Un trabajo muy sucio (32 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
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—Fue su último deseo —dijo Vern.

Jane no se movió, ni dijo nada. Como tenía los ojos velados, Charlie no veía su expresión, pero adivinó que tal vez estuviera intentando perforar su aorta con su visión de rayo láser.

—¿Sabes, Vern?, eso sería estupendo, pero ¿te importa que lo dejemos para otro día ? Acabamos de enterrar a mi madre y tengo que hablar de unas cosas con mi hermano.

—Por mí, perfecto —dijo Vern—. Y no tiene por qué ser un dónut, si cuidas tu figura. Ya sabes, una ensalada, un café, lo que sea.

—Claro —dijo Jane—. Si era lo que mi madre quería... Ya te llamaré. Pero Charlie te habrá dicho que soy lesbiana, ¿no?

—¡Oh, Dios mío! —dijo Vern. Estuvo a punto de retorcerse de deseo, pero recordó que se hallaba en el ágape posterior a un funeral y que se estaba imaginando abiertamente un ménage a trois con la hija de la difunta—. Lo siento —graznó.

—Hasta otra, Vern —dijo Charlie mientras su hermana lo empujaba hacia la cocina del club—. Te mandaré un e-mail sobre ese otro asunto.

En cuanto doblaron la esquina de la cocina, Jane le dio tal puñetazo en el plexo solar que lo dejó sin respiración.

—Pero ¿tú qué te has creído? —siseó. Se echó el velo hacia atrás para que Charlie viera lo cabreada que estaba, por si acaso no se había dado cuenta por el puñetazo en el pecho.

Charlie se reía y jadeaba al mismo tiempo.

—Es lo que mamá habría querido.

—Mi madre acaba de morir, Charlie.

—Sí —dijo su hermano—. Pero no tienes ni idea de lo que acabas de hacer por ese tipo.

—¿En serio? —Jane levantó una ceja.

—Recordará siempre este día —contestó Charlie—. No volverá a tener una fantasía sexual en la que no aparezcas tú, seguramente con zapatos prestados.

—¿Y no te da repelús?

—Bueno, a mí sí, eres mi hermana, pero para Vern ha sido un momento seminal.

Jane asintió con la cabeza.

—Eres un buen tipo, Charlie, preocupándote así por un desconocido insignificante como ese.

—Sí, bueno, ya me conoces...

—Esto por ser tan capullo —añadió Jane, y volvió a hundirle el puño en el plexo solar.

Curiosamente, mientras intentaba recobrar el aliento, Charlie sintió que, allá donde se encontrara, su madre estaría satisfecha de él.

Adiós, mamá
, se dijo.

TERCERA PARTE
El campo de batalla

Mañana habremos de encontrarnos

la Muerte y yo,

y ella hundirá su espada

en uno con los ojos bien abiertos.

Dag Hammarskjold

Capítulo 19
Estamos bien, siempre y cuando no pasen cosas raras.

Alvin y Mohamed

Cuando Charlie llegó a casa después del funeral de su madre, fue recibido efusivamente en la puerta por dos enormes canes que, aliviados de sus labores de vigilancia sobre el rehén amoroso de Sophie, pudieron derramar sobre su amo, con ocasión de su regreso, un afecto y una alegría sin tasa. Es cosa bien sabida (y así lo reconocen, de hecho, los estatutos del Club Canino Americano: sección 5, párrafo 7, «Criterios de Restregamiento y Porculización») que uno no sabe lo que es estar bien jodido hasta que se le echan encima dos sabuesos infernales de ciento sesenta kilos de peso cada uno. Y pese a haberse puesto un desodorante extra fuerte esa misma mañana, antes de salir de Sedona, Charlie descubrió que el frotamiento reiterado en la zona axilar de dos húmedas pililas de perro del Averno le hacía sentirse no muy fresco.

—¡Sophie, llámalos! ¡Llámalos!

—Los perritos están bailando con papi. —Sophie soltó una risilla—. ¡Baila, papá!

La señora Ling le tapó los ojos para que no presenciara el abominable e involuntario viraje de su padre hacia el bestialismo.

—Ve a lavarte las manos, Sophie. Vamos a comer mientras tu padre hace guarrerías con los
shiksas
. —La señora Ling no pudo por menos de hacer una rápida tasación del valor monetario de los resbaladizos vergajos rojos que en ese instante, cual pintalabios dignos de un leviatán, golpeaban la camisa Oxford de su casero como impulsados por un pistón. La herboristería del barrio chino pagaría una fortuna por un poco de polvo hecho con los miembros disecados de Alvin y Mohamed (los hombres de la patria de la señora Ling hacían cualquier cosa con tal de aumentar su virilidad, incluyendo el reducir a polvo especies en peligro de extinción y cocerlas en tisana, no como ciertos presidentes norteamericanos, que creían que, para empalmarse, no había como bombardear a unos cuantos miles de extranjeros). Parecía, sin embargo, que la fortuna de las pollas de perro amojamadas quedaría sin reclamar. La señora Ling había cejado en su empeño de recolectar trozos de cancerbero cuando, hacía ya tiempo, intentó despachar a Alvin dándole en el cráneo un golpe retumbante y certero con su sartén de hierro fundido, y el perro le arrancó la sartén hasta el mango de un solo mordisco, la masticó y se la tragó entre una mezcla pastosa de baba canina y virutas de hierro, y luego se sentó y pidió repetir.

—¡Écheles agua! —gritó Charlie—. ¡Abajo, perritos! Qué perritos tan buenos. ¡Ay, qué asco!

Impelida a actuar por la llamada de auxilio de Charlie, la señora Ling coordinó sus movimientos con la oscilante pirámide que formaban el hombre y los perros frente a la puerta, pasó corriendo junto a Charlie, salió al pasillo y bajó las escaleras.

Lily

Lily subió las escaleras y se detuvo con un derrape en la alfombra del pasillo al ver a los cancerberos beneficiándose a Charlie.

—¡Serás cabrón, Asher! ¡Tú estás enfermo!

—Socorro —dijo Charlie.

Lily arrancó el extintor de la pared, lo arrastró hasta la puerta, quitó la clavija y procedió a descargar su contenido sobre el trío retozón. Dos minutos después, Charlie se había derrumbado sobre el umbral en medio de un montón de espuma y
Alvin
y
Mohamed
estaban encerrados en su dormitorio, donde mascaban alegremente el extintor vacío. Lily había conseguido atraerlos hasta allí cuando intentaron morder el chorro de CO2, pues parecían disfrutar de aquella refrescante novedad más que del magreo de bienvenida a casa que le estaban dispensando a Charlie.

—¿Estás bien? —dijo Lily. Llevaba una de sus camisas de chef encima de una falda de cuero rojo, con botas de plataforma hasta la rodilla.

—He tenido una semana más bien dura —contestó Charlie.

Ella lo ayudó a levantarse, procurando no tocar las manchas húmedas de su camisa. Charlie realizó una caída controlada hacia el sofá. Lily lo ayudó a aterrizar y acabó con un brazo atrapado incómodamente bajo su espalda.

—Gracias —dijo él. Todavía tenía espuma del extintor en el pelo y las pestañas.

—Asher—dijo Lily, que intentaba no mirarlo a los ojos—, no me siento cómoda con esto, pero creo que, dada la situación, es hora de que diga algo.

—Está bien, Lily. ¿Quieres un café?

—No. Por favor, cállate. Gracias. —Hizo una pausa y respiró hondo, pero no sacó el brazo de debajo de Charlie—. Te has portado bien conmigo todos estos años y, aunque no lo reconocería delante de nadie más, seguramente no habría acabado el instituto ni me habrían ido tan bien las cosas si no hubiera sido por tu influencia.

Charlie, que todavía intentaba ver, parpadeaba para quitarse los cristales de hielo de las pestañas mientras pensaba que quizá se le hubieran congelado los glóbulos oculares.

—No ha sido nada —dijo.

—Por favor, por favor, cállate —contestó Lily. Respiró hondo otra vez—. Siempre has sido bueno conmigo, a pesar de lo que yo llamaría algunos de mis momentos más tocapelotas, y aunque seas una especie de oscuro señor de la muerte y seguramente tengas cosas más importantes de que preocuparte... Siento lo de tu madre, por cierto...

—Gracias —repuso Charlie.

—Bueno, pues teniendo en cuenta lo que he oído contar sobre la noche que pasaste fuera antes de que muriera tu madre y lo que he visto hoy, creo que lo más justo es... que te eche un polvo.

—¿Que me eches un polvo?

—Sí —contestó ella—, por el bien de la humanidad, aunque tú no seas más que una herramienta.

Charlie se apartó de ella. La miró un segundo, procuró averiguar si lo estaba poniendo cachondo y, al decidir que no, dijo:

—Eres muy amable, Lily, y...

—Nada de cosas raras, Asher. Tienes que entender que solo hago esto por decencia y por compasión hacia el prójimo. Si quieres cosas raras, vete de putas a Broadway.

—Lily, no sé de qué...

—Y por el culo no —añadió ella.

Desde detrás del sofá surgió la risa aguda de una niña pequeña.

—Hola, papi —dijo Sophie, apareciendo tras él—. Te echaba de menos.

Charlie la levantó por encima del respaldo del sofá y le dio un gran beso.

—Yo también a ti, cariño.

Sophie lo apartó de un empujón.

—¿Por qué tienes espuma en el pelo?

—Ah, eso... Lily ha tenido que echar un poco de espuma a
Alvin
y
Mohamed
para que se calmaran, y me ha caído un poco a mí.

—Ellos también te echaban de menos.

—Ya lo he notado—dijo Charlie—. Cariño, ¿puedes irte a jugar un rato a tu habitación mientras hablo con Lily?

—¿Dónde están los perritos? —preguntó Sophie.

—Están descansando en la habitación de papá. ¿Puedes irte a jugar y dentro de un rato nos comemos unos ganchitos de queso?

—Vale —contestó Sophie, y se deslizó hasta el suelo—. Adiós, Lily. —La saludó con la mano.

—Adiós, Sophie —dijo Lily, que parecía aún más pálida que de costumbre.

Sophie se marchó al ritmo de su nueva tonada.

—Por el culo no... por el culo no... por el culo no...

Charlie se volvió para mirar a Lily.

—En fin, eso animará un poco la clase de primero de la señora Magnussen.

—Claro. Ahora da corte —dijo Lily sin perder un instante—, pero algún día me lo agradecerá.

Charlie intentó mirarse los botones de la camisa como si estuviera enfrascado en sus pensamientos, pero empezó a reírse, intentó parar y acabó resoplando un poco.

—Caray, Lily, eres como una hermana pequeña para mí, no podría...

—Ah, estupendo. Te ofrezco un regalo de corazón, por pura bondad, y tú...

—Café, Lily —dijo Charlie con un suspiro—. ¿Podrías limitarte a hacerme una taza de café en lugar de echarme un polvo... y sentarte a hablar conmigo mientras me lo tomo? Eres la única que sabe lo que nos pasa a Sophie y a mí, y necesito intentar aclarar las cosas.

—Bueno, eso seguramente llevará más tiempo que echarte un polvo —dijo Lily, y miró su reloj—. Voy a llamar a la tienda para decirle a Ray que tardaré un rato.

—Eso sería genial —dijo Charlie.

—De todos modos, solo iba a echarte un polvo a cambio de información acerca de ese asunto de los Mercaderes de la Muerte —contestó Lily mientras cogía el teléfono de la barra del desayuno.

Charlie suspiró otra vez.

—Eso es lo que necesito aclarar.

—En todo caso —añadió ella—, en lo del culo soy inflexible.

Charlie intentó asentir gravemente con la cabeza, pero le dio la risa otra vez. Lily le tiró las páginas amarillas de San Francisco.

Las Morrigan

—Esta alma huele a jamón —dijo Nemain con la nariz arrugada mientras olfateaba un trozo de carne ensartado en una de sus largas uñas.

—Yo quiero un poco —dijo Babd—. Dame. —Dio un zarpazo a la carroña y cortó un pedazo de carne del tamaño de un puño.

Estaban las tres en un subsótano olvidado debajo del barrio chino, tumbadas en vigas que el gran fuego de 1906 había quemado hasta ennegrecerlas. Macha, que empezaba a mostrar la cabellera color perla que lucía en su forma de mujer, observaba el cráneo de un animal a la luz de una vela que había hecho con manteca de bebés muertos (Macha había sido siempre la más mañosa de las tres, y sus hermanas envidiaban sus habilidades).

—No entiendo por qué el alma está en la carne y no en el hombre.

—Y encima me parece que sabe a jamón —dijo Nemain, y al hablar escupía pedazos del alma, coloreados por un fulgor rojizo—. ¿Tú te acuerdas del jamón, Macha? ¿Nos gustaba?

Babd se comió su trozo de carne y se limpió las garras en las plumas del pecho.

—Creo que el jamón es una cosa nueva —dijo—, como los teléfonos móviles.

—El jamón no es nuevo —contestó Macha—. Es cerdo ahumado.

—¡No! —dijo Babd, horrorizada.

—Sí—dijo Macha.

—¿No es carne humana? ¿Y entonces por qué tiene alma?

—Gracias —repuso Macha—. Eso es lo que intentaba decir.

—He decidido que nos gusta el jamón —dijo Nemain.

—Aquí pasa algo raro —añadió Macha—. No debería ser tan fácil.

—¿Fácil? —preguntó Babd—. ¿Fácil? Pero si nos ha costado cientos... no, miles de años llegar hasta aquí. ¿Cuántos miles de años, Nemain? —Babd miró a su venenosa hermana.

—Muchos —contestó ella.

—Muchos —repitió Babd—. Muchos miles de años. Eso no es fácil.

—Que nos lleguen almas sin cuerpo y sin ladrones de almas parece demasiado fácil.

—Pues a mí me gusta —dijo Nemain.

Se quedaron calladas un momento mientras Nemain mordisqueaba el alma refulgente, Babd se arreglaba las plumas y Macha observaba el cráneo del animal dándole vueltas entre sus zarpas.

—Creo que es una marmota —dijo.

—¿Se puede hacer jamón de marmota? —preguntó Nemain.

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