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Authors: John Irving

Una mujer difícil (41 page)

BOOK: Una mujer difícil
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Por supuesto, Ruth estaba enterada de la teoría aquella de que sus hermanos fallecidos habían despojado a su madre de la capacidad de amar a otro hijo. Según otra teoría, Marion había temido amar a Ruth, por si alguna calamidad como la que les sobrevino a sus hijos se abatía sobre ella y perdía a su única hija.

Pero Eddie le habló del momento en que Marion reconoció que Ruth tenía un defecto en un ojo, aquel hexágono amarillo brillante, que ella también tenía en uno de los suyos. Le había dicho que Marion lloró de puro miedo, pues aquella mancha amarilla significaba, a su modo de ver, que Ruth podría ser como ella, algo que su madre no quería.

De repente, el hecho de que Marion hubiera deseado que no hubiese ningún rasgo suyo en su hija representaba más amor del que Ruth podía imaginar.

Comentaron con cuál de sus padres tenía Ruth un mayor parecido. (Cuanto más escuchaba Eddie a Ruth, más rasgos de Marion encontraba en ella.) Esta cuestión le importaba mucho a Ruth, porque, si iba a ser una mala madre, prefería prescindir de la maternidad.

—Eso es justamente lo que decía tu madre —observó Eddie.

—Pero ¿existe algo peor que el abandono de una hija? —le preguntó Ruth.

—Eso es lo que dice tu padre, ¿verdad?

Ruth le confesó que su padre era un «depredador sexual», pero que siempre había sido «bueno a medias» como padre. Nunca la había descuidado. Si le odiaba era como mujer, pero en tanto que hija le idolatraba… Por lo menos, siempre estuvo a su lado.

—Si los chicos hubieran vivido, su influencia sobre ellos habría sido terrible —comentó Eddie, y Ruth convino sin dudar en que eso era muy cierto—. Por eso tu madre ya tenía intención de abandonarle, quiero decir antes de que los chicos sufrieran el accidente.

Eso no lo sabía Ruth. Expresó un considerable rencor hacia su padre por haberle escamoteado esa información, pero Eddie le explicó que Ted no podría habérselo dicho por la sencilla razón de que éste ignoraba que Marion fuera capaz de abandonarle.

La conversación había sido tan larga y jugosa que Ruth no podía resolverse a dejar constancia de ella en su diario. Eddie incluso había dicho de su madre que había sido «el comienzo y la cima sexuales» de su vida. (Ruth por lo menos anotó esta frase.)

Y en el taxi, de regreso al Stanhope, con la bolsa de libros de aquella espantosa vieja entre las rodillas, Eddie le dijo:

—Esa «espantosa vieja», como la llamas, tiene más o menos la edad de tu madre. Por lo tanto, no es ninguna «espantosa vieja» para mí.

¡Ruth estaba asombrada de que un hombre de cuarenta y ocho años todavía siguiera enamorado de una mujer que ahora tenía setenta y uno!

—Suponiendo que mi madre viva hasta los noventa y tantos, ¿seguirás siendo un sexagenario enamorado? —le preguntó Ruth.

—Estoy absolutamente seguro de ello —respondió Eddie.

Lo que Ruth Cole también anotó en su diario fue que Eddie O'Hare era la antítesis de su padre. Ahora, a los setenta y siete años, Ted Cole perseguía a mujeres de la edad de Ruth, aunque cada vez tenía menos éxito en su empeño. Lo más corriente era que lo lograra con mujeres próximas a la cincuentena…, ¡mujeres que tenían la edad de Eddie!

Si el padre de Ruth vivía hasta llegar a los noventa, era posible que al final persiguiera mujeres que por lo menos parecieran cercanas a la edad de Ted, ¡es decir, mujeres que «sólo» fueran septuagenarias!

Sonó el teléfono. Ruth no pudo evitar sentirse decepcionada al oír la voz de Allan. Lo había descolgado con la esperanza de que se tratara de Eddie. ¡Tal vez éste había recordado alguna otra cosa y quería decírsela!

—Espero que no estuvieras dormida —le dijo Allan—. Y confío en que estés sola.

—Aquí me tienes, ni dormida ni acompañada —respondió ella. ¿Por qué tenía que estropear la favorable impresión que daba mostrándose celoso?

—¿Qué tal ha ido? —inquirió Allan.

De repente se sintió demasiado cansada para contarle los detalles que, sólo unos momentos antes de la llamada, le emocionaban tanto.

—Ha sido una velada muy especial —respondió Ruth—. Me he formado una imagen mucho más completa de mi madre…, en realidad, de ella y de mí misma —añadió—. Tal vez no debería tener tanto miedo a ser una esposa abominable, y quizá no sería una mala madre.

—Eso ya te lo he dicho —le recordó Allan.

¿Por qué no podía agradecer la posibilidad de que ella estuviera acariciando la idea de lo que él quería?

Fue entonces cuando Ruth supo que tampoco la noche siguiente haría el amor con Allan. ¿Qué sentido tendría acostarse con alguien y luego irse a Europa durante dos, casi tres semanas? (Lo pensó de nuevo y se dijo que tenía tanto sentido como posponer una y otra vez el momento de acostarse con él. No accedería a casarse con Allan sin haber dormido con él primero, por lo menos una vez.)

—Estoy cansadísima, Allan, y hay demasiadas novedades en mi cabeza.

—Te escucho —dijo él.

—No quiero que cenemos juntos mañana… No quiero verte hasta que regrese de Europa.

Esperaba a medias que él tratara de disuadirla, pero Allan permaneció en silencio. Incluso la paciencia que tenía con ella era irritante.

—Todavía te estoy escuchando —dijo Allan, porque ella se había interrumpido.

—Quiero que nos acostemos, tenemos que acostarnos —le aseguró Ruth—, pero no precisamente antes de que me vaya, ni tampoco antes de que vea a mi padre —añadió, aunque sabía que eso estaba fuera de lugar—. Necesito este tiempo de ausencia para pensar en nosotros.

De este modo lo expresó finalmente.

—Comprendo —dijo Allan.

A Ruth le desgarraba el corazón saber que era un buen hombre, y no tener la misma certeza de si era el adecuado para ella. ¿Y de qué manera el «tiempo de ausencia» le ayudaría a determinarlo? Lo que necesitaba, para llegar a saberlo, era pasar más tiempo con Allan. Pero lo único que le dijo fue:

—Sabía que lo comprenderías.

—Te quiero muchísimo —le dijo Allan.

—Lo sé muy bien.

Más tarde, mientras intentaba en vano conciliar el sueño, procuró no pensar en su padre. Aunque Ted Cole había hablado a su hija sobre la relación amorosa de su madre con Eddie O'Hare, no le había explicado que esa aventura fue idea suya. Cuando Eddie le contó que su padre los había puesto en contacto a propósito, Ruth se quedó pasmada. Que su padre hubiera hecho la vista gorda a fin de hacer sentir a Marion que no era una madre adecuada no era lo que la pasmaba, pues ya sabía que su padre tenía un temperamento de conspirador. Lo que pasmaba a Ruth era que su padre hubiera querido quedarse él solo con ella, ¡que hubiera deseado hasta tal punto ser su padre!

A los treinta y seis años, Ruth amaba tanto como odiaba a su padre, y la atormentaba saber cuánto la había querido aquel hombre.

Hannah a los treinta y cinco años

Ruth no podía dormir. El causante de su insomnio era el coñac, en combinación con lo que le había confesado a Eddie O'Hare, algo que ni siquiera le había dicho a Hannah Grant. En cada uno de los episodios importantes de su vida, Ruth había previsto que tendría noticias de su madre. Cuando se graduó por Exeter, por ejemplo; pero no fue así. Y luego llegó la graduación por Middlebury, y no le llegó una sola palabra de su madre.

Sin embargo, Ruth no había abandonado la esperanza de recibir noticias de Marion, sobre todo en 1980, a raíz de la publicación de su primera novela. Luego publicó otras dos, la segunda en 1985 y la última muy poco tiempo atrás, en el otoño de 1990. Por esa razón cuando la presuntuosa señora Benton intentó hacerse pasar por la madre de Ruth, ésta se enfadó tanto. Durante años se había imaginado que Marion podría presentarse de improviso, exactamente de aquella manera.

—¿Crees que aparecerá alguna vez? —le preguntó Ruth a Eddie en el taxi.

La había decepcionado. Durante la emocionante velada con él, Eddie había hecho mucho por contradecir la primera e injusta impresión que le había causado a Ruth, pero en el taxi titubeó demasiado.

—No sé…, imagino que ante todo tu madre debe hacer las paces consigo misma antes de que pueda…, bueno, entrar de nuevo en tu vida. —Hizo una pausa, como si esperase que el taxi ya hubiera llegado al hotel Stanhope—. En fin…, Marion tiene sus demonios, sus fantasmas, supongo, y de alguna manera ha de intentar habérselas con ellos antes de ponerse en contacto contigo.

—¡Pero es mi madre, por el amor de Dios! —gritó Ruth en el taxi—. ¡Yo soy el demonio con el que debería tratar de habérselas!

Eddie no parecía tener nada que decir al respecto, y cambió de tema:

—¡Casi se me olvida! Quería darte un libro…, no, dos libros en realidad.

Ella acababa de hacerle la pregunta más importante de su vida: ¿era razonable confiar en que su madre se pondría alguna vez en contacto con ella? Y Eddie había revuelto el interior de su húmeda cartera para extraer dos volúmenes dañados por la lluvia.

Uno de ellos era el ejemplar firmado sobre su letanía de felicidad sexual con Marion,
Sesenta veces
. ¿Y el otro? En el taxi no había sabido explicarle en qué consistía el otro libro. Se limitó a dejárselo sobre el regazo.

—Has dicho que te vas a Europa, ¿no? Ésta es una buena lectura para el avión.

En semejante momento, y como respuesta a la importantísima pregunta de Ruth, le había ofrecido una «lectura para el avión». Entonces el taxi se detuvo ante el Stanhope. El apretón de manos con que se despidió Eddie de ella no habría podido ser más torpe. Ruth le besó, por supuesto, y él se ruborizó… ¡como un muchacho de dieciséis años!

—¡Tenemos que vernos de nuevo cuando vuelvas de Europa! —le gritó Eddie desde el taxi en marcha.

Tal vez no se le daban bien las despedidas. Lo cierto era que llamarle «patético» y «desventurado» no le hacía justicia. Había convertido su modestia en una forma de arte. «Lucía su humildad como una insignia de honor —escribió Ruth en su diario—. Y no emplea en absoluto subterfugios.» Añadió esto último porque, en más de una ocasión, le había oído decir a su padre que Eddie era un hombre dado a los equívocos y las ambigüedades.

Por otro lado, al comienzo de la velada Ruth había comprendido algo más acerca de Eddie: que nunca se quejaba. Era bien parecido y de aspecto frágil, pero tal vez lo que había visto su madre en él iba más allá de la lealtad de Eddie hacia ella. A pesar de las apariencias en contra, Eddie O'Hare hacía gala de un valor notable. Había aceptado a Marion tal como era, y en el verano de 1958, suponía Ruth, su madre no debía de hallarse en un estado psicológico inmejorable.

Ruth fue de un lado a otro de la suite, semidesnuda, hojeando el volumen para «leer en el avión» que Eddie le había dado. Estaba demasiado bebida para sumirse en
La vida de Graham Greene
, y ya había leído
Sesenta veces
en dos ocasiones.

Cuando vio que la «lectura para el avión» parecía ser una especie de novela de suspense se sintió consternada. El título la desanimó de inmediato:
Seguida hasta su casa desde el Circo de la Comida Voladora
. Desconocía tanto al autor como a la editorial. Examinó más detenidamente los datos y vio que se trataba de una editorial canadiense.

Incluso la foto de la autora era un misterio, pues la mujer había sido fotografiada de perfil y lo poco que podía verse estaba iluminado desde atrás. Además usaba sombrero, que sumía en la oscuridad el único ojo captado por la cámara. Todo cuanto podía verse de la cara era una nariz armoniosa, un mentón fuerte, un pómulo anguloso. El cabello, el poco que quedaba fuera del sombrero, podría ser rubio o gris, o casi blanco. Su edad era indeterminada.

La fotografía resultaba exasperante, y a Ruth no le sorprendió saber que el nombre de la autora desconocida era un seudónimo. Una mujer que ocultaba la cara se inclinaría sin duda por un seudónimo. De modo que aquélla era la «lectura para el avión» ofrecida por Eddie. Incluso antes de abrir el libro, Ruth no estaba en absoluto impresionada. Y el comienzo de la novela no era mucho mejor que el juicio inicial de Ruth a partir de la cubierta. Leyó: «Una dependienta, que también trabajaba de camarera, fue hallada muerta en su piso de Jarvis, al sur de Gerrard. Era una vivienda al alcance de sus medios, pero gracias a que la compartía con otras dos dependientas. Las tres vendían sostenes en Eaton's».

¡Una novela policíaca! Ruth cerró el libro bruscamente. ¿Dónde estaba la calle Jarvis o ese Gerrard? ¿Qué era Eaton's? ¿Qué interés podía tener Ruth por unas chicas que vendían sostenes?

Por fin se quedó dormida, y, pasadas las dos de la madrugada, la despertó el timbre del teléfono.

—¿Estás sola? —le preguntó Hannah—. ¿Podemos hablar?

—Completamente sola —respondió Ruth—. ¿Por qué habría de hablar contigo? Traidora.

—Sabía que te enfadarías. He estado a punto de no llamarte.

—¿Es eso una disculpa? —preguntó Ruth a su mejor amiga. Nunca había oído disculparse a Hannah.

—Se presentó algo —susurró Hannah.

—¿Algo o alguien?

—Es lo mismo —replicó Hannah—. Me llamaron de repente y tuve que irme de la ciudad.

—¿Por qué hablas tan bajo?

—Prefiero no despertarle —dijo Hannah.

—¿Quieres decir que estás con alguien? —inquirió ¿Está ahí?

—Bueno, no —susurró Hannah—. He tenido que cambiar de habitación porque ronca. Jamás habría imaginado que roncara. —Ruth no hizo ningún comentario. Hannah nunca dejaba de mencionar alguna intimidad relativa a sus compañeros de cama.

—Me decepcionó no verte allí —le confesó Ruth finalmente, pero mientras hablaba pensó que si Hannah hubiera asistido a la lectura, no le habría permitido quedarse a solas con Eddie. Éste le habría causado demasiada curiosidad…, ¡habría querido acapararlo!—. Pensándolo bien, me alegro de que no asistieras. Así he podido estar a solas con Eddie O'Hare.

—Entonces todavía no te has acostado con Allan —susurró Hannah.

—Lo más importante de esta noche era Eddie —afirmó Ruth—. Nunca había visto a mi madre tan claramente como puedo verla ahora.

—Pero, Ruth, ¿cuándo vas a hacerlo con Allan? —quiso saber Hannah.

—Probablemente cuando regrese de Europa —dijo Ruth—. ¿No quieres que te hable de mi madre?

—¡Cuando regreses de Europa! —susurró Hannah—. ¿Cuándo será eso? ¿Dentro de dos o tres semanas? Dios mío, ¡puede que encuentre a otra antes de que vuelvas! Y tú también. ¡También tú podrías conocer a otro!

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