Con un suspiro —¿de alivio, de hastío, un lamento contenido? Ni él lo sabía— dejó el manuscrito en la mesilla de Ikea y cogió la carta que había sobre ella. Por sexta o séptima vez desde que le habían entregado el paquete, recorrió la escritura apretujada y nerviosa, la misma que adornaba una pequeña tarjeta que le habían dado en la mesa de un café; le parecía que había sido en otra vida.
Querido comisario:
Hace tiempo que espera estas explicaciones… demasiado, y soy yo el principal culpable de ello. Soy consciente de cuánto me equivoqué al no abrirme a usted, al no confiar en usted, cuando aún estábamos a tiempo. Por siempre recaerá sobre mí esa culpa… esa inmensa culpa.
Mi nombre aparece hoy en la primera página de todos los periódicos… mi nombre y el suyo, especialmente comentando su misteriosa desaparición. Encontrarlo no ha sido cosa fácil: créame cuando le digo que si yo lo he logrado, otros podrán hacerlo llegado el caso.
¿Hay algo de verdad en las teorías paranormales que circulan en estos momentos para explicar aquellos hechos? Francamente, no lo sé… Quizá tenga usted una teoría al respecto. Me enteré, a través de la prensa, de que se hallaba a unos metros del sitio donde nos encontramos los tres… También usted se vio atrapado por la tormenta…
En todo caso, espero que comprenda que mi partida nunca ha tenido como fin el escapar a mis responsabilidades o huir de la justicia. Soy culpable, ya se lo he dicho; demasiado bien lo sé. Pero lo que hice, lo hice ante todo para proteger a un niño que nunca podrá estar tranquilo mientras Pierre Andremi ande por ahí suelto. Ese hombre, como sin duda ya imaginará, tiene contactos por todo el mundo. Y estoy seguro de que Bastien sigue siendo prioritario para él. Por eso, comisario, no encontrará ningún remite en este manuscrito: para su información, ha circulado por numerosos países antes de llegar hasta usted. Hoy día ya no estamos solos: no puedo condenar a Bastien a vivir como un animal acorralado, y poco a poco, con el tiempo, la resistencia se organiza para garantizar su protección… lejos de Laville-Saint-Jour, claro. Y con todas las ayudas de la gente de buena voluntad que vamos encontrando en nuestro periplo.
Este es mi testimonio; las cosas tal y como yo las viví… Mi historia… Y, desgraciadamente, también la suya, la de Audrey Mi-11er, la de Bastien Moreau… Este testimonio se lo debía ante todo a usted. Más tarde, cuando todo haya acabado, ya habrá tiempo de ofrecerlo al público.
Al leerme, sin duda se habrá interrogado por la actitud de Audrey Miller, por su silencio, por sus declaraciones algo contradictorias desde que salió del hospital. Creo que ahora ya tiene la clave. A su modo, Audrey está presa. Usted tiene el poder de liberarla. Y si lo desea, tiene también el poder de vengarse… no sé si tal perspectiva podrá atenuar el sufrimiento que debe de sentir en todo momento; si es así, le ofrezco la posibilidad de que se una a nosotros. No pensaba pedirle ayuda —¿con qué derecho podría ni pensar en hacerlo?—, pero Suzy Belair me ha convencido de lo contrario. Me dijo: «Ha perdido a su mujer y a su hija… No dejará que una mujer y un niño sigan presos de esos monstruos…». ¿Lo conoce a usted suficientemente bien? Espero que sí…
En unos días, se pondrá en contacto con usted… uno de los muchos intermediarios de una larga cadena que lo conducirá hasta mí, hasta nosotros. Es usted libre de seguirla. Su ayuda en este asunto es más que preciosa: legítima.
Confiamos en usted.
Le ruego me perdone,
Nicolas le Garrec
Claudio Bertegui aún leyó varias veces más la carta, como si pudiera aparecer algún mensaje codificado en ella. Finalmente dejó el papel, se quitó las gafas, apoyó su cabeza en la almohada, cerró los ojos… Le asaltaron algunas imágenes —lloró— y luego otras, las de una mujer a quien vio fugazmente una fresca mañana brumosa en la cafetería del Saint-Exupéry, y a quien seguía desde hacía meses, que besaba a su hijo con un cariño apasionado cuando se encontraba con él, y cuya oscura mirada brillaba con un fulgor nostálgico cuando observaba al niño… Y luego otras, de un enfrentamiento soñado con un hombre sin rostro, vestido de negro, una sombra en la niebla… Recordó la fuerza de Suzy Belair, su apoyo incondicional, cuando diez días después de la tormenta de niebla, habían descubierto los dos cuerpos —una mujer, una niña— asesinados, sin rostro, en los bosques que rodeaban La Talcotière.
Junto a ella, a su lado, había podido descargar su dolor… Con ella, había llegado a entender por qué Andremi las había capturado y nunca las había entregado: «No podía obrar de otro modo —le había explicado la astróloga—. Solo la sangre lo hace vibrar, y si ha podido controlar sus impulsos mientras se encontraba por los alrededores a fin de no llamar la atención, las fuerzas salvajes que lo habitan terminaron por vencerlo… como lo vencerán siempre. Las raptó para silenciarlo a usted. Las sacrificó porque le suministraron la fuerza para escapar cuando todo a su alrededor se estaba desmoronando. Es un vampiro… Nos enfrentamos a un vampiro…». Tenía razón en todo, y entender no había ayudado para nada a Bertegui a sobrellevar su dolor; simplemente, la verdad le había dado fuerzas para sobrevivir.
Las imágenes se difuminaron y pensó en la manera en que debería actuar para rescatar a la madre y al hijo. Sería difícil, pero no imposible, si contaba con una red sólida y con algunos colegas indignados con el modo en que se estaba llevando la investigación. Y luego, por fin, algún día, puede que no llegara a curarse, pero sí al menos hallaría un cierto consuelo, que solo encontraría en la sangre que pensaba derramar… La de Andremi y la de todos los que lo habían ayudado. Le Garrec ya le había dado algunos nombres que le faltaban… y ya averiguaría otros. Además, ¿qué otra cosa podía hacer Bertegui?
Abrió los ojos, buscó su móvil en la mesilla de noche, marcó un número que solo él conocía. Después de tres toques, descolgó una voz serena, impasible incluso. Bertegui dijo lo siguiente:
—Tenía razón, Suzy… Es un destino horrible… pero lo acepto. Sí, Suzy, lo acepto.
[1]
Muelles que hay en las riberas de Sena, lugar preferido por los patinadores para practicar su afición.
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[2]
En español en el original.
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[3]
En muchas instituciones educativas francesas se exige a los alumnos que llegan tarde un
billet de rentrée
que se expide previa presentación del justificante de la ausencia o el retraso.
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[4]
Noble francés de la Edad Media, famoso por las atrocidades que cometió en su castillo, donde asesinó a centenares de niños.
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[5]
Literalmente, «gorro de dormir», pero en sentido figurado, «plasta, muermo».
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[6]
Iniciales de Valéry Giscard d'Estaing, ex presidente de la República, y de Bernard-Henri Lévy, intelectual y periodista.
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[7]
Nombre artístico del cantante francés de origen polaco que ganó el concurso televisivo
Popstars
emitido en Francia en 2003.
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[8]
Régine Zybelberg es una cantante francesa apodada «La reina de la noche» y famosa por el tinte naranja de su pelo.
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[9]
Presentadoras de
Gymtonic
, programa de aeróbic de gran éxito.
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LAURENT BOTTI, ha estudiado derecho y periodismo. Es un escritor consolidado en Francia, cuyas obras tienen ventas de auténticos best sellers. Antes de dedicarse a la literatura hizo incursiones en los sectores de la prensa y la edición. Pasó su infancia entre Francia y Marruecos.
En España se han publicado hasta la fecha, con gran éxito, dos de sus más afamadas novelas.
Una voz en la niebla
y
Pasaje al Infierno
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