Una monarquía protegida por la censura (21 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Todas estas polémicas no le importaron nada a Elena de Borbón, que, viviendo del erario público, navegó durante dos días en el
Siemens
, ganador en TP52, acompañando a la tripulación y recogiendo el trofeo de manos de su padre. La hija mayor de los reyes participó además en la rueda de prensa posterior a la última regata que tuvo lugar en el Club Náutico de Palma donde confesó haber sufrido «un poco». «Esta victoria supone una inmensa alegría», declaró. Pero Perelló, director del proyecto del
Siemens
, apuntó sobre Elena: «No es que nos traiga suerte, sino que hace que ganemos». Le faltó decir que sobre todo en
marketing
. Todo muy emocionante y todo a mayor gloria de la marca Siemens, encantada de que alguien de la Familia Real
publicite
la firma. Tan encantados como estuvieron los de Azur de Puig en la edición de 2005 contando con Cristina. Publicidad, ¿gratis?

Algo muy poco edificante para una familia mantenida por los Presupuestos Generales del Estado.

PERIODISMO CORTESANO

Cuando salió
El País
en 1976, nació como una gran esperanza. Me encontraba en Bruselas, y en una reunión en las Comunidades nos anunciaron su nacimiento como el gran acontecimiento democrático del momento porque iba a romper de cuajo con toda la información de la Cadena de Prensa del Movimiento y de todos los periódicos adláteres que habían mantenido al país desinformado. Todos ellos habían sido tan sólo la correa de transmisión informativa y deformativa de una dictadura sangrienta y represiva.

Recuerdo también el pequeño despachito que tenían los periodistas Jesús Ceberio y Javier Angulo en la calle Hurtado de Amézaga, de Bilbao. De allí, los dos pasaron a Madrid, y el primero sucedió a Cebrián en la dirección del periódico tras su paso por México. Nunca nos tuvo la menor simpatía.

Y es curioso cómo fueron vascos o gentes vinculadas con Euzkadi los editorialistas de
El País
o sus jefes de política, amén de sus intocables. Patxo Unzueta, Javier Pradera, Fernando Savater, Ander Landaburu, Antonio Elorza, Hermann Tertsch y un etcétera que se degrada en un Luis Rodríguez Azpiolea que de
El Diario Vasco
pasó a
El País
, después de haberle organizado a José Juan González de Txabarri una huelga de no presencia en el Habe (Instituto de Enseñanza del Euskera) donostiarra, por haber permitido que dos policías nacionales se inscribieran allí para aprender euskera. Pues bien, este mismo Azpiolea, que ahora nos da clases de todo, fue el líder de aquella revuelta motivada porque gentes del PNV en las instituciones querían que todos los ciudadanos, políticos o no, aprendieran euskera sin discriminación alguna.

Es el mismo también que acaba de lograr que el Gobierno vasco se querelle contra el PNV por escribir este Azpiolea que ETA pactó una minitregua con Ibarretxe los días de la discusión en el Parlamento vasco de la ley de consulta. La detención una semana después del Comando Bizkaia, dispuesto a atentar esos días, desbarató la patraña.

Es el mismo Azpiolea que nos despelleja día va y día viene en los momentos más duros de la mayoría absoluta de Aznar, siendo el actual «chisgarabís» de información política que banaliza casi todo lo que toca con su periodismo de salón y de tertulia madrileña. Como es normal, este caballero no me puede ver ni en pintura porque tengo el mal gusto de recordar estas cosas.

Pero el hombre clave de este medio lo fue y lo sigue siendo Juan Luis Cebrián. «La Monarquía española no resiste un editorial de
El País»
, dicen que comentó un día Juan Luis Cebrián, primer director del periódico y consejero general del Grupo Prisa, amén de Académico de la Lengua y brazo ejecutor del editor Polanco en todos sus proyectos.

No sé si es verdad esta afirmación pero bien pudiera serla. Es el estilo perdonavidas de Cebrián, que nos juró odio eterno a cuenta de la llamada guerra digital. Se lo dijo a la cara al diputado González de Txabarri en un plató de televisión. «Te vas a enterar.» ¡Y vaya que nos enteramos!

Lo malo es que su comentario sobre la Monarquía es cierto. Si
El País
hubiera informado cabalmente sobre la Familia Real en estos años, no hay duda que otra sería hoy su imagen. Pero, no sabemos por qué, ha seguido la estela de Felipe González, que ha preferido, curiosamente, una Monarquía como sistema en España a un régimen republicano democrático y alternativo. Curiosidades de la Transición hecha por gentes de lo que se llamó «el interior». ¡Para rato Rodolfo Llopis hubiera admitido el monarquismo del PSOE!

El caso es que, estallada la polémica sobre
El Bribón
, fue curioso el silencio de
El País
sobre el caso. Quizás pensó que aquella turbulencia sería flor de un día; pero con televisiones, radios, columnistas y otros periódicos informando a todo meter, optó por elevar el tiro y dedicarme un dudoso editorial. Hasta el punto de que varios políticos me llamaron, con sorna, para decirme que
El País
no dedica un editorial
ad hominem
a casi nadie y que debería estar contento por el hecho. Les contesté que me hubiera gustado más un editorial donde se analizara desapasionadamente la polémica y que le hiciera pensar mínimamente al Sr. Borbón sobre el por qué un político vasco le metía semejante rejonazo. Pero el rejonazo fue para mí. ¡Y qué rejonazo!

EL EDITORIAL

Esto fue lo que publicó el superperiódico progresista de España el 28 de julio. Se titulaba «Injurias a la Corona» y decía así:

Si el secuestro de la revista
El Jueves
por la caricatura de los príncipes de Asturias ha puesto en tela de juicio la procedencia de esta medida judicial en la era de las nuevas tecnologías de la comunicación, las opiniones del senador y secretario primero de la Cámara alta, Iñaki Anasagasti, sobre el rey Juan Carlos y su familia han puesto en evidencia la inutilidad —su desfase, en definitiva— del sistema de protección a la Corona diseñado en torno al delito de injurias en el Código Penal. El ministerio fiscal no se ha sentido concernido por esas opiniones, que por su carácter directo, claro, contundente y personal sobre el rey y su familia podrían ser susceptibles de ser perseguidas judicialmente quizá con igual fundamento que la distorsionada y caricaturizada imagen de don Felipe y doña Letizia en la viñeta de
El Jueves
.

La fiscalía ha actuado correctamente al no tomar ninguna iniciativa contra el senador, pero ello le coloca en una posición contradictoria respecto a la que mantiene contra
El Jueves
. Ahora puede resultar incluso discriminatoria y difícilmente sostenible, por pura coherencia ante la justicia. Habrá que esperar, no obstante, a que el fiscal se aclare ante el requerimiento del juez sobre si mantiene la acusación o la retira, una vez que se ha tomado declaración a los autores de la viñeta presuntamente injuriosa, contra los Príncipes.

Las manifestaciones de Anasagasti sobre el rey y su familia, por más que hayan aparecido en su página personal de Internet, son impropias de un político responsable que, además, tiene un cargo institucional. Y en lo que se refiere a la persona de don Juan Carlos son manifiestamente injustas. Que a estas alturas un político como Anasagasti, de la misma generación de don Juan Carlos, es decir, la que protagonizó la transición, siga presentando como una tacha original irredimible e imprescriptible su designación por Franco resulta verdaderamente descorazonador. Anasagasti sabe, y debería explicarlo a las generaciones actuales, que ese origen quedó limpio y ampliamente superado por una legitimidad de ejercicio democrático impecable que se puso de manifiesto especialmente la noche de la intentona golpista del 23-F, como recordarán siempre los españoles. Ningún político, entre los muchos que pasaron del franquismo a la democracia, ha podido dar lecciones a don Juan Carlos en este terreno.

Pero aunque sean injustas, opiniones como las de Anasagasti deben poder expresarse, sin otro reproche que el político y social, como el que ya ha recibido por parte de la mayoría de fuerzas políticas y foros sociales, y sin otro descrédito que el propio de quien las emite. Lo mismo cabe decir de la viñeta de
El Jueves
, cuyo carácter inconveniente y soez ha sido ampliamente resaltado. Ojalá todas las críticas que se hagan sobre la Corona sean como las que provienen del mundo de la sátira, incluso la descarada y atrevida de esta publicación.

SU DESIGNACION POR FRANCO

Parecía, pues, que lo que más había molestado a la dirección de
El País
había sido mi recordatorio de que el rey había sido designado por Franco. Me recriminaba que el rey «había quedado limpio y ampliamente superado por una legitimidad de ejercicio que se puso de manifiesto la noche del 23-F». Y me decía que nadie le habíamos podido dar a D. Juan Carlos clases en este terreno. Lo que pasa es que no se le pueden dar.

¿Por qué el rey no fue llamado como testigo en el juicio de Campamento? ¿Por qué se impidió hablar de este asunto? ¿Lee Cebrián todo lo que se ha publicado de la implicación del rey en el golpe del 23-F, aparecidos estos juicios en infinidad de libros y testimonios editados con motivo del 25 aniversario de aquella asonada de opereta?

Ya he contado como, estando un día con Antonio Carro en una recepción en el Palacio Real, aquel colaborador de Carrero Blanco que había sido ministro de la Presidencia y era diputado del PP me dijo lo siguiente: «La culpa del 23-F la tuvo íntegramente el anfitrión de esta casa». No le dolían prendas en expresarse sonoramente de aquella manera en un salón de Palacio. Veía el fin de su carrera política y no estaba por la labor de seguir riéndole las gracias a una figura institucional que con su ligereza había propiciado aquella conjunción de situaciones que llevaron a un golpe fallido. ¿De qué si no Alfonso Armada cifró toda su estrategia en ir a La Zarzuela el 23-F? ¿Por qué el rey salió tan tarde en televisión? ¿Por qué ninguno de los complotados cuestionó el régimen impuesto por el general Franco? ¿Por qué no se hizo una investigación total del caso? ¿Por qué tanto
El País
como todo quisqui nos venden ahora la moto de que el rey paró el golpe cuando era manifiesto que había propiciado la dimisión del presidente Suárez? ¿Por qué? Muy sencillo. No interesa y además, como los libros los leen muy pocos, pues que digan lo que quieran. Pero esto, como aquella barbaridad del bombardeo de Gernika auspiciado por los propios nacionalistas irá saliendo poco a poco a la superficie a nada que haya una brizna de libertad de expresión en España sobre los hechos de la actual Monarquía. Y ese día llegará.

PÉREZ ROYO PUSO EL DEDO EN LA LLAGA

Ese mismo 28 de julio, el catedrático de la Universidad de Sevilla, Javier Pérez Royo ponía el dedo en la llaga, no en relación con mi artículo sino con lo ocurrido con
El Jueves
, que bien pudiera aplicarse a todo lo referente a lo que se consideran «injurias a la Corona». En su columna y bajo el título de «Aprendiz de brujo», empezaba de esta manera su argumentado trabajo:

He visto varias veces la portada de
El Jueves
y le he estado dando vueltas al asunto a lo largo de la semana y cada vez entiendo menos que el ministerio fiscal haya procedido de la forma en que lo ha hecho y que el juez ordenara el secuestro de la publicación, primero, y la clausura de la página web después.

El asunto es una estupidez, pero el problema que ha planteado es de una trascendencia extraordinaria. Si la conducta de publicar una portada como la de
El Jueves
es constitutiva de delito, entonces la Monarquía parlamentaria no puede ser la forma política del Estado español. Si la Monarquía parlamentaria no es compatible con el ejercicio de las libertades ideológicas, de expresión y de creación artística (la producción de una mamarrachada está tan protegida constitucionalmente como la de una genialidad) en la forma en que han sido ejercidas por los caricaturistas de la revista, la Monarquía no es aceptable como forma política. El hecho de que la Jefatura del Estado sea una magistratura hereditaria en lugar de una magistratura electiva no puede traducirse en una limitación de la intensidad de estas libertades, además de la limitación del derecho a transmitir información, ya que, al ordenarse el secuestro de la publicación y el cierre de la página web, también este derecho se ha visto afectado. Ese precio es desorbitado. No se puede pagar.

Su crítica la centraba en la actuación de la Fiscalía sobre el cierre de
El Jueves
y argumentaba que, en el momento en que se inició la Transición política, tuvimos que enfrentarnos a un problema muy serio de legitimidad de la institución monárquica que había sido restaurada como consecuencia de un golpe militar contra la República. Ese problema de legitimidad de la Monarquía se resolvió —según Pérez Royo— con base en el compromiso de que la Monarquía no supondría el más mínimo obstáculo para la libertad de expresión del principio de legitimidad democrática del Estado, y para el reconocimiento y ejercicio de los derechos fundamentales. ¿A qué venía crear un problema donde no existía? Y sentenciaba: «Cuanto más tiempo se mantenga con vida este asunto, peor». Eso es lo que hicieron
El País
y todos los
juancarlistas
, que no son pocos. Sobre todo en la llamada progresía. Bajaron el volumen de la polémica a todo meter.

José María Ridao, otro de los columnistas de
El País
y la SER, abogaba por solucionarlo con multas punitivas que sirvieran de iniciativas disuasorias para evitar humillaciones añadidas a la víctima de la injuria. Esa fue su tesis el 30 de Julio. La víspera, «Sin el permiso de Su Majestad»,
El País
publicó toda una página con portadas y viñetas dedicadas a la reina de Inglaterra, a la reina Margarita de Dinamarca y al príncipe Lorenzo de Bélgica. Exponía cómo se tratan estas cosas en el Reino Unido, en Bélgica, en Dinamarca, en Holanda y en Suecia. Nada que ver con la que había armado el juez del Olmo secuestrando la revista
El Jueves
.

Ese mismo día, el inefable Mario Vargas Llosa, alineado con la visión de la sociedad española que tiene el PP, publicaba un artículo titulado «Intimidad de los príncipes» donde se quejaba de que «si el fiscal y el juez que ordenaron el secuestro de
El Jueves
querían proteger a los Príncipes de Asturias de ser denigrados, se han equivocado garrafalmente. Lo que han logrado más bien es que desde hace una semana estén asociados, en las portadas de medio mundo, a una viñeta estúpida y vulgar, y que sin haber tenido la menor intervención en lo que sucede...». Menos mal que Vargas Llosa tenía el artículo escrito antes de «mi salida de tono», que si no, conocida su furia antinacionalista, me hubiera puesto no verde sino morado. Es curioso cómo estos americanos cuyos antepasados lucharon bajo el mando de Simón Bolívar y José de San Martín para librarse de la férula de la Monarquía de Fernando VII sean ahora tan cortesanos y monárquicos. Casi tanto como
El País
. Es algo que nunca he entendido y que sólo puede comprenderse en base a la inexistencia de libertad de expresión hacia las cosas que hace el monarca.

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