Authors: Agatha Christie
—Habría que preguntarse qué era lo que estaba haciendo en tales momentos su esposa —subrayó miss Marple.
—Probablemente, se sentiría atormentada por los celos —contestó Gwenda—. Y le haría una escena nada más entrar en su habitación.
—Ésta es mi explicación del caso —declaró Giles—. Y estimo todos los hechos señalados muy posibles.
—Pero es que él no pudo haber asesinado a Lily Kimble, ya que vive en Northumberland. Pensar en él, por consiguiente, es perder el tiempo. Vamos con Walter Fane...
—De acuerdo. Walter Fane es el clásico tipo reprimido. Se ve en él un hombre de maneras suaves, tranquilo, fácilmente manejable. Ahora bien, miss Marple ha aportado un testimonio valioso referente a él. Walter Fane, en cierta ocasión, tuvo una reacción tan violenta que estuvo a punto de matar a su hermano. Era un niño, sí, cuando ocurrió esto, pero siempre se había caracterizado por su dulce carácter. Bueno... Walter Fane se enamora de Helen Halliday. No es un enamoramiento corriente. Está loco por ella. Helen no quiere saber nada del joven y éste se va a la India.
»Más adelante, Helen le escribe. Está decidida a trasladarse a la India y a casarse con él. Se pone en camino. Y luego viene el segundo golpe. Nada más llegar, lo rechaza. La joven ha conocido a
alguien
en el buque, durante el viaje. Vuelve a Inglaterra y se casa con Kelvin Halliday. Probablemente Walter Fane piensa que Kelvin Halliday fue la causa original de su primer fracaso. Está caviloso, los celos lo atormentan, empieza a odiar... Acaba por regresar a su patria. Después se comporta como un amigo, frecuenta esta casa, es como un gato, que circula libremente por ella. Pero puede ser que Helen no juzgue tal actitud sincera. Ha acertado a ver, probablemente, lo que alienta bajo aquella aparente calma. Es posible que tiempo atrás sorprendiera algo inquietante en Walter Fane. Y le dice: "Siempre te he tenido miedo." Helen hace planes, reservadamente, para salir de Dillmouth e instalarse en Norfolk. ¿Por qué? Porque teme a Walter Fane...
»Detengámonos nuevamente en la noche fatal. Aquí no pisamos terreno muy firme. No sabemos qué estuvo haciendo Walter Fane aquella noche... Y tengo la impresión de que no lo sabremos nunca. Pero en él se da la circunstancia interesante e imprescindible señalada por miss Marple: se encuentra
en el sitio
, sobre el terreno. Vive en una casa situada a dos o tres minutos de distancia, andando. Pudo haber dicho que se acostaba temprano porque tenía un fuerte dolor de cabeza; pudo haberse encerrado en su estudio con el pretexto de que tenía unos trabajos urgentes entre manos... Las excusas podrían ser muchas. Todas las cosas que hemos considerado que llevó a cabo el asesino, pudo haberlas realizado él. Añadamos a esto que, de los tres hombres estudiados, a Walter Fane lo veo como el más propenso a cometer errores a la hora de guardar unas prendas femeninas en una maleta. Seguro que ignora lo que una mujer necesitaría en la situación de Helen... y hasta en otra cualquiera.
—¡Qué raro! —exclamó Gwenda—. El día en que visité su despacho tuve la extraña impresión de que era como una casa con las cortinas corridas... E incluso me sentí asaltada por la fantástica idea de... de que había alguien muerto en la vivienda.
Miró a miss Marple.
—Le parecerá a usted esto una tontería, tal vez... —agregó.
—No, querida. Pienso que quizás estuvieras en lo cierto.
—Y llegamos, por fin, a Afflick, el de «Afflick Tours» —dijo Gwenda—. Lo primero que hay contra Jackie Afflick es la opinión del doctor Kennedy, quien lo considera víctima de una incipiente manía persecutoria. En otras palabras: nunca fue un hombre normal del todo. Nos ha hablado de él y de Helen, pero tendremos que convenir ahora que cuanto contó era un montón de mentiras. No la consideraba, simplemente, una chica de mucho atractivo. Había algo más: estaba locamente enamorado de ella. Pero Helen no le amaba. Limitóse a divertirse un poco con Afflick. A Helen los hombres la llevaban de cabeza, como ha dicho miss Marple.
—No, querida, yo no he dicho eso, en absoluto.
—Bueno, era una ninfomaníaca, si usted prefiere que utilice este vocablo. Sea lo que fuere, tuvo que ver con Jackie Afflick y después quiso desprenderse de él. Y Afflick no estaba dispuesto a retirarse, sin más. El hermano de Helen logró librarla de sus zarpas, pero Afflick nunca olvidó esto, nunca lo perdonó. Perdió su empleo... Fue despedido de la oficina en que trabajaba con Walter Fane. Aquí hay otros indicios de su manía persecutoria.
—Sí —convino Giles—. Pero, por otro lado, de ser eso cierto, damos con otro punto en contra de Fane... Y es un dato de valor.
Gwenda continuó hablando.
—Helen sale del país, y él abandona Dillmouth. Pero no la olvida, y cuando ella regresa a Dilmouth, casada, Afflick viene a visitarla. Primeramente admitió haber venido una vez, y después admitió haber venido más de una... ¡Oh, Giles!... ¿No te acuerdas? De Edith Pagett es la frase «nuestro misterioso hombre del reluciente coche». ¿Te das cuenta? Vino a menudo, como para dar lugar a que las criadas murmuraran. Pero Helen no se molestó en invitarle a comer nunca... ni le preparó un encuentro con Kelvin. Quizá le temiera. Quizá...
Giles interrumpió a su esposa.
—Supongamos que Helen estuviera enamorada de él, que hubiera sido el primer hombre que amaba... Imaginemos que ese enamoramiento continuó. Quizá se estableciera una relación íntima entre ellos, mantenida, naturalmente, en secreto por Helen. Pudiera ser que él quisiera que abandonara el hogar, y que ella entonces ya se hubiera cansado de Jackie Afflick, negándose... Por tal motivo, la mató. Y aquí viene todo lo demás. Lily dijo en su carta al doctor Kennedy que aquella noche, fuera de la casa, había un «coche de primera». Era el de Jackie Afflick. También éste se encontraba
en el sitio
, sobre el terreno.
»Se trata de una suposición tan sólo, pero la considero razonable. Hablemos ahora de las cartas de Helen, para ver de encajarlas en nuestra reconstrucción. He estado estrujándome los sesos, esforzándome para descubrir las «circunstancias», como dijo miss Marple, en que Helen pudo haber sido inducida a escribir esas cartas. Para explicarlas, hemos de admitir que ella, realmente, tenía un amante, y que esperaba el momento de huir con él. Repasemos los tres casos... Primeramente, Erskine. Digamos que éste seguía negándose a abandonar a su esposa, a deshacer su hogar, pero que Helen se había avenido a dejar a Kelvin Halliday para instalarse en algún lugar donde Erskine pudiera visitarla de vez en cuando. El primer paso consistirá en acabar con las sospechas de la señora Erskine, decidiendo entonces escribir Helen un par de cartas que llegarán a manos de su hermano en el momento oportuno, las cuales harán ver que ha huido al extranjero con alguien. Esto explica por qué se muestra misteriosa acerca del hombre en cuestión.
—Pero si ella estaba dispuesta a abandonar a su marido, ¿por qué la mató el otro? —inquirió Gwenda.
—Es posible que ella, repentinamente, cambiara de idea. Pensó que en realidad estaba más encariñada con su marido de lo que había creído. Él se cegó, estrangulándola. Luego, cogió las ropas y la maleta, utilizando a su conveniencia las cartas. Ésta es una explicación muy buena, que lo justifica todo.
—Lo mismo puede ser aplicado a Walter Fane. Me imagino que un escándalo protagonizado por un abogado, un hombre público, en una ciudad como Dillmouth, ha de ser de consecuencias desastrosas para el interesado. Helen pudo haber convenido con Fane instalarse en una ciudad no muy lejana, que él pudiera visitar fácilmente, fingiendo a la vez que había huido al extranjero con alguien. Las cartas estaban preparadas... Luego, ella cambió de opinión, como ha quedado sugerido. Walter, ciego de ira, la asesinó.
—¿Qué hay acerca de Jackie Afflick?
—Pensando en él resulta más difícil explicar la cuestión de las cartas. No creo que el escándalo llegara a afectarle. Es posible que Helen temiera a mi padre, por lo que estimó que sería mejor aparentar que se había ido al extranjero... Puede ser que la esposa de Afflick dispusiese ya de dinero en aquel tiempo, y que él estuviese interesado en que lo invirtiera en su negocio. Pues sí, existen varias posibles explicaciones para justificar la existencia de las extrañas cartas.
»¿Cuál de ellas le agrada más, miss Marple? Yo no creo realmente que Walter Fane..., si bien...
En este preciso instante entró en la habitación la señora Cocker para llevarse las tazas.
—No me había acordado de una cosa, señora... La verdad es que no veo bien que usted y el señor andan mezclados con lo del asesinato de esa pobre mujer. No es propio... El señor Fane estuvo aquí esta tarde, preguntando por usted. Esperó más de media hora. Al parecer, creía que le estaban esperando...
—¡Qué raro! —exclamó Gwenda—. ¿Cuándo fue eso?
—Debió de ser alrededor de las cuatro, o poco después. Luego, llegó otro caballero en un coche grande, amarillo. Estaba seguro de que usted le esperaba. No quiso aceptar mi negativa. Esperó durante veinte minutos... Me pregunté si usted había pensado en asistir a alguna reunión, olvidando luego su compromiso.
—No, nada de eso. ¡Qué extraño!
—Lo mejor será que telefoneemos a Fane ahora mismo. Giles acompañó sus palabras con la acción.
—¡Oiga! ¿Es Fane? Aquí, Giles Reed. Acabo de saber que ha estado usted aquí esta tarde para vernos... ¿Cómo? No... no... Seguro. Es muy raro, sí. A mí también me extraña.
Giles colgó.
—Ha pasado algo extraño —declaró—. Esta mañana le telefonearon al despacho, pasándole un recado para que viniera a vernos esta tarde, ya que se trataba de una cosa muy importante.
Giles y Gwenda se miraron fijamente. Luego, ella dijo:
—Llama en seguida a Afflick.
Giles buscó el número de teléfono de aquél. Tuvieron que aguardar unos instantes.
—¿El señor Afflick? Soy Giles Reed. Yo...
Giles guardó silencio. Le estaban hablando desde el otro extremo del hilo telefónico. Por fin, pudo decir:
—Pero es que nosotros no... Le aseguro que no ha habido nada de eso... sí, sí. Sé que es usted un hombre muy ocupado. Nunca se me hubiera ocurrido... Vamos a ver: ¿quién le telefoneó? ¿Fue un hombre? No, ya le he dicho que no fui yo. Sí... Estamos de acuerdo. Esto es sorprendente.
Terminada la comunicación, Giles procedió a explicar a su mujer y a miss Marple lo que ocurría.
—Esto ha pasado: alguien, un hombre que se hizo pasar por mí, telefoneó a Afflick, pidiéndole que viniera aquí, alegando que se trataba de un asunto muy urgente, con una gran suma de dinero por en medio.
Se miraron los tres mutuamente en silencio.
—Estoy pensando que pudo haber sido uno de ellos... —manifestó Gwenda, reflexiva—. ¿No te das cuenta, Giles? Uno u otro pudo haber matado a Lily, viniendo aquí para hacerse de una coartada.
—Es una coartada sin ninguna consistencia, querida —objetó miss Marple.
—Bueno, no he querido decir eso precisamente... Pensaba en que hubieran querido disponer de una excusa para justificar una ausencia de sus lugares habituales de trabajo. Yo creo que uno de ellos está diciendo la verdad, en tanto que el otro miente. Uno de ellos pidió al otro por teléfono que viniera aquí, a fin de desviar las sospechas hacia él... Pero no sabemos quién ha obrado así. La cosa está clara ahora, a mi juicio: todo ha quedado entre los dos. Fane o Afflick... Yo me inclino un tanto por Jackie Afflick.
—Yo por Walter Fane —contestó Giles.
Los dos miraron a miss Marple. La anciana movió la cabeza.
—Existe otra posibilidad —indicó.
—Erskine, naturalmente.
Giles se dirigió apresuradamente hacia el teléfono.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Gwenda.
—Pedir una conferencia con Northumberland.
—¡Oh, Giles! No pensarás que...
—Tenemos que saber a qué atenernos. Si se encuentra allí no pudo haber matado a Lily Kimble esta tarde. No podemos pensar en el empleo de un avión particular, ni en cosas tan fantásticas por el estilo.
Aguardaron en silencio, hasta que sonó el timbre del teléfono.
Giles atendió la llamada.
—¿Estaba usted esperando que le pusieran en comunicación con el comandante Erskine? Hable, por favor. El señor Erskine le escucha.
Giles se aclaró nerviosamente la garganta.
—¿Er... Erskine? Aquí, Giles Reed... Reed, sí.
El joven miró angustiado a Gwenda. «¿Y ahora, qué demonios le digo yo a este hombre?», estaban preguntando sus ojos.
Gwenda tomó el aparato:
—¿El comandante Erskine? Habla usted con la señora Reed. Hemos recibido información sobre... sobre una casa. «Linscott Brake», es su nombre. ¿Sabe usted algo acerca de ella? Creo que queda no muy lejos de la suya.
—¿«Linscott Brake»? —inquirió Erskine—. Me parece que ni siquiera he oído hablar de ella. ¿Cuál es su distrito postal?
—Esto está terriblemente borroso —contestó Gwenda—. Tengo delante una de esas notificaciones hechas de cualquier manera que suelen cursar los agentes. Parece ser que queda a unos veinticinco kilómetros de Daith, así que pensamos....
—Lo siento, no puedo servirles. ¿Quién vive allí?
—¡Oh! La casa esta vacía. Bueno, es igual... De todas maneras, estábamos apunto de tomar una decisión con respecto a otra casa que nos han ofrecido. Lamentó haberle molestado. Supongo que estará ocupado.
—No, no crea. Me enfrento, eso sí, con algunos quehaceres domésticos. Mi esposa se ha ausentado. Y nuestra cocinera tuvo que ir a ver a su madre... Lo malo es que no se me dan muy bien estas cosas. Me desenvuelvo mejor en el jardín.
—A mí me han gustado también más las labores de jardinería que las del hogar. Espero que su esposa se encuentre perfectamente.
—Ha tenido que ir a ver a una hermana suya. Sí, está bien. Mañana estará de vuelta.
—Buenas noches, señor Erskine. Siento haberle molestado.
Gwenda se apartó del teléfono.
—Erskine queda eliminado —manifestó con aire triunfal—. Su esposa no se encuentra en su casa y él anda ocupado con las tareas cotidianas. Todo queda, entre los dos, ¿no es así, miss Marple?
Ésta había adoptado una grave expresión.
—Me parece, queridos, que no habéis dedicado a este asunto toda la reflexión que aún exige. ¡Oh! Estoy verdaderamente preocupada. Daría cualquier cosa por saber ahora qué es lo que debemos hacer...