Visiones Peligrosas II (18 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas II
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Era un sueño construido a base de quince años de práctica profesional. No era una pesadilla, porque era mucho mejor que la vida.

Sin embargo, el sueño se adaptaba a la vida. Y en el momento mismo de estar soñando, si hubiera podido hacer una elección racional, si el instinto hacia la vida no hubiera sido tan fuerte y arraigado, hubiera elegido la muerte.

Estuvo a punto de despertarse una vez, pero volvió a sumergirse en el pozo donde tan sólo había un débil círculo de luz. Ann y el chico estaban allí. Le tocaron con manos suaves. Los giró hacia el círculo de luz, y entonces pudo ver sus rostros, y aquellos rostros llevaban las mismas marcas que los rostros de sus clientes-yo, crueldad, enfermedad, ira y dolor. Sus manos seguían tocándole e intentó escapar, alterado por el contacto. Dominado por un horrible dolor y desgarrado y ardiendo, se apartó de ellos víctima de grandes arcadas.

Despertó.

Sólo un par de manos era real.

Randall estaba junto a la cama. Las manos del muchacho estaban apoyadas ligeramente sobre el pecho de Sam, tranquilas e inmóviles. Había algo en el rostro del chico, una consciencia, un sentimiento. Sam no podía leerlo, pero había satisfacción y realización y quizás incluso amor. Luego la expresión desapareció. El chico bostezó y apartó sus manos. Se alejó caminando, y Sam no tardó en oír el roce de la colcha de seda en la habitación del muchacho.

Le llegó un espasmo de vacío dolor. Sam se levantó débilmente y se dirigió a la cocina y tomó otra píldora y se sentó por un instante en el diván hasta que empezó a hacer efecto. Regresó pasando por delante de la habitación del muchacho y miró dentro. Randall estaba tendido rígido en su cama. Había una brillante película de sudor en la frente del chico. Sus ojos estaban abiertos, observando y esperando.

—Soy joven —dijo el chico de nuevo, como lamentándose y sin dirigirse a nadie en particular.

—Sí —dijo Sam débilmente—. Tan joven.

—Había una cosa-cabeza —dijo Randall lentamente, buscando las palabras—. Dolía al perrito. —Alzó un pequeño dedo y lo apoyó en la muñeca de Sam—. Peces siempre con hambre. Yo les daba. —Agitó la cabeza—. Veo palabras. No puedo decirlas. —Hubo confianza en su voz—. Creceré más rápidamente ahora. —Apartó sus manos de la muñeca de Sam y las acercó a su abdomen—. Todo ido ahora. Todo ido de todos lados —dijo, y Sam creyó ver de nuevo agitarse el rostro de su anterior sueño.

Sam miraba sin comprender.

Los ojos fríos y perdidos lo observaban, y las siguientes palabras helaron la sangre de Sam. La voz del chico aumentó de volumen, con una ferocidad que Sam nunca le había oído antes.

—Veo cosas en la tele, las leo en los libros y diarios, son tantas cosas malas, todo odio ahí afuera del mismo modo que otros me odian a mí. —Tocó su propia cabecita—. Tantas cosas ahí adentro que aún no están listas. A —Apretó fuertemente sus párpados, y una pequeña lágrima brotó en cada comisura—. Nada de penas. Me haré más viejo —dijo Randall, y su voz era una cruel e inhumana promesa.

Hubo Otro que nació en un pesebre y murió en una cruz. Ese fue protegido durante un tiempo y su maduración no fue forzada.

Pero este nuevo Otro, el Otro nacido para nuestro tiempo, verá el odio hacia su prójimo consumir al hombre, consumirlo de tal modo que el odio se extenderá incluso hacia sí mismo. Lo ve en Alabama y en Vietnam e incluso en el pequeño mundo cercano que Lo rodea. Lo ve en la televisión y lo lee en los periódicos y crece sin protección en este mundo de histérica comunicación de masas.

Y planea. Y luego decide.

Este Otro alcanzará la madurez, y conocerá la cólera.

* * *

Cuando esta historia aparezca yo habré cumplido los cuarenta años, una edad peligrosa en sí misma. Supongo que esta es una historia que he deseado escribir durante mucho, mucho tiempo, pero su redacción y particularmente su final, y la labor de pulido que convierte un relato en una obra literaria, tuvieron un efecto deprimente sobre mí. Era incapaz de sacudirme la sensación de que en alguna forma estaba mofándome de Dios. Hubo un momento en que pensé seriamente retirar la historia, pero me alegro de no haberlo hecho. A su manera, El señor Randy, mi hijo es una historia profundamente religiosa, que combina esa parte mejor que hay en mí con esa parte del mundo que reconozco como la peor, un mundo que siempre ha sido malo pero interesante. Soy abogado de profesión, y admito que algunas partes de la secuencia del sueño son intensamente personales.

Si un escritor ha estado alguna vez satisfecho de una historia, excepto la «próxima», esa que va a hacer, entonces puedo decir que me siento profundamente satisfecho de ésta.

Eutopía

Poul Anderson

Cuando llegó el momento de escribir esta presentación de Poul Anderson, descubrí —con creciente pánico— que de alguna forma no le había pedido a Poul los datos biográficos necesarios para incluir en ella. Todos los demás escritores habían sido requeridos para ello y los habían enviado, así como un epílogo. Tenía un epílogo para Eutopía, pero nada sobre Anderson. Por un momento me pregunté por qué Poul y no otro había sido olvidado. Y entonces todo se me hizo obvio. No necesitan amenazarme con los prensapulgares o la bota para obligarme a admitir que soy un entusiasta de la obra de Poul Anderson. No necesitan hacer presión sobre mí para que confiese que he leído casi todo lo que este hombre ha escrito en el campo de la ficción especulativa durante los últimos dieciséis años. En consecuencia, una tal familiaridad conduce a un sentimiento inconsciente de este recopilador de que puede escribir una presentación sin ningún dato en la mano. Prefiero creer eso antes que la alternativa de que soy un imbécil olvidadizo. Uno debe aferrarse a las piedras angulares de su religión personal.

Tengo mis historias preferidas de Anderson, como supongo que las tienen ustedes. He releído Un-Man y Guardians of Time (Los guardianes del tiempo) y las historias de Hoka (escritas en colaboración con Gordy Dickson) y The High Crusade (La gran cruzada) y Three Hearts and Three Lions (Tres corazones y tres leones), al menos tres veces cada una, y algunas de ellas media docena de veces. Cuando comprendí que debería rebuscar los datos biográficos en algún lugar, empecé a escudriñar mis estanterías en busca de los volúmenes de Anderson: no tuve demasiada suerte, sólo fui capaz de separar treinta y dos libros. ¡El hombre es incapaz de escribir una palabra aburrida!

Pero aparte las credenciales al uso, tales como que ha ganado dos Hugo, está casado y tiene una hija llamada Astrid, y vive en Orinda, California; que se graduó en la Universidad de Minnesota con un título en física; que su Perish by the Sword (Muere por la espalda), una novela de misterio, ganó el primer premio Macmillan Cock Robin; que en 1959 fue el Huésped de Honor en la Convención Mundial de Ciencia Ficción; que vendió sus primeras historias en 1947 (ambas eran novelas cortas: Tomorrow's Children [Los hijos del mañana] y Logic [Lógica]) a la revista Astounding', que nació en Bristol, Pennsylvania; aparte todos esos hechos más bien mundanos (y el hecho singular de que Esquire, la mundialmente renombrada revista por su profunda y exhaustiva búsqueda de la verdad en lo que publica, consiguió muy hábilmente —en su número de enero de 1966— etiquetar una foto a todo color y página entera de Poul con el nombre de A. E. van Vogt, y la foto de Van Vogt con el nombre de Poul Anderson), hay secretos tan profundamente enterrados que sólo los más íntimos amigos del autor pueden descubrirlos. Así que, por primera vez en todo el mundo, y siendo por ello en sí misma una visión muy peligrosa, el velo es corrido a un lado y la verdad sobre Poul Anderson puede ser dicha:

Porque debido a la mucha estatura de Anderson y su inclinación a escribir historias acerca de héroes fuertemente musculados, muchos de ellos reencarnaciones o descendientes de los conquistadores vikingos, ha persistido el rumor de que Anderson es de ascendencia nórdica. Eso son puras patrañas. Poul Anderson (pronúnciese muy suavemente el Poul) tiene realmente un metro de altura con calcetines (y lleva esos odiosos calcetines de hilo de Escocia bordado), es barrigudo, y tiene el vello dorado, con una cabeza redonda como una bola de billar y pequeños ojillos negros. Excepto sus manos de dedos cortos y gordezuelos, se parece absolutamente a un gigantesco oso de peluche. Es un tributo a sus poderes de persuasión personal y a la amabilidad de aquellos que le rodean el que sea capaz de hacerse pasar por un tipo de dos metros de altura con una cabeza adornada por una abundante cabellera y unos modales de narrador acompañados por amplios gestos de sus manos del tamaño de jamones.

Poul Anderson nunca ha escrito ni una palabra de las historias que se le atribuyen. Todas ellas han sido escritas por F. N. Waldrop, un cartero asmático que trabaja en la estafeta rural de Muscatine, Iowa. Anderson, mediante amenazas y difamaciones personales, mantiene aherrojado a Waldrop desde hace más de veinte años. El hecho de que Anderson raptara a los tres hijos de Waldrop en 1946 no ha ayudado tampoco mucho a mejorar la situación.

Y como última risible mentira, Poul Anderson insiste en que la historia que sigue no es «peligrosa», y hubiera podido ser vendida a cualquier revista. Díganle esto a McCall's o a

Boy's Life después de haberla leído. Y, por favor, dirijan todas las demandas por difamación a F. N. Waldrop, estafeta de correos, Muscatine, Iowa.

* * *

—Gifthitnafn!

Las palabras danska surgieron de la radio del coche mientras el zumbido de un jet ahogaba el ruido del motor y los neumáticos.

—¡Identifíquese!

Jason Philippou lanzó una mirada al cielo a través de la burbuja. Vio una franja azul entre las dos dentadas paredes verdes del bosque de pinos que bordeaba la carretera. La luz del sol se reflejaba en los costados de la máquina de matar allá arriba. Lanzó un gemido, viró, y describió un círculo sobre él.

El sudor empezó a manar de sus sobacos y a deslizarse por sus costados. «No debo dejarme dominar por el pánico —pensó en un rincón de su cerebro—. Que Dios me ayude ahora.» Pero era a su entrenamiento al que invocaba. Psicosomático: controla los síntomas, mantén la respiración regular, ordena disminuir el pulso, y el miedo a la muerte se convertirá en algo que podrás manejar. Era joven, y tenía mucho que perder. Pero los filósofos de Eutopía instruían bien a los niños puestos a su cuidado. Tú serás un hombre, le habían dicho, y el orgullo de la humanidad es que no estamos ligados al instinto y a los reflejos; somos libres porque podemos dominarnos.

No podía pasar por un ciudadano normal (no, aquí les decían mootman) de Norlandia. Aun prescindiendo de todo lo demás, su acento helénico era demasiado pronunciado. Pero podía engañar al piloto de allá arriba, aunque fuera solo por unos minutos, haciéndole creer que procedía de algún otro campo de su historia. Hizo que su tono fuera más áspero, para disimular un poco, y asumió la arrogancia esperada.

—¿Quién es usted? ¿Qué es lo que quiere?

—Runolf Einarsson, capitán de la hirda de Ottar Thorkelsson, el Legislador de Norlandia. Persigo a alguien que ha despertado su cólera. Déme su nombre.

«Runolf —pensó Jason—. Oh, sí, te recuerdo muy bien, de tez oscura y alto y esbelto por el lado tyrker de su herencia, pero con los ojos azules procedentes de Thule.» Y una parte distinta de él que estaba a un lado vigilando rectificó: «No, estoy mezclando mis historias. Yo llamo a los autóctonos erythrai, y vosotros llamáis al país de vuestros antepasados europeos Danarik».

—Soy Xipec, un comerciante de Meyaco —dijo.

No disminuyó su marcha. La frontera estaba a unos pocos estadios de distancia, tan furiosamente había conducido durante toda la noche desde que escapara del castillo del Legislador. No había esperado llegar tan lejos, pero cada vuelta de las ruedas lo llevaba más cerca. El bosque se convertía en una mancha borrosa debido a la velocidad.

—Si es así, por supuesto lamento haberle dado el alto —restalló la voz de Runolf—. Llame al Legislador y él enviará rápidamente a la cofradía para defender sus derechos. Pero me veo obligado a pedirle que se detenga y abandone su vehículo, a fin de que pueda enfocar el visor de largo alcance sobre su rostro.

—¿Por qué?

Otro segundo o dos ganados.

—Un visitante de la Madre Patria, Europa, vino a Ernvik. Ottar Thorkelsson lo recibió con los brazos abiertos. En correspondencia, él hizo algo que sólo su muerte puede limpiar. Antes que enfrentarse a Ottar en el Valcampo, robó un coche, del mismo tipo que el suyo, y huyó.

—¿No bastaría llamarle un nithing ante la gente? «¡He aprendido al menos esto de sus bárbaras costumbres, de todos modos!»

—Es extraño que un meyacano diga esto. ¡Deténgase inmediatamente y salga, o abro fuego!

Jason se dio cuenta de que sus dientes estaban tan encajados que le dolían. ¿Cómo por los Hades podía un hombre recordar los centenares de pequeñas regiones, cada una con sus propias costumbres, en que estaba dividido el continente? Westfall era un embrollo más fantástico que toda la Tierra en aquella historia en la que llamaban al lugar América. «Bien —pensó—, ahora descubriremos qué posibilidades hay de que vuelva a oírlo llamar Eutopía de nuevo.»

—Muy bien —dijo—. No me deja usted otra elección. Pero por supuesto exijo una compensación por ese insulto.

Frenó tan lentamente como se atrevió. La carretera era una cinta negra ante él, acuchillando la inmensidad de los árboles. No sabía si estos bosques habrían sido talados alguna vez. Quizá sí, cuando los hombres blancos habían navegado por primera vez cruzando el Pentalime (llamándolo los Cinco Mares) para fundar Ernvik allá donde estaba Duluth en América y Lykopolis en Eutopía. En aquellos días Norlandia se había extendido poderosamente por todo el país de los lagos. Pero luego vinieron las guerras con los dakotas y los magiares, para sentar los límites; y el desarrollo del comercio —últimamente sintéticos— permitió a la gente utilizar el interior del país para la caza que tanto gustaba. Trescientos años podían reestablecer el climax de un bosque.

Se le presentó vívidamente ante él la visión de aquella zona tal y como la había conocido en su hogar: ordenados bosquecillos y jardines, poblados planificados por su belleza al mismo tiempo que por su utilidad, esbeltos cuerpos morenos en los campos de atletismo, música a la luz de la luna… Incluso la temible América era más humana que este salvajismo.

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