Una monarquía protegida por la censura (24 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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El caso es que, para tratar de mejorar el trabajo de los medios de comunicación en la Cámara, convocamos a la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP) a un almuerzo en el comedor del Senado que tiene un vistoso cuadro de Joan Miró. En esta comida les comunicamos que, en lugar de ser los periodistas los que voten los premios anuales a los parlamentarios, seríamos nosotros quienes honraríamos a los periodistas que hicieran mejor su trabajo rescatando el Premio Luis Carandell que había instituido Esperanza Aguirre cuando fue presidenta del Senado.

En dicho almuerzo comenté a los responsables de la APP que yo tenía elementos de juicio suficientes para poder comparar lo que se hacía en una y otra casa, y que en el Senado se producían intervenciones de enjundia iguales o mejores que en el Congreso; pero que, al estar los líderes del PSOE y del PP en el Congreso, la tribu periodística había plantado sus reales en este último y de ahí no se movían ni con agua hirviendo, cuando un buen periodista, el verdadero sabueso, está donde está la noticia y no sólo en un sitio físico, cómodo y con calefacción.

Hablando de esto, les contamos los planes que como Mesa estábamos llevando a cabo y contándoles las obras que íbamos a hacer y las adquisiciones de edificios contiguos que íbamos a emprender para atender a la creciente necesidad de despachos y salas de reuniones que la intensificación de la actividad parlamentaria requería. A modo de broma, les dije que lo lógico sería que, si se nos quedaba pequeño el Senado, podríamos utilizar el contiguo Palacio Real, ya que sus anfitriones vivían en La Zarzuela y, en su día, cuando llegó la República, el anulado edificio del Senado se pensó que podía haber sido la residencia del presidente Niceto Alcalá Zamora.

Javier Rojo, el presidente del Senado, muy digno, ya que ha hecho de la defensa de la institución monárquica una seña de su mandato, nos dijo: «Si la institución es útil, como lo es en la actualidad la Monarquía, nosotros la apoyamos».

«Entonces preocúpate de la canastilla, porque me imagino que irás al bautizo de la infanta», le dije para quitarle solemnidad a la gran frase que había pronunciado.

El caso es que aquella distendida comida dio paso a algunos forcejeos en relación a que la APP no premiaba en su cena de fin de año a suficientes senadores aunque hayamos mantenido una buena relación con la APP a la hora de opinar y votar los periodistas parlamentarios sobre los Premios Carandell que hemos dado en dos oportunidades.

SENADOR DEL AÑO

Como he dicho, en el Senado, además de ser secretario primero de su Mesa, soy portavoz en las Comisiones de Exteriores, Iberoamérica, Defensa, Mixta, de la Unión Europea y Reglamento; presidiendo el Grupo de Amistad con Francia y formando parte de los de México y Venezuela, además de ser miembro de la Unión Parlamentaria. Suficiente tajo para no tener un segundo libre, si es que uno se toma en serio su trabajo. Y, además, labor harto interesante.

El caso es que recibí en diciembre de aquel 2007 una carta de la presidenta de la APP diciéndome que estaba nominado junto a los senadores Pere Macias de CIU, Cándido Rodríguez Losada del PSOE y Rosa Vindel del PP como candidato a «Senador del Año».

Cuando vi aquello pensé: «Este premio se lo darán a Pere Macias». En aquel momento trabajaba para ser el segundo de la lista por Barcelona junto a Duran y lo había hecho bien en aquella legislatura. No le di mayor importancia hasta que llegó la noche de entrega de los premios, que, como todos los años, se celebra en el hotel Palace de Madrid.

Ese día había llegado de Nápoles de una reunión de la Comisión de Defensa y lo que me apetecía era ir al hotel, encender la tele y bajar la persiana; pero recibí hasta tres llamadas para que fuera a dicha cena, que costaba cincuenta euros, seguramente para pagar las cabezas de león en bronce que se dan como premio. Por esta razón decidí ir con mi compañero Maqueda, encontrándome allí con la mayoría del Grupo Vasco en el Congreso, ya que también habían sido nominados Josu Erkoreka, Aitor Esteban y el propio senador Maqueda.

En la cena estaba casi todo el PSOE con presencia de la vicepresidenta Fernández de la Vega y el ministro Rubalcaba, pero faltaba la mayoría del PP, que esa noche tenían una cena navideña con Mariano Rajoy, a pesar de que el portavoz en el Senado, Pío García Escudero, estaba también nominado a cuenta de una pregunta que le había hecho al presidente Zapatero, en la que le pedía le explicara «qué tipo de reflexiones personales le habían llevado a concluir que el Gobierno de España debe ser llamado Gobierno de España». García Escudero había adquirido visibilidad en la legislatura al hacerle cada mes en el Senado una pregunta al presidente, cuestión que no había ocurrido en legislaturas anteriores.

Ya en los postres y tras verse algunos vídeos, a mí me sacaron en el escaño en el Congreso sentado de manera muy informal, a Labordeta mandando a paseo a los diputados del PP, a Diego López Garrido poniendo cara de dirigente del PRI mexicano, a Zaplana con cara de Fernandel, a Marín tratando a los diputados como parvulitos, a Rojo levantando la sesión, a Pujalte haciendo una reverencia, a Carme Chacón enseñando su lustrosa dentadura, y cosas así.

Y empezó la entrega de los premios. El premio al mejor orador para Duran, el «Azote del gobierno» para Zaplana, el «Azote de la Oposición» para Magdalena Álvarez, a quien ese mismo día habíamos recusado en el Senado; a Labordeta y Cerdà por sus buenas relaciones con la prensa; el «Castigo para la Prensa» a Diego López Garrido, que era a quien tenía a mi lado en la cena; a Carles Campuzano como el diputado más activo; al fontanero de Aznar, Carlos Aragonés, como el desconocido en el Parlamento; a Antonio Hernando del PSOE como el diputado revelación; a Patricia Hernández, socialista canaria, como senadora revelación, y a Elena Valenciano como la «Eurodiputada del año».

Entre estos premios estaba el de «Senador del Año», que, como he dicho, pensaba se lo iban a dar a Pere Macias. Pues no. Me lo dieron a mí. La pregunta se imponía: ¿por qué; ¿Por la bronca con el rey?... Si es así, ¿estaban de acuerdo los periodistas con lo que había dicho? Misterio. Miraron al techo.

El caso es que subí a la tarima y recibí un leoncito más, con lo que ya sumo cinco en 22 años de estancia en Madrid, y como la presidenta de la APP era María Rey, lo tuve fácil. «Si un o una Rey me llama, lo dejo todo.» Y dije la verdad. Cualquiera de los otros tres nominados lo hubiera recibido con más méritos que yo. Rosa Vindel, la hija de Daniel Vindel, aquel locutor de TVE que con su programa «Cesta y Puntos» hizo las delicias de nuestra adolescencia. O Cándido Rodríguez Losada, un senador gallego socialista que vivía en Caracas y que, en lugar de viajar de Lugo a Madrid, lo hacía desde Caracas. O el propio Pere Macias, que se decía iba a ir al Congreso para completar el perfil de la campaña de infraestructuras que preparaba Duran para Barcelona.

La cuestión fue que salí de allí con mi leoncito de Senador del Año y no tanto por lo que hubiera trabajado en las comisiones en las que soy portavoz, sino fundamentalmente por aquel bendito comentario sobre
El Bribón
. Y todo esto dado por la Asociación de Periodistas Parlamentarios. ¿Quién da más?

LA ENCOMIENDA

Al día siguiente, miércoles 19 de diciembre, celebrábamos el último pleno de la legislatura.

Formulé por la mañana una pregunta oral al ministro Moratinos sobre cómo veía la situación de Venezuela tras el referéndum perdido por Chávez, y a la una fue la entrega de condecoraciones a los que de alguna u otra forma habíamos trabajado para hacer posible el primer Foro Parlamentario Iberoamericano que se celebró en Bilbao previo a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno convocada en Salamanca y que sirvió para crear la Secretaría Iberoamericana a cargo del muy capaz, el uruguayo nacido en Asturias, Enrique Iglesias.

El hecho de haberse celebrado en Bilbao fue posible al levantarse, por parte del gobierno de Zapatero, el cerco «sanitario» que el gobierno Aznar había impuesto a Euzkadi, sanción llevada a cabo por los ministros Piqué y Ana de Palacio.

Cuando Aznar tuvo en las Cortes una mayoría absoluta (2000-2004) nos metió en un asfixiante lazareto como consecuencia de aquella tregua rota por ETA. Nada que ver con la primera legislatura en la que una vez me llamó para que fuera con mi mujer a La Moncloa a comer con él y Ana Botella con el fin de que nos conociéramos mejor. Y allí estuve toda una comida bajo una sombrilla blanca hablando del medio ambiente en el jardín posterior de palacio.

El caso es que se quería dar a las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno Latinoamericanos una dimensión parlamentaria, y, al asesor del ministro, Agustín Santos, se le había ocurrido que se imponía esa dimensión parlamentaria y que podía celebrarse esa primera reunión en Bilbao para romper el estigma. Agustín Santos es un diplomático muy capaz y un gran profesional.

Y así se hizo en setiembre de 2005 y en la que me empleé a fondo para que las instituciones vascas se volcaran, cosa que hicieron recibiendo el aplauso unánime del Ministerio de Asuntos Exteriores y de los servicios de la Cámara, así como de los trece presidentes de parlamentos iberoamericanos que fueron a Bilbao y del resto de las delegaciones que hicieron, entre otros, un buen trabajo ya que en Bilbao alumbraron un proyecto que, quizás con los años, se concrete en una plataforma parlamentaria similar al Parlamento Europeo en América. Podría ser.

Por esta razón y por haberse seguido reuniendo en Montevideo, en Chile y El Salvador este bebé nacido bilbaíno, el Ministerio decidió darnos la Encomienda de Isabel la Católica, que es una orden que instituyó en 1815 el nefasto Fernando VII con los siguientes grados: Collar, Gran Cruz, Encomienda de Número, Encomienda, Cruz Oficial, Cruz, Cruz de Plata, Medalla de Plata y Medalla de Bronce. El que no se consuela es porque no quiere.

La insignia consta de una pieza central con el sello de los Reyes Católicos representado por un águila de oro, en cuyo centro, ocultando el cuerpo de la misma, se destaca el escudo cuartelado de las Armas de Castilla y León, que corresponden a Isabel la Católica, y las de Aragón y Sicilia, que corresponden a don Fernando.

Me dijeron que esta Encomienda la podría utilizar en actos cuyo ceremonial lo requiera, con lo que condenaron la citada Encomienda a la vitrina donde tengo la Orden del Mérito Civil, también dada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, y la medalla del primer Parlamento vasco de la historia, que, como consecuencia de un robo que tuve en casa, desapareció para ser encontrada tirada en la calle. Y como no vivimos en aquella Unión Soviética en la que cuando se celebraban aquellos rimbombantes funerales de Estado aparecían los dirigentes desaparecidos en el féretro y a sus pies todas las condecoraciones que habían ganado, no sé que puedo hacer con una más. De todas formas, le pregunté a Bernardino León si en el Rastro me darían algún penique por ella, pero creo que no entendió el comentario y mucho menos que le dijera que en el siguiente Alderdi Eguna iría por la campa con este símbolo de unos reyes famosos por haber logrado a guerra limpia la unidad de España. Ya lo decía Castelao: «Lo que hay que hacer en el frontispicio del Congreso es quitar la estatua de los Reyes Católicos, por ser los causantes de todas nuestras desgracias».

Pero como no hay más, contigo Tomás. Y agradecido.

Los miembros de la Mesa del Senado, Rojo, Barquero y yo, junto a los de la Mesa del Congreso, María Jesús Sainz e Ignacio Gil Lázaro así como los presidentes de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso y del Senado, Duran y Bru y de la Comisión de Iberoamérica, Luis Fraga y de Cooperación, Delia Blanco, estuvimos en el Salón de los Pasos Perdidos del Senado; no faltó ni uno.

Cuando me tocó ir a recibir la condecoración, el ministro Moratinos risueño me dijo: «¿Quién te iba a decir a ti que ibas a recibir la Orden de Isabel la Católica este año?». Me reí y le dije: «Mejor sería que instaures para estos casos la de su hija, Juana la Loca». Ese fue nuestro chispeante diálogo.

Independientemente de que agradecí la iniciativa del Ministerio, y sobre todo porque el Foro había nacido en Bilbao, no estaría nada mal que en el futuro algún gobierno democrático cree otro tipo de condecoración civil más consonante con los tiempos que vivimos.

Además de la condecoración, colocada en una vistosa caja roja, nos entregaron un tubo negro en cuyo interior estaba el diploma que decía:

JUAN CARLOS I, REY DE ESPAÑA, por cuanto queriendo dar una prueba de Mi aprecio a vos, Excmo. Sr. D. Iñaki Anasagasti Olabeaga he tenido a bien otorgaros por mi Real Resolución de 3 de Septiembre de 2007 la Encomienda de Número de la Orden de Isabel la Católica.

Había más literatura y firmaba él con un sello, no con su firma. Quien sí lo hacía era el ministro Moratinos y el embajador secretario de la Orden.

A MARÍN, UNA BANDEJA

Terminado el acto, el primero que me vino a felicitar con una sonrisa irónica de oreja a oreja fue el presidente del Congreso, Manuel Marín.

«¡Cómo me alegro de que Iñaki Anasagasti reciba una condecoración del rey de España!», me dijo en alta voz. «Pues sí», le dije, «porque no hay otra, y se trata de reconocer un trabajo que se hizo bien en Bilbao, pero todavía hay clases. Como tú tienes la Gran Cruz, te han dado una bandeja. Pero fíjate —le dije—, el hombre no se ha tomado ni el trabajo de firmar. Han puesto un sello con su rúbrica. ¡Así es fácil y cómodo ser rey!»

Ya la víspera, en la cena del Palace, Marín había cerrado aquel acto de entrega de los premios despidiéndose de la vida política en activo; y como por esos días era noticia el paseo que se habían dado en Eurodisney el presidente francés Sarkozy con su nuevo amor Carla Bruni, dijo que en sueños les había visto paseando también él en Eurodisney y viendo entre nubes a mucha gente y entre otros me nombró a mí en aquel paraíso de Blanca Nieves y los siete enanitos andando yo con una partida carlista.

Seguramente lo diría porque en esta legislatura que terminaba esos días le había machacado el hígado a cuenta de tres asuntos: la sobreabundancia de cuadros reales que hay en el Congreso no habiendo ni uno de Azaña, Negrín, Alcalá Zamora, Prieto, Aguirre, Companys y demás dirigentes socialistas, nacionalistas y republicanos; la exhibición de los cuadros de los presidentes de las Cortes franquistas, Esteban Bilbao, Antonio Iturmendi y Alejandro Rodríguez de Valcárcel; y el encargo de un cuadro dedicado a los ponentes constitucionales de una ponencia que excluyó al PNV.

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