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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (62 page)

BOOK: Vespera
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Había vuelto demasiado tarde. Había sido un interminable viaje hacia el sur desde Thure. Odeinath se había gastado hasta la última moneda del
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en combustible, en tasas portuarias; había agotado ese combustible en escapar de un mar en calma que durante dos semanas de navegación al norte de Thetia y, aun así, había llegado demasiado tarde, y para ser recibido con las noticias de la isla de Zafiro.

Las noticias, también, de quiénes habían sido hechos prisioneros.

—¿Quién es, Dariush? —le preguntó Bahram, mientras se oía ruido de pisadas por las escaleras. La limpia casa de Bahram era lo suficientemente espaciosa para un monsferratano, lo que significaba que era enorme para un thetiano. Sólo el cielo sabía cómo Bahram se las arreglaba para sacarle el dinero del alquiler a su hermano. Lo más probable era que Bahram estuviera haciendo uso de su propia fortuna personal (para nada despreciable, y acumulada a lo largo de los años) porque, sencillamente, no podía soportar la tacañería patológica del viejo Ostanes.

—Un amigo —dijo Dariush, y un momento después hizo pasar a Rafael a la Sala.

—¡Rafael! —exclamó Odeinath, olvidándose de todo y levantándose para ir hacia él y envolverlo en un fuerte abrazo, con cuidado de no ejercer demasiada presión sobre su pecho. Acto seguido, Tilao, que nunca conseguía acordarse de que debía ser cuidadoso, le dio tal apretujón que a punto estuvo de dejarlo inconsciente. Daena estuvo más contenida, pero no menos contenta de verlo.

A continuación, Odeinath se retiró unos pasos y, al examinar la mirada y el rostro de Rafael se preguntó si conocía de algo a aquel hombre.

—¿Está a salvo el
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? —le preguntó Rafael, saliéndole solas las palabras de la boca antes de poder decir nada más, antes incluso de sentarse en la silla que Bahram le ofreció o de que Dariush pudiera buscarle una copa en la antigua vitrina construida en el interior de un arco en la pared.

—Sí, lo está —dijo Odeinath sonriendo y agradecido en extremo de que aquélla fuera la primera pregunta de Rafael.

Rafael le sonrió lánguidamente y se desmoronó en la silla. Odeinath se dio cuenta de que llevaba un puñal en la mano, aunque no era el que le había regalado en Mons Ferranis, muchos años atrás. Odeinath se aseguraba de que todos los miembros de su tripulación pudieran defenderse solos, aunque muy pronto, en el caso de Rafael se hizo obvio que su mejor estrategia en una lucha era algo que los demás calificarían de traición: la sorpresa y un filo envenenado, cuando menos, con algún fármaco.

—Un matón de una de las hermandades no creyó que yo estaba al servicio imperial —explicó Rafael.

Odeinath se recostó en la silla y su sonrisa se desvaneció. Estaba al corriente de aquello pero, por Thetis, ¿qué había pasado con aquel hombre? Rafael parecía mil años más viejo. Su orgullo y su determinación estaban recubiertos de otra cosa, algo más duro. Se había desarrollado, convertido en un hombre de indudable presencia... ¿pero qué iba mal?

—Tú no estás al servicio del imperio, ¿verdad? —dijo Daena, insegura. Sus palabras se quedaron flotando en el aire, mientras la mirada de Rafael pasaba de uno a otro, y Odeinath advirtió que estaba a punto de cerrase en banda, porque aunque Rafael pensaba que estaba entre amigos, de pronto ya no estaba seguro y ellos parecían estar a punto de rechazarlo.

¿Qué iba a hacer Odeinath si Rafael estaba de parte del Imperio?

—¿Estamos en sitio seguro? — preguntó Rafael a Bahram rápidamente, nervioso.

—Nos conoces a todos, mi gente ha estado conmigo toda una vida y te aseguro que no hay nadie más escuchando.

Rafael empezó a hablar, pero después negó con la cabeza.

—Desgraciadamente, no estáis a salvo. Hay hechiceras de la noche en la ciudad.

Odeinath apretó con fuerza los reposabrazos de la silla mientras afloraban sus recuerdos. Alaridos por la noche, los sirvientes llevando abajo el cuerpo de su abuelo, el rictus de terror en su rostro al deslizarse la sábana que le cubría y la madre de Odeinath apartándole sin darse cuenta de que ya lo había visto.

El completo silencio que siguió, como si su abuelo jamás hubiera existido y después, años más tarde, comprender que habían asesinado a su abuelo con el único propósito de aterrorizar al líder scartaris, de quien había sido un consejero menor.

Todo el mundo que vivió aquellos tiempos tenía una historia similar. Pese a que quizá no murieron o desaparecieron más de cuatrocientas o quinientas personas durante la época de las hechiceras de la noche, no era algo que pudiera olvidarse.

Los otros tres amigos intercambiaron miradas de perplejidad. Naturalmente Bahram estaba fuera, era aún un niño en Mons Ferranis. Daena y Tilao eran demasiado jóvenes y nunca habían vivido en Vespera.

—¿Hechiceras de la noche? —preguntó Bahram y, a no ser por el silencio sepulcral de la habitación, hubiera sonado como una pregunta escéptica.

—Son algo abominable —dijo rotundamente Rafael. Odeinath se dio cuenta de que estaba atemorizado y Rafael no era un hombre propenso al miedo. La temeridad y el exceso de confianza estaban más en su línea.

—Transforman tus sueños en pesadillas —dijo con desaliento—. Mientras duermes, no tienes un completo control sobre la mente, y ellas lo aprovechan para recoger información sin que tú recuerdes nada excepto un mal sueño.

—Entonces, lo que le hemos contado a Bahram... —dijo alarmada Daena.

Thetis, ella tenía razón. Habían venido a la ciudad transportando un secreto bien guardado en el
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y en su cabeza. Por el momento, la grabación se encontraba a salvo, pero si las hechiceras de la noche podían leerles la mente, todos estaban en peligro.

—¿Qué le habéis contado a Bahram? —preguntó Rafael.

Se hizo otro silencio sepulcral. Odeinath y Daena intercambiaron miradas.

—No deja bien parado al Imperio —dijo Odeinath con cautela.

Se miraron unos a otros, paralizados. Si los pensamientos podían ser extraídos de sus mentes, contarle a Rafael un secreto así pondría su vida en peligro. Y todos ellos ya se encontraban en un terrible peligro.

—¿Estás seguro de que hay hechiceras de la noche en la ciudad? —le preguntó Odeinath a Rafael—. ¿Quién te lo ha dicho?

—Alguien que debe saberlo —contestó Rafael—. Según parece, son muchas las personas que han sufrido pesadillas recientemente.

Bahram asintió con la cabeza.

—Tiene razón.

—¿Sabéis algo que es perjudicial para el Imperio? —preguntó con prudencia Rafael—. ¿Cómo de perjudicial? No quiero saberlo, pero necesito encontrar una manera de protegeros. Ahora mismo el emperador y su madre están preocupados con la capitulación de Vespera, de manera que puede que tengáis una oportunidad.

—Tenemos pruebas de algo que hizo el Imperio, algo terrible —dijo Odeinath, con la esperanza de que su confianza en Rafael aún estuviera bien fundada y mientras trataba de asimilar el daño que le había ocasionado la mera mención de las hechiceras de la noche, incluso en una habitación llena de viejos amigos.

—¿Más terrible que lo ocurrido en la isla de Zafiro? —preguntó Rafael.

—Sabemos quiénes eran los tratantes árticos —dijo Odeinath—, y la razón de su profundo odio.

—Ellos odian al Imperio porque los derrotó.

—Ojalá eso fuera todo —dijo Odeinath—. Se trata de algo mucho peor.

Rafael se recostó en la silla durante un instante, dando golpecitos con los dedos sobre la cabeza tallada de león en el extremo del reposabrazos.

Parecía incongruente estar manteniendo esa conversación, en un lugar al que Odeinath nunca deseaba ir y en una habitación que podría ser perfectamente la de cualquier casa de Mons Ferranis. Excepto por el ruido distante de los gritos y el ligero olor a humo procedente de las llamas de los Portanis.

—Debo marcharme —dijo Rafael tras un momento—. De inmediato. Cuanto menos sepáis de mí, mejor para vosotros. Bahram, dile a Dariush que me traiga papel, pluma y un sobre que pueda sellar.

—Deberíais abandonar la ciudad —dijo Bahram, haciéndole un gesto de aprobación a Dariush.

—Pero tú no puedes —replicó Odeinath—. Y con lo que sabes, si el imperio lo descubre, ni siquiera el hecho de ser un Ostanes te salvará. Los accidentes son fáciles de simular en los tiempos que corren.

El gesto de Bahram era de reticencia y Odeinath comprendió que, a pesar de toda su experiencia en el terreno del espionaje, en realidad Bahram nunca se había encontrado en peligro por desempeñar su papel desde una posición privilegiada, con la ayuda de criados locales y de mercenarios que habían estado al servicio de Ostanes toda la vida. Sin mencionar el hecho de que muy pocos podían albergar la esperanza de salir indemnes después de matar a un influyente banquero monsferratano.

Pero ahora no estaban hablando de dinero y Bahram tenía razón. Mons Ferranis no era una potencia suficientemente fuerte para enfrentarse a un Imperio victorioso y, con toda seguridad, tampoco para vengarse de algo como aquello.

Dariush regresó y colocó meticulosamente la pluma, el papel y el sobre frente a Rafael, alineándolos instintivamente con los bordes de la mesa. Odeinath reprimió una sonrisa. No era ninguna sorpresa que la casa de Bahram estuviera inmaculada.

—No os marchéis esta noche —dijo desapasionadamente Rafael—. Hay algo que necesito que hagáis por la mañana, aunque sé que os estoy poniendo en peligro al pediros esto. Por favor, creedme cuando afirmo que es nuestra mejor esperanza. No permitiré que aquél a quien sirvo me impida ayudar a mis amigos. ¿Soy bastante claro?

Odeinath comprendió un poco más tarde que el significado de las palabras de Rafael era claro, a pesar de que en aquel momento pareciera un extraño.

—¿Haréis esto? —dijo Rafael escribiendo a toda velocidad y apretando el papel con tanta fuerza que Odeinath pensó que iba a romperlo.

—Sí —dijo Odeinath. Bahram asintió con la cabeza y lo mismo hicieron los otros dos poco después.

—Lo primero (y esto no tiene nada que ver, Bahram), necesito un barquero que pueda mantener la boca cerrada, para que venga al palacio ulithi una hora antes del amanecer. ¿Podrás arreglarlo?

—¿Saldrá mi gente perjudicada si lo hago?

—Ni lo más mínimo. Esto no se relacionará contigo.

—Entonces, cuenta con ello.

—Segundo: en el interior del sobre encontraréis lo que tenéis qué hacer y adonde tenéis que ir. Llevad las pruebas con vosotros. No lo abráis hasta mañana por la mañana. Incluso si os encuentran las hechiceras de la noche (lo que es tan sólo una posibilidad; no sé cuántas habrá en la ciudad), el imperio necesitará tiempo para actuar. Las hechiceras tendrán que despertarse e informar, y tendrán que planear algunos inoportunos accidentes. Sin mencionar el hecho de que ellos no sabrán hacia dónde os dirigís, porque está explicado aquí, dentro del sobre.

—Adelante —dijo Odeinath. Rafael dobló el papel y el sobre y se lo entregó a Bahram, que ya tenía preparados la cera y el sello de Ostanes.

—Dispongo de alguna protección —dijo Rafael al levantarse. Odeinath se preguntó qué significaba aquel repentino y ligero cambio en su expresión. Quizá Daena lo hubiera captado; ella siempre era más perspicaz a la hora de interpretar las expresiones—. Adiós, y espero que nos encontremos en tiempos mejores. Ah, y una cosa más —y Rafael miró a Bahram.

—Contigo siempre hay una cosa más —dijo Bahram, aunque nadie sonrió.

—Existe un enclave ralentiano en el Alto Averno. No tienen nada que ver con el clan Jharissa y el Imperio lo sabe. Pero el populacho no. Si puedes utilizar a algunos de tus mercenarios o tomar prestadas algunas tropas de clanes para protegerlos, ellos lo merecen.

Dijo adiós con la mano y se dio la vuelta, dirigiéndose a las escaleras con tanta rapidez que Dariush tuvo que correr tras él. Un momento más tarde oyeron el portazo que dio al salir.

—Yo no debería haber vuelto —dijo Odeinath, y rogó a Thetis por el
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, anclado en un puerto, donde no podía protegerlo.

* * *

Rafael se habría ido directamente al Orfeo's, pero primero se dirigió al norte, hasta la cuenca sur del Averno para echar una ojeada a los Portanis y grabar a fuego aquella imagen en su memoria.

Como si, después de lo que acababa de suceder, aún necesitara más.

Era una escena propia de una pesadilla, peor que la que cualquier hechicera de los sueños pudiera enviar, sencillamente porque era real. Columnas de espeso humo negro ascendían desde numerosas viviendas, otras casas eran ya ruinas ennegrecidas y los destellos azules de las armas de éter iluminaban el cielo de la noche en los lugares donde los globos de agua habían quedado destrozados por la violencia. Oyó gritos, alaridos que reverberaban en el agua, al lado de un torrente de embarcaciones que habían zarpado y se dirigían a mar abierto. Eran tantos, que se habían quedado atascados en el canal.

En el lado opuesto, había oscuras figuras corriendo por todas partes, tres o cuatro combates estaban teniendo lugar en las calles, entre los destellos de las armas de éter, y varios cuerpos inmóviles yacían en las esquinas. No había muchedumbres, tan sólo hermandades que andaban sueltas y familias de tratantes árticos aterrorizadas que estaban atrincheradas en sus casas, mientras destacamentos de tratantes árticos procedentes del palacio jharissa trataban de abrirse camino a través de las calles para ayudarlos.

Y Rafael se dio cuenta de que tampoco eran solamente tratantes árticos. Vio corazas azules, un destacamento de soldados xelestis con escudos y cuchillos que estaba cargando contra un grupo de alborotadores, empujándoles hacia el agua del Averno, mientras llegaban otros destacamentos de los clanes Seithen, Barca, Estarrin y Decaris. La violencia debió de estallar cuando las noticias de Zafiro llegaron a la isla, casi con seguridad de manera deliberada, pero daba la impresión de que los clanes de Vespera, sin órdenes del Consejo o, en algunos casos, de sus propios líderes prisioneros hubieran tomado cartas en el asunto y estuvieran invirtiendo todas sus energías en un intento de restaurar el orden.

No importaba lo que ocurriera mañana; Vespera aún era la ciudad de los clanes y Rafael empezó a creer en las palabras de Leonata al observar a los soldados de los clanes negándose denodadamente a ceder terreno. Incluso pudo ver fugazmente la delgaducha silueta de la gran thalassarca Corian Decaris, con una armadura que le venía muy grande, que dirigía a sus tropas y, unos momentos más tarde, a Asdrúbal Barca enfrentándose a un grupo de alborotadores con algunos soldados detrás y haciéndoles poner pies en polvorosa. Justo antes de darse la vuelta en dirección a casa, escuchó el tintineo de la cota de malla por debajo y vio a una compañía de mercenarios monsferratanos con la armadura completa dirigiéndose hacia el Averno.

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