»Pero, ¿qué pasaba
abajo
? Ciertamente que continuaban llegando a nosotros pequeños fragmentos del planeta, tanto más preciosos cuanto más raros. Lo más apreciado eran las frutas; frutas deliciosas, con un sabor y un aroma intensos, que causaban mareos al comerlas… era casi increíble que alimentos tan extraordinarios pudieran existir. Prueba de nuestra ceguera era que muchos creían que se trataba de una nueva producción realizada por una fábrica instalada abajo por los trabajadores de las unidades terratransformadoras. Pero las otras cosas eran también apreciadas… A los niños les gustaban las ramas y las flores, y las piedras… ¡oh, las piedras! Auténticos guijarros de hermosos colores, redondos y suaves como seda; ásperos y afilados como acero; blancos por fuera, con vetas rojas; pardos, con pintitas de oro en su superficie; conjuntos de cristales morados y violáceos… Había quien conservaba una hoja de árbol; otros, una nuez de madera roja; otros, una concha marina, aún con rastro de carne del animal que la había habitado… Cambiábamos y comprábamos ávidamente estos raros bienes… los enseñábamos a nuestros amigos (para causarles envidia), los atesorábamos… Las frutas y el agua no duraban; las primeras por su sabor, la segunda… ¿Qué tenía aquel agua? Nadie sabía lo que era. Pero, ¿por qué se experimentaba esa satisfacción al beber lo que llamábamos «agua de roca»? Agua traída en un frasco, desde la tierra de abajo… Al lado del tibio e insustancial líquido, no racionado, que las unidades de alimentación nos daban, ¿qué tenía el agua de roca? ¿Por qué sabía así, fuerte, dura, contundente? ¿Por qué nuestros estómagos la recibían como un bien del cielo…? En las escasas reuniones que se celebraban, entre amigos, mientras las gigantes unidades terratransformadoras continuaban su trabajo, era del mejor tono el servir unas minúsculas copas de «agua de roca». Privilegiado aquél que podía disponer de unos centímetros cúbicos… Y la fiesta llegaba a manifestar un lujo inconcebible, digno de las imaginaciones más calenturientas, si a esa copita de agua de roca se añadía una transparente tajada de una de las frutas terrestres…
»Creo que fue por entonces cuando se comenzó a llamar al planeta, la Tierra, sin más. Nada de Estromidor, o de 315 NCR 26 B-3 que, si mi memoria no me falla, era el nombre astronómico del mismo… La tierra. Sin más. Y, la verdad, era un maravilloso nombre.
»Por otra parte, los rumores continuaban llegando desde abajo, desde la tierra. Las pilastras de aterrizaje estaban terminadas; pero los alaridos y el clima de miedo continuaban. Ni un solo hombre, sin embargo, de los que descendieran a la tierra para efectuar su trabajo, había sufrido daños. En alguna ocasión, uno o dos de ellos, un hombre, una mujer, algún joven… volvían a la nave, y hablaban con nosotros. Decían que en los alrededores de las columnas, junto a las grandes máquinas que trabajaban en ellas, se encontraban miles de cadáveres de pequeños seres desconocidos… que los gemidos de muerte se escuchaban sobre todo por las noches, y que las unidades destacadas en la tierra estaban molestas y nerviosas… Pero entonces no hacíamos caso a estas informaciones. Les mirábamos ávidamente, y decíamos: "¿Traes agua de roca? ¿Alguna fruta? ¿Piedras, ramas, conchas, arena…? ¿Algo nuevo, quizá? Y se reían. Agua de roca… Sí, abajo hay toda la que queráis… no la beberíais ni en un millón de años… Piedras, frutas… centenares de miles de millones… ¿qué os habéis creído? Y esto, sin darnos cuenta, nos mentalizaba para lo que después iba a suceder.
»Llegó el día en que el Ritter dio la orden de que las secciones de la nave se separasen… Cuando las compuertas estancas entre una y otra sección comenzaron a cerrarse, todos comprendimos lo que iba a suceder; las secciones, separadamente, tomarían tierra sobre los negros pilones ya preparados para amortiguar su descenso, y después de ello, la segunda fase del proyecto, la construcción del arma, comenzaría rápidamente. Seguíamos sin noticias de nuestro planeta natal desde hacía seis años… las comunicaciones continuaban cortadas. ¿Habría sucedido algo? ¿Continuaría existiendo la Humanidad? ¿Habría sido vencido el extraño enemigo? ¿O bien en los niveles de hierro de la Tierra caminarían ahora entidades desconocidas, pisando los cadáveres de los últimos humanos? Nadie sabía nada; y hasta que el arma estuviera completa, la prohibición de comunicar con el Almirantazgo era absoluta…
»Cuando las grandes secciones de la nave "Athelstane", con su carga de humanos comprimidos, maquinarias, reservas, ordenadores, armas convencionales, municiones y alimentos, se posaron silente y majestuosamente sobre las columnas de aterrizaje, los problemas habían empezado ya. Sin embargo, el Ritter aún no se había dado cuenta de su verdadero contenido, pues de ser así, las secciones no habrían bajado, o incluso se habría ordenado su ascenso inmediato a la órbita en que se hallaban antes.
»Creo que no puedo describir lo que sentimos cuando, por primera vez, controladamente, nos dejaron salir a la superficie del planeta… Ya sabíamos que no había mucho peligro; apenas unos animales carniceros, y algunas zonas en que se percibía una terrible sensación de amenaza latente… Pero sabíamos también que bastaba encender una linterna, o conectar un transistor para que esta amenaza disminuyese. Un generador eléctrico potente o un aparato para soldadura por arco, y desde luego, cualquiera de los medios de transporte utilizados, mataba, hacía desaparecer esa sensación…
»Pero, ¿cómo habíamos sido tan tontos de comprar a altos precios agua de roca, hojas, frutas, guijarros…? Había miles de millones de litros de agua, cantidades inconmensurables de árboles y hojas, billones de guijarros y de arena… Y espacio para correr, un sol brillante para sentirlo en las mejillas, agua para bañarse en ella… Los niños… ¡cómo gozaban los niños! Junto a cada columna se estableció un verdadero campamento provisional, tácitamente autorizado por el Alto Mando… Algunos habían tenido más suerte. Junto a sus columnas había bosques, ríos, lagunas… Otros no. Su columna estaba sobre gigantescas montañas inaccesibles… Pero aún allí había nieve, y peñas, y flores de hielo, y un cielo azul, y un aire… un aire que si se hubiera podido vender embotellado, en la tierra natal, hubiese dado lugar a la formación de más de una fortuna… El aire de la nave era como el de la tierra antigua; soso, cargado de débiles hedores, recirculado, gastado, blandamente aceitoso y caliente… Este hería los pulmones al entrar en ellos, los revitalizaba… Uno de mis primeros recuerdos es el de miles de personas mirando asombradas a su alrededor, inclinándose sobre el suelo para tocarlo, e hinchando una y otra vez sus pulmones… hinchándolos de nuevo, y absorbiendo aquel aire vital… Fue ya de por sí una orgía beber agua de roca y comer frutas sin tasa ni limitación alguna… Pero esto también tenía sus peligros. Las personas que se hallaban destacadas en puestos extremos traían a veces cargamentos enteros de frutas y raíces en sus vehículos, y llegó un momento en que el Ritter se vio obligado a darse por enterado… A partir de ese instante volvió a imperar la disciplina; bebimos agua recirculada y comimos las insípidas raciones de ordenanza… Pero un sordo rencor circulaba ahora entre todos los tripulantes de la nave "Athelstane".
»La lenta y tediosa construcción del arma continuaba… Una patrulla fue destacada a África para instalar una estación de radio… y eso originó el primer chispazo. La patrulla no regresó jamás… Una segunda expedición descubrió la instalación a medio terminar, y ni un solo rastro de los expedicionarios. Se rumoreó sobre la existencia de una raza similar al mono, dañina y amenazadora, que aprendió con facilidad algunas palabras de nuestro idioma; pero nada más se supo. Las precauciones se intensificaron, no permitiéndosenos salir de las secciones aposentadas sobre las columnas de aterrizaje. La sorda ira crecía cada vez más… Una tarde, el Ritter citó a los más altos jefes, seis, en total. Ante ellos, en la estrecha cámara del general, se hallaba el Alférez de Construcciones Heinrich Brandel, muy pálido y preocupado. Los acontecimientos se desarrollaron con rapidez.
»—El alférez Brandel —dijo el general—, ha sido enviado al Punto 98S7 para la construcción de un generador eléctrico de gran potencia, aprovechando una cascada existente en el lugar… Señores; en mi visita de inspección al lugar, descubrí que toda la maquinaria puesta a disposición del alférez había sido utilizada para… esto.
»Sobre la pantalla instalada en el muro comenzaron a pasar diapositivas. Aquello, desde luego, no era una central eléctrica… Se veían torres, minaretes, un muro almenado, una gran puerca ojival sobre un patio interior… Otras diapositivas mostearon máquinas paradas, hombres y mujeres comiendo junto a un fuego de leña… Se pasó una película en la que se desarrollaba una escena de baile, entre los diversos componentes del comando… El rostro del alférez Brandel, empinando una botella… Parejas refugiándose en el bosque…
»—¿Qué ha construido usted ahí, Brandel? —preguntó el general, sin levantar la voz. Era siempre un hombre muy mesurado; no toleraba la indisciplina ni la desobediencia; pero eso no quería decir que sus sentimientos se manifestasen mediante gritos o invectivas; nunca lo había hecho.
»—Un castillo. Excelencia.
»—Tenía usted órdenes de construir una central eléctrica… ¿Debo entender que ha utilizado usted bienes, maquinaria y horas de trabajo para construir… un castillo?
»—Sí, Excelencia…
»—Con el permiso de su Excelencia —preguntó el tercer oficial. Jorge de Belloc—. ¿Por qué hizo usted eso?
»—Me pareció que encajaba mejor en el ambiente… Una central eléctrica, no…
»—¿Se da usted cuenta, alférez —cortó el general— de que se expone usted a la muerte, por insubordinación?
»La respuesta del alférez Brandel fue de una sublime inconsciencia.
»—pues no había pensado en eso, mi general…
»En circunstancias normales, el proceso del alférez Brandel hubiera desembocado, muy probablemente, en una condena a la pena capital. Pero los acontecimientos que se desarrollaron más tarde impidieron que se llevase a efecto. La lentitud administrativa, el papeleo, y el mucho trabajo dificultaron que el proceso se realizase con rapidez, y eso, seguramente, salvó la vida del alférez.
»Rabiábamos. Allí, a nuestro alcance, había agua de roca por millones de litros, frutas, setas, raíces, verdura… y no podíamos probarlas. Comenzaron a registrarse las primeras deserciones. Esto era sintomático, y las noticias y rumores que nos llegaban de las otras secciones daban cuenta de sucesos iguales o peores. Al fin y al cabo, nosotros estábamos en la sección de mando, sobre la columna especial (terminología exacta: Base a toma de tierra modelo 543-GB-l) y bajo la férula directa del Ritter Von Graffenfried. Un día nos contaron que el despensero de segunda clase Marcos Jiménez había robado semillas, las había plantado, y esperaba una excelente cosecha de coles para dentro de pocos días… Esto, que normalmente nos hubiera parecido una falta muy grave, no encontró una sola crítica. Por el contrario, el despensero Jiménez fue asediado por gentes ávidas de probar esas coles… Y lo curioso es que Jiménez no se molestó lo más mínimo en explotar el descubrimiento; con la mayor frescura entregó semillas a todo aquel que se las pidió ("Al fin y al cabo, no son mías", decía) e incluso les dio instrucciones sobre cómo salir de la Sección Central, y plantarlas en la feraz tierra de los alrededores…
«¿Difícil salir de la Sección Central? En absoluto. Yo mismo lo intenté una vez. Bien es cierto que de todos los bienes hermosos que habíamos pensado disfrutar (el agua de roca, las setas, las verduras) sólo nos quedaba el fuerte aire del planeta, que podíamos respirar en cualquier momento desde la terraza del Cuartel General, o desde las mil ventanas, balconcillos y pasadizos abiertos en las estructuras del módulo de mando… Pero no había pensado que fuera tan fácil bajar a la tierra. Cuando yo lo intenté me asombré de encontrar los piquetes de guardia sumidos en una atroz indiferencia frente a lo que sucediera… En la puerta que me permitió la salida, había un teniente y un soldado de ingenieros, ambos de la misma edad, sentados en el suelo, con los correajes sueltos, sin gorra, con las armas arrojadas de cualquier manera sobre un banco, y charlando amigablemente.
»—También te gustaría a ti tener una granja —decía el soldado.
»—Pues sí… Yo pondría gallinas; creo que tenemos algunas en el departamento de biología… ¿Tú has comido huevos auténticos?
»—Yo, no. ¿Y tú?
»—Tampoco. Pero el médico suplente de biología, sí que se los come… Ha conseguido un líquido especial, una especie de grasa, la calienta, los pone dentro… y se los come.
»—Oye, tú —dijo el soldado— eso debe ser una maravilla… ¿Por qué no le pides algo de ese líquido, y lo probamos con las setas que cogiste ayer?
»Me miraron los dos.
»—¿Qué quieres?
»—Nada… sólo estaba pasando por aquí.
»—Mira; si lo que quieres es darte un paseo por ahí fuera… ve y dátelo. Pero vuelve antes del toque de queda, ¿eh? No nos compliques la vida… Si encuentras algo bueno, tráenos un poco…
»Y yo mismo sentí que si encontraba algo bueno, no me lo quedaría para mí sólo, atesorado avaramente. No. Lo compartiría con ellos… Y sí que lo encontré. Hallé unas verduras largas, con una especie de bulbos violáceos en su extremo, y las recogí. Y también unas setas grandes pardo-rojizas, con los bordes dentados, que ya sabía eran comestibles por las experiencias de otras personas. Volví, porque sentía en mi fuero interno que no podía poner en un apuro al teniente y al soldado, y les entregué parte de las verduras. Respiré aire… bebí agua de roca a placer, vi grupos de gente recogiendo frutas alargadas y amarillas, con una espesa piel que se desprendía en gajos. Vi también un médico del servicio de Bacteriología escondiéndose entre el follaje con una comandante de energía atómica, una chica pelirroja, muy guapa, llamada Janet. Y paseé bajo los árboles, junto a las rocas, me detuve en un espolón peñascoso sobre un arroyuelo de aguas claras…
»Pero volví. ¿Por qué lo hice? Fundamentalmente, por no poner en un apuro a los hombres de la guardia. Y como pude comprobar luego que en todas las secciones sucedía así, las cosas no transcendían prácticamente a esferas superiores… El trabajo se realizaba, eso sí, con bastante lentitud; pero todos nos dábamos cuenta de que los mismos jefes superiores de los diversos departamentos, en vez de presionar sobre sus subordinados, buscaban mil excusas para tapar su falta de actividad… en la que estaba incluyéndose la de ellos mismos. En suma; las cosas iban tan mal en todas partes, que la apariencia general era de que iban lentas, pero bien.