»—¡No!
»—Pues era algo de lo que conservamos archivadas muchas notas en el departamento. Aún quedaban en la tierra, en la otra, raros especímenes humanos que, por situación o fortuna, podían tener hobbys. Es una afición distinta del trabajo; tal como yo colecciono minerales o fotografío pájaros… Cada uno, en esa situación de indiferencia, se dedicará a lo que más le guste, siempre que ello no le impida subsistir… Pero yo no entiendo que esto sea peligroso; la escritura no presenta alteraciones motoras, y por tanto en todos los casos examinados el umbral neuroléptico está lejos de alcanzarse. Ni trastornos extrapiramidales groseros, ni otros graves; Parkinson, discinesias, y mucho menos, acatisias… Por desgracia, en los neurolépticos, el azar juega un papel importante, mi general. Decía Engelmeier en su obra "Neuroleptische Therapie und Stammhirntrias" de la cual poseo un ejemplar de inestimable valor…
»—¡Cállese, cállese, cállese!
»Sin mostrar ningún signo de enfado, el doctor Grunthal guardó silencio, contemplando beatíficamente la descompuesta expresión del general. Hizo un débil gesto hacia la botella, pero ni el Ritter, ni Otto, que observaba a su amo con singular atención, le hicieron caso.
»—Le he comprendido perfectamente, doctor. ¿Cómo es posible que los análisis, iniciales no revelasen ese componente en la atmósfera?
»—Porque puede no estar en la atmósfera. Puede ser una vibración del éter, una radiación de este sol, o puede ser algo que no está… Por ejemplo, este planeta es muy escaso en litio, y todos sabemos que la escasez de litio…
»—Basta. Hay dos problemas que enfrentar, doctor. El primero de ellos es el siguiente: ¿Hay alguna posibilidad de que un medicamento, o lo que usted quiera, haga volver al personal a mis órdenes a su estado inicial?
»—¿Eso? Yo creo que sí… Por curiosidad, preparamos una mezcla de estimulantes, que puede dar buen resultado… Nos entretuvimos mucho con ello, en el departamento. Tenemos cincuenta dosis, nada menos…
»—Pues empiece usted por ponerse una de ellas, y traerme otra a mí… Y necesito para esta noche veinticinco mil dosis… Vamos a arreglar de una vez a ese Ingalls y a todos los demás…
»El doctor Grunthal no contestó ni una palabra. Por primera vez parecía disgustado. Sin embargo, no manifestó nada en contra de los deseos del general, a pesar de lo cual éste observó claramente su palidez.
»—Ponle un poco más de bebida al doctor, Otto. Le hace falta. Y ahora hablemos del segundo problema que me preocupa. No disimule, doctor, sabe usted bien a qué me refiero: al condicionamiento estelar.
»El Ritter Von Graffenfried había pronunciado la palabra prohibida. Mirando a otro lado, el doctor Grunthal bebió ávidamente su dosis. El condicionamiento estelar era algo que muy pocos conocían, y estos pocos preferían no hablar jamás de ello.
»—¿Puede usted decirme, doctor, que ocurriría con el condicionamiento estelar si este proceso de degeneración continuase?
»—Creo que sí… —contestó el doctor, con voz muy débil—, Como Vuecencia sabe, el condicionamiento estelar se ha utilizado raramente en los últimos decenios; sólo en aquellos casos de extrema necesidad o peligro…
»—Como éste.
»—Como éste, mi general. El tratamiento no es bien conocido, ni siquiera por nosotros, los especialistas. El gobierno de la tierra, la otra, lo mantiene como secreto de Estado. Pero no es difícil deducir algo… Es un tratamiento mental y genético a la vez… Cómo se hace, lo ignoro, aunque sé que todos los miembros de esta expedición, incluyendo a Vuecencia, y a mí, lo hemos sufrido… Vuecencia recordará la cámara oscura y las luces, las inyecciones y los ultrasonidos…
»—No es necesario que me recuerde eso, doctor. Continúe.
»—Eso, tan desagradable, era sólo el principio. El resto se producía en estado de absoluta pérdida de conciencia e implica unas transformaciones que no conozco a fondo. Sé, de todas maneras, que tiene por objeto evitar que personas situadas en puestos clave pongan en peligro al resto de la Humanidad… Puede producir la muerte en una persona a quien se trate de forzar a revelar un secreto vital para la Humanidad… o bien una total o parcial amnesia; o bien, una imposibilidad de percibir el dolor… o en otros casos, el gasto repentino y fulminante de las energías vitales para salir de una situación apurada, aun cuando ello lleve consigo el fallecimiento posterior del… individuo. Pero sólo se desata ante acontecimientos inmediatos e inminentes, y estos no lo son aún… Podrían serlo si se llegase a una rebelión absoluta, o a una situación de amenaza extrema… El mero abandono de funciones, mientras no se manifieste como rebeldía contra el sistema, expresada de forma concreta y consciente, no producirá efecto alguno…
»—¿Y si fuera así?
»—No lo sé, mi general… Si fuera así podrían suceder muchas cosas… Parálisis hereditarias; locuras colectivas, muerte de las personas claves de la rebelión… a no ser que algún otro componente desconocido dulcifique las consecuencias del condicionamiento. Lo que suceda puede ser hereditario, o no serlo. No lo sé… el condicionamiento estelar, por su propia naturaleza, es secreto para aquellos que lo reciben… Si no, podrían ser tratados y prescindir de él…
»—¿Puede hacerse aquí ese tratamiento?
»—Definitivamente no, mi general. No sabríamos cómo hacerlo… Las barreras mentales, las alteraciones físicas, y los cambios genéticos establecidos ofrecen miles de millones de combinaciones… En la sede del Gobierno se guarda, reservadamente, la clave exacta y los medios utilizados en cada caso… y sólo ellos, nada más que ellos, pueden realizar la operación en sentido contrario…
»—Está bien. Puede usted retirarse, doctor. Quiero esas veinticinco mil dosis para esta noche. Ponga a trabajar a toda su gente…
»Para todos los integrantes de la expedición fue un día cargado de tensiones. Puede que un sexto sentido les diera a entender que estaban produciéndose terribles cambios, o quizás alguien hubiera hablado demasiado. Lo cierto es que la desmoralización cundía en las diversas y separadas secciones de la nave… y junto a ello, un deseo, mal expresado, de que sí, que podía seguirse construyendo el arma, y montando las instalaciones, pero que eso no requería demasiadas prisas. Todo era compatible con que la tripulación de la "Athelstane" gozase de los bienes del planeta recién descubierto, y pudiera llevar una vida libre…
»La patrulla que condujera a Ingalls, estúpidamente, le había permitido marcharse a su sección. Desapareció esa tarde, juntamente con la azafata Brown, y un transporte cargado de herramientas y semillas…
»En otros lugares se producían hechos muy semejantes. Los laboratorios de neurología habían comenzado a trabajar lentamente en la producción del estimulante, pero sin tomarse demasiado interés, y a la caída de la noche, sólo tenían disponibles mil quinientas dosis. Sin embargo, estas dosis no llegaron a usarse nunca. Pasaron las horas sin que de las silenciosas habitaciones del general Von Graffenfried surgiera una sola orden, ni se llamase a nadie. Había ordenado terminantemente que no se le molestase en absoluto, y su criado había visto que estaba preparando los planes para reconquistar y dominar las secciones con ayuda de veinticinco mil hombres recién drogados con el potente estimulante…
»Cayó la noche; una noche bella, con el cielo cuajado de estrellas, como diamantes engarzados en terciopelo. A la luz de la luna creciente, silenciosos grupos cargados con enseres salían de la sección de mando y se perdían en el bosque próximo… Los almacenes estaban siendo saqueados sigilosamente. El tercer oficial. Jorge de Belloc, se puso en contacto por radio con otras secciones, y comprobó que en ellas estaba sucediendo algo similar… Aún había gentes que preferían quedarse a vivir en medio de la seguridad mecánica y médica de las secciones, pero casi la mitad estaban huyendo hacia diversos lugares de la tierra. Había mapas, caminos trazados, y conocimiento casi perfecto del lugar de destino de cada familia… Y las conversaciones, con la irresponsabilidad más absoluta, se desarrollaban a plena voz. Estos iban al Valle del Eco; aquéllos a la meseta situada cerca del océano; unos iban a tener ganado; otros a poner una fábrica de loza… Se formaban ya núcleos de población, caseríos, barrios, por lo menos de palabra… Muchos deseaban estar solos… otros preferían vivir con dos o tres familias. El deseo de soledad era grande, después de toda una vida encerrado juntamente con millones de personas… Se habían olvidado ya los primitivos tesoros: las piedras, las ramas, el agua de roca, las frutas… eso era ya algo que estaba al alcance de cualquiera, y ahora pensaban todos en tesoros todavía más grandes… Causaba felicidad ver a los niños corriendo libremente, perderse en el bosque, junto con sus padres, unos arreando una pareja de vacas, otros transportando las herramientas necesarias para una fundición, aquéllos llevando semillas, arbolitos y arados; éstos, con los frascos y los materiales del laboratorio químico, o con los de carpintería… Las entrañas de la nave se vaciaban paulatinamente; pero la sangría de gentes y materiales no se notaba apenas… Las cantidades de ganado sobrantes serían más tarde liberadas en Europa y África… los materiales y maquinaria permanecerían donde estaban, oxidándose lentamente bajo el viento y la tibia lluvia de primavera…
»Y ni un solo rumor salía del cerrado camarote del general. Transcurrió la noche entera; una noche fantástica, de dimensiones que, para nosotros, fueron tan gigantes y decisivas como otras jornadas para aquella triste humanidad que habíamos dejado atrás, a cientos de miles de parsecs de distancia…
«Cuando comenzó a amanecer, una pequeña partida, encabezada por Jorge de Belloc, se acercó a las habitaciones del comandante… Durante buen rato permanecieron dudosos en la puerta, que los guardias habían abandonado horas antes para unirse a la corriente de colonos… Es cierto; dudaban, y a la vez tenían miedo. Estaba con ellos el doctor Grunthal, que ni se había molestado en traer consigo la ridícula cantidad de dosis fabricada. Durante la noche había visto huir a médicos, cirujanos y especialistas, llevándose a sus familias o a quienes querían ir con ellos, y llevándose también instrumental quirúrgico, medicinas, gabinetes portátiles de dentista, autoclaves, botiquines… Todos tenían miedo de que, al abrir, cayese sobre ellos la amenaza de usar las dosis y de volver a la disciplina… Por fin, el mismo Jorge de Belloc, haciendo un esfuerzo, abrió la puerta.
»El general yacía de bruces sobre la mesa de despacho, muerto. Un limpio agujero en su sien derecha, del que había caído un ligero hilo de sangre negra, manchando el pálido rostro y los documentos que había sobre el tablero, explicaba claramente el motivo del ininterrumpido silencio nocturno. Lo sentimos todos, verdaderamente. Hubiéramos querido que el Ritter se convenciera, como los demás… y no que muriese así, estúpidamente, y a solas, sin una mano amiga.
»El doctor Grunthal tomó un color cadavérico y sus labios exangües murmuraron las palabras: "Condicionamiento estelar… un hecho concreto…" Pero nada pasó… de momento. Todos salieron de allí, dejando el cadáver, y el proceso que aquella noche se había iniciado, continuó adelante, sin que ya nadie se opusiera a él.
«Poco queda por añadir. El general fue enterrado no lejos de la sección de mando, y la suya fue la primera tumba que se abrió en la tierra fértil y agradecida de este planeta que tanto amamos todos ahora. Duerme aún allí, bajo los altos cipreses, con el pequeño montículo coronado de hierba, y la helada luz de las estrellas rozando cada noche ese lugar de reposo. Siempre hay alguien que le recuerda por lo bueno que pudo tener, y siempre hay alguna flor en su tumba sin nombre, bajo la rústica cruz de madera, depositada por quien más pudo sentir su muerte.
»Los años pasaron, y las comunidades, pueblos y caseríos se asentaron sólidamente. Otros grupos, muy numerosos, permanecieron viviendo en las secciones de la nave. Salían, aprovechaban el aire y el sol, cultivaban la tierra… pero les daba miedo perder las comodidades que la tierra no podía dar… Y más que nada, los servicios médicos, que los doctores establecidos en las lejanas poblaciones sólo podían suministrar con medios muy limitados. Bien es cierto que era frecuente que trajeran algún enfermo grave de algún pueblo cercano, o que nos pidieran ayuda, para curar a alguien, para mover una roca, para construir un puente… Se les daba… e incluso resultaba entretenido. Las cosechas eran abundantes: el ganado se reprodujo rápidamente… no nos faltaba nada.
»Pero el condicionamiento estelar se manifestó de una forma con la que nadie había contado. Cada vez más rápidamente, la gente olvidaba quién era y cómo había venido allí… Les parecía haber vivido allí siempre… Algunos, los más inteligentes, como Jorge de Belloc, que ahora era una especie de jefe sin mando de la ciudad (llamaban así a los módulos de la nave) se dieron cuenta de ello…
»Un día, cuando ya habían transcurrido cerca de quince años desde la muerte del general. Jorge de Belloc tuvo una conversación conmigo.
»He decidido —dijo— elevar la ciudad… quiero decir, la nave entera, a una órbita sincrónica… por lo menos durante una temporada. Aún quedan suficientes reservas de energía, y ello no representa riesgo alguno… ¿Sabes? Lo haré dentro de tres meses y hay bastantes que están de acuerdo conmigo… Se dan cuenta de que olvidan todo lo relativo a nuestro viaje, la tierra donde nacimos, la muerte del general… y no quieren que sea así. Por otra parte, los que viven en esta tierra no nos necesitan ya. Incluso les molestamos. Dicen que la electricidad es mala, que mata la vida en los bosques… Únicamente tienen un telégrafo rudimentario, de muy bajo voltaje, y aún eso, según dicen, no es demasiado bueno… Pero las máquinas, los aparatos, los generadores de la ciudad… son un crimen. Yo no los entiendo… ¿Los entiendes tú?
»Yo tampoco había querido salir de la ciudad, y no los entendía muy bien. Pero alguna razón debían tener, y así lo dije a Jorge de Belloc…
»—Lo hemos comunicado a todos los sectores de la ciudad y a aquellos pueblos que ha sido posible… Casi ninguno ha vuelto, y unos cuantos se han marchado… Daremos tiempo para que cada uno tome su decisión… Y tú… ¿qué vas a hacer?
»Yo tenía mi decisión tomada hacía tiempo. Estaba viendo venir esta escisión entre los habitantes del planeta, y había contado con muchos días para pensarla. Quería quedarme allí, y así lo dije, pero no en ninguna comunidad. No. Yo me quedaría en el hueco de la Columna maestra, aquella en que se asentaba nuestro módulo… El anteriormente llamado módulo o sección de mando. Y así fue. Antes de que Jorge de Belloc diese la orden, le pedí unas cuantas cosas, y le prometí mantenerlas mientras viviera. Lo he cumplido.