Una conspiración de papel (71 page)

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Authors: David Liss

Tags: #Histórica, Intriga, Misterio

BOOK: Una conspiración de papel
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Wild asintió.

—Quizá tenga usted más talento del que le atribuía, señor Weaver. Y sí, tiene usted toda la razón. Hace más de un año, Sir Owen vino a verme porque deseaba poner en marcha una trama para producir acciones falsas de la Mares del Sur. En el pasado había estado involucrado con la organización madre de la Mares del Sur, la Compañía Sword Blade, y como resultado de ello conocía bien sus mecanismos internos. Pero deseaba reclutar a aquellos que conocían bien los bajos fondos, y necesitaba contactos para que su plan funcionase, de modo que, sabiamente, recurrió a mí. Me ofreció un porcentaje que me pareció generoso, y pronto llegamos a un acuerdo. Era una operación compleja, como comprenderá. Él deseaba de todo corazón que nadie supiera quién era, porque tenía miedo, con razón, del poder de la Compañía. Así que creó la identidad de Martin Rochester. Con ayuda de mis hombres en la calle, y un agente infiltrado dentro de la Compañía.

—Virgil Cowper —especulé.

—El mismo —reconoció Wild—. Y así, con todas estas piezas en su sitio, teníamos el negocio a punto.

—Pero más tarde usted quiso desentenderse de ese negocio —dije—. Le dijo a Quilt Arnold que estuviera ojo avizor con los hombres de la Mares del Sur. Sabía lo suficiente acerca de su capacidad de decisión como para temerles, ¿verdad?

Asintió.

—Me llevó algún tiempo, pero llegué a darme cuenta de los peligros que esta operación me presentaba, porque me dejaba a merced de otro hombre, una situación a la que no estoy acostumbrado. Cuando por fin comprendí lo que era la Compañía de los Mares del Sur, me di cuenta de que era peligroso tener un enemigo así. Al principio de meterme en la operación, supuse que los directores no eran más que una pandilla de caballeros perezosos e hinchados, pero pronto vi que iba a ser mucho mejor para mí que la Compañía no tuviera nada que ver conmigo, porque si decidían destruirme tenía poca confianza en ser capaz de igualar su poder. Y así tuve que encontrar la forma de liberarme de mis ataduras.

—Sí —reflexioné—. Sir Owen conocía llegados a este punto demasiadas cosas acerca de sus operaciones, y, si le delataba usted, tenía que temer su venganza.

—Precisamente. —Wild resplandecía con el placer que le proporcionaba su propia inteligencia—. Necesitaba encontrar el modo de deshacerme de él sin que él sospechara mi implicación. Fue más o menos por las mismas fechas en que Sir Owen y yo separamos nuestros caminos cuando él se dio cuenta de que su padre y el señor Balfour habían descubierto la verdad acerca de las acciones falsas. Por lo que yo he deducido, Balfour descubrió que tenía acciones falsas en su poder, y fue a pedirle consejo a su padre. Cuando Sir Owen supo que su padre deseaba sacar esa información a la luz pública, se revolvió con saña, con excesiva saña para mi gusto, porque en mi negocio, señor, la discreción lo es todo. Sabía que él había organizado el asesinato de su padre, de Balfour, y del librero. Sabía también que Sir Owen llevaba siempre sobre su persona un documento escrito por su padre detallando las pruebas de la falsificación. No sé por qué guardaba esas cartas: quizá pensase que le daría ventaja sobre la Compañía en caso de necesitarla. En cualquier caso, le di instrucciones a Kate Cole de que le robara este documento, sabiendo que sería fácil, ya que su afición por las putas era legendaria. E hice circular algunos rumores que le hiciesen creer que era posible que yo estuviera detrás del robo, sólo posible, como comprenderá. Simultáneamente hice circular rumores de que yo no tenía nada que ver. No podía dejar que él supiera que yo era su enemigo. Me limité a hacer circular información que le hiciera sentirse incómodo con la idea de confiar en mí, pero no lo suficiente como para arriesgarme a que actuase en mi contra. Bien, señor Weaver, si a un hombre se le pierde algo y desea recuperarlo en esta ciudad, en caso de no poder confiar en Jonathan Wild para que se lo devuelva, ¿a quién se dirigirá? Parece que no tenía más que una alternativa.

—Dios mío —balbuceé—, ¿las cartas que me mandó recuperar de manos de Kate Cole eran los papeles de mi padre?

—Efectivamente. También solía llevar encima unas cartas sentimentales a su difunta esposa, pero éstas me importaban mucho menos. Ahora, tras haberle robado este documento incriminador, le obligué a colocarse en una posición en la que necesitaba contratar al hijo de su víctima para recuperar la prueba misma del crimen. No tenía razón para creer que él supiera que usted era el hijo de Samuel Lienzo, así que ahí no había causa para alarmarse, y no podía sino sospechar que para obtener el botín tendría usted que leer lo recuperado, pero las cosas no salieron así.

Todavía no entendía por qué Wild me había puesto tan difícil el conocer la verdadera identidad de Sir Owen y su responsabilidad en la muerte de mi padre.

—¿Por qué no hizo que su gente abriera el paquete? —pregunté—. ¿Por qué hizo que todo fuera tan endiabladamente complicado?

—Era necesario que no supieran que tenían un papel que representar en este asunto, ya que apenas podía tener confianza en esos villanos. No podía confiar en que mis propios faltreros no me delatarían ante Sir Owen en caso de encontrarse en una posición difícil. Así que tuvo algunos problemas a la hora de recuperar los documentos. La muerte de Jemmy fue un detalle desafortunado, ¿pero qué le vamos a hacer? De todas maneras, debido a que tenía que enfrentarme a la posibilidad de que usted mostrara tantos malditos escrúpulos en sus servicios a Sir Owen, tomé una segunda precaución: le pedí al bobo de Balfour, a cambio de la ridícula, por lo exagerada, cantidad de cincuenta libras, que le involucrase en el asunto. Usted quizá se preguntase por qué perdió todo el interés en encontrar al asesino de su padre, pero era sólo porque desde el principio le importó un comino su padre, y su muerte. Y así, espoleado por la insistencia de Balfour en que la muerte de su padre estaba relacionada con alguna espantosa conspiración, por fin mordió el anzuelo. Intenté dirigirle en la dirección correcta, cosa que era extremadamente difícil, pero ahora comprende por qué tuve que tratarle con tan pocos miramientos públicamente, ya que debía hacer creer a Sir Owen que yo buscaba disuadirle, no animarle, y tenía también que protegerme contra la posibilidad de que algún día usted se viera forzado a desandar el camino recorrido. Sabía que no había podido dejar de descubrir la conexión con la Compañía de los Mares del Sur, así que no había ningún peligro en que yo se lo mencionase.

Las estratagemas que se me habían escapado durante tanto tiempo ahora estaban claras.

—Es por la misma razón, entonces —especulé—, por la que Sir Owen hizo sus tratos conmigo en el parque de St. James, con el objeto de que todo el mundo viera que teníamos algún negocio entre manos. Deseaba que le llegara a usted el rumor de que había alcanzado algún tipo de acuerdo con su rival más importante, con la esperanza, supongo, de hacerle ver a usted que con él no se jugaba.

Wild asintió.

—Tanto Sir Owen como yo nos vimos obligados a involucrarle a usted por más o menos las mismas razones. Naturalmente, él cometió más errores que yo, y a medida que usted se iba acercando, se vio obligado a intentar quitarle de en medio.

—Y cuando usted se enteró por el señor Mendes de que yo me desalentaba, me envió usted a una falsa Sarah Decker para ponerme tras la pista de Sir Owen.

—¿Y cómo sabe usted que yo hice tal cosa?

—¿Quién sino Jonathan Wild tiene una compañía entera de actrices a su disposición?

—¿Quién, efectivamente? —soltó una risotada.

Guardé silencio durante un rato tras esta narración.

—Es asombroso —dije por fin—. Pero ciertamente ha salido usted victorioso.

—Por supuesto —añadió—, existía otra posibilidad, y era que en el transcurso de su investigación usted fuera destruido por Sir Owen, y mientras que yo no habría perdido a mi enemigo actual, sí habría logrado eliminar a un enemigo futuro.

—Me pregunto si fue usted quien organizó la muerte de Sir Owen —dije—. Quizá usted lo organizara de forma que pareciese que él era el cerebro detrás de las falsificaciones y luego lo ha asesinado para que no pudiera negarlo.

—Con seguridad ha visto usted demasiado como para creer que yo solo pueda haber orquestado esa vileza en particular. La muerte de Sir Owen me parece muy del estilo de estas compañías, que atacan atrevida pero secretamente. No es mi estilo en absoluto. Yo lo prefiero callada y secretamente.

—Como ha intentado tratar conmigo —observé.

—Precisamente. Verá, señor Weaver, en mi opinión yo no le debo nada. Y cuando le dije que creía que podíamos coexistir, se lo dije sólo para que usted bajara la guardia. No creo que podamos coexistir, y llegaremos a darnos batalla antes o después. Sin embargo me gustaría añadir una cosa más, porque siento que es usted demasiado estricto en sus nociones de la justicia. Los tres hombres a sueldo de Sir Owen, los que mataron a Michael Balfour, están, mientras nosotros hablamos, en Newgate esperando un juicio. No por asesinato, sino por otros delitos de horca que pude reunir. Estos hombres son un peligro para nuestra ciudad, creo que convendrá en eso conmigo, y aunque yo me beneficie de su destrucción, todo Londres se beneficia también.

Hizo una pausa para lanzar una ligera risita.

—Al final, supongo, ha resultado que la Compañía de los Mares del Sur y yo hemos trabajado juntos, aunque no de manera intencionada. Pero compartíamos los mismos propósitos, y cada uno a nuestro modo, luchábamos por los mismos fines. Yo organicé el desenmascaramiento de Sir Owen, sirviéndome de usted como instrumento. Y ellos, por su parte, organizaron su destrucción. De hecho, yo en cierta medida dependía de su deseo de deshacerse de él, ya que ni yo ni la Compañía podíamos correr el riesgo de que desvelase las cosas que sabía.

Wild se acarició la barbilla pensativo.

—Pero puede que esté otorgando demasiado crédito a la Compañía cuando digo que trabajábamos por el mismo fin, ya que creo que les guié de manera bastante eficaz. Sí, lo cierto es que manipulé a la Compañía con tanta habilidad como le manipulé a usted.

Sabía que lo qué decía era verdad, pero me di cuenta de que yo, contra todas las pruebas, había querido creer que lo había hecho Wild, había querido creer que no había entendido bien los guiños y los codazos de Adelman. Wild era poderoso, pero era un hombre solo, y podía ser destruido en un instante. La Compañía de los Mares del Sur era una abstracción: podía matar, pero no podía ser matada. En su deseo voraz de hacer circular riqueza de papel, era todo lo que Elias había dicho que era: despiadada, asesina, invisible, y tan ubicua como los propios billetes bancarios.

Descubrí que no me gustaba pensar en aquel villano abstracto y que lo que necesitaba era concentrarme en el villano de carne y hueso que tenía enfrente.

—Creo —dije tras reflexionar un momento— que sentiré júbilo el día que suba al cadalso.

Pude ver que había sorprendido a Wild. A lo mejor había llegado a creer que era capaz de predecir cada uno de mis actos, cada una de mis palabras.

—Es usted atrevido, señor. Pensaba que habría usted aprendido a no tomarme tan a la ligera. ¿Cree usted que puede acabar conmigo de alguna manera, Weaver? Es usted un hombre solo —me dijo— y mis fuerzas son legión.

—Eso es verdad —dije mientras abandonaba la habitación—, pero le odian, y serán su perdición.

Treinta y seis

Comencé esta narración con el objetivo de contar las aventuras de mi vida, pero tantas páginas después descubro que he contado una sola historia. Quizá, como habría dicho Elias, de estos particulares puedan deducirse algunas generalidades.

Unas tres semanas después de aquella reunión con Wild, leí en el periódico que habían hallado el cadáver de Virgil Cowper en la orilla del río —hasta donde había sido arrastrado por la marea— y que el forense había dictaminado que había caído al agua porque estaba borracho. Hice algunas preguntas, pero todo el mundo achacaba su muerte a un infortunio de la vida disoluta, de modo que concluí que los conspiradores de papel habían segado otra vida de la que nunca tendrían que responder.

Por mi parte, mi condición de invitado en Broad Court se había vuelto incómoda. Adelman había dejado de visitarnos como pretendiente de Miriam, pero sus negocios le traían con no poca frecuencia a la casa, y apenas podía mirar a la cara a este hombre, alguien que yo sabía tan profundamente envuelto en una conspiración que casi acaba conmigo. A mi tío le importaba poco lo que hubiera hecho Adelman o la Compañía de los Mares del Sur, sólo que al final habían tomado medidas contra el asesino de mi padre. Quizá yo juzgaba con demasiada severidad a quienes le habían arrebatado la vida a semejante bribón. Cualesquiera que fuesen las circunstancias de su muerte, Sir Owen había asesinado a cuatro personas, que yo supiera, incluyendo a mi propio padre. No, mi desagrado no se debía a la justicia burda de la Compañía de los Mares del Sur. Era otra cosa. Era la frialdad de su justicia. A ellos no les importaba que Sir Owen fuese un villano, sólo que hacía peligrar sus negocios. Sus acciones no estaban motivadas por las vidas con que Sir Owen había terminado, sino por las ganancias cuya existencia amenazaba. ¿Cuáles son los beneficios probables de esta muerte? ¿Qué interés produce la vida de un hombre? Era una especie de especulación sangrienta; era correduría bursátil asesina.

Todos los años a finales de octubre Elias y yo nos dirigíamos a una taberna apropiada para celebrar el aniversario de la muerte de Sir Owen: lo llamábamos el Día de Martin Rochester. Era nuestra fiesta privada, y a menudo resultaba tan triste como ebria. Recordábamos nuestras aventuras como mejor podíamos, y con frecuencia yo iba apuntando casi todo lo que decíamos por miedo a olvidarlo algún día. Estas notas apresuradas fueron los primeros apuntes de las memorias que casi he terminado.

Para cuando llegó el primer aniversario, Elias había abandonado sus sueños del teatro, pero su pluma no se podía quedar quieta. Escribió varios volúmenes de ripios insoportables, y mucho después escribió algunas novelas bien recibidas y unas memorias bajo un nombre supuesto. Miriam, por su parte, se había trasladado ya por entonces a una casa espléndida cerca de Leicester Fields, donde observó cómo crecían las ganancias de sus acciones. A diferencia del resto de nosotros, las vendió cuando los valores casi habían llegado a su cenit, y durante algún tiempo tuvo toda la independencia que pudo desear. Pero tales cosas no pueden durar, y Miriam vio cómo la libertad que con tantas ansias había deseado se resquebrajaba por un matrimonio mal escogido que no tengo ni espacio ni ganas de relatar aquí.

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