Un gran chico (6 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: Un gran chico
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—Perdona —dijo Suzie—. No te he preguntado nada sobre tu situación.

—Oh... No tiene importancia.

—¿A ti te abandonó tu mujer?

—Bueno, pues sí, supongo que sí —respondió Will con una sonrisa triste y estoica.

—¿Y tu ex suele ver a Ned?

—Algunas veces. No se toma demasiadas molestias por estar con el pequeño.

Empezaba a sentirse mejor; era estupendo ser el portador de malas noticias acerca de las mujeres. Cierto que esas malas noticias eran completamente ficticias, pero ahí existía, creyó, una verdad emocional, y se dio cuenta de que su afición a desempeñar papeles que no le correspondían contenía desde mucho antes un elemento artístico que hasta ese momento jamás había intuido. Estaba actuando, desde luego, pero en el sentido más noble y profundo del término. No era un fraude. Era Robert de Niro.

—¿Y cómo lo lleva el pequeño?

—Oh... Es un niño buenísimo. Y muy valiente.

—Tienen unos recursos asombrosos los niños, ¿verdad?

Con enorme sorpresa Will comprobó que tuvo que parpadear para contener una lágrima, y Suzie le puso la mano sobre el brazo para darle ánimos. Había entrado por la puerta grande, sin el menor asomo de duda.

[1]
Single Parents — Alone Together, esto es, «padres separados — solos y juntos». Las siglas, en inglés, dan lugar a un vocablo no muy corriente, spat, que designa una discusión o rencilla, una bronca, especialmente en el ámbito conyugal.

7

En algunos aspectos la vida siguió su curso con normalidad. Fue a pasar el fin de semana a Cambridge, a casa de su padre, y vieron juntos muchísima televisión.

El domingo, su padre y Lindsey, que era la novia de su padre, lo llevaron a casa de la madre de Lindsey, en algún rincón del condado de Norfolk, y luego pasearon un rato por la playa y la madre de Lindsey le dio un billete de cinco libras sin que viniera a cuento. Le cayó bien la madre de Lindsey. La propia Lindsey también le caía bien. Incluso a su madre le caía bien Lindsey, aunque de vez en cuando decía cosas feas sobre ella. (Él nunca la defendió. A decir verdad, almacenaba las estupideces que Lindsey hubiera dicho o hecho y se las contaba a su madre al volver a casa; así las cosas eran mucho más fáciles.) Todo estuvo muy bien, y todo el mundo estaba igual de bien. Lo malo era que empezaban a ser demasiados. Aun así, se llevaba bien con todos, y a ninguno le parecía que fuese raro, o al menos eso aparentaban. Volvió al colegio preguntándose si no habría armado un jaleo por nada.

En el camino de regreso a casa, sin embargo, todo empezó de nuevo. En el mismo quiosco de periódicos de la esquina. Los que lo atendían eran gente amable, no les importaba que él se limitase a hojear las revistas de informática. Podía pasarse diez minutos o un cuarto de hora hojeando esas revistas antes de que ninguno dijera nada, e incluso cuando lo hacían eran amables y se mostraban jocosos, sin caer en la crueldad y en esa actitud típica de tantos dependientes que parecen odiar a los niños: «Sólo se permite la entrada en el establecimiento de tres niños a la vez, ni uno más.» Detestaba que lo considerasen un ladrón por el simple hecho de tener la edad que tenía. Ni se le ocurría entrar en las tiendas que exponían ese letrero en el escaparate. Jamás les daría su dinero.

—¿Qué tal está tu encantadora madre, Marcus? —le preguntó el dependiente al entrar. Su madre les caía bien porque a menudo hablaba del lugar del que habían venido. Ella había estado allí una vez, hacía ya mucho tiempo, cuando era una hippy de verdad.

—Muy bien, gracias. —No pensaba decirles nada más.

Encontró la revista que había hojeado hasta la mitad la semana anterior y se olvidó de todo lo demás. Lo siguiente que supo fue que estaban allí, apiñados muy cerca de donde se encontraba, y riéndose de él una vez más. Estaba harto de esa risa. Si nadie volviera a reírse en el mundo entero en todo lo que le quedara de vida, no le molestaría demasiado.

—¿Qué estás cantando, pelo de estropajo?

Había vuelto a hacerlo. Estaba pensando en una de las canciones de su madre, una de Joni Mitchell en la que hablaba de un taxi, pero estaba claro que se le había vuelto a escapar. Todos se pusieron a tararear desafinando, metiendo palabras sin sentido en cada verso, dándole codazos para que se volviera a un lado y a otro. No les hizo caso, trató de concentrarse en lo que estaba leyendo. Ni siquiera tenía que ponerse a pensar en pastelitos de chocolate cuando tenía un artículo sobre informática en el que perderse. Al principio hizo como que no se había dado cuenta de su presencia, pero al cabo de unos segundos se había perdido de veras y se olvidó de ellos. Acto seguido se enteró de que se largaban de la tienda.

—¡Epa, Mohammed! —exclamó uno de ellos. El señor Patel no se llamaba así—. No deje de registrarle los bolsillos. Ha estado robándole.

Y así se fueron. El mismo se registró los bolsillos: los tenía llenos de pastelitos de chocolate, paquetes de chicle y otras golosinas. No se había dado cuenta de la jugada. Se puso malo. Trató de explicarse, pero el señor Patel le hizo callar.

—Lo he visto todo, Marcus —dijo—. No pasa nada. —Se dirigió al mostrador y depositó los artículos sobre los periódicos—. ¿Son de tu colegio?

Marcus asintió.

—Más te valdría no andar con ellos.

No andar con ellos... Claro, qué fácil de decir.

Cuando llegó a casa, su madre estaba tumbada en el suelo, tapada con una manta y viendo la televisión. Estaba viendo dibujos animados. Ni siquiera lo miró.

—¿No has ido a trabajar?

—Por la mañana, sí. Pero me he tomado la tarde libre; creo que estoy enferma.

—¿Enferma? ¿De qué?

No hubo respuesta.

Eso no estaba bien. No era más que un niño. Últimamente, a medida que crecía pensaba cada vez más en ello. No sabía por qué. Tal vez fuese porque cuando de veras sólo era un niño le resultaba imposible reconocerlo: hay que llegar a cierta edad para darse cuenta de que en realidad se es bastante joven. Puede que cuando era pequeño no hubiese nada de que preocuparse: cinco o seis años antes su madre jamás se pasaba la mitad del día tirada debajo de un abrigo, temblando, viendo absurdos dibujos animados, y aun cuando le hubiese dado por hacerlo, a él no tendría por qué haberle parecido algo extraordinario.

Sin embargo, por alguna parte tenía que romperse la cuerda. Lo estaba pasando de puta pena en el colegio y lo estaba pasando de puta pena en casa, y como el colegio y su casa era todo lo que había en el mundo, lo estaba pasando de puta pena a todas horas, salvo cuando dormía. Alguien tendría que hacer algo para solucionar la situación, porque él por sí solo no podía hacer nada, y tampoco imaginaba quién podría hacer algo, aparte de la mujer que estaba tumbada debajo del abrigo.

Era graciosa su madre. Le encantaba conversar. Siempre le daba la lata para que hablasen y él le contase sus cosas, aunque Marcus tenía la certeza de que no iba en serio. Se le daban muy bien las cosas sin importancia, pero Marcus sabía que si a él se le ocurriese hablar de las grandes cuestiones, seguro que habría problemas, y más ahora, que lloraba por todo y por nada. De momento no se le ocurría ninguna manera de evitarlo. No era más que un niño, ella era su madre, y si él se sentía mal, a ella le tocaba hacer lo que fuera necesario para que volviera a sentirse bien, así de simple. Aun cuando no quisiera, aun cuando eso supusiese que ella terminaría sintiéndose peor.

—¿Para qué estás viendo eso? Es una basura. Tú misma me lo has dicho siempre.

—Pensé que te gustaban los dibujos animados.

—Y me gustan, pero éstos no. Son una porquería.

Los dos contemplaron la pantalla sin decir palabra. Una extraña cosa en forma de perro trataba de alcanzar a un chico que era capaz de convertirse en una especie de platillo volante.

—¿De qué estás enferma? —Hizo la pregunta a bocajarro, tal como un profesor preguntaría a un alumno como Paul Cox si había hecho los deberes.

Tampoco hubo respuesta.

—Mamá, ¿enferma de qué?

—Oh, Marcus, no es que esté enferma...

—No me trates como si fuera un imbécil, mamá.

Ella se puso a llorar de nuevo, con largos, lentos sollozos que a él lo aterrorizaron.

—Tienes que parar de una vez.

—Es que no puedo.

—Tienes que parar. Si no eres capaz de cuidar de mí como es debido, tendrás que encontrar a alguien que pueda hacerlo.

Ella se volvió sobre un costado y lo miró.

—¿Cómo te atreves a decir que no cuido de ti como es debido?

—Porque no lo haces. Sólo me preparas el desayuno y la comida, y eso podría hacerlo yo mismo. El resto del tiempo te dedicas a llorar. Eso... Eso está mal. A mí no me hace ningún bien.

Lloró aún más fuerte, y él la dejó allí. Subió a su habitación y empezó una partida de Basket NBA con los auriculares puestos, aun cuando ella le había advertido que no debía jugar con el ordenador si tenía colegio al día siguiente. Cuando bajó, su madre se había levantado y la manta estaba recogida. Estaba sirviendo pasta y salsa de tomate en dos platos y parecía repuesta. Él sabía que no lo estaba. Tal vez no fuese más que un niño, pero tenía edad suficiente para saber que nadie deja de estar loco de remate (y precisamente ésa, según comenzaba a entender, era la clase de enfermedad que ella padecía) sólo porque alguien le diga que deje de estarlo. Tampoco le importó, sobre todo mientras estuviera más o menos bien delante de él.

—El sábado vamos de picnic —anunció de buenas a primeras.

—¿De picnic?

—Sí, a Regents Park.

—¿Con quién?

—Con Suzie.

—No será con esa panda del SPAT, ¿verdad?

—Pues sí, con esa panda del SPAT.

—Los odio.

Nada más trasladarse a Londres, Fiona había llevado a Marcus a una fiesta celebrada en el jardín de alguno de los integrantes del SPAT, pero no había vuelto a estar con ellos. De hecho, Marcus había asistido a más reuniones que ella, porque Suzie lo había llevado a una de sus salidas.

—Tant pis.

¿Por qué tenía que decir bobadas como ésa? Sabía que, en francés, significaba «peor para ti». ¿Por qué no decía «peor para ti», sin más? No era de extrañar que él fuese tan rarito. Con una madre que se ponía a hablar en francés sin venir a cuento, uno estaba más o menos condenado a cantar en voz alta en el quiosco de los periódicos sin proponérselo siquiera. Añadió abundante queso rallado a su pasta y comenzó a revolver.

—¿Tú no vas a ir?

—No.

—¿Y por qué tengo que ir yo?

—Porque yo pienso descansar.

—Puedo estar aquí sin molestarte.

—Sólo pienso hacer lo que tú has dicho: que alguien cuide de ti. Suzie es mucho más capaz que yo.

Suzie era la mejor amiga de Fiona. Se conocían desde que iban juntas al colegio. Era muy simpática, a Marcus le caía muy bien. Con todo, no quería ir de picnic con ella y con todos los mocosos del SPAT. A casi todos les llevaba diez años de diferencia, y nunca lo había pasado bien con ellos. La última vez, cuando fueron al zoo, volvió a casa y le dijo a su madre que quería hacerse una vasectomía. Ella se rió con ganas, aunque él hablaba muy en serio; estaba completamente seguro de que jamás tendría hijos, así que ¿por qué no terminaba ya mismo con la posibilidad de que ocurriese lo contrario?

—Podría hacer cualquier cosa, podría pasarme el día en mi habitación con los juegos. Ni siquiera te darías cuenta de que estoy en casa.

—Quiero que salgas, que hagas algo normal. Aquí dentro es todo demasiado intenso.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que... Oh, no sé lo que quiero decir; pero sí sé que no estamos haciéndonos ningún bien el uno al otro.

Un momento, un momento. ¿Que no se hacían ningún bien el uno al otro? Por primera vez desde que su madre había empezado a llorar, también él tuvo ganas de hacerlo. Sabía perfectamente que ella no le hacía ningún bien, pero jamás había pensado que también pudiera ser al revés. ¿Qué le había hecho él? No se le ocurrió nada. Un buen día tenía que preguntarle de qué iba, pero no sería en ese momento. No estaba muy seguro de que la respuesta le sentara nada bien.

8

—Qué zorra.

Will se quedó mirándose las punteras de los zapatos e hizo un ruido con el que quiso transmitir a Suzie que su ex mujer tampoco era en realidad tan mala.

—Will, las cosas no son así. No se puede consentir que llame con cinco minutos de antelación para cambiar los planes de esa forma. Tendrías que habérselo dicho... —Suzie miró alrededor para ver si Marcus, el extraño chaval con el que al parecer iban a tener que pasar el día, seguía aguzando el oído—. Ejem, ejem.

Su ex (quien, según Suzie, se llamaba Paula, nombre que él debía de haber mencionado la noche de la reunión) siempre sería la culpable de que Ned no hubiese aparecido con él para ir de picnic con los demás, pero Will sentía una oscura lealtad hacia ella a pesar de la cólera de Suzie, o quién sabe si por eso mismo. ¿No se habría pasado de la raya?

—En fin —dijo él, mientras Suzie seguía sin ocultar el enorme enojo que le había producido la noticia—, tú ya sabes...

—No puedes permitirte el lujo de ser tan blando. Así, sólo conseguirás que te enrede a todas horas y que te haga la vida imposible.

—Esto es algo que nunca me había hecho.

—Puede que no, pero ya verás como vuelve a hacerlo. Ya verás. Eres demasiado amable, y éste es un asunto muy feo. Has de ser más duro.

—Supongo que sí.

Que le dijeran que era demasiado amable, que tenía que ser más cabrón, era algo insólito para Will, pero se sentía tan enclenque que entendió fácilmente que Paula le hubiese pasado por encima como una apisonadora.

—¡Y encima el coche! No puedo creer que se haya quedado con el coche.

Se había olvidado del coche. Paula también se lo había llevado a primerísima hora de la mañana, y por razones demasiado complejas para detenerse a explicarlas, obligando de ese modo a Will a llamar a Suzie y pedirle que lo llevase a Regent's Park.

—Lo sé, lo sé. Es una... —Will no encontró palabras. Al contemplar el asunto en su totalidad, incluido lo de Ned y lo del coche, Paula se había comportado de forma sumamente ofensiva, eso lo entendía bien, pero aún se le hacía muy difícil reunir toda la cólera que parecía necesaria. Iba a tener que hacerlo, aunque sólo fuera para demostrar a Suzie que no era un pelele del tres al cuarto y un miedica sin remedio—. Es una foca.

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