Authors: Agatha Christie
«Parece ser que lo que ocurrió verdaderamente fue que entró en el salón, leyendo la nota en que su esposa le anunciaba que lo dejaba, y que su forma de eludir este hecho era preferible «matarla». De ahí la alucinación.
—¿Quiere usted decir que él la amaba mucho? —preguntó Gwenda.
—Evidentemente, señora Reed.
—¿Y él no reconoció nunca... que era una alucinación?
—Tuvo que reconocer que debía serlo... Pero interiormente su creencia permaneció inalterable. La obsesión era demasiado fuerte para ceder ante la razón. Si nosotros hubiéramos podido dar con el oculto complejo de la infancia...
Gwenda se apresuró a interrumpir al doctor Penrose. No le interesaba lo más mínimo el tema de los complejos infantiles.
—Pero usted está completamente seguro, ha dicho, de que él no hizo aquello...
—¡Oh! Si es esa cuestión lo que la preocupa, señora Reed, puede tranquilizarse. Kelvin Halliday, por muy celoso que se sintiera, no era un criminal.
El doctor tosió brevemente, mostrando a Gwenda una pequeña libreta de negras tapas y aspecto corriente.
—Usted, señora Reed, es la persona más indicada para conservar esto. Contiene anotaciones hechas por su padre durante el tiempo que estuvo aquí. Al entregar sus efectos personales a sus albaceas, una firma de abogados, el doctor Macguire, por entonces superintendente de la clínica, retuvo esto como parte del historial médico. El caso de su padre ya quedó recogido en el libro de mi colega, bajo sus iniciales tan sólo, naturalmente: «Señor...». Si desea conservar este Diario...
Gwenda extendió ansiosamente una mano.
—Muchas gracias —dijo—. Para mí tiene un gran interés.
En el tren, ya de regreso a Londres, Gwenda abrió la libreta al azar y comenzó a leer. Kelvin Halliday había escrito en la página que tenía delante lo siguiente:
Supongo que estos doctores conocen su oficio... Todo se me antoja muy extravagante. ¿Quería yo a mi madre? ¿Odiaba acaso a mi padre? Me siento escéptico... No puedo dejar de pensar que el mío es un simple caso policíaco... algo propio de una sala de justicia... que nada tiene que ver con las deficiencias mentales. Sin embargo algunas de estas personas se comportan de un modo muy natural; son razonables... Hasta que se llega a la manía. Bien. Yo, al parecer, tengo una...
He escrito a James... Le apremié para que se pusiera en contacto con Helen... Que venga a verme si sigue con vida... Él dice que no sabe dónde para... Es que sabe que ha muerto y que yo la maté... Es una buena persona, pero a mí no me engaña... Helen murió...
¿Cuándo empecé a desconfiar de ella? Hace mucho tiempo... Poco después de que llegáramos a Dillmouth... Cambió de conducta... Me ocultaba algo... Yo la vigilaba... Sí, y ella me vigilaba a su vez...
¿Puso drogas en mis alimentos? Pienso en esas terribles pesadillas. No eran sueños corrientes... Sé que los originaban las drogas. ¿Por qué procedió así? Hay algún hombre por medio... Un hombre al que ella temía...
He de ser sincero conmigo mismo. Yo sospechaba que tenía un amante. Había un hombre... Lo sé... Me contó algunas cosas cuando nos encontrábamos todavía en el barco... Era un hombre a quien amaba y con el que no podía casarse... Estábamos en el mismo caso... Yo no podía olvidar a Megan... ¡Cuánto se parece a Megan la pequeña Gwennie! Helen fue muy cariñosa con Gwennie en el barco, jugando continuamente con ella. Helen... Eres muy atractiva. Helen...
¿Vive Helen?¿No será más cierto que acabé con su vida al poner mis manos en tomo a su garganta?
Abrí la puerta del comedor y vi la nota... sobre la mesa, y luego... y luego... la oscuridad... nada más que sombras. Pero no hay duda. La maté... Gwennie se encuentra perfectamente en Nueva Zelanda, gracias a Dios. Buena gente aquélla. La querrán mucho por ser hija de Megan... Megan, Megan... ¡Cuánto daría por que estuviera aquí!
Es la mejor solución... No habrá escándalo... Es lo más conveniente para la niña. No puedo seguir así. Un año tras otro, de esta manera... Debo abandonarlo todo. Gwennie no sabrá nunca nada acerca de todo esto. Ella no sabrá nunca que su padre fue un asesino...
Las lágrimas se agolparon en los ojos de Gwenda. Los fijó en Giles, sentado frente a ella. Pero éste miraba hacia uno de los rincones del compartimiento.
Impuesto del gesto de Gwenda, le señaló con un leve movimiento de cabeza algo.
Su compañero de viaje estaba leyendo un periódico de la tarde. En una de sus páginas exteriores pudieron ver un melodramático título: «¿Quiénes fueron los hombres de su vida?»
Lentamente, Gwenda asintió. Fijó de nuevo la vista en el Diario.
Yo sospechaba que tenía un amante. Había un hombre... Lo sé....
Miss Marple cruzó el paseo marítimo caminando a lo largo de la calle Fore para girar en dirección ascendente junto a la Arcada. Los establecimientos de esta parte de la población eran los más antiguos. Vio una tienda dedicada a la venta de lanas y otros artículos para labores femeninas, una pastelería, una tienda de tejidos de aspecto Victoriano y algunos locales más por el estilo.
Miss Marple se detuvo ante el escaparate de las lanas. Dos chicas atendían en aquellos momentos a unas clientes, pero una mujer ya mayor, al fondo de la tienda, se hallaba libre...
Abrió la puerta y entró. Tomó asiento frente al mostrador. La dependienta, una señora de grisáceos cabellos, muy agradable, le preguntó:
—¿En qué puedo servirla?
Miss Marple deseaba adquirir cierta cantidad de lana de color azul pálido para hacer una chaquetita de punto destinada a un niño. Nadie llevaba prisa allí. Se habló de diversos tonos. Miss Marple consultó incluso algunas revistas especializadas en labores y las dos mujeres hablaron de sus sobrinos y sobrinas respectivos. La dependienta no hizo ningún gesto de impaciencia. Llevaba muchos años atendiendo a clientes del corte de miss Marple. Prefería estas parlanchinas damas, de suaves modales, a las impacientes y más bien descorteses jóvenes madres, que nunca sabían qué era lo que querían concretamente, inclinándose con frecuencia por lo barato y lo más charro.
—Sí —dijo miss Marple, finalmente—. Esto creo que irá bien. Es una marca de confianza, una lana que no se encoge. Me llevaré alguna madeja más.
La dependienta, mientras envolvía la mercancía, apuntó que hacía mucho viento aquel día.
—Es verdad. Me di cuenta de ello cuando avanzaba por el paseo marítimo. Dillmouth ha cambiado mucho. Llevaba sin venir por aquí unos... sí, unos diecinueve años.
—¿De veras, señora? Por supuesto que habrá observado muchos cambios. El «Superb» será nuevo para usted, así como el «Southview hotel».
—Esto era un lugar muy tranquilo antes. En aquella época me alojaba en casa de unos amigos. La casa se llamaba «Santa Catalina». Quizás haya oído hablar de ella. Está en la carretera de Leahampton.
Pero la dependienta sólo llevaba en Dillmouth diez años viviendo.
Miss Marple le dio las gracias por sus atenciones, cogió su paquete y entró en la tienda de tejidos de al lado. De nuevo, seleccionó una dependienta mayor. La conversación tomó un giro semejante a la anterior, con el acompañamiento de unos vestidos veraniegos. Esta vez la dependienta correspondió con curiosidad.
—Usted debe referirse a la casa de la señora Findeyson.
—Sí, sí. La tomaron amueblada unos amigos míos. Me refiero al comandante Halliday, con su esposa, y una niña... Creo recordar que...
—Sí, señora. La ocuparon durante un año, creo.
—Había estado en la India él. Tenían una cocinera excelente... Me dio una receta magnífica para el budín de manzanas y también, me parecer recordar, para el pan de jengibre. Me he preguntado muchas veces qué habrá sido de ella.
—Me imagino que está usted refiriéndose a Edith Pagett, señora. Se encuentra todavía en Dillmouth. Trabaja ahora en... Windrush Lodge.
—Había también otra familia... ¡Ah, sí! Los Fane. Me parece que él era abogado...
—El señor Fane murió hace varios años. Su hijo, Walter Fane, vive con su madre. Sigue soltero. Ahora dirige la firma.
—¿De veras? No sé quién me dijo que Walter Fane se había ido a la India, para explotar unas plantaciones de té o algo por el estilo.
—Creo que, efectivamente, se fue allí siendo un hombre joven. Pero regresó, ingresando en la firma al cabo de uno o dos años. Siempre se han desenvuelto muy bien por aquí. La gente tiene una gran opinión de ellos. Walter Fane es un caballero muy agradable, reposado, sumamente apreciado por todos.
—Es verdad —señaló miss Marple—. Fue el prometido de la señorita Kennedy, ¿no? Luego ella rompió el compromiso y contrajo matrimonio con el comandante Halliday.
—Cierto, señora. Ella fue a la India para casarse con el señor Fane, pero después, cambió de opinión, uniéndose en matrimonio al otro caballero.
La dependienta dio a sus palabras un tono de desaprobación. Miss Marple se inclinó hacia delante, bajando la voz.
—Siempre lo sentí por el pobre comandante Halliday (yo conocía a su madre) y su pequeña. Tengo entendido que su segunda esposa lo abandonó, huyendo con alguien. Creo que era una joven muy inconstante.
—Una auténtica veleta. De su hermano, el doctor, he de decir que era un hombre muy agradable. Yo tenía reuma en una rodilla y él me curó...
—¿Con quién huyó la joven? Nunca lo he sabido.
—No puedo decírselo. Se habló de uno de los veraneantes. Sé que el comandante Halliday sufrió un duro golpe. Se fue de aquí y creo que enfermó. Su cambio, señora.
Miss Marple cogió el mismo y su paquete.
—Gracias... Me estoy preguntando si Edith Pagett... guardará todavía aquella receta para el pan de jengibre que me dio. La perdí... ¡Oh! Soy muy distraída. Y, por otra parte, el pan de jengibre me gusta mucho...
—Supongo que la recordará. ¡Ah! Su hermana vive aquí al lado. Está casada con el señor Mountford, que se dedica a la venta de confecciones. Edith visita el establecimiento normalmente en sus días libres. Estoy segura de que la señora Mountford podrá pasarle cualquier recado...
—Buena idea. Muy agradecida por su atención.
—Ha sido un placer, señora.
Miss Marple salió a la calle.
«Una tienda clásica —pensó—. Y no puedo decir que haya malgastado mi dinero a la vista del género que acabo de adquirir, de una calidad excelente —Echó un vistazo al pequeño reloj que llevaba cogido con un bonito alfiler al vestido—. Faltan cinco minutos para mi cita con la joven pareja en "El Gato Rojo". Espero que las cosas no les hayan resultado demasiado complicadas en el sanatorio.»
Giles y Gwenda habían elegido una mesa situada en un rincón de «El Gato Rojo». Sobre el tablero, entre ellos, se encontraba la pequeña libreta de negras pastas.
Entró miss Marple en el local.
—¿Qué desea usted tomar, miss Marple? ¿Café?
—Sí, gracias... Acompañado de algún bizcocho.
Giles dio unas indicaciones al camarero y Gwenda mostró a miss Marple la libreta.
—Primeramente, debe usted leer algunas de sus páginas. Luego, hablaremos. Esto lo escribió mi padre... cuando se hallaba en la clínica. Pero, antes de nada, Giles, dile a miss Marple lo que el doctor Penrose nos contó.
Giles atendió a la indicación de su mujer. Después, miss Marple abrió la libreta. El camarero colocó sobre la mesa tres tazas de café, unos bizcochos, varias tostadas y mantequilla. Giles y Gwenda guardaron silencio. De vez en cuando miraban a miss Marple, que continuaba leyendo.
Finalmente, miss Marple cerró la libreta. Resultaba difícil interpretar la expresión de su rostro. Gwenda creyó advertir en su cara cierta irritación. Miss Marple había apretado los labios y sus ojos brillaron intensamente, de un modo poco apropiado para una mujer de sus años.
—Sí, claro... —murmuró.
Gwenda declaró:
—Usted nos aconsejó en una ocasión... ¿se acuerda?... que desistiéramos de seguir en esto. Ahora creo comprender el motivo de su recomendación. No obstante, hemos avanzado algo más... viendo a parar a esto. Volvemos a hallarnos en la misma situación del principio. ¿Paramos o continuamos? ¿Qué cree usted que debemos hacer ahora?
Miss Marple movió la cabeza lentamente a un lado y a otro. Parecía sentirse preocupada, perpleja.
—No lo sé... La verdad es que no lo sé. Quizá fuera mejor desistir. ¿Qué podéis hacer vosotros, a fin de cuentas, tras haber transcurrido tantos años? Me parece que vuestra labor no puede tener nada de constructiva.
—¿Quiere usted decir que, por haber pasado tantos años, precisamente, no podremos averiguar nada? —inquirió Giles.
—¡Oh, no! No es eso lo que he querido decir —repuso miss Marple—. Diecinueve años es un período de tiempo no demasiado largo. Hay gente que se acuerda de determinadas cosas, que está en condiciones de responder a ciertas preguntas... Sí, hay muchas personas así. Los criados, por ejemplo, En su momento, habría en la casa dos, por lo menos. Y una institutriz, y un jardinero, probablemente. Hace falta un poco de tiempo y sufrir algunas pequeñas molestias para localizar a esa gente. La verdad es que ya he encontrado a una de esas personas. La cocinera... No, no se trataba de eso. La cuestión importante es: ¿qué
bien
práctico podría derivarse de vuestras indagaciones? Yo me inclinaría a pensar que... ninguno. Y sin embargo...
Miss Marple hizo una breve pausa antes de seguir:
—Sin embargo... Veréis: yo soy una mujer de reflejos lentos. El caso es que tengo la impresión de que aquí hay algo, algo no muy tangible, que vale la pena investigar, aun a costa de ciertos riesgos, pero es muy difícil para mi decir qué es...
—Yo creo... —empezó a decir Giles,
De pronto, guardó silencio.
Miss Marple se volvió hacia él.
—A los hombres les gusta mucho meditar las cosas para verlas con entera claridad. Yo estoy segura de que tú has pensado detenidamente en todo.
—He estado reflexionando, sí —contestó Giles—. Y creo que podemos llegar a dos conclusiones. Una de ellas es la que ya he sugerido anteriormente. Helen Halliday no estaba muerta cuando Gwennie la vio en el vestíbulo. Recobró el conocimiento y huyó con su amante, fuera quien fuera éste. Así, veríamos justificados los hechos tal como los conocemos. Por ejemplo: la creencia, tan arraigada en Kelvin Halliday, de que había matado a su esposa; la desaparición de la maleta y las prendas de vestir, la existencia de la nota hallada por el doctor Kennedy.