Una voz en la niebla (18 page)

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Authors: Laurent Botti

Tags: #Misterio, Terror

BOOK: Una voz en la niebla
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—Ah, ya veo —repuso Audrey.

—Sí… Un trabajo inesperado —repitió Daniel Moreau—. Ellos son quienes se ocuparon de todo, de absolutamente todo. Hasta de las formalidades de la matrícula.

—¿Y son ellos quienes la han financiado?

—Sí… ni siquiera sé cuánto cuesta realmente, pero… según parece, eligieron bien porque… usted está ahí.

Capítulo 15

C
ésar Mendel echó a andar por la avenida, haciendo rechinar los dientes, fulminante, insensible a aquel entorno que lo había visto crecer: la finca más espectacular del paseo del parque, una auténtica casa solariega, restaurada, adaptada a los nuevos tiempos, cuyas verjas daban directamente al bosque del parque.

Insensible porque había sido… ¡humillado! Él, Mendel…

¡HUMILLADO!

¡Por aquella… zorra! No encontraba mejor definición para ella: aquella furcia asquerosa, con sus aires de parisina de tres al cuarto… ¿Quién se había creído esa que era para atreverse a HUMILLARLO de aquel modo delante de sus amigos?

Abrió la puerta de entrada con violencia, hasta el punto de que casi tiró a Antoinette, la doméstica filipina que terminaba su jornada quitando el polvo a los marcos de la entrada: unos enormes y horribles cuadros con escenas de caza y unas viejas loros del XVIII vestidas como un puto adefesio, unas mojamas que alguna vez le habían contado que eran de la familia (aunque él no se había creído nunca ni una sola palabra, pues su madre tenía la veleidad de hacer ver que pertenecía a una rancia aristocracia arruinada y acumulaba por todos los rincones de la casa
Points de Vue
, la revista del corazón, inventándose todos aquellos antepasados tan ilustres como para que los hubiera retratado no sé qué soplapollas de pintor…).

—¡Ah! ¡Señor, no lo había visto!

Un cacareo estridente de gallina clueca, con un delantalito blanco impuesto por su madre, como si en todas las grandes casas tuviera que haber una chacha oriental, oh colmo del ridículo, ¡disfrazada como si fuera una criada de teatro!

Masculló un vago «Perdone», se dirigió hacia la escalera, dispuesto a subir directamente a su habitación…

¡HUMILLADO!

… pero como las desgracias nunca vienen solas, una voz lo detuvo en su carrera:

—Bueno, bueno, bueno, adónde vamos corriendo así, sin darle un beso a tu madre. Y atropellando a la gobernanta, encima…

Se estremeció. Cerró los ojos. Inspiró profundamente.

—Buenos días, mamá —dijo dándose la vuelta con una amplia sonrisa en los labios—. ¿Le ha ido todo bien hoy?

No le cabía duda de que a la comemierda esa le iba bien: tenía en la mano un bonito vaso de cristal, ancho, macizo, desde el que los restos de un líquido ambarino reflejaban una luz ondulante en su cuello arrugado, un cuello del que pendían varias vueltas de perlas… «… Antiguas, César, pertenecieron a tu tatara-tatarabuela y nunca han abandonado la garganta de ninguna primogénita de la familia» (explicación que inevitablemente había llevado a César Mendel a visualizar a su madre a cuatro patas, montada por su padre, con las venerables perlas esparcidas entre los cojines del lecho conyugal). Estaba justo en la entrada del salón, lo que quería decir: «Llevo aquí jodida todo el día, y se supone que tengo que cortarme en esto de empinar el codo, dado que el doctor Ferot insistió en ello, así que he esperado dieciocho horas para servirme el primer lingotazo y ahora, francamente, César, cariño mío, no tengo ninguna gana, pero lo que se dice ninguna, de apretármelo aquí sola como una gili…».

Fue hacia ella, le dio un beso de niño bueno en la mejilla. Hasta su nariz llegaron unos aromas empolvados, dulzones y alcoholizados y reprimió unas violentas ganas de agarrarla del cuello, ahí mismo, en ese momento, y estrangularla hasta ver cómo los ojos —aquellos ojos que en la familia se decía que eran «azul porcelana», una de las dignas (¿una de las pocas?) herencias de los Morsan de Calignon— cómo los ojos, pues, se le salían de las órbitas como canicas, con el plop que se oye al descorchar una botella.

—Bueno, entonces, ¿cómo te ha ido el día?

La mujer entró en el salón (conocía cada uno de los gestos de su ritual) y la siguió. Más que un salón, el lugar parecía una sala de recepciones. Su padre, que era el director de un banco en aquella región, estaba orgullosísimo de haber comprado aquella casa, muy codiciada, con sus doce habitaciones, su jardín, sus vistas inigualables al bosque del parque, y demás. Evidentemente, el mobiliario era de época: a su madre le encantaba decir que todas aquellas… cosas, adquiridas aquí y allá en anticuarios de toda Francia, habían atravesado los siglos custodiadas en el muelle seno de los Morsan de los Cojones, cuando en realidad esos Morsan seguro que lo habían quemado todo haría cosa de dos siglos para no palmarla de frío.

«Cómo te ha ido el día, entonces», había preguntado la vieja pelleja.

Muy bien, mamá… He asistido a la peor escena de mi vida, ese mierda de parisinucho flacucho jugando al Casanova con la que es LA tía buena de la clase, que respondía a sus embates con suspiros de actriz.

—Muy bien, mamá. Hemos recibido la visita de un escritor…

—¿Famoso? —preguntó.

César Mendel miró fijamente a su madre con una sonrisa glacial: un escritor famoso no presentaba el mismo grado de interés, en la personalísima escala de sus valores que el heredero de una gran familia; pero bueno, algo más en cualquier caso que un escritor anónimo, je je…

—Nicolas le Garrec… ¿lo conoces?

Floriane Mendel buscó la respuesta en el fondo de su vaso, donde no encontró nada más que dos cubitos de hielo, y no dijo nada.

—En resumen, sí, el día ha sido… interesante.

—Ah, mira, pues para mí también, ya ves.

Le costaba dar crédito a lo que oía, pero acogió con calma la noticia del día: a su padre le habían propuesto un cargo en Arabia Saudí.

—Por supuesto, hay… bueno, una pequeña fortuna en todo eso, pero aun con todo, ¿te imaginas que nos mudamos a Arabia Saudí? Me pregunto si se supone que tendré que llevar velo o algo parecido… ¿Te imaginas?

No, la verdad que no se lo imaginaba: bueno, no se imaginaba a sí MISMO perdido por allí (por el contrario, pensó fugazmente que si su madre llegaba a ocultar su cara de mula borracha bajo una… eh… chilaba o lo que fuera, ¡POR FIN haría algo útil por la humanidad!). Y la cabrona tenía razón: ¡eso sí que era un notición!

Mientras le explicaba los pormenores de semejante proyecto —«y me lo acaba de contar todo ahora mismo por teléfono… pero no logro hacerme a la idea…»—, César pensaba en las consecuencias de un traslado, para luego preguntarse si, en caso de fallecimiento repentino, él heredaría de su padre, y si la herencia les permitiría mantener su nivel de vida (bueno, sobre todo el suyo, porque no le importaba nada su hermana de seis años, y menos aún esa… cosa sentada en su Luis XV, que sorbía su dosis mientras retorcía sus perlas, un gesto que le molestaba tanto que había llegado a aborrecer a cualquier chica que tuviera el mismo tic con su pelo).

—… Señor, Señor, ¿dónde vamos a ir a parar?

Interrumpió bruscamente sus reflexiones. Las ganas de arrojarse sobre ella, agarrarla de los pelos y arrastrarla hasta la taza del váter para hacerle comer su propia mierda fueron tan violentas que le provocaron un escalofrío.

Así pues, ¿qué pasaría en caso de fallecimiento… repentino? Interesante pregunta, a la que poder dar vueltas, manipular, disecar como una rana en clase de biología…

—No se preocupe, mamá —la tranquilizó con toda calma—. Estoy seguro de que no nos iremos… —Se acercó, la besó como si estuviera consolando a una niña—. Completamente seguro.

Capítulo 16

L
a señora Miller acababa de irse, Bastien había oído cómo se cerraba la puerta de entrada; en otras circunstancias, sin duda habría ido a la cocina, donde estaban sus padres, para saber lo que se habían contado su profe de literatura y ellos al amparo del secreto del salón. En ese momento, sin embargo, aquella era la menor de sus preocupaciones.

Estaba sentado en el despacho, frente a la pantalla del ordenador. Apenas la señora Miller se había ido de su habitación, había ido a meterse en el Messenger para añadir a Clarabella6 a su lista de amigos.

De momento, Clarabella6 no se había conectado… o no lo había aceptado todavía.

—Como s yama?

En la pantalla, Patoche se había conectado.

Bastien acababa de contarle brevemente sus aventuras del día. Sobre todo, había hecho hincapié en el episodio de César Mendel, pero había hecho alusión solo por encima al encuentro con Opale. Muy por encima, en realidad, pues por alguna oscura razón, aquel hecho le resultaba demasiado… personal. Privado. Y en cuanto a lo de aquel extraño animal que no paraba de menearse en su pecho como si tuviera el baile de San Vito, ya para qué hablar. Además, tampoco habría sabido cómo explicarlo.

—Opale

—vaya nmbr + raro, t mola?

—pse no sta mal;-)

—le sakas 1 foto en 1 movil?

—no tngo movil en camr.

—ah jder, pnsba q si. pidtla pa reyes, ¡kiero ver a la tipa!

¡La tipa! El término molestó a Bastien. ¡Opale no era ninguna tipa! ¡Ni mucho menos!

—pro no lo cojo, tio: se a acrkdo a ablart ¿xq?

Tampoco había mencionado la pesadilla ni el grito… y de todas maneras, en realidad no tenía respuesta para la pregunta de su amigo. Ha venido a verme… ¿porque he tenido una pesadilla? Porque… ¿quería hacerse amiga mía?

—Nse…

—pro t mola?

—pse, pued.

—q raro. M paree q m ocults cosas.

—Y tu, q tal vas?

—bien, tranki… pro m aburr ls dmings dsd q ya no stas aki

—uf yo m aburr tods ls dias

Plin… Una alerta del Messenger.

Clarabella6 acababa de conectarse. Clarabella6 acababa de aceptar su petición.

—stas?

¡Y Clarabella6 le preguntaba si estaba conectado! Dios, el animalito acababa de ponerse a bullir de nuevo: esta vez, no era ni una pantera ni un caballo… sino más bien un hámster que corría en su rueda.

—si… spra 1 sg

Y en un mensaje a Patoche:

—t tngo q djar, m yama mi madr. stas cnctado dspues?

—si, no problm

Luego cambió su estado al de Ausente para poder consagrarse por entero a Clarabella6.

—ya stoy aki

—guay, q acs?

—t spraba

Lo había escrito espontáneamente. Le había salido así. En la soledad del pequeño despacho, se ruborizó por su audacia.

—:-)) as vuelt a casa bien?

Vaciló… ¿debía contarle lo del altercado? Resumió lo acontecido … omitiendo la visita de la señora Miller.

—tn cuidd

—xq? d q?

—César… Va dtrs d mi dsd 1 año psdo. asta cuand no erams d la msm clase.

Bastien releyó tres veces la frase y notó que la rueda con su hámster acababa de desaparecer: va detrás de mí… lo que quiere decir que está celoso… está celoso porque me intereso por ti… esto es lo que leía, comprendía implícitamente.

—y s pligroso

—como q pligroso?

—no se. s pligroso, lo noto…

Nuevamente esa extraña sensación: con Opale, pasabas de la ligereza a la gravedad en unos segundos, en una línea. De pronto, trató de imaginar la luz de la pantalla sobre su cara, su carita adorable con sus… ¿Estaría en su habitación? ¿Navegaría por internet desde su propio ordenador?

—vaya, y nots muxas cosas asi? Lol

LOL… Había añadido esa palabrita
—lots of laugh
, el jejeje a la española— para tratar de recuperar un poco el tono… divertido.

—si

Esa vez, fue él quien dejó de escribir un rato. Para continuar:

—yo tb

A ella, lo intuía, podía decírselo.

—es dsd q yegast aki, n?

¿Cómo podía saberlo? Se lo preguntó.

—s nrml: aki s asi… s notan esas cosas. S 1 ciudd, tiene ondas

—ondas buens, kiers dcir?

—n. aki n ay buens ondas, pro s nrml

—xq nrml?

—s la ciudd, sta maldita

El animal se detuvo bruscamente en su carrera, como una ardilla en una rama. Bastien pensó de repente en la madre de Patoche… «Están las cosas… las cooooosas…»

—provok cosas raras a 1 gnt… provok cosas raras a 1 gnt. lo nots, n?

Sí, lo notaba: en cada piedra, bajo la sombra de cada árbol, había presentido un algo malsano. Algo oscuro que no se puede decir. Sombrío. Pesado. Y contagioso…

Maquinalmente, retiró la vista de la pantalla por un momento: por la ventana, vio cómo las primeras oleadas de niebla enturbiaban el jardincillo, que sin embargo estaba iluminado, como si la noche comenzara a exhalar unos suspiros lánguidos y blancos.

—… las coooosas…

—al finl n m as dixo xq abeis vnido aki? pasar pag… pro la pag d q…?

Lo sabía, el Messenger, internet, la escritura, liberaban la palabra. Verdaderamente, ella no había insistido en el Saint-Ex, y es probable que no hubieran llegado a tener esta conversación en persona. Pero así es: aprendería más, diría más en veinte minutos de Messenger que en dos horas paseándose por ahí.

Le resumió lo del accidente… la necesidad de un cambio.

—mi ermano tb murio

No daba crédito a lo que leía: más y más puntos en común…

—como?

—se suicido n ace muxo, just ants d la vuelt al cole

Un blanco. Bastien no sabía muy bien qué contestar. No había previsto un diálogo así, sino la conversación agradablemente banal de dos adolescentes que se descubren: ¿te gusta tal peli? ¿Qué escuchas habitualmente? ¿Nos vemos el sábado por la tarde? Qué lamentable la profe de «histeria» con esos vestidos de flores que parecen monos hechos con tela para cortinas. Pero tenía que habérselo figurado: lo que constituía la particularidad de Opale no era precisamente su ligereza fresca de adolescente, sino eso: la gravedad.

—xq?

—n sabems… solo djo 1 nota.

—y n da xplikcions n ella?

—n, solo puso 1 cosa como: algún día sucederán cosas terribles y…

Un blanco. Bastien ya no se atrevía a seguir escribiendo, a seguir tecleando. Los dedos se le habían paralizado. También ella, al otro lado, parecía vacilar, como si hubiera intuido que al hacerle semejantes revelaciones, se estuviera vinculando con un pacto más fuerte que todos los juramentos de amor.

—… y ya nada será como antes.

En ese momento, en el Messenger tintineó la musiquita de conexión: en la pantalla, julesmoreau acababa de aparecer en una nueva ventana de diálogo.

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