—¿Volvió a encontrar el amor?
—No, y ¿sabes?, un zapatero puede ser muy atractivo para las mujeres.
—Dale a una mujer un par de zapatos nuevos y su vida cambia.
—Es verdad. Bueno, él era un hombre magnífico, muy divertido y brillante. Me recuerdas a él en muchas cosas. Michel Angelini era un gran diseñador, en mi opinión, un adelantado a su tiempo. Le encantaría el zapato que diseñaste, créeme.
—¿Tú crees?
Este cumplido significa mucho para mí. Después de todo, mi bisabuelo diseñó cada uno de los zapatos que fabricamos en nuestra compañía. Su trabajo sigue siendo relevante cien años después.
—Le alegraría mucho saber que los zapatos Angelini siguen funcionando. También le emocionaría saber que mantienes su legado. Sacrificó mucho por su trabajo. Bueno, por lo menos su vida privada.
El significado de este sacrificio no se me escapa. Lo cojo: una vida creativa es completamente absorbente. Si no estamos en el edificio de la tienda de zapatos, los estamos repartiendo, y si no, estamos creando nuevos. Es un círculo que nunca se cierra, especialmente cuando hacemos bien nuestro trabajo.
—Qué pena que nunca encontrara otra mujer con la que compartir su vida.
—Mi suegro estaba loco por ella. La verdad es que nadie se podría comparar con ella. Eso me lo dijo él varias veces. La echó de menos hasta el día que murió, lo sé con seguridad porque yo estaba con él.
—Abuela, siempre me he preguntado por qué el cartel encima de nuestra tienda dice «Desde 1903», cuando en realidad el abuelo y su padre emigraron en 1920.
La abuela sonríe.
—Él conoció a Jojo en 1903. Esa era su manera de recordarla.
Pienso en Roman y en si nuestro amor durará. Parece que las mujeres de mi familia tienen que luchar para conservar el amor. No nos llega con facilidad ni se queda sin pelear. Tenemos que trabajar por él.
—¿Te encuentras bien? —pregunto a la abuela.
—El último viaje que hice con tu abuelo fue en esta época del año, la primavera anterior a que muriese.
—Ni siquiera sabíamos que estaba enfermo.
—Y sí que lo estaba. Creo que él sabía que era la última vez que vería Italia. Estuvo mal del corazón durante años, solo que nunca mencionábamos el tema.
La abuela corta un panecillo y pone la mitad en mi plato. Recuerdo que Tess me dijo que el abuelo tenía una «amiga». Estamos lejos de Perry Street y la abuela se está abriendo de una manera que nunca haría en casa. Suelo evitar hablar de estos asuntos tanto como ella, pero el momento está aquí, y el vino vigoriza, así que pregunto:
—Abuela, ¿el abuelo tenía una amante?
—¿Por qué lo preguntas?
—Tess me contó que sí.
—Tess es una bocazas —protesta la abuela frunciendo el ceño.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Qué bien te habría hecho?
—No sé, una historia familiar sincera significa algo.
—¿Para quién?
—Para mí. —Me estiro y pongo mis manos sobre las suyas.
—Sí, tuvo una amante —suspira la abuela.
—¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo encontró el tiempo?
—Los hombres siempre encuentran tiempo para eso —explica la abuela.
—¿Cómo? Vivíais y trabajabais en el mismo edificio.
—Estamos en un viaje de negocios, no en un retiro de Cuaresma —dice la abuela—. Me reservo mis secretos para el confesionario.
—Imagina que soy una versión del padre O'Hara, pero con mejores piernas.
—¿Qué quieres saber?
—¿Te enfrentaste a él? ¿Te enfrentaste a ella? —pregunto. Me imagino a mi independiente abuela defendiéndose, como Norma Shearer cuando se enfrenta a Joan Crawford en la película
Mujeres
.
Ella asiente con la cabeza y dice:
—Cuando mi esposo murió, la vi en la calle. Le dije que la conocía y ella lo negó, lo cual fue amable de su parte. Luego le pregunté si lo había hecho feliz.
—¿Te contestó?
—Dijo que no, que ella no había podido hacerlo feliz. Él deseaba serlo conmigo. Aquello me conmovió. A pesar de todos nuestros problemas, la verdad es que yo amaba a tu abuelo. Pasamos por tiempos difíciles en nuestro negocio y eso nos perjudicó en casa. Fui muy dura con él cuando fracasó al probar nuevas cosas y el llegó a guardarme rencor.
—Ser un artista implica intentar nuevas cosas.
—Ahora lo sé, pero antes no. También aprendí que, cuando un hombre se encuentra disgustado con su esposa, actúa en consecuencia.
—Debiste de sentirte furiosa.
—Por supuesto que lo estaba, e hice lo que muchas mujeres hacen con su ira, la enterré. Nos distanciamos, dejamos de hablar. Nos íbamos a la cama enfadados y nos levantábamos enfadados. Cumplíamos nuestras obligaciones, manteníamos la casa y cuidábamos de los niños, pero el hecho mismo de guardarlo todo crea una forma diferente de resentimiento. Mi manera de herirle era actuar como si no le necesitase. —La abuela se quita las gafas, se limpia una lágrima y continúa—. Me arrepiento profundamente de eso. Quizá, pienso, uno de esos días en los que él se tomaba un descanso y salía a la terraza a fumar, yo podría haber subido las escaleras y salir con él para ponerle los brazos alrededor del cuello y decirle que lo amaba. Tal vez así lo hubiéramos solucionado. Pero no lo hice y no lo solucionamos y eso fue todo.
Tengo jet lag y no puedo dormir. Me siento junto a la ventana del Spolti Inn y espero a que llegue la mañana. Las casas están a oscuras, pero la luna brilla y convierte la calle principal en un fulgurante río plateado. Las ondulantes colinas desaparecen en la oscuridad mientras las nubes pasan frente a la luna como globos de fiesta.
Echo atrás la colcha y me meto en la cama. Tomo el
Viaje a Italia
de Goethe. Mi punto de lectura es una fotografía de Roman en el exterior del Ca' d'Oro. Cierro el libro y cojo mi teléfono móvil. Marco. Me salta el contestador, así que escribo un mensaje:
Llegada sin percances. ¡Bella Italia! Te amo, V.
Luego llamo a casa. Mamá coge el teléfono.
—¿Mamá? Hemos llegado.
—¿Cómo ha ido el viaje?
—Bien. Conduzco un coche con cambio de marchas. La abuela y yo necesitaremos collarines después de un mes en ese coche. Da saltos como un Old Paint. ¿Cómo está papá?
—Hambriento, pero la dieta orgánica parece que funciona.
—Dale un plato de espaguetis.
—No te preocupes. Come el salami a escondidas. Cuando esté curado, no podremos decir que fue gracias al tofu. ¡Eh!, he puesto una sorpresa en tu maleta, para Capri. Está en una bolsa roja de Macy's.
—Magnífico.
La idea de sorpresa de mi madre es un sujetador de media copa que hace juego con unas bragas culote, estampadas con unos granos de café bailarines y la palabra «Energética» bordada a lo largo del trasero.
—Algo maravilloso te sucederá en la isla de Capri. Pienso en compromiso.
—Mamá, por favor.
—Solo estoy diciendo que te des prisa. No quiero que coincidan mi primera operación de estética y tu primer baile de boda. Me estoy demacrando como un
soufflé
.
—Mamá, no necesitas ninguna operación.
—Cuando estaba fregando las baldosas del baño me vi de pasada y me dije: «Dios santo, Mike, pareces un títere de calcetín». Podría ponerme Botox, pero no se están diciendo cosas muy buenas de él, además ¿qué sería de mi cara si quedara inexpresiva? Lo mío es el movimiento.
Mi madre podría hablar doce horas transatlánticas sin parar sobre la estética y la cosmética, así que la paro y le digo:
—Mamá, ¿cómo se sabe si el hombre es el hombre?
—¿Quieres decir que si él será un buen esposo? —Hace una pausa y luego añade—: Lo más deseable es que el hombre ame a la mujer más de lo que ella lo ama a él.
—¿No debería ser igual?
Mi madre ríe con ganas y responde:
—Nunca puede ser igual.
—Pero ¿y si la mujer ama más al hombre?
—Le espera una vida infernal. Como mujeres llevamos todas las de perder, porque el tiempo es nuestro enemigo. Nosotras envejecemos, los hombres maduran. Confía en mí, allá afuera hay mujeres de sobra buscando un hombre, a ellas no les importa hacerse con el esposo de otra, no les importa si es viejo, si renquea o es sordo —dice bajando la voz—. Aunque tu padre tenga cáncer y sesenta y ocho años, es un buen partido. Yo no necesito un segundo asalto en la trifulca de la infidelidad. Tengo veinte años más, he engordado cinco kilos y mis nervios, seamos realistas, están deshechos. Además, le dejé cometer un error una vez, pero ¿dos? ¡Nunca! Así que me conservo guapa y sonrío, incluso si en mi interior lloro. ¡Conservación! ¿Crees que quería ir al dentista y que me extrajeran todo lo plateado de la boca y me lo cambiaran por una cantidad de porcelana suficiente para construir un santuario y una fuente para Nuestra Señora? Por supuesto que no, pero tuve que hacerlo. Cuando sonreía con mis viejos dientes, era como mirar en el interior de un barril de encurtidos, y no me gustaba. Una mujer debe sufrir mucho para mantenerse en forma y para mantener a un hombre… interesado. Y no pienses que estoy bromeando sobre la operación de cirugía estética. Tengo un vídeo con el anuncio de
Thermage Tivoed
y lo he mirado varias veces. La cuestión es que en él aparecen unas mujeres que se ven mejor que en las fotografías de antes y todavía no he deducido por qué. Muéstrame una mujer mayor de sesenta… —Mi madre se ahoga y tose, pronunciar ese número de verdad le cierra la garganta. Después prosigue—: Una mujer que haya pasado ese límite y que no sepa que tiene que luchar como una tigresa y yo te enseñaré una mujer que se ha dado por vencida. La única diferencia entre las mujeres que se abandonan y terminan buscando a Andy Rooney con peluca y yo es mi voluntad. Mi fortaleza. Mi determinación a no renunciar.
—Mamá, eres el Winston Churchill del antienvejecimiento. «Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca dejes tus abdominales». Haces que me entren ganas de saltar de la cama y hacer flexiones.
—Cariño, una novia diligente es una novia feliz.
La abuela se sujeta de mi brazo mientras subimos la inclinada colina y pasamos la iglesia hasta Vechiarelli e hijo, nuestros curtidores desde que los Angelini han sido zapateros. Las calles secundarias de Arezzo despliegan sus colores, rosas damas, cenas rojas sobre paredes de estuco rosado, ropa blanca recién lavada que cuelga contra el cielo azul, series de pequeñas macetas rebosantes de hierbas verdes en las ventanas de las cocinas y alguna fuente de pared, con la forma de una cara, de la que cae el agua carbónica, como una cascada, en una urna.
—Es la primera tienda a la derecha —dice la abuela. Cuando llegamos arriba de la calle, la abuela jadea.
—Gracias a Dios —digo. Mi corazón late con fuerza—. Creo que debimos venir en coche, aunque no creo que hubiera conseguido subir esta colina. No creo que tenga una marcha para esta pendiente.
La abuela se detiene, se arregla la falda, se alisa el cabello, se asegura de que su bolso está en su brazo y me dice:
—¿Qué tal me veo?
—Estupenda —le digo. Estoy sorprendida, la abuela nunca me había pedido mi opinión sobre su aspecto.
—¿Cómo está mi pintalabios?
—Vas de rosado, abuela, de rosado Coco Chanel.
La abuela echa los hombros hacia atrás y dice:
—Bien, vamos.
Vechiarelli e hijo es una casa de piedra de tres plantas que se encuentra al final de la calle, con una disposición similar a la de nuestra tienda. La entrada principal, usada para los negocios, tiene una amplia puerta de madera bajo un pórtico. En las plantas altas hay puertas dobles que conducen a unos pequeños balcones en cada uno de los niveles. En la última planta, la puerta está abierta y apuntalada con una calza. Hay una alfombra persa colgando sobre el balcón, oreándose con la brisa.
Mientras subimos los escalones para entrar en la tienda, escuchamos una acalorada discusión, dos hombres que se gritan con toda la fuerza de sus pulmones. El sonido de algo de madera que se cierra ruidosamente subraya la pelea. Están hablando en italiano y demasiado rápido para mi nivel de comprensión.
Me vuelvo hacia la abuela, que está detrás de mí, con una expresión que dice que deberíamos correr antes de que los chalados de dentro descubran que tienen compañía y le digo:
—Tal vez debimos haber llamado primero.
—Nos están esperando.
—¿Esto es una especie de comité de bienvenida?
La abuela me hace a un lado, levanta la aldaba de metal y golpea varias veces. La discusión del interior parece aumentar mientras las voces se acercan hacia nosotras. Doy un paso atrás. Hemos activado un nido de avispas y el enjambre parece mortífero. De pronto la puerta se abre desde dentro y surge un anciano de cabello blanco, pantalón de pinzas de lana y camisa de vestir de rayas azules. Tiene un aspecto de absoluto fastidio en la cara, pero la molestia desaparece cuando ve a la abuela.
—¡Teodora!
—Dominic,
come stai
?
Dominic abraza a la abuela y le da dos besos. Estoy detrás de ella y advierto que, cuando él la besa, cambia la línea de la columna vertebral de la abuela. Crece un par de centímetros y se relajan sus hombros.
—Dominico,
ti presento mia nipote
, Valentine —dice ella.
—
Que bella
! —Dominic me aprueba.
¡Mejor eso que la otra alternativa!
—Encantada de conocerle,
signor
Vechiarelli —digo yo, y él me besa la mano. Observo su rostro, es el mismo rostro del hombre de la fotografía guardada en la bolsa de terciopelo que encontré al fondo del cajón de la abuela. Intento no exteriorizar mi asombro, pero estoy impaciente por volver al hotel y mandarle un mensaje a Tess.
—
Venite, venite
—dice.
Seguimos a Dominic al interior de la tienda. Una enorme mesa de trabajo ocupa el centro de la habitación y una serie de profundos estantes llenos de hojas de cuero cubren toda una pared, del suelo al techo. Anticuadas lámparas de hojalata cuelgan sobre la mesa, iluminando la madera pulida con esferas de luz blanca. Si cierro los ojos, la fragante cera, el cuero y el limón me transportan a mi casa en Perry Street. Una única puerta lleva a la habitación de atrás. Dominic llama a través de la puerta abierta:
—Gianluca! Vieni a salutare Teodora ed a conoscere sua nipote —dice Dominic. Luego me mira y levanta las cejas—. Gianluca é mio figlio e anche mio socio.