Una virgen de más (39 page)

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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Aventuras, Histórico

BOOK: Una virgen de más
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Mi anfitriona volvió al instante. La miré detenidamente fingiendo no hacerlo. Ella sabía que yo no le quitaba ojo.

Más cerca de los veinte que de los treinta, se le veía magnífica en un suelto vestido de movediza tela color ocre y unas exquisitas chinelas doradas por las que asomaban los dedos de sus pies. Bajo el brazo llevaba un recargado espejo de mano y lo que parecía una caja de cosméticos. Se había quitado la diadema y, mientras hablábamos, se desanudó varios lazos y se deshizo las plisadas trenzas de estilo tradicional hasta dejar todo el cabello suelto, que brilló bajo la luz de la lámpara. De un color castaño oscuro, era probable que no se lo hubiese cortado desde que había entrado por primera vez en la casa de las vestales.

Constanza dobló un pequeño pie bajo el cuerpo y se sentó en el otro extremo del sofá, dejando espacio entre ambos. Luego puso el espejo en equilibrio sobre una rodilla y procedió a encender un pequeño brasero con la mecha de una de las lámparas.

—Veo que estás acostumbrada a manejar el fuego.

Pese a mi punzada de inquietud, el brasero no era para hacer sortilegios ni oficios religiosos. Era para calentar sus tenacillas de rizarse el cabello. Allí estaba yo, ilegalmente en la casa de las vestales, contemplando a una vestal en su tiempo libre mientras mojaba el peine en una jofaina con agua y empezaba a hacerse un peinado distinto.

—Nos permiten relajarnos —comentó al ver mi asombro. Sus manos torcieron las tenacillas calientes con mucha práctica. Podemos emplear como queramos nuestro tiempo libre, siempre y cuando la jefa de las vestales no oiga música demasiado alta ni huela perfumes que tengan inquietantes fragancias eróticas del país de los partos.

—Así que la sencilla vida de célibe no te molesta…

—Tiene algunas desventajas, no lo niego. —Sus ojos castaños claro brillaron expresivos.

—Pocos visitantes, ¿no es eso?

—Tú eres el primero, Falco.

—Qué suerte la mía. Mi amigo Petronio cree que todas las vírgenes son lesbianas.

—Quizás algunas lo sean. —Me convencí de que ella no lo era.

—O que tienen amantes que entran y salen de noche furtivamente.

—Tal vez algunas los tengan. —No contaba mucho pero añadió alguna sugerencia—: O que todas somos unas brujas gruñonas que quieren desposeer a los hombres, o que la simplicidad de la vida significa dientes ennegrecidos y olores corporales.

—Sí, creo que ésas son otras teorías populares.

—Espero que alguna que otra vez, todas ellas sean ciertas. ¿Por qué generalizar? En cualquier grupo de seis personas hay todo tipo de personalidades. Y tú, ¿cómo lo ves, Falco?

Yo veía muchas cosas pero no estaba dispuesto a decirlas, como, por ejemplo, que me gustaban los pequeños y descarados tirabuzones que se había hecho sobre las orejas.

—Hablas como si hubieses nacido en el lado malo de la Vía Sacra. Un distintivo plebeyo, ¿no?

Constanza se encogió de hombros y sus tirabuzones se movieron ligeramente. En realidad, su acento era del todo neutral, pero le habían enseñado a hablar de una forma aceptable, claro. Era su actitud franca y desenvuelta lo que la delataba.

—¿Piensas que no encajo aquí? —Asentí—. Pues te equivocas. Éste es mi oficio y me siento orgullosa de él. Ah, y nunca esperé llegar a superiora de las vestales, pero no me encontrarás eludiendo mis tareas o deshonrando a los dioses.

—No hay ninguna duda de que tus pasteles salados son maravillosos.

—Exacto. Cuando me retire, tengo planeado abrir una pastelería.

—Yo pensaba que recibirías la dote imperial y te casarías.

Constanza me miró de soslayo mientras soltaba un mechón de pelo de las tenacillas.

—Eso dependerá de las ofertas que haya en ese momento.

Pensé que no muchos hombres tendrían el ánimo suficiente para casarse con aquel vivaz personaje.

Mientras se aplicaba de nuevo las tenacillas calientes, se limpió la carbonilla con una tela suave y luego envolvió un nuevo mechón de pelo en la barra de metal.

—Si el hierro está demasiado caliente, el cabello se cae. —Me lanzó una mirada que me arrepentí de haber hablado—. Bueno, eso es lo que me han dicho. Supongo que mañana tendrán que hacerte de nuevo esas recatadas trenzas para asistir al sorteo. —Constanza hizo una pausa al comprender que había ido a verla para hablar de ese asunto. Le tendí el espejo para que viera cómo iba quedando el peinado—. He estado buscando a la niña desaparecida.

—Pero no la has encontrado. —Era una afirmación llana, una que me puso en mi lugar.

—Ah, pero ¿lo sabes? Supongo que como punto de relación virginal, has recibido informes cada hora.

—Así como peticiones casi cada hora para que discuta la cuestión con tu novia. —Su tono era un tanto crítico.

—Helena Justina es sumamente persistente.

—Y ahora, ¿te ha enviado a ti?

—No, de esto no sabe nada. Visito furtivamente a mujeres por cuenta propia.

—Pues se enterará.

—Yo mismo se lo contaré.

—¿Se enfadará?

—¿Por qué va a enfadarse? Sabe que necesito desesperadamente hablar contigo sobre Gaya Laelia. He entrado colándome por la ventana tras un número razonable de negativas a recibirme, no porque me apeteciera una aventura barata.

—Pues si te pillan aquí será más cara que barata, Falco.

—¡Como si no lo supiera! Y entonces, ¿por qué esa reserva tan obsesiva con respecto a los Laelios?

Constanza dejó a un lado sus artilugios de cosmética y se inclinó hacia mí con vehemencia. Llevaba el traje recatadamente abrochado y sin embargo tuve una extraña sensación de alarma al ver el pálido cuello desnudo de una vestal por encima de los sueltos pliegues de su oscuro vestido.

—Eso no importa, Falco.

Yo estaba molesto y ella fingió no advertirlo.

—Bien, y entonces, ¿que ocurre con Gaya? Sé que habló contigo acerca de hacerse vestal, la primera vez en la recepción de la reina de Judea. Y su madre me ha dicho que vino a verte.

—Sí.

—¿Y cuáles son las preocupaciones de las que quería hablarte?

—Las que conlleva ser vestal, nada más. Pensé que esa cría tenía un maravilloso espíritu inquisitivo. Una candidata de lo más prometedor. Me preguntó por todos los rituales y, como es natural, la ayudé todo lo que pude.

—Yo también te estoy preguntando —gruñí—, pero a mí no me ayudas.

—¡Oh querido! —Sus pucheros no habrían desmerecido a los de una camarera de taberna coqueteando con un cliente.

Contuve el mal humor.

—Gaya me dijo que alguien de su familia quería matarla. ¡Por Júpiter! ¿Cómo es posible que alguien con autoridad la escuche y crea que habla en serio?

—Lo es. A mí me contó lo mismo y me pareció que decía la verdad.

Me recliné de nuevo en el triclinio y sentí que estaba a punto de terminar una horrible pesadilla. Respiré despacio. Mis problemas, sin embargo, no habían terminado. La vestal en cuyos aposentos privados me encontraba gracias a haberme colado a hurtadillas alargó la mano, me acarició la frente y me ofreció vino.

Tenía preparada una jarra siria de cristal en una bandeja y no sabía que yo iría a verla. Debía de ser su sosiego habitual. Sólo había un vaso pero convinimos que no sería inteligente mandar que trajeran otro.

—¿Que te parece? —preguntó con cortesía mientras yo bebía—. No sé de dónde es pero me han asegurado que es bueno.

—Muy bueno. —Yo tampoco reconocí el vino pero, fuera cual fuese la uva y el origen, era más que aceptable. Pensé que me habría gustado que Petronio lo probase. En realidad, me habría gustado que Petronio contemplase toda aquella situación así como verlo soltando su repertorio de aullidos de incredulidad—. ¿Te lo ha regalado un admirador?

—En honor de Vesta.

—Muy devoto. ¿Y qué dijo Gaya? —No dejé que me desviara del camino—. ¿Quién la había amenazado?

—Nadie le hará daño, Falco. No corre ningún peligro.

—¡Tú sabes algo!

—Sé que ahora está a salvo de los miembros de su familia pero no puedo decir dónde se encuentra. Eso no lo sabe nadie. Tendrás que descubrirlo.

—¿Por qué? —Me había sacado de mis casillas—. Ya he perdido todo un día con esto. Estoy derrotado y desconcertado por los obstáculos que han puesto en mi camino. ¿Cuál es la razón? Si supiera de qué tenía miedo Gaya, me resultaría más fácil encontrarla.

—No creo, Falco.

La chica continuó atosigándome con el vino pero yo conocía ese viejo truco. Tal vez lo notó porque me quitó el vaso y bebió ella.

Yo se lo quité de nuevo y lo dejé en la bandeja.

—¡Concéntrate! Pensé que a Gaya la había importunado el «tío Tiberio» con sus proposiciones deshonestas. ¿No lo mencionó?

—Oh, ese hombre era un sucio —admitió de inmediato Constanza.

—Entonces, ¿como es posible que una vestal retirada, Terencia Paula, se casara con él?

—Porque era rico.

—Un hijo de puta rico.

—Engañó a Terencia haciéndole creer que la amaba.

—¿Él era rico y ella tonta?

—¿No vas a rendirte?

—No.

—Muy bien —Constanza decidió darme algo. Tal vez no fuese todo (pocas mujeres lo hacen a la primera ocasión y mucho menos las vírgenes consagradas)—. Terencia se casó con él porque le dijo que era la mujer que siempre había deseado. Ella se emocionó y lo aceptó por una zalamería equivocada y por despecho tal vez…, ya que Tiberio era el amante que su hermana casada le había pasado por el morro durante muchos años.

XLIV

Doblé los brazos sobre el pecho y estiré las piernas, cruzando los tobillos. Me sentía terriblemente cansado.

¿Qué significaba todo aquello para Gaya? Más explosiones en la familia, eso seguro. Lo que en esos momentos entendí era lo que habían querido decir cuando me contaron que «tío Tiberio» era un viejo amigo de la familia.

Sabía que Terencia Paula se había retirado de vestal hacía unos dieciocho meses y que se había casado hacía menos de un año. Estábamos en junio. Su hermana, había dicho el ex flamen, murió en julio del año pasado.

—La boda de la vestal y la muerte de la flaminia prácticamente coincidieron.

—Es lo más probable. —Noté que Constanza se resistía a hablar. Sus brillantes ojos me miraban enfebrecidos. Yo hubiese podido creerla si a ella le hubiera gustado la novedad de mirar a un perro atractivo con rizos desgreñados y una cautivadora sonrisa, para no mencionar, por supuesto, la arruga levemente marcada que se insinuaba en mi perfil meditabundo y sensible.

Ella tenía un aire recatado. Tal vez se la veía severa cuando vestía la túnica religiosa, pero tenía unos rasgos normales iluminados por una inteligencia perceptible; en su tiempo libre era una chica muy bonita. Como hija de un centurión o esposa de un tribuno, habría causado el revuelo de cualquier legión y una fuente inevitable de problemas entre sus hombres.

Por suerte, las chicas bonitas no son ningún problema para mí.

—Me han dicho que la flaminia, ¿se llamaba Estatilia Paula?, murió repentinamente. ¿Sabes cuál fue la causa de su muerte?

—¿Aparte del ataque de ira por el anuncio de la boda de su hermana? —Constanza se mordió el labio—. De hecho, sí lo sé. Tenía un tumor, así se lo había contado a la superiora de las vestales, no para compartir con alguien su tragedia sino para molestar a su hermana, al no querer confiarle a ella su secreto.

—¿Conocía alguien de la familia la larga aventura amorosa de la flaminia?

—Supongo que sí, pero desde luego no la pequeña Gaya.

—¿Significa eso que incluso el flamen lo sabía?

—Se sabía que era un hecho aceptado tácitamente. El suyo era sólo un matrimonio de compromiso.

—Pero eso debía de despertar en él sentimientos de algún tipo. De hecho, el único momento en que lo vi animado fue cuando habló de su esposa.

—Eso —dijo Constanza con frialdad— se debe a que culpa a su mujer de su muerte y haberlo desposeído de su posición.

—Eres muy dura. —No replicó—. ¿Y Gaya? ¿Quería a su abuela?

—Lo que quieres saber es si la muerte de su abuela la afectó, ¿no? Creo que la niña estaba muy unida a Terencia. Terencia la convirtió en su mascota. Me parece que incluso pensó en nombrarla heredera.

—¿Y Laelio Escauro? Tengo entendido que era al favorito de Terencia.

—Sí —respondió Constanza, jugando con uno de sus tirabuzones—, pero sigue estando bajo el control paterno, por lo que no puede tener propiedades.

—¿Cuál es la diferencia?

—Ninguna, tal como están las cosas. Gaya también está bajo la potestad de su abuelo, pero si se convirtiera en virgen vestal, una vez habitara la casa de las vestales, a diferencia de sus otros parientes, podría tener propiedades. De hecho, hasta podría hacer testamento.

—Entonces, si Terencia muere y Gaya hereda, el botín le pertenece a ella de inmediato y puede legarlo incluso a alguien que no sea miembro de la familia, mientras que si Gaya no consigue hacerse vestal, todo lo que Terencia deje a Gaya o a su padre será controlado por Laelio Numentino desde el momento en que entre en vigor el testamento.

Todo esto era muy intrigante.

—Mientras viva. Luego, la posición de cabeza de familia pasa a Laelio Escauro.

—A quien incluso su querida tía puede considerar un tipo algo ingenuo para mantener el control… Pero si enfurece demasiado a su padre, Numentino podría desheredarlo.

—Todo esto te ha excitado mucho, Falco.

—Bueno, explica muchas cosas —le dediqué mi mejor sonrisa. En su inmensa mansión llena de esclavos del Aventino, los Laelios afirman vivir en una decorosa pobreza.

—Sí, pobrecitos —dijo Constanza con un tono de voz mordaz e irónico, al tiempo que arqueaba las cejas. Era una chica con un carácter al que podría aficionarme.

—Me pregunto —comenté— si alguien de la familia ha escondido a Gaya deliberadamente para asegurarse de que no resulte elegida en el sorteo y sea económicamente independiente.

—Qué drástico, ¿no?

—El dinero hace perder el sentido de la realidad a mucha gente.

—Y otras cosas también.

—¿Como cuáles? —pregunté, y esta vez, cuando le dediqué una sonrisa, me la devolvió amablemente.

—El amor —sugirió Constanza—. O lo que se confunde con el amor en la cama.

Quién sabe qué derroteros hubiera tomado el interrogatorio pero, en aquellos momentos, se oyeron pasos en el pasillo exterior.

Me puse de pie y me acerqué a la ventana sin hacer ruido. Constanza se puso un dedo sobre los labios. Los pasos se alejaron. Parecían de una sola persona. Constanza, que no se había inmutado, debió de reconocer el pesado taconeo de los pasos de una de sus compañeras. Las vestales suelen ser mujeres corpulentas. Para compensar su vida solitaria, tienen que alimentarse bien.

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