Una monarquía protegida por la censura (27 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Me llevó a la Delegación. Es una villa muy grande. Saludé al histórico Josu Garritz. Allí estaba con su sonrisa y su aspecto de pelotari. Su padre fue una referencia en la colectividad. Su mujer trabaja en la Universidad. Saludé a tres chicas. La que da clases de euskera me dice que lo hacía a setenta mexicanos. Me quedé con la boca abierta.

A media tarde fuimos al Ministerio de Asuntos Exteriores en la Torre de la Plaza de las Tres Culturas. Nos vimos con la segunda responsable del ministerio, la subsecretaría de Asuntos Exteriores, embajadora Lourdes Aranda. Le contamos a lo que habíamos ido y me tocó regalarle la famosa polvera. Nos habló de los retos de México. Eran noticia las declaraciones de Aznar en un mitin del PAN. En ese país, el artículo 33 impide a cualquier extranjero injerirse en los asuntos internos. Le dijimos que Aznar no nos gustaba un pelo, pero que ese artículo 33 es una rémora del pasado. En Europa, cualquier político va a cualquier país y habla en sus convenciones. Lo vimos con Prodi, lo hacemos nosotros y lo acababa de hacer Sarkozy en un mitin del PP. Pero es que a Aznar en México no lo pueden ni ver. Todavía recuerdan el viaje que hizo para presionar a Fox con el fin de que éste les apoyara, en la ONU, en la guerra contra Iraq. Fox le dijo que no y esa imagen de correveidile de Aznar no se ha borrado.

La subsecretaría me dijo que conocía Hondarribia, Donosti y Bilbao. Sobre todo sus restaurantes. «No saben ustedes lo que tienen», me comentó. Y también me habló del entrenador «Vasco» Aguirre. El Osasuna, por aquel entonces, se había convertido en el equipo de México. Todos lo seguían.

CONDECORACIÓN A CUATRO REPUBLICANOS

Fuimos por la noche a la residencia de la embajadora. La habían arreglado y modernizado. Tiene hasta
txoko
. Está muy bien.

La casona estaba llena. Cuatro intelectuales del exilio republicano recibían la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil. Santiago Genovés, paleoantropólogo e investigador que anduvo por esos mares con aquella balsa de Thor Heyerdal, llegó a la recepción arrastrando una bombona de oxígeno. Adolfo Sánchez Vázquez, erguido a pesar de su bastón y peripuesto como buen filósofo marxista, y autor de más de 25 libros. Ramón Xirau, que sigue escribiendo en catalán, poeta, escritor, crítico y profesor. Tomás Segovia, dramaturgo, poeta y ensayista, premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe. Estaban todos, lógicamente, bastante cascados. Los muchos años no perdonan.

La embajadora fue leyendo el decreto de concesión de la medalla y poniéndoles la chapa y la banda. Habló y hablaron. Recordó una frase de María Zambrano que me gustó: «Españoles sin España, ánimas en pena». Xirau quiso saber qué era eso del mérito civil. Tanto Xirau como Sánchez Vázquez refrendaron su origen republicano.

No deja de tener bemoles que a setenta y cinco años de la proclamación de la República y con toneladas de mérito sobre sus cargados hombros la España monárquica se acordara ese día de aquellos supervivientes. En fin. Nunca es tarde si la dicha es buena, pero es una buena vivencia y ejemplo sobre el desprecio que ha tenido la Transición con los perdedores de la guerra.

Saludé a Beatriz Paredes candidata del PRI a la gobernación. No tenía, electoralmente, nada que hacer. Sin embargo, me parece una señora espléndida y una política como he visto pocas en mi vida. Saludé a mucha gente y me saqué fotografías con dos señoras. Una de Trapaga y otra de Gasteiz. «Aquí está nuestro vasquito», me decían. También saludé a Joaquín Ibarz, corresponsal de
La Vanguardia
. Es un tipo de primera que hace unas crónicas sensacionales. Conoce la zona como nadie y hablé con varios mexicanos. Uno me repitió una aguda frase de Octavio Paz: «El problema de México es que le hemos echado la culpa de nuestro pasado a España y de nuestro presente a Estados Unidos, y lo malo es que ahora buscamos a quien echarle la culpa de nuestro futuro».

DISCURSO EN EL ZÓCALO

A salón lleno, en el patio de la Intendencia de la Ciudad de México, tras las palabras de la embajadora y del intendente traté de hacer un discurso equilibrado de contenido histórico.

Este fue mi discurso en el Zócalo:

Nos encontramos hoy aquí, una delegación del Senado español, en una triple misión. Este es el primer acto público en el exterior de la recuperación, en este año 2006, del setenta aniversario del inicio de aquella inmensa tragedia que asoló aquel país en 1936, como prólogo sangriento de la Segunda Guerra Mundial.

Y lo hacemos porque queremos reafirmar los valores de la democracia y de la paz y, de alguna manera, contradecir al gran León Felipe cuando gritó dolorido, aquí en México:

¿POR QUÉ HABÉIS DICHO TODOS

QUE EN ESPAÑA HAY DOS BANDOS,

SI AQUÍ NO HAY MÁS QUE POLVO?

Y en tercer lugar, queremos agradecer y destacar la grandeza del pueblo y gobierno mexicano que en momentos de desolación, de abandono, de persecución, abrió sus puertas no sólo a la España peregrina sino que en 1945, tuvo la generosidad de ofrecer la extraterritorialidad de éste lugar para la reconstitución de las instituciones republicanas que tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial preparaban la posibilidad de una democracia en España.

Por estas tres razones estamos aquí, pero podríamos añadir muchas más. En la farsa judicial franquista, caído Madrid, le preguntaron al presidente de las Cortes españolas, Julián Besteiro en su juicio en 1939, poco antes de morir en la cárcel de Carmona, dónde estaba el oro de España.

«El oro de España —respondió— está en las cunetas, en los cementerios, en las cárceles y en el exilio. Ahí está el oro de España.»

Aquí vino también el oro de España, perseguido y atribulado. Tocó las puertas de este país y el presidente Lázaro Cárdenas las abrió de par en par en nombre del pueblo mexicano. Por esta razón, en la Comisión de Asuntos Exteriores aprobamos una moción que decía literalmente lo siguiente: "Se conmemora el sesenta aniversario de la elección del Excmo. Sr. D. Diego Martínez Barrio como presidente interino de la República tras la dimisión y fallecimiento en Montauban (Francia) de don Manuel Azaña.

Tras las numerosas penalidades sufridas por quienes defendieron un régimen legítimamente constituido, se le transmitió a D. Diego Martínez Barrio el requerimiento de la reunión de partidos y organizaciones convocadas en México. El presidente de las Cortes convocó seguidamente a Cortes sobre cuya mesa se hallaba la iniciativa planteada por el despacho telegráfico del
lehendakari
Aguirre
y el presidente de la
Generalitat
(tras el fusilamiento de Lluís Companys), Josep Irla. Producida rápidamente la unanimidad de las opiniones de los grupos parlamentarios, en el sentido de que el presidente de las Cortes pasase a ocupar la presidencia de la República, se convocó al Parlamento en sesión extraordinaria y solemne para recibir la promesa de aquél.

Es de destacar que, tras la muerte de Mussolini, el suicidio de Adolfo Hitler y la pérdida de Alemania, ya se apuntaba el rápido restablecimiento en España de una democracia representativa, tras haber apoyado irrestrictamente el general Franco al nazi-fascismo perdedor.

El referido hecho recibió la mejor acogida y el apoyo del Gobierno de México, el cual otorgó y dispuso para tal acto el histórico y representativo Salón de Cabildos del Gobierno del Distrito Federal, concediendo por acuerdo presidencial, trasmitido por la Secretaría de Relaciones Exteriores, los privilegios, exenciones y extraterritorialidad inherentes para que la sesión se celebrase en territorio de la propia soberanía.

Se hallaron presentes, además de todos los diputados residentes en México, el regente del jefe del Gobierno del Distrito Federal en representación del presidente de la República mexicana; representaciones del ejército en nombre del Secretario del General Lázaro Cárdenas y los embajadores de Francia, Colombia, Checoslovaquia, Bélgica, Panamá, Guatemala, Chile, Uruguay, así como de observadores de todos los países acreditados en 1945 en México.

El acto, que fue considerado histórico, fue seguido por el pueblo mexicano con gran interés, dando apoyo y calor al mismo en las propias calles de la capital.

Una comisión de diputados de todos los grupos parlamentarios se trasladó al domicilio de D. Diego Martínez Barrio y lo acompañó hasta El Zócalo haciendo un recorrido a través de las calles más importantes de la ciudad, con la circulación cerrada y formando una caravana escoltada con todos los honores oficiales.

Por todas estas razones, por la significación de aquel acto, por tratarse de una elección realizada por diputados elegidos democráticamente, aunque teniendo que vivir en el exilio ante una legalidad conculcada, por el apoyo irrestricto del Estado mexicano que nunca reconoció el régimen de fuerza en España y mantuvo el reconocimiento del legítimo gobierno de la República, por la necesaria pedagogía que se ha de transmitir a las nuevas generaciones sobre hechos de su inmediato pasado absolutamente desconocidos, y porque esta historia reciente les ha sido hurtada, es por lo que propusimos a la Comisión de Asuntos Exteriores y Cooperación lo siguiente: «La Comisión de Asuntos Exteriores y Cooperación insta al Gobierno a promover el recuerdo del sesenta aniversario de la elección del Excmo. Sr. D. Diego Martínez Barrio como el presidente interino de la República Española tras la dimisión y fallecimiento en Montauban (Francia) de don Manuel Azaña, conjuntamente con el gobierno mexicano, a quien se debería agradecer el gesto democrático que tuvo hace sesenta años con los representantes de una legalidad conculcada y, en momentos de esperanza tras la Segunda Guerra Mundial, le dio un apoyo irrestricto a la causa democrática».

Señoras y señores:

Para cumplir este mandato, estamos hoy aquí acogidos a su hospitalidad una representación de todos los grupos de la Cámara que nuevamente queremos contradecir a ese otro gran poeta, Antonio Machado, que alertaba al españolito que venía al mundo y le decía que una de las dos Españas le iba a helar el corazón.

El domingo pasado, en Bilbao, se inauguró un monumento a la Memoria Viva. Una Memoria Viva que, como dijo su alcalde, no tenía otro objetivo que transmitir a las generaciones un único mandato: que aquella tragedia no volviera jamás a producirse.

Por eso estamos hoy aquí. Para recordar a quienes sí estuvieron porque todavía sentimos sus huesos ateridos de frío y su espíritu humillado por la persecución de aquel régimen. Sabemos que todos los que estuvieron en el bando vencedor no fueron iguales. Unos tramaron el golpe, otros lo ejecutaron y, a otros, la inercia o las circunstancias los empujaron. Recuerdo sí, pero revancha no, porque tenemos la obligación, como mandato de la historia, de mirar hacia delante en un país cuyas nuevas generaciones no pueden crecer en el odio y porque, quizás, no pueden comprender lo que ocurrió para que se desencadenase aquella lluvia de fuego que acabó en una guerra fratricida.

Nunca más, porque nada es comparable a la paz y a la convivencia, que no tiene precio; porque el precio de una guerra, los odios que provoca y la calamidad que invade todos los rincones de la sociedad no tiene justificación.

Venimos, pues, aquí a reivindicar una palabra de sólo tres letras: Paz. Ahora y para siempre. Paz porque lo que tenga que conseguir cualquiera lo haga por métodos democráticos, con el argumento, la razón y la palabra. Pedimos por eso la paz y la palabra.

Paz para hacer comprender a los que siguen con la bomba y el fanatismo que nada es más importante que una vida, y que por ella no hay que derramar ni una gota de la sangre de un colibrí.

Paz para decir que la estrategia de la violencia siempre será una estrategia equivocada; porque las armas sólo producen dolor, desolación, división, estragos.

Nosotros supimos de eso.

El diálogo se interrumpió y surgió con toda su fuerza la dialéctica de las pistolas, que nos privó de libertad durante cuarenta años en una paz de los cementerios asentada sobre miles de cadáveres.

Paz en nombre de los que tanto sufrieron. Los que cayeron en cualquiera de los dos frentes o bajo las banderas de las dos Españas que se helaban el corazón la una a la otra.

Los que fueron asesinados en las retaguardias, lo que murieron en cama, en su casa o en el exilio de este México generoso que siempre llevaron en su corazón, acongojados por los males de su pueblo y sin poder comprender aquella catástrofe cruel e innecesaria.

Que nuestro mensaje agradecido a este México querido y cercano, principista y firme, sea hoy compromiso de libertad, de democracia, de reconciliación y de fe en un mundo mejor. Y todo eso lo resumimos para México en una sola palabra: Gracias. Muchas gracias.

Éste fue mi discurso donde traté de meter a todos con respeto.

SALUDO EN EL SENADO MEXICANO

Tras el acto, nos fuimos al Palacio Nacional a ver los murales de Diego Rivera y a la catedral. De allí al Senado. Nos recibió su presidente Enrique Jackson en el salón Colosio. Les contamos lo que habíamos hecho, les dimos el regalo, y nos llevaron al hemiciclo para que saludáramos a los senadores. La semana siguiente nos visitarían en viaje oficial a Madrid.

COMIDA EN LA UNAM

No recordaba lo tarde que se come en México. A las tres fue el almuerzo en el despacho del rector de una Universidad que cuenta con la friolera de 250.000 alumnos. La vista de la ciudad desde aquel piso era impresionante. Y el rector, Juan Ramón de la Fuente, un águila que estaba en expectativa de destino. Podía ser secretario de Gobernación con cualquier gobierno.

En el almuerzo nos preguntaron por Piqué, por el Estatut, por ETA, por la independencia, por la economía. Hablamos del exilio republicano.

Allí había profesores e hijos de rectores y de republicanos que a su vez eran profesores en la UNAM. Estaba también Antonio Navalón, representante de Prisa. Encontré simpatía hacia el exilio republicano y lo más importante en este mundo de ignorantes: conocimiento de que existió.

Me preguntaron por el fin de ETA y conté lo que pude y supe. Me interrumpió groseramente el senador socialista diciendo que él podía hablar mejor y con mayor conocimiento de causa ya que era del partido de Zapatero y por, sobre todo, representante de una de las dos mayorías. Hay algunos españoles, de derecha y de izquierda que hablan de pluralidad pero no admiten esa pluralidad, y les enerva que lo que para ellos es una minoría presidiera una delegación para enaltecer a republicanos. En fin. Ya lo dijo Pla. Lo más parecido a un español de derechas es un español de izquierdas. Por lo menos lo era éste.

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