—No te dejes engañar —murmuró—. El viejo tirano es más duro que el acero.
El versículo terminó y Olufsen dio comienzo a otro. Peter no estaba dispuesto a esperar.
—¡Pastor! — dijo, levantando la voz.
El pastor no dejó de tocar inmediatamente, sino que terminó la línea, y luego permitió que la música flotara en el aire durante unos instantes. Finalmente se volvió.
—El joven Peter —dijo con voz átona.
Peter no pudo evitar sentirse un poco impresionado al ver que el pastor parecía haber envejecido. Su rostro mostraba las arrugas del cansancio y sus ojos azules habían perdido su gélido destello. Después de un instante de sorpresa, Peter dijo:
—Estoy buscando a Harald.
—Ya me imaginaba que no habías venido a darnos el pésame —dijo el pastor fríamente.
—¿Se encuentra aquí?
—¿Esto es una investigación oficial?
—¿Por qué lo pregunta? ¿Está involucrado Harald en alguna actividad ilegal?
—Desde luego que no.
—Me alegra saberlo. ¿Está en la casa?
—No. No está en la isla. No sé adónde ha ido.
Peter miró a Tilde. Aquello era una mala noticia, pero por otra parte sugería que Harald era culpable. ¿Por qué otra razón iba a desaparecer si no?
—¿Dónde cree que puede estar?
—Vete de aquí.
Arrogante como siempre…, pero esta vez el pastor no iba a salirse con la suya, pensó Peter con deleite.
—Su hijo mayor se quitó la vida porque fue sorprendido espiando —dijo ásperamente.
El pastor se encogió sobre sí mismo como si Peter lo hubiera golpeado.
Peter oyó la exclamación ahogada que Tilde soltó junto a él comprendió que la había ofendido con su crueldad, pero siguió insistiendo.
—Su hijo menor puede ser culpable de crímenes similares. Usted no está en situación de presumir de santidad delante de la policía.
El rostro normalmente orgulloso del pastor adquirió un aspecto herido y vulnerable.
—Ya te he dicho que no sé dónde está Harald—replicó con voz apagada—. ¿Tienes alguna otra pregunta?
—¿Qué está ocultando?
El pastor suspiró.
—Formas parte de mi rebaño, y si acudes a mí en busca de auxilio espiritual no te diré que te vayas. Pero no hablaré contigo por ninguna otra razón. Eres arrogante y cruel, y todo lo vil que puede llegar a ser una de las criaturas de Dios. Fuera de mi vista.
—No puede expulsar a la gente de la iglesia. La iglesia no es su propiedad.
—Si quieres rezar, eres bienvenido aquí. De lo contrario, vete.
Peter titubeó. No quería someterse a que lo expulsaran, pero sabía que había sido derrotado. Pasados unos momentos cogió del brazo a Tilde y la llevó fuera.
—Ya te dije que era un hombre muy duro —murmuró.
Tilde parecía estar muy afectada.
—Creo que ese hombre está sufriendo mucho.
—Sin duda. Pero ¿estaba diciendo la verdad?
—Es evidente que Harald se ha escondido en algún sitio, lo cual significa que podemos estar prácticamente seguros de que tiene la película.
—Así que tenemos que encontrarlo. — Peter reflexionó sobre la conversación que acababa de mantener con el pastor—. Me pregunto si su padre realmente no sabe dónde está.
—¿Has sabido que el pastor mintiera alguna vez?
—No…, pero podría hacer una excepción para proteger a su hijo.
Tilde descartó aquella idea con un gesto de la mano.
—De todas maneras, tampoco conseguiremos sacarle nada.
—Estoy de acuerdo. Pero vamos por el buen camino, y eso es lo que importa. Probemos con la madre. Al menos ella está hecha de carne y hueso.
Fueron a la casa. Peter llevó a Tilde hacia la parte de atrás. Llamó a la puerta de la cocina y entró sin esperar una respuesta, como era habitual en la isla.
Lisbeth Olufsen estaba sentada a la mesa de la cocina, sin hacer nada. Peter nunca la había visto ociosa, porque la esposa del pastor siempre estaba cocinando o limpiando. Incluso en la iglesia se mantenía ocupada, poniendo bien las hileras de sillas, repartiendo los libros de himnos o recogiéndolos, llenando la estufa de turba que mantenía caliente la gran sala en invierno. Ahora estaba sentada mirándose las manos. La piel estaba cuarteada y tenía partes en carne viva, como un pescador.
—¿Señora Olufsen?
La mujer volvió la cara hacia él. Sus ojos estaban enrojecidos y tenía las mejillas tensas. Pasado un instante lo reconoció.
—Hola, Peter —dijo con voz carente de toda entonación.
Peter decidió ser un poco más suave con ella.
—Siento lo de Arne.
Ella asintió vagamente.
—Esta es mi amiga Tilde. Trabajamos juntos.
—Encantada de conocerla.
Peter se sentó a la mesa y le indicó a Tilde que hiciera lo mismo, pensando que una simple pregunta práctica quizá conseguiría sacar de su estupor a la señora Olufsen.
—¿Cuándo es el funeral?
La señora Olufsen reflexionó durante unos momentos, y luego respondió:
—Mañana.
Aquello ya estaba mejor.
—He hablado con el pastor —dijo Peter—. Lo vimos en la iglesia.
—Tiene el corazón destrozado. Pero no se lo deja ver al mundo.
—Comprendo. Harald también tiene que estar terriblemente afectado.
Ella lo miró y luego volvió a bajar rápidamente la vista hacia sus manos. La mirada no había podido ser más breve, pero Peter leyó miedo y engaño en ella.
—No hemos hablado con Harald —musitó la señora Olufsen pasados unos instantes.
—¿Por qué?
—No sabemos dónde está.
Peter no podía saber cuándo mentía y cuándo decía la verdad, pero estaba seguro de que su intención era engañarlo. Le enfureció ver que el pastor y su esposa, quienes pretendían ser moralmente superiores a los demás, fueran capaces de ocultarle deliberadamente la verdad a la policía.
—¡Le aconsejo que coopere con nosotros! — dijo, levantando, la voz.
Tilde le puso una mano en el brazo pidiéndole que se calmara y le lanzó una mirada interrogativa. Peter asintió para indicarle que podía hablar, y Tilde dijo:
—Señora Olufsen, lamento tener que decirle que Harald puede haber estado implicado en las mismas actividades ilegales que Arne.
La señora Olufsen pareció asustarse, y Tilde siguió hablando:
—Cuanto más tiempo permanezca escondido, peor lo va a pasar cuando terminemos dando con él.
La anciana sacudió la cabeza en una lenta negativa, como muy preocupada, pero no dijo nada.
—Si nos ayudara a encontrar a su hijo, estaría haciendo lo que es mejor para él.
—No sé dónde está —repitió ella, pero con menos firmeza que antes.
Peter percibió debilidad. Se levantó y se inclinó sobre la mesa de la cocina, acercando su rostro al de ella.
—Vi morir a Arne —dijo con voz rechinante.
La señora Olufsen abrió mucho los ojos, visiblemente horrorizada.
—Vi cómo su hijo se ponía la pistola en su propia garganta y apretaba el gatillo —siguió diciendo Peter.
—Peter, no… —empezó a decir Tilde.
Él no le hizo caso.
—Vi cómo su sangre y sus sesos se desparramaban sobre la pared detrás de él.
La señora Olufsen dejó escapar un grito de horror y pena.
Peter vio con satisfacción que estaba a punto de desmoronarse, y siguió insistiendo.
—Su hijo mayor era un criminal y un espía, y tuvo un final violento. Quienes viven por la espada perecerán por la espada, eso es lo que dice la Biblia. ¿Quiere que le suceda lo mismo a su otro hijo?
—No —murmuró ella—. No.
—¡Entonces dígame dónde está!
La puerta se abrió de pronto y el pastor entró en la cocina.
—Escoria… —dijo.
Peter se levantó, sorprendido pero desafiante.
—Tengo derecho a preguntar…
—Sal de mi casa.
—Vámonos, Peter—dijo Tilde.
—Sigo queriendo saber…
—¡Ahora! ¡Sal de aquí ahora mismo! — rugió el pastor, avanzando alrededor de la mesa.
Peter retrocedió. Sabía que no hubiese debido permitir que lo hicieran callar a base de gritos. Estaba llevando a cabo una investigación policial y tenía todo el derecho del mundo a hacer preguntas. Pero la imponente presencia del pastor lo llenaba de miedo, a pesar del arma que había debajo de su chaqueta, y se encontró iniciando una lenta retirada hacia la puerta.
Tilde la abrió y salió de la casa.
—Todavía no he terminado con ustedes dos —dijo Peter con un hilo de voz mientras retrocedía hacia la puerta.
El pastor se la cerró en las narices apenas hubo cruzado el umbral.
Peter dio media vuelta.
—Condenados hipócritas… —dijo—. Eso es lo que son, unos hipócritas.
El carruaje los estaba esperando.
—A la casa de mi padre —dijo Peter, y subieron a él.
Mientras se alejaban, Peter intentó borrar de su mente aquella humillante escena y concentrarse en sus próximos pasos.
—Harald tiene que estar viviendo en alguna parte —dijo.
—Obviamente.
Tilde había hablado en un tono bastante seco, y Peter supuso; que se encontraba afectada por lo que acababa de presenciar.
—Harald no está en la escuela, no está en casa y no tiene parientes, aparte de algunos primos en Hamburgo.
—Podríamos hacer circular una foto suya.
—Nos costará bastante encontrar una. El pastor no cree en fotos: son un signo de vanidad. No viste ninguna imagen en esa cocina, ¿verdad?
—¿Y una foto escolar?
—Eso no forma parte de las tradiciones de la Jansborg Skole. La única foto de Arne que pudimos encontrar fue la que había en su expediente del ejército. Dudo que haya una foto de Harald en ninguna parte.
—¿Y cuál va a ser nuestro próximo paso?
—Creo que Harald está viviendo con unos amigos. ¿No opinas lo mismo?
—Tiene sentido.
Tilde no lo miraba. Peter suspiró. Estaba enfadada con él, y tendría que resignarse a que lo estuviera.
—Esto es lo que vas a hacer —dijo, adoptando un seco tono de dar órdenes—. Llama al Politigaarden y envía a Conrad a la Jansbo Skole. Consigue una lista de las direcciones de todos los chicos que había en la clase de Harald. Luego haz que alguien vaya a cada casa formule unas cuantas preguntas e investigue un poco por allí.
—Tienen que estar repartidos por toda Dinamarca. Se tardarán un mes en llegar a visitarlos a todos. ¿De cuánto tiempo disponemos?
—Muy poco. No sé cuánto va a tardar Harald en dar con una manera de hacer llegar la película a Londres, pero es un joven villano muy astuto. Utiliza a la policía local cuando sea necesario.
—Muy bien.
—Si no está con unos amigos, entonces tiene que estar escondiéndose con algún otro miembro de la red de espionaje. Nos quedaremos aquí hasta que se celebre el funeral y veremos quién acude a él. Interrogaremos a cada una de las personas que asistan. Una de ellas tiene que saber dónde está Harald.
El carruaje empezó a ir más despacio conforme se aproximaba la entrada de la casa de Axel Flemming.
—¿Te importa que vuelva al hotel? — preguntó Tilde.
Sus padres los estaban esperando para almorzar, pero Peter podía ver que Tilde no se encontraba de humor para aquello.
—Está bien —dijo, tocando al conductor en el hombro—. Vaya muelle del transbordador.
Continuaron en silencio durante un rato. Cuando estaban llegando al muelle, Peter dijo:
—¿Qué vas a hacer en el hotel?
—De hecho, creo que debería regresar a Copenhague.
Aquello llenó de furia a Peter. Mientras el caballo se detenía junto al muelle, dijo:
—¿Qué demonios te ocurre?
—Lo que acaba de suceder no me gustó nada.
—¡Teníamos que hacerlo!
—No estoy tan segura.
—Teníamos el deber de tratar de obligar a esas personas a que contaran lo que saben.
—El deber no lo es todo.
Peter se acordó de que Tilde ya había dicho eso mismo durante la discusión que mantuvieron acerca de los judíos.
—Estás jugando con las palabras. El deber es lo que tienes que hacer. No puedes hacer excepciones. Eso es lo que anda mal en el mundo.
El transbordador ya estaba en el atracadero. Tilde bajó del carruaje.
—La vida simplemente es así, Peter.
—¡Por eso tenemos crímenes! ¿No preferirías vivir en un mundo donde todos cumplieran con su deber? ¡Imagínatelo! Personas educadas que visten uniformes elegantes y hacen las cosas como es debido, sin escurrir el bulto, sin olvidos. ¡Si todos los crímenes fueran castigados y no se aceptara ninguna excusa, la policía tendría mucho menos trabajo!
—¿Realmente es eso lo que quieres?
—Sí… ¡y si alguna vez llego a ser jefe de policía, y los nazis continúan mandando, así es como será todo! ¿Qué tiene de malo eso?
Tilde asintió, pero no respondió a sus preguntas.
—Adiós, Peter —dijo.
Mientras se iba, Peter le gritó:
—¿Y bien? ¿Qué tiene de malo?
Pero Tilde subió al transbordador sin volverse.
Harald sabía que la policía lo estaba buscando.
Su madre había vuelto a telefonear a Kirstenslot, ostensiblemente para informar a Karen del día y la hora del funeral de Arne. Durante la conversación, dijo que había sido interrogada por la policía acerca del paradero de Harald. «Pero no sé dónde está, así que no pude decírselo», había añadido luego. Era una advertencia, y Harald admiró a su madre por haber tenido el valor de enviarla y la astucia de ocurrírsele pensar que Karen probablemente podría transmitirla.
A pesar de la advertencia, tenía que ir a la escuela de vuelo.
Karen cogió prestadas unas cuantas ropas viejas de su padre, para que Harald no tuviera que llevar su inconfundible chaqueta de la escuela. Se puso una chaqueta deportiva maravillosamente ligera traída de América y una gorra de lino, y llevó gafas de sol. Cuando subió al tren en Kirstenslot, Harald parecía más un playboy multimillonario que un espía fugitivo. Aun así se encontraba bastante nervioso. Estar en un vagón de tren hacía que se sintiera atrapado. Si un policía venía hacia él, no podría salir corriendo.
En Copenhague recorrió andando la corta distancia que había desde la estación suburbana de Vesterport hasta la estación de la línea principal sin ver un solo uniforme de la policía. Unos minutos después estaba en otro tren que iba a Vodal.
Durante el viaje, pensó en su hermano. Todo el mundo había pensado que Arne no era el hombre apropiado para el trabajo de la resistencia: demasiado descuidado, demasiado amante de la diversión, quizá no lo bastante valiente. Y al final había resultado ser el mayor héroe de todos. Pensarlo hizo que las lágrimas acudieran a los ojos de Harald ocultos tras las gafas de sol.