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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (28 page)

BOOK: Vinieron de la Tierra
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Me la metí en el bolsillo y salí. Hacia el tubo de descenso.

—¿Dónde demonios vas? —gritó Sangre detrás de mí—. ¡Vuelve, allí te matarán!

—¡Tengo hambre, maldito!

—¡Albert, hijo de puta! ¡Vuelve aquí!

Seguí andando. Tenía que encontrar a aquella zorra y partirle la cabeza. Aunque tuviese que ir abajo para encontrarla.

Tardé una hora en llegar al tubo de descenso que llevaba a Topeka. Creí ver a Sangre seguirme, pero procuraba esconderse. No le hice caso. Yo estaba como loco.

Por fin apareció. Una columna alta y recta de negro metal resplandeciente. Debía de tener unos seis metros de diámetro, era perfectamente lisa en la cúspide y se hundía recta en el suelo. Era una tapa, nada más. Caminé directamente hacia ella y hurgué en mi bolsillo buscando la tarjeta metálica. Entonces algo me tiró de la pernera derecha.

—Escucha, imbécil, ¡no puedes bajar ahí! Le aparté de una patada, pero volvió.

—¡Escúchame!

Me volví y le miré.

Sangre se sentó; el polvo se alzó a su alrededor.

—Albert…

—Me llamo Vic, pequeño lameculos.

—De acuerdo, de acuerdo, dejémonos de tonterías. Vic —su tono se suavizó—. Vic. Vamos, hombre.

Estaba intentando llegar hasta mí. Yo estaba realmente hirviendo, y él intentaba razonar. Me encogí de hombros y me acuclillé a su lado.

—Pero, hombre —dijo Sangre—, es que no te das cuenta de que esa chica te ha desquiciado. Tú sabes que no puedes bajar ahí. Allí todo está reglamentado, todos son carcas, y conocen a todo el mundo; odian a los
solos
; han bajado demasiados bandidos a robar y a violar a sus mujeres, y a quitarles su comida… tendrán sistemas de defensa. ¡Te matarán, hombre!

—¿Y por qué demonios te preocupas tanto por mí? Siempre andas diciendo que estarías mucho mejor sin mí.

Eso le afectó.

—Vic, llevamos juntos casi tres años. Hemos pasado por cosas buenas y malas. Pero esta puede ser la peor. Tengo miedo, amigo. Miedo de que no puedas volver. Y tengo hambre, y tendré que encontrar a alguien que se ocupe de mí… y ya sabes que la mayoría de los
solos
están ahora en bandas. Sería el último mono. Y estoy herido.

Lo comprendía. Lo que decía era razonable. Si yo dejase de ser un
solo
y me incorporase a una banda, también me pasaría lo que a él, sería un culoseco para todos los malditos jinetes del grupo. Pero no podía pensar más que en aquella zorra, aquella Quilla June, en cómo me había violado. Y luego veía las imágenes de sus pechos suaves, los pequeños gemidos que soltaba cuando yo estaba dentro, y moví la cabeza pensando que a pesar de todo tendría que bajar.

—Tengo que hacerlo, Sangre. Tengo que hacerlo.

Respiró hondamente y se encogió aún más. Sabía que era inútil.

—No te das cuenta siquiera de lo que te ha hecho, Vic. Me incorporé.

—Procuraré volver rápido. ¿Me esperarás? Guardó silencio largo rato y yo esperé.

—Esperaré un poco —dijo por fin—. Quizás esté aquí. Quizá no.

Comprendí. Di la vuelta y empecé a caminar alrededor de la columna de metal negro. Encontré por fin una ranura en la columna y metí en ella la tarjeta de metal. Hubo un suave ronroneo y luego una sección del pilar se dilató. Yo no había visto siquiera las líneas de las secciones. Se abrió un círculo y entré. Me volví y ahí estaba Sangre mirando. Nos miramos un rato, mientras la columna zumbaba.

—Hasta luego, Vic.

—Cuídate, Sangre.

—Vuelve pronto.

—Procuraré.

—Sí. Bueno.

Luego me volví y avancé hacia al interior. El tubo portal de descenso se cerró como un iris tras de mí.

7

Debería de haberlo sabido. O de haberlo sospechado. Desde luego, de vez en cuando una chica subía a ver lo que pasaba en la superficie, a ver lo que había sido de las ciudades; sí, sucedía. Había creído lo que ella me había contado. Enroscada a mi lado en aquella caldera de vapor, había creído que ella quería ver lo que era hacerlo con un hombre, que todas las películas que había visto en Topeka eran aburridas y sosas y las chicas de su escuela hablaban sobre películas pomo, y una de ellas tenía un librito de historietas de ocho páginas y ella lo había leído con la boca abierta… Sí, la había creído. Era lógico. Debería de haber sospechado algo al ver que dejaba aquella placa de identidad metálica. Era demasiado fácil. Sangre había intentado convencerme. ¿Torpe?

¡Sí! En cuanto se cerró detrás de mí el acceso, el zumbido se hizo más fuerte y brotó de las paredes una luz fría. Pared. Era un compartimiento circular con sólo dos lados de pared: dentro y fuera. La pared palpitaba luz y el zumbido se hizo más sonoro, y luego él suelo donde yo estaba se dilató lo mismo que había hecho la puerta exterior. Pero yo estaba allí de pie como un ratón en una historieta y mientras no mirase hacia abajo estaba tranquilo, no caería.

Luego empecé a asentarme. Caí a través del suelo, el iris se cerró sobre mi cabeza. Caía tubo abajo, aumentando la velocidad pero no demasiado, simplemente cayendo de forma constante. Por fin sabía lo que era un tubo de descenso.

Bajé y bajé y cada poco iba viendo algo como
NIVEL 19
o
ANTICONT 55
o
TUBO DE ALIMEN
o
BOMBA DE SEG 6
en la pared, y vagamente pude distinguir la sección de un iris… pero la caída no cesaba.

Por último llegué al fondo, y allí estaba escrito en la pared
LÍMITES DE LA CIUDAD TOPEKA POBLACIÓN 22.860
, y allí quedé quieto sin tensión alguna, doblando un poco as rodillas para aminorar el impacto, que no fue gran cosa.

Utilicé de nuevo la placa de metal, y el iris (mucho mayor esta vez) se abrió y tuve mi primera visión de un bajo.

Se extendía unos treinta kilómetros hasta el indefinido y brillante horizonte de metal tipo lata, donde la pared que había detrás de mí se curvaba y se curvaba y se curvaba hasta completar un liso y cerrado circuito y volvía rodeando rodeando rodeando hasta donde yo estaba contemplando. Me encontraba al fondo de un gran tubo de metal que se extendía hasta el techo situado casi a un kilómetro sobre mi cabeza, y de treinta kilómetros de diámetro. Y en el fondo de aquella lata alguien había construido una ciudad que parecía exactamente una foto de uno de los libros de la biblioteca de la superficie. Yo había visto una población como aquella en los libros. Exactamente como aquella. Limpias casitas y curvadas callecitas y jardines bien cuidados y una zona comercial y todo lo demás que hubiese tenido Topeka.

Excepto un sol, excepto pájaros, excepto nubes, excepto lluvias, excepto nieve, excepto frío, excepto viento, excepto hormigas, excepto polvo, excepto montañas, excepto océano, excepto grandes campos de trigo, excepto estrellas, excepto la luna, excepto bosques, excepto animales corriendo libremente, excepto…

Excepto libertad.

Estaban enlatados allí abajo, como peces muertos. Enlatados. Sentí una terrible angustia. Deseé salir. ¡Fuera! Empecé a temblar, notaba frío en las manos y sudor en la frente. Había sido una locura bajar allí. Tenía que salir. ¡Fuera!

Di la vuelta para volver al tubo, y entonces me agarró.

¡Aquella zorra de Quilla June! ¡Debería de haberlo sospechado! La cosa era baja y verde y en forma de caja, y tenía cables y guantes en las terminaciones en vez de brazos, rodaba sobre cadenas y me agarró.

Me izó hasta su tapa cuadrada y lisa y allí me inmovilizó con los guantes, sin que yo pudiese hacer maniobra alguna, sólo intentar dar patadas a aquel gran ojo de cristal que había delante, pero sin conseguirlo. La cosa tenía sólo un metro veinte de altura, y mis zapatos casi llegaban al suelo, pero faltaba un poco, y la máquina empezó a caminar hacia Topeka, llevándome con ella.

Había gente por todas partes. Sentados en mecedoras en sus porches delanteros, segando sus prados, paseando por la gasolinera, metiendo monedas en las máquinas de chicles, pintando una faja blanca en medio de la carretera, vendiendo periódicos en una esquina, escuchando una banda en un parque, jugando a la pata coja y al castro, limpiando un coche de bomberos, sentados en bancos leyendo, lavando ventanas, podando matorrales, quitándose el sombrero para saludar a las damas, recogiendo botellas de leche en carritos, cuidando caballos, tirando un palo para que un perro lo recoja, nadando en una piscina comunal, escribiendo con tiza precios de verduras en una tabla fuera de una tienda, paseando de la mano con una chica, todos viéndome pasar en aquella maldita máquina.

Podía oír a Sangre hablando, diciendo exactamente lo que había dicho antes de que yo entrase en la rampa:
Allí todo está reglamentado, todos son carcas, y conocen a todo el mundo; odian a los solos; han bajado demasiados bandidos a robar y a violar a sus mujeres, y a quitarles su comida… Tendrán sistemas de defensa. ¡Te matarán, hombre!

Gracias, chucho. Adiós.

8

La caja verde cruzó el sector comercial y dobló hacia un establecimiento donde estaba escrito en el escaparate OFICINA DE MEJORES NEGOCIOS. Sin detenerse, entró por la puerta abierta, y allí había esperándome media docena de hombres y mujeres viejos y hombres muy viejos. También un par de mujeres. La caja verde se detuvo.

Uno de ellos se acercó y me quitó de la mano la placa de metal. La miró, luego se volvió y se la entregó al más viejo de los hombres viejos, un tipo arrugado con unos pantalones muy anchos y una visera verde y unas gomas en las mangas de la camisa a rayas para sujetarlas.

—Quilla June, Lew —dijo el tipo al viejo.

Lew cogió la placa de metal y la metió en el cajón de arriba a la izquierda de un escritorio.

—Será mejor que le quites sus armas, Aaron —dijo el viejo.

Y el tipo que me había quitado la placa me limpió.

—Suéltale, Aaron —dijo Lew.

Aaron se acercó a la parte posterior de la caja verde y se oyó un «clic» y los guantes— cables se escondieron en la caja, y yo caí al suelo. Tenía los brazos entumecidos donde la caja me había sujetado. Froté uno y luego el otro, y les miré furioso.

—Ahora, muchacho… —empezó Lew.

—¡Cierra el pico, ojo de culo!

Las mujeres palidecieron. Los hombres se pusieron muy serios.

—Ya dije que no resultaría —dijo otro de los viejos a Lew.

—Mal negocio éste —dijo uno de los más jóvenes.

Lew se inclinó hacia delante en su silla de respaldo recto y me apuntó con un dedo retorcido.

—Muchacho, será mejor que te portes bien.

—¡Espero que todos tus jodidos hijos sean retrasados mentales!

—¡Esto no resultará, Lew! —dijo otro hombre.

—Golfo —dijo una mujer de boca picuda.

Lew me miró fijamente. Su boca era una rayita asquerosa y negra. Me di cuenta de que aquel hijo de puta no tenía un solo diente en su maldita boca que no estuviese podrido y apestase. Me miraba con malévolos ojillos… Dios mío, qué feo era, como un pájaro dispuesto a arrancarme a picotazos la carne de los huesos. Parecía a punto de decir algo que no iba a gustarme.

—Aaron, quizá sea mejor que se haga cargo de él otra vez el centinela. Aaron se acercó a la caja verde.

—De acuerdo, vale —dije, alzando la mano.

Aaron se detuvo, y miró a Lew, que asintió. Luego Lew volvió a inclinarse hacia delante volvió a apuntarme con su garra.

—¿Estás dispuesto a portarte bien, hijo?

—Sí, eso creo.

—Será mejor que lo hagas.

—De acuerdo. Lo haré.

—Y ten cuidado con lo que dices. No contesté. Viejo idiota.

—Tú eres para nosotros una especie de experimento, muchacho. Intentamos conseguir uno de vosotros por otros medios. Enviamos a algunos arriba para capturarlo, pero nunca volvieron. Pensamos que sería mejor atraerte con algún cebo para que bajaras tú mismo.

Reí burlonamente. Aquella Quilla June. ¡Ya me encargaría de ella!

Una de las mujeres, algo más joven que boca picuda, se acercó y me miró a la cara.

—Lew, nunca sacarás nada en limpio de éste. Es un sucio asesino. Mira esos ojos.

—¿Te gustaría que te metiesen por el culo el cañón de un rifle,
zorra
?

Retrocedió de un salto. Lew se enfadó otra vez.

—Perdón—dije—. No me gusta que me insulten. Soy
un macho
, ¿comprende? Se calmó y riñó a la mujer:

—Mez, déjale en paz. Estoy intentando aclarar las cosas. Así no haces más que estropearlo todo.

Mez retrocedió y se sentó con los otros. ¡Aquellos seres repugnantes eran empleados de la Oficina de Mejores Negocios!

—Como te decía, muchacho, eres para nosotros un experimento. Llevamos aquí en Topeka cerca de veinte años. Se está bien aquí abajo. Es un lugar tranquilo, donde hay gente buena y honrada que se respeta mutuamente. No hay crímenes, se respeta a los viejos, y es un lugar magnífico para vivir. Estamos creciendo y prosperando.

Esperé.

—Pero, bueno, hemos descubierto que alguna de nuestra gente no puede tener más hijos… y las mujeres que pueden tenerlos, tienen casi todas chicas. Necesitamos hombres. Cierto tipo especial de hombres.

Me eché a reír. Era demasiado bueno para ser verdad. Me querían para semental. No podía parar de reír.

—¡Grosero!—dijo ceñuda una de las mujeres.

—Esto ya es bastante terrible para nosotros, muchacho. No lo hagas peor todavía. Lew estaba muy nervioso.

Así que yo había pasado arriba en la superficie casi todo el tiempo mío y el de Sangre tratando de encontrar un culo y allí abajo me querían para que sirviese al mujerío. Me senté en el suelo y me eché a reír hasta que se me escaparon las lágrimas. Por fin me levanté y dije:

—Vale, vale. De acuerdo. Pero para que lo haga tendréis que prometerme un par de cosas.

Lew me miró fijamente.

—Lo primero que quiero es a esa Quilla June. La voy a joder hasta que no pueda más luego le atizaré un buen golpe en la cabeza igual que ella me hizo a mí. Parlamentaron un rato y luego Lew dijo:

—No podemos tolerar ninguna violencia aquí abajo, pero supongo que tanto da empezar por Quilla June como por cualquier otra. Ella es capaz, ¿no es cierto, Ira?

Un tipo flaco de piel amarillenta asintió. No parecía muy feliz con el asunto. Era sin duda el padre de Quilla June.

—Bueno, venga, empecemos —dije—. Que se pongan en fila. Empecé a bajar la cremallera de mis pantalones.

Las mujeres chillaron, los hombres me agarraron y me trasladaron a una residencia donde me dieron una habitación y me dijeron que tenía que conocer un poco mejor Topeka antes de ponerme a trabajar, porque el asunto era, bueno, en fin, vaya, un poco delicado, y tenían que preparar a la ciudad para que pudiera aceptarlo… pensando, supongo, que si yo funcionaba bien, importarían unos cuantos jóvenes sementales más de arriba y nos dejarían por allí sueltos.

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