto chocó contra él, tirándolo boca abajo sobre la carretera. Nilla agarró el pelo revuelto del hombre muerto para tirar de su cabeza y evitar que hundiera los dientes en el cuello de Charles—. ¡Quítamelo! —chilló Charles de nuevo, pero Nilla no podía sujetar al hombre muerto, su pelo estaba demasiado grasiento, y en el momento en que Nilla metió los dedos entre la mata de pelo sonó como una cremallera abriéndose—. ¡Quítamelo! —suplicó Charles mientras los dientes se le hundían en la parte carnosa de cuello. La sangre se derramó sobre la carretera como si se hubiera volcado un cubo de agua.

Nilla pateó al hombre muerto tan fuerte como pudo en la mejilla, en la oreja, en el ojo. Se arrodilló y tiró con ambas manos de su chaleco, de los muñones en los extremos de sus hombros.

—No lo quieres a él —protestó ella, intentando apartarlo de Charles con el peso de su cuerpo—. Me quieres a mí. —Aunque sabía que no era cierto.

—Quítamelo —gimió Charles—. Quí… ta… me… lo, por favor.

Nilla metió el hombro entre el estrecho hueco que había entre el pecho del hombre muerto y la espalda de Charles y se levantó, empujó y empujó, intentó fijar los pies al asfalto para hacer palanca. El cadáver sin brazos se movió, pero no lo bastante, sus dientes estaban masticando la piel de Charles, hundiéndose cada vez más profundamente. Nilla gruñó y empujó una última vez con todas sus fuerzas y de alguna manera logró desplazar al necrófago. No tardó ni un minuto en poner a Charles de pie. Con el hombro en la axila del chico, se apresuró a llevarlo al Toyota. Detrás de ellos, el cadáver se puso de rodillas.

BOOK: Zombie Nation
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Dead And The Gone by Susan Beth Pfeffer
The Mad Bomber of New York by Michael M. Greenburg
Fragmented by Fong, George
A Cup of Rage by Raduan Nassar
Intended Extinction by Hanks, Greg
The Forbidden Trilogy by Kimberly Kinrade