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¡Hosanna Semanal y Volcán Literario de Camelot!
¡Última erupción! Tan sólo dos centavos. ¡Todo sobre el extraordinario milagro en el valle de la Santidad!
Había hecho su aparición una figura más grandiosa que la del rey: el voceador de periódicos. Pero yo era el único entre toda la multitud que comprendía el significado de este magno acontecimiento y el papel destinado en el mundo a este mago imperial.
Dejé caer por la ventana una moneda de cinco centavos y recibí mi periódico. El Adán de los voceadores fue a buscar cambio a la vuelta de la esquina. Todavía debe de estar buscándolo. Era un verdadero placer tener de nuevo un periódico entre las manos; sin embargo, sentí un íntimo sobresalto cuando mis ojos cayeron sobre los titulares de la primera página. Había vivido tanto en esa atmósfera pegajosa de reverencia, respeto y deferencia, que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al verlos titulares:
¡SENSACIONALES ACONTECIMIENTOS
EN EL VALLE DE LA SANTIDAD!
¡OSTRUIDOS LOS CONDUCTOS DE AGUA!
¡MAESE MERUN REKURRE A SUS ARTES, PERO NO DA PIE CON BOLA!
¡Pero sir Jefe se anota un tanto alas primeras de cambo!
La fuente milagrosa es liberada
en medio de sobreCogedoras explosiones de
¡FUEGO INFERNALY HUMOY TRUENOS!
¡ASOMBRO EN EL NIDO DE LOS CUERVOS!
¡SINIGUAL REGOCIGO Y CELEBRACIONES!
… etcétera. Sí, era demasiado sensacionalista. En cierta época hubiese podido disfrutar de su lectura sin ver en ello nada que estuviese fuera de lugar, pero ahora me parecía una nota discordante.
Era un periodismo con un nivel similar al del Estado de Arkansas, pero no estábamos en Arkansas. Más aún: la penúltima línea parecía hecha aposta para ofender a los ermitaños y hacernos perder su publicidad. De hecho, prevalecía en todo el periódico un tono demasiado frívolo y petulante. Resultaba evidente que, sin notarlo, yo había experimentado un cambio considerable. Me daba cuenta de que me irritaban las pequeñas irreverencias que en un período anterior de mi vida me hubiesen parecido maneras de hablar apropiadas y graciosas. Me sentía incómodo y desconcertado por la abundancia de noticias de este tipo:
HUMAREDAS Y C3NIZAS LOCALES
Sir Lanzarote se enkontró noc el biejo rey Vgrivance de irlanda inesperosamente la semana posada en el brezal ligeramente al sur del pastizallll donde sir Bahnoral el Maravilloso tiene sus cerdos. La viuda del rey has sido notificada.
La ezpedición número 3 tendrá comiendo a prinsipios del prózimo mes para buscar a sir Sagramour el Deseosooso. Se encuentra al man al mando del famosisisimo Dabafieri de los Berrt Prados, asistido por sir Persant de India, quien es compet9nte. intel gente, cortés y merecedor ed todos los elogios, y
también
con la a de sir Palamides el Sarraceno que tampag es ningún perico de los palotes. Como podréis suponer, poner, esto no va ser un pic nic, estos muchachos saven perfectamente bien lo que se traen entre manofis.
Los lect%res del
Hosanna
la mentarán enterrarse de la noticia de que el apuesto y popular sir Charola¡$ de Gaula, que durante su estancia de cuatro semanas en lapo sada El Toro y el Lenguado de esta ciudad se ha ganado ro dos los corasones con sus modales gagalantes y su elegante c tiversación, Pone ola pies en polvorosa para regresar a cosa. ¡Que vuelvas pronto Charly!
Los detalles práctic9s del funeral del difunto sir Uafance del duque de Coro weg hijo, quien fue muerto en brutal enkuentro con el Gigante de la Áspera Po ira cl pasado wartes en cercanias de la Plánisic Enkantada. estuvieron en manos del siempre affable y efficiente don Murmullo, cl prínzipc de la pompas fúnebres, quien tendrá incomparable placer en btindaros todas esas tristes pero nescsarias onias. Probad sus servicios.
La redacción de
El Hosanna
presenta sus más cordiales
agradoscimientos
, des de el director hasta el último mono, al siempre cortés y esmerado su Gran Alteza el Camarero Número Cinco del Tercer Auxiliar de Proto cojo de Palacio por las numerosax raciones de helado de una Kalidad Kal kulada para que los ojos de quienes lo reciben se hume dezcan de gratitud. 3n el uso nuestro tampoco ha fallado. Cuando la adminis tración actual esté buscando una persona apropipiada para una promoción adelantada, el Hossanna estará dispuesto a acer sujercncias.
La D%soncella Irene Qcwlap, de Astolar Sur. se encuentra de bisita en Ka sa d su tío, el popular propietario del Mesón de los Gamderos, afición del Hígado. La Ciudad.
Barker el joven, el reparador de fue lles ha vuelto a casa y tiene mu mu mu cho mejor aspecto dcsPués de las vaca ciones entre los herreros circunvccircunvecinos. Sírvanse consultar su publicidad.
Sí, es verdad que para ser el primer periódico no estaba del todo mal, pero me sentía algo decepcionado.
El Boletín de la Corte
me gustó más. Su redacción simple, justa, digna y respetuosa me resultaba muy refrescante después de todas aquellas deplorables familiaridades: Pero también esta sección podía haber salido mejor…, aunque reconozco que es difícil darle un aire de variedad a un boletín de la corte. La profunda monotonía de sus noticias es un hecho desconcertante que frustra los esfuerzos más sinceros por presentarlas de una manera atractiva y chispeante. El mejor método o, mejor dicho, el único método sensato es el de disfrazar la repetición de sucesos con una variedad de formas. Algo así como desplumar la noticia hasta dejarla en su mínima expresión y, a partir de este punto, cubrirla cada vez con un plumaje nuevo. Eso engaña la vista, y hace creer que se trata de una nueva noticia y que en la corte están pasando muchas cosas, y entonces el lector se anima y se traga la columna entera con enorme apetito, quizá sin darse cuenta de que se trata de un tonel de sopa preparado con una sola habichuela. El estilo de Clarence para el boletín era bueno, sencillo, digno, directo e iba al grano. Debo decir, sin embargo, que tal vez no era el mejor:
De cualquier modo, considerando el periódico en su conjunto me sentí bastante complacido. Es verdad que se podían observar unas cuantas imperfecciones de carácter técnico, pero no eran tantas como para preocuparse, y de todas formas no era peor que la corrección de pruebas de los periódicos de Arkansas en mis tiempos, y mucho mejor de lo necesario en la época de Arturo. En términos generales, la ortografía tenía fisuras y la construcción de las frases había quedado algo coja, pero no presté demasiada atención a esos detalles. También yo incurro con frecuencia en esos errores, y me parece que un burro no debe hablar de orejas.
Me encontraba tan hambriento de la palabra escrita que hubiese podido tragarme todo el periódico de una sentada. Tuve que contentarme con un par de mordiscos y posponer el resto para otra ocasión, porque los monjes de mi alrededor me acosaban con ávidas preguntas: «¿Qué extraño objeto es éste? ¿Para qué sirve? ¿Es un pañuelo? ¿Una gualdrapa para caballo? ¿Un pedazo de camisa? ¿De qué está hecho? ¡Qué delgado y frágil! ¡Y qué manera de crujir! ¿Creéis que puede desgastarse? ¿No se echará a perder con la lluvia? ¿Lo que aparece en él son letras o sólo adornos?».
Sospechaban que se trataba de escritura porque los que sabían leer latín y tenían nociones de griego reconocían algunas de las letras, pero en su conjunto no lograban entender nada. Intenté darles información del modo más sencillo posible:
—Esto es un periódico público; ya os explicaré en otro momento qué quiere decir eso. No está hecho de tela, está hecho de papel; algún día os explicaré qué es el papel. Las líneas que veis son material de lectura y no están escritas a mano, sino impresas, poco a poco os explicaré en qué consiste la impresión. Se ha fabricado un millar de estas hojas, todas idénticas, hasta el último detalle. Sería imposible distinguir unas de otras…
En ese punto todos los monjes prorrumpieron en exclamaciones de sorpresa y admiración:
—¡Un millar! Verdaderamente una obra inmensa. ¡Un año entero de trabajo de varios hombres!
—No, no…, sólo una jornada de trabajo para un hombre y un niño.
Se persignaron aterrados, al tiempo que musitaban un par de plegarias que los protegiesen.
—¡Ah, milagro, milagro! ¡Un portento! ¡Una oscura obra de encantamiento!
Desistí de mi empeño en darles explicaciones. Para beneficio de cuantos monjes lograsen apiñar sus peladas cabezas alrededor mío, procedí a leer parte de la crónica sobre la milagrosa restauración del pozo.
De principio a fin fui acompañado por atónitas y reverentes exclamaciones:
—¡Ah, cuán cierto! ¡Prodigioso, prodigioso! ¡Así sucedió exactamente; qué maravillosa precisión!
¿Podemos coger en la mano este objeto tan extraño y palparlo y examinarlo? Lo trataremos con extremo cuidado.
Y así tomaron en sus manos el periódico, manejándolo con tanta cautela y devoción como si fuese un objeto sagrado procedente de alguna región sobrenatural. Palpaban su textura con gran gentileza, acariciaban detenidamente la tersa y agradable superficie, escrutaban los misteriosos caracteres con ojos fascinados. ¡Cuán hermoso me resultaba aquel grupo de cabezas inclinadas, aquellos rostros embelesados, aquellos ojos elocuentes. ¿Acaso no era éste mi vástago bien amado? ¿Acaso todo aquel mudo entusiasmo e interés y homenaje no constituían el mejor de los cumplidos y el más elocuente tributo? Comprendí entonces lo que siente una madre cuando otras mujeres, sean amigas o desconocidas, toman en brazos a su recién nacido y, siguiendo un impulso ansioso, se amontonan a su alrededor e inclinan las cabezas sobre él en una especie de trance místico que elimina de sus conciencias el resto del universo, que en ese momento pasa a ser inexistente. Sí, paladeaba lo que siente una madre, y también comprendía que ni la ambición satisfecha de un rey, ni la de un conquistador, ni la de un poeta, pueden llegar a mitad de camino de aquella serena cumbre o proporcionar la mitad de ese placer divino.
Durante todo el resto de la sesión mi periódico viajó de grupo en grupo a todo lo largo y ancho del enorme recinto.
Yo permanecía inmóvil, inmerso en la satisfacción, ebrio de gozo, mirando con ojos dichosos y atentos las evoluciones de mi vástago.
Sí, aquello era el paraíso y, aunque nunca más vuelva a saborearlo, puedo decir que ya lo he conocido.
Hacia la hora de acostarse llevé al rey hasta mis habitaciones privadas para cortarle el pelo y ayudarlo a que se fuese acostumbrando a las humildes ropas que debería vestir. Las clases altas llevaban un flequillo sobre la frente y dejaban que el resto del cabello cayese suelto sobre los hombros. Los plebeyos llevaban flequillo por delante y por detrás. Los esclavos no tenían flequillo y el pelo les crecía libremente. Coloqué una taza invertida sobre la cabeza del rey y corté todos los rizos que sobraban. También le arreglé las patillas y el bigote, hasta dejarlos de poco más de un centímetro de largo. Me esforcé porque los resultados no fuesen muy artísticos, y lo logré: quedó vilmente desfigurado. Una vez que se hubo puesto unas sandalias ordinarias y una túnica de basto lino marrón que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, dejó de ser el hombre más apuesto del reino para convertirse en el menos atractivo y más vulgar. Íbamos vestidos y afeitados de forma parecida y podíamos pasar por pequeños granjeros, mayordomos de finca, pastores o carreteros y, si hubiésemos querido, incluso por artesanos, ya que nuestro atuendo era el más corriente entre los pobres, en virtud de su resistencia y su bajo precio. No es que fuese realmente accesible para una persona muy pobre, pero estaba confeccionado con el material más barato que se utilizaba para vestiduras masculinas. Material manufacturado, entiéndase.
Partimos subrepticiamente una hora antes del amanecer. Cuando el sol empezaba a calentar ya habíamos cubierto unos diez o quince kilómetros y nos encontrábamos en medio de un paraje escasamente habitado. La mochila que llevaba yo era bastante pesada, puesto que iba cargada de provisiones. Se trataba de provisiones para el rey, mientras se iba acostumbrando poco a poco a la rústica y desabrida comida de los vasallos.
Encontré un sitio confortable cerca del camino para que se sentase el rey y le di un par de bocados para que calmase el estómago. Luego le dije que iba a traerle agua, y me alejé. Mi plan era desaparecer de su vista para poder sentarme y descansar. Me había habituado a estar de pie en su presencia, incluso en las reuniones del consejo, a excepción de las raras ocasiones en las que se prolongaban durante horas, casos en los que me valía de un minúsculo taburete sin respaldo semejante a un balde puesto al revés y tan cómodo como un dolor de muelas.
No quería imponerle nuevas costumbres de sopetón; prefería hacerlo de forma gradual. A partir de ahora ambos deberíamos sentarnos cuando estuviésemos en compañía de otras personas, para evitar que sospechasen algo.
Pero no era apropiado por mi parte tratarlo como a un igual cuando no era necesario.
Había encontrado agua a unos trescientos metros y llevaba descansando cosa de veinte minutos cuando oí voces. No pasa nada, pensé: campesinos que se dirigen al trabajo; nadie más estaría de pie a esas horas. Pero en seguida apareció entre tintineos en un recodo del camino un grupo de gente de alcurnia, elegantemente vestida, con mulas que transportaban el equipaje y un séquito de sirvientes. Al instante desaparecí a través de los arbustos, buscando el más corto de los atajos para volver al lado del rey. Pensé por un segundo que llegarían al sitio donde estaba él antes que yo, pero, como es bien sabido, la desesperación te da alas, así que incliné el cuerpo hacia adelante, llené de aire los pulmones, contuve la respiración y salí volando. Conseguí llegar apenas a tiempo.