Read Visiones Peligrosas III Online

Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas III (27 page)

BOOK: Visiones Peligrosas III
5.38Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pulsando a consecuencia del fuerte shock provocado por la repentina liberación del prisionero, el extraño se mantuvo inactivo durante la fracción de nanosegundo requerida para restablecer el equilibrio intersegmental.

El poder del enemigo, aunque de una fuerza sin precedentes, no es suficiente para minar la integridad de mi/nuestro campo existencial, manifestaron escuetamente los Analizadores. Pero yo/nosotros debemos retiramos de inmediato.

¡NO! YO/NOSOTROS CARECEMOS DE INFORMACIÓN SUFICIENTE PARA JUSTIFICAR El RETIRO DE LA FASE UNO, contraordenó el Egon. AQUÍ TENEMOS UNA MENTE REGIDA POR IMPULSOS ENCONTRADOS DE GRAN POTENCIA. AHÍ RADICA LA CLAVE DE SU DERROTA.

YO/NOSOTROS DEBEMOS DISCURRIR UN COMPLEJO DE ESTÍMULOS QUE COLOQUE A AMBOS IMPULSOS EN MORTAL OPOSICIÓN.

Transcurrieron preciosos microsegundos mientras la mente compuesta hurgaba en el cerebro de Mallory en busca de símbolos con los cuales poder armar la necesaria estructura gestáltica.

Listo, anunciaron los Perceptores. Pero es necesario destacar que no hay mente que pueda sobrevivir intacta por mucho tiempo a la confrontación directa de estos imperativos antagónicos. ¿Se deberá llevar el estímulo hasta el punto de no-recuperación?

AFIRMATIVO, contestó el Egon en forma terminante. pRoBAR HASTA LA DESTRUCCIÓN.

19

«Ilusión —se dijo Mallory a sí mismo—. Me están bombardeando con ilusiones…» Sintió la proximidad de un nuevo muro de agua que descendía sobre él como una enorme rompiente del Pacífico. Confusamente trató de aferrarse a su vaga orientación. Pero el brutal impacto lo arrojó en un remolino de tinieblas. A lo lejos vio un inquisidor enmascarado.

—El dolor no ha servido de nada contra usted —dijo una voz apagada—. La perspectiva de la muerte no le ha impresionado. Pero con todo existe un medio…

Se abrió una cortina y apareció Mónica, alta, delgada, palpitante de vida, hermosa como una gacela. Y a su lado, la niña.

—¡No! —exclamó, y se lanzó hacia delante, pero las cadenas lo retuvieron.

Contempló impotente cómo unas manos salvajes asían a la mujer y la manoseaban de arriba abajo. Otras manos atraparon a la niña. Vio aparecer el terror en el pequeño rostro, el espanto en su mirada…

Espanto que ya había contemplado antes…

Por supuesto que la había visto antes. La niña era su hija, el adorado retoño de él y la frágil mujer…

Mónica, se corrigió.

Había visto esos ojos, a través de la bruma arremolinada, al borde de una catarata…

No. Eso había sido un sueño. Un sueño en el que él había encontrado la muerte violentamente. Y recordaba otro sueño en el que un león herido se abalanzaba sobre él…

—No sufrirá usted ningún daño —prosiguió la voz del inquisidor, como viniendo de muy lejos—. Pero llevará consigo para siempre el recuerdo de cómo fueron desmembrados en vida.

De golpe su atención retornó a la mujer y la niña. Vio cómo desnudaban el cuerpo grácil y bronceado de Mónica, que aun así se negó a dejarse intimidar. Pero ¿de qué le servía ya el coraje? Las esposas que aprisionaban sus muñecas estaban sujetas a una anilla de hierro incrustada en la húmeda pared de piedra. El hierro candente se aproximó a su carne. Vio cómo la piel se oscurecía y ampollaba. El hierro penetró hondo. Ella se puso rígida y lanzó un alarido…

Una mujer gritó.

—¡Dios mío, todo quemado y todavía camina! —exclamó una voz ronca.

Miró su cuerpo. No se veía ninguna herida ni cicatriz. La piel estaba intacta. Pero le vino como una fugaz reminiscencia de unas llamas crepitantes que lo rodeaban y atormentaban…

—Un sueño —murmuró en voz alta—. Estoy soñando. ¡Tengo que despertarme!

Cerró los ojos y sacudió la cabeza.

20

—¡Ha sacudido la cabeza! —exclamó atónito el técnico—. ¡Excelencia, esto es imposible, pero le juro que el hombre está desprendiéndose del control del aparato!

Koslo lo empujó a un lado con brusquedad. Asió la palanca de control y la empujó hacia delante. En su silla, Mallory se puso rígido. Su respiración se hizo ronca y entrecortada.

—Excelencia, ¡va a morir…!

—¡Que se muera! ¡Nadie me va a desafiar con impunidad!

21

¿Estrechen el foco! Los Perceptores despacharon la orden a los seis mil novecientos treinta y cuatro segmentos creadores de energía de la mente Ree. ¡La batalla no puede continuar mucho más! Casi perdimos al prisionero cuando…

El rayo explorador se afinó, penetrando en el corazón del cerebro de Mallory, imponiendo sus esquemas preconcebidos…

22

…La niña gimió al ver el enorme puñal que se aproximaba a su frágil pecho. La mano crispada que sostenía el cuchillo lo hizo acariciar casi con cariño la tierna piel. La sangre brotó al instante de la superficie herida.

—Si me revela los secretos de la hermandad, no cabe duda de que sus compañeros de armas morirán —retumbó la voz sin rostro del inquisidor—. Pero si usted sigue negándose a hablar, su mujer y su hija padecerán todo aquello que mi imaginación me dicte.

Tiró con todas sus fuerzas de las cadenas.

—¡No se lo diré! —gritó con voz enronquecida—. ¿No comprende que nada es digno del horror? Nada…

No hubiera podido hacer nada para salvarla. Estaba acurrucada en la balsa, condenada. Sin embargo, podía reunirse con ella.

Pero no esta vez. Esta vez cadenas de acero se lo impedían. Trató con todas sus fuerzas de desprenderse de ellas, y las lágrimas asomaron a sus ojos…

El humo le ardía en los ojos. Miró hacia abajo y vio los rostros vueltos hacia arriba. Sin duda era preferible una muerte rápida a una inmolación en vida. Pero, cubriéndose la cara con los brazos, comenzó a descender…

«¡Nunca traiciones a quienes confían en ti!», resonó claramente una voz de mujer en la estrecha celda.

«¡Papá!», gritó una voz infantil.

«Sólo morimos una vez», exclamó la mujer.

La balsa se precipitó en un caos turbulento…

—¡Hable, maldito! —La voz del inquisidor había variado de timbre—. ¡Quiero los nombres, los lugares! ¿Quiénes son sus cómplices? ¿Cuáles son sus planes? ¿Cuándo se producirá el levantamiento? ¿Cuál es la señal que están esperando? ¿Dónde…? ¿Cuándo…?

Mallory abrió los ojos. Lo cegó una intensa luz y vio un rostro de expresión convulsa que se inclinaba sobre él.

—¡Excelencia! ¡Está despierto! Ha superado el trance…

—¡Aplíquele toda la potencia! ¡Oblíguelo, pues! ¡Oblíguelo a hablar!

—Es que… tengo miedo, excelencia. Estamos manipulando el instrumento más poderoso del universo: ¡el cerebro humano! Quién sabe qué podemos engendrar…

Koslo empujó al hombre a un lado y accionó la palanca de control.

23

…La oscuridad se trocó en un brillo fulgurante que delineó los contornos de una habitación. Frente a él vio a un hombre transparente que identificó como Koslo. Vio que el dictador se volvía hacia él, con el rostro contorsionado por la ira.

—¡Ahora hablará, maldito!

Su voz tenía una cualidad curiosa y casi espectral, como si representara sólo un aspecto de la realidad.

—Sí —contestó Mallory serenamente—. Hablaré.

—Y si me miente… —Koslo extrajo una amenazadora pistola automática del bolsillo de su sencilla túnica—, yo mismo le meteré una bala en la cabeza.

—Mis principales asociados en la conspiración son… —empezó a decir Mallory.

Mientras hablaba se fue desligando —ésa fue la palabra que se le ocurrió— de la escena que lo rodeaba. Tuvo conciencia de que uní plano de su voz estaba hablando, relatando los hechos que el otro; anhelaba tan desesperadamente. Se proyectó hacia afuera, canalizando la energía que le llegaba desde la silla…, y se puso a recorrer vastas distancias, semejante a un avión adimensional. Con cautela siguió indagando y entró en un curioso estado de energía no viva. Presionó, encontró puntos débiles y absorbió más energía.

De pronto se hizo vagamente visible una habitación circular. A su alrededor se veían luces que brillaban y parpadeaban. Del interior de miles de células ordenadas en hileras, unas blancas figuras vermiformes asomaban sus cabezas romas y sin ojos…

¡ESTÁ AQUÍ!; el Egon chilló la advertencia y lanzó una descarga de fuerza mental pura por el canal de contacto, la cual se encontró con una contradescarga de energía que penetró como un rayo en su interior, ennegreciéndolo y carbonizando el intrincado circuito orgánico de su cerebro, y dejando un hoyo humeante frente a la hilera de células.

Mallory descansó un instante, mientras sentía la sorpresa y el asombro que invadían los segmentos mentales Ree carentes de mando. Notó la ansiedad mortal que se apoderó inmediatamente de ellos al darse cuenta de que el ultrapoder conductor del Egon había desaparecido. Mientras observaba, una de las unidades se contrajo y expiró. Luego otra…

«¡Basta! —ordenó Mallory—. Yo asumiré ahora el control del complejo mental. ¡Que los segmentos se encadenen conmigo!»

Dócilmente, los fragmentos sin voluntad de la mente Ree obedecieron.

«Cambien el curso», mandó Mallory.

Impartió las instrucciones necesarias y luego se retiró por el canal de contacto.

24

—Conque… el gran Mallory se ha dado por vencido. —Koslo se balanceó sobre los talones frente al cuerpo cautivo de su enemigo. Lanzó una carcajada—. Le ha costado empezar, pero luego ha cantado como una alondra. Ahora daré mis órdenes y para el amanecer sólo quedará de su estúpida revuelta un montón de cadáveres calcinados hacinados en la plaza pública como escarmiento para los demás.

Levantó el revólver.

—Todavía no he terminado —dijo Mallory—. Las raíces del complot son mucho más profundas de lo que usted cree, Koslo.

El dictador se pasó una mano por el rostro cetrino. Sus ojos denotaban la terrible tensión de las horas transcurridas.

—Hable, entonces —gruñó—. ¡Y rápido!

Mientras hablaba, Mallory volvió a transferir su discernimiento primario, poniéndolo en resonancia con la sometida inteligencia Ree. Valiéndose de los sensores de la nave, pudo ver allí cerca el contorno del blanco planeta. Aminoró la marcha de la nave, llevándola a una larga trayectoria parabólica que rozó la estratosfera. Al llegar a cien kilómetros por encima del Atlántico penetró en una capa alta de niebla y volvió a disminuir la velocidad al sentir que el casco se recalentaba.

Una vez bajo las nubes, dirigió la nave hacia la costa. Descendió hasta quedar a la altura de las copas de los árboles y examinó el panorama…

Permaneció unos instantes contemplando la vista que se ofrecía allí abajo. Y de pronto comprendió…

25

—¿Por qué sonríe, Mallory? —preguntó Koslo en tono áspero, mientras seguía apuntando con la pistola a su cabeza—. Cuénteme el chiste que es capaz de hacer reír a un hombre en el asiento de los condenados reservado a los traidores.

—Dentro de un momento lo sabrá…

Se interrumpió al oírse un estallido dentro del cuarto. El piso se sacudió y tembló, haciendo tambalear a Koslo. Siguió un estampido y la puerta se abrió de par en par.

—¡Excelencia! ¡La capital está siendo atacada!

El hombre se desplomó de bruces dejando ver una enorme herida en su espalda. Koslo se volvió rápidamente hacia Mallory.

Con un ensordecedor estruendo, un lado de la habitación se combó y se derrumbó hacia el interior. Por la abertura de la pared apareció un objeto brillante con forma de torpedo, cuyas formas pulidas se apoyaban sobre finos haces de luz. La pistola de la mano del dictador refulgió y la detonación atronó el reducido espacio. De la proa del invasor salió un rayo de luz rosada. Koslo giró sobre sí mismo y cayó pesadamente boca abajo.

El acorazado Ree de setenta centímetros se detuvo frente a Mallory. De su interior surgió un rayo que redujo a cenizas el panel de control de la silla. Las ligaduras cayeron al suelo.

Yo/nosotros esperamos su próxima orden. La mente Ree se expresó sin quebrar el aterrador silencio.

26

Tres meses habían transcurrido desde el referéndum que había llevado a John Mallory a la cabeza de la Primera República Planetaria. Estaba en una habitación del espacioso departamento que poseía en el palacio ejecutivo, y miraba con el ceño adusto a una mujer menuda y de pelo negro que le hablaba con intensidad.

—John, me da miedo esa…, esa máquina infernal, rondando permanentemente a la espera de tus órdenes.

—Pero ¿por qué, Mónica? Esa máquina infernal, como tú la llamas, fue la que hizo posible una elección libre, y aun ahora es la que mantiene a raya a la antigua organización de Koslo.

—John… —le aferró el brazo—. Con esa cosa siempre a tu disposición puedes controlar todo lo que existe sobre la Tierra. Nadie se te puede oponer, —Lo miró a los ojos—. Nadie puede! tener semejante poder, John. Ni siquiera tú. ¡Ningún ser humano debería ser sometido a una prueba como ésa!

La miró con expresión repentinamente seria.

—¿Acaso he hecho uso indebido de ese poder?

—Aún no. Por eso…

—¿Quieres decir que lo haré?

—Eres un hombre, con los fallos de un hombre.

—Propongo únicamente lo que es bueno para la gente de la Tierra —dijo él secamente—. ¿Quieres que me desprenda voluntariamente de la única arma capaz de proteger nuestra libertad tan arduamente ganada?

—Pero, John, ¿quién eres tú para ser el único arbitro de lo que conviene a los habitantes de la Tierra?

—Soy el Presidente de la República…

—Pero sigues siendo humano. Detente, mientras seas humano. La estudió detenidamente.

—Te molesta mi éxito, ¿no es cierto? ¿Y qué quieres que haga? ¿Que renuncie?

—Quiero que te deshagas de la máquina, que la mandes al lugar de donde vino.

Mallory lanzó una breve carcajada.

—¿Estás en tu sano juicio? Todavía no he empezado a extraer los secretos tecnológicos que la nave Ree representa.

—Aún no estamos listos para esos secretos, John. La raza humana no está lista. Tú ya has cambiado. En última instancia, lo único que hará será destruirte como hombre.

—Tonterías. Tengo pleno control sobre ella. Es como una prolongación de mi propia mente…

—John, te lo suplico. No solamente por ti o por mí, sino por Dian.

—¿Qué tiene que ver la niña con esto?

—Es tu hija. Apenas te ve una vez por semana.

—Ése es el precio que tiene que pagar por ser la heredera del hombre más grande… quiero decir, maldición, Mónica, mis responsabilidades no me permiten entregarme a los placeres suburbanos.

BOOK: Visiones Peligrosas III
5.38Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Bet On Love by Witek, Barbara
Mistaken Identity by Scottoline, Lisa
The Bridge by Zoran Zivkovic
The Filter Trap by Lorentz, A. L.
The Tiger Lily by Shirlee Busbee
Whole Wild World by Tom Dusevic
Safe in his Arms by Melody Anne
The Swan Kingdom by Zoe Marriott
The Forest Lord by Krinard, Susan