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Authors: John Varley

Trueno Rojo (43 page)

BOOK: Trueno Rojo
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—Ya te lo he dicho...

—Lo sé. Tenías buenas razones. Pero ahora no puedes hacer nada, y yo estoy aquí, y así es como tiene que ser. De modo que, ¿te parece que enterremos el hacha de guerra?

—No tengo ningún hacha de guerra, Kelly.

—Oh-oh —dijo Dak—. Amigos, tenemos un problema.

Travis corrió a la ventana, donde Dak había estado pegando la cara al cristal para poder echar un último vistazo a la Tierra antes de que Travis volviera a enderezar la nave.

—¿Qué? —dije—. ¿Cuál es el problema? —Tenía un nudo en el estómago.

Era nuestra "antena de alta ganancia". Así era como la llamábamos, al menos, aunque había empezado siendo una parabólica y había pasado muchos años en el patio de Travis, obsoleta y cubierta de óxido. Estaba montada sobre un trípode que dominaba el Módulo Cinco, y contaba con un motor para poder modificar su orientación. Una de las patas del módulo se había retorcido un poco, lo suficiente para provocar una grieta estructural en la base, donde estaba unida al cuerpo de la nave.

Travis envió a Dak a la cubierta de control de sistemas, pues el manejo de la parabólica era una de sus responsabilidades. Con mucha cautela, probó el motor: acimut, altitud, inclinación. La antena se movía a la perfección, pero con cada movimiento se producía una pequeña sacudida que hacía que la débil soldadura se abriera y cerrara casi un centímetro.

—Si lo repetimos muchas veces, se partirá como un palito —dijo Travis. Suspiró—. Dak, será mejor escuchar un rato, mientras aún funciona.

—Roger, capitán. Llamando al Planeta Tierra...

Tras varios minutos intentándolo, Dak captó una señal intensa. Mientras la estaba escuchando se le arrugó el gesto, y la pantalla de televisión se llenó de estática. Entonces sonrió.

—Es la CNN —dijo. En ese momento, aparecieron dos conocidos presentadores en la pantalla, Lou y Evelyn. Debajo de ellos, un letrero rezaba, ¿EL VUELO DEL TRUENO ROJO?

—La CNN ha sido incapaz de confirmar la existencia de una... por increíble que pueda parecer, de una nave espacial casera llamada Trueno Rojo, y que en este momento se encontraría de camino a Marte a una velocidad casi imposible. Esto es lo que sabemos.

»Poco después de las siete de esta mañana, hora de Florida, algo despegó de la bahía de Strickland, en Daytona. Hasta entonces se encontraba en una barcaza que estaba siendo remolcada hacia mar abierto, cuando un helicóptero y dos guardacostas la interceptaron. No hemos podido recabar información del servicio de Guardacostas ni, por cierto, de ninguna agencia gubernamental, que nos permita confirmar o negar estos informes, pero tenemos un vídeo.

Quienquiera que lo hubiese grabado, tenía una buena cámara. Se veía cómo se formaban enormes nubes de vapor debajo de la Trueno Rojo... que entonces empezaba a elevarse... y a elevarse y... por fin, con un rugido, se precipitaba hacia el cielo.

—Mirad eso —dijo Dak con un hilo de voz. Creo que a todos nos dejó asombrados la rapidez con la que la nave se perdió en el cielo.

—Simultáneamente al lanzamiento, hemos recibido una nota de prensa a través de Internet y una dirección de correo electrónico, que asegura hablar en nombre de los familiares de las personas que viajan en la nave. Según la nota, la nave, el Trueno Rojo, cuenta con una tripulación de cuatro miembros, capitaneados por un hombre llamado Travis Brassard... No, perdonen, me comunican que el nombre es Broussard. Travis Broussard.

—Muy bien, so bobo —dijo Travis mientras una foto suya llenaba la pantalla. Era una de las que le había sacado Gracia, como todas las que venían a continuación. Tenía una sonrisa que recordaba mucho a Bruce Willis, aunque Travis no se le parece demasiado.

—Hemos confirmado que Travis es un astronauta, antiguo piloto de VStar, que realizó en el pasado numerosos viajes al espacio. Un equipo de esta cadena se dirige en este momento hacia su casa.

—Buena suerte —dijo Travis—. En casa no encontrarán más que a un abogado y una copia de la Cuarta Enmienda a la Constitución. Será mejor que los polis lleven una orden de registro... Y no es que haya nada que encontrar. El lugar está absolutamente limpio.

Entonces apareció una foto de Dak.

Uno por uno, todos fuimos identificados, como una especie de insólita galería de sospechosos. Me dio la impresión de que me habían sacado con cara de tonto, pero la verdad es que nunca me han gustado mis fotografías.

Luego apareció una foto de los seis, Jubal y Kelly incluidos. Todos llevábamos las chaquetas de aviador y recordábamos mucho al retrato nuestro que 2Loose había pintado en un costado de la nave.

—También están implicados en el proyecto una tal Kelly Strickland, de diecinueve años de edad, y Jubal Broussard, el primo de Travis Broussard. — Me sorprendió que tuvieran aquella fotografía y miré a Travis. Se encogió de hombros.

—Kelly lo aprobó —dijo—. Su padre tenía que enterarse más tarde o más temprano.

—Ojalá pudiera estar allí para verle la cara cuando descubra dónde estoy — dijo Kelly con una risilla.

—Por lo que se refiere a Jubal, no tenía sentido guardar el secreto. Hay demasiada gente que lo conoce. Pero todo el mundo en la familia tiene instrucciones para describirlo como... vaya, como un retrasado. La mayoría de la gente que no pertenece a la familia piensa que lo es de todas formas... —Miró al techo y apretó los labios—. Lo siento, Jubal —murmuró—. Ya sabéis que no se le da demasiado bien mentir... pero confío en que nadie lo encuentre. Si es así, le hemos dicho que se haga el tonto y que no responda a ninguna pregunta. De este modo, no tendrá que mentir. Eso sí podrá hacerlo. Demonios, ni siquiera tendrá que actuar, porque sí que estará confuso.

—¿Crees que pensarán que el inventor del motor eres tú? —preguntó Dak.

—No por mucho tiempo, si echan un vistazo a mis notas de física de la universidad. Pero imagino que llegarán a la conclusión de que existe una séptima persona, un Dr. X, que es la mente maestra del plan. Que lo busquen hasta hartarse, porque no existe.

—La CNN ha estado tratando de ponerse en contacto con la Trueno Rojo desde que llegaron los primeros informes —dijo uno de los presentadores, y captó nuestra atención al instante—. Hemos confirmado que, la última vez que apareció, en un radar del servicio meteorológico de una cadena de televisión local de Daytona, la nave seguía acelerando a un ritmo constante. Además, una fuente anónima nos ha informado de que los radares de seguimiento indican que la aceleración no ha aminorado.

Apareció en la pantalla la antena de un enorme satélite y el locutor continuó:

—Hemos apuntado el mayor de nuestros transmisores al punto en el que creemos que se encontraría el Trueno Rojo si hubiera seguido acelerando al mismo ritmo... y debo subrayar que, según nuestros asesores científicos, tal cosa es imposible... pero aun así, si están ahí y pueden oírnos, Trueno Rojo, les rogamos que transmitan en la frecuencia que aparece... ahí, en la parte inferior de sus pantallas. Queremos que le cuenten su historia al mundo.

Travis sonrió.

—Parece que nos han dado entrada, chicos. ¿Estáis preparados para hablarle al mundo?

—Esperad un momento, esperad un momento —dijo Dak, gesticulando con dramatismo—. ¡Mirad!

La escena había cambiado... reemplazada por un primer plano del cartel del Motel el Despegue. La cámara retrocedió y una mujer de color apareció en el encuadre, con un micrófono en una mano y tapándose la oreja con la otra. Era obvio que estaba tratando de oír lo que le decía su productor por el auricular. Entonces, al darse cuenta de que estaba en vivo y en directo, sonrió.

—Lou, Evelyn —dijo—, aquí La Shanda Evans informando desde el Motel el Despegue, en la playa de Daytona. El Despegue es una institución en este lugar, desde los primeros tiempos del programa espacial. Hasta tal punto es así que hace unos años se barajó la posibilidad de declarar el cartel lugar de interés histórico, aunque finalmente todo quedó en agua de borrajas. Últimamente ha pasado por una temporada de vacas flacas, y hoy no parece estar ni siquiera abierto.

La cámara se acercó a la entrada y, en efecto, el cartel de CERRADO se veía perfectamente en la ventana. Había gente dentro. Evans llamó a la puerta y mamá abrió un poco.

—Señora García, querríamos hablar con usted unos minutos, si no hay inconveniente.

—Eh... aún no, ¿de acuerdo? Como ya les he dicho, habrá una conferencia de prensa dentro de una hora, en cuanto los tripulantes de la nave envíen su primer mensaje. —Consultó su reloj y pude ver la preocupación dibujada en su cara. Miré el mío y vi que todavía no nos habíamos retrasado. Pero solo faltaban unos minutos.

—Travis, deberíamos...

—Solo un minuto, Manny, solo un minuto.

La puerta se cerró de nuevo y la cámara volvió a enfocar a Evans.

—Bueno, ya lo has oído, Lou. Estamos esperando a tener noticias de ese Trueno Rojo. Supongo que ese es vuestro departamento. Fuimos los primeros en llegar al lugar, hace cosa de media hora, pero ahora está empezando a llegar todo el mundo. Esto promete ser más sonado que las elecciones presidenciales del 2000.

La cámara se volvió hacia el aparcamiento, donde había gente corriendo y estaban aparcando no menos de tres unidades móviles por satélite. El aparcamiento estaba rodeado de cinta policial.

—Esto es todo desde aquí, Lou y Evelyn. Ah, una cosa más. Antes de que la señora García nos echara, hace quince minutos, pude comprarle esto. Parece ser que es una maqueta del Trueno Rojo. —Levantó algo y la cámara lo enfocó. Era una pequeña representación del Trueno Rojo dentro de un globo de plástico transparente lleno de nieve. Evans lo meneó y empezó a nevar. Miré a Kelly, que estaba sonriendo.

—Podemos ganar lo que queramos con esto —dijo sin sonrojarse.

—Diecinueve dólares y noventa y cinco centavos —dijo Evans—. Tengo la sensación de que van a convertirse en objetos de coleccionista, pase lo que pase.

La escena fue sustituida por el plato de la CNN. Lou estaba riéndose.

—Compra uno para mí, ¿quieres, La Shanda?

Dak pulsó un botón para quitar el sonido.

—¿Preparados para dar una conferencia de prensa, tíos? —preguntó.

Ninguno de nosotros estaba realmente ansioso, pero teníamos que hacernos famosos, ¿no? Aunque, a juzgar por lo que estábamos viendo, estábamos ya muy bien encaminados.

Dak ajustó la antena. Yo saqué la cámara de vídeo, a la que le habíamos puesto un gran angular, la monté en la estructura de la pared y a continuación la enfoqué y orienté utilizando la imagen de la pantalla principal como referencia.

—¿CNN, me reciben? —empezó a decir Dak—. CNN, aquí la astronave privada Trueno Rojo, llamando a la CNN.

—No olvidéis el retardo —dijo Travis—. Debe de ser de unos cuatro segundos...

—Trueno Rojo, aquí la CNN. Recibimos su señal de audio. No estamos recibiendo ninguna señal de vídeo.

—Porque todavía no se la hemos enviado —musitó Dak, y pulsó un interruptor. Tras una pequeña pausa, la voz del técnico volvió a oírse:

—¡Lo tengo! ¡Lou!

Miré la TV que reproducía la señal que nos estaban enviando. Lou parecía excitado. Con un ademán, interrumpió a Evelyn. Dak volvió a conectar el sonido y nos llamó a todos. No tardamos en aparecer en la pantalla de TV, Dak sentado en su consola y los demás de pie junto a la pared, como si estuviéramos en una rueda de reconocimiento policial. Dak subió el volumen.

—...bamos de recibir la noticia de que tenemos una señal de la supuesta astronave, el Trueno Rojo. Deberíamos tener imágenes dentro de... Ahí están. ¿Hablamos... hablamos con la astronave privada Trueno Rojo?

Travis levantó el micrófono y se aclaró la garganta. Dak se encogió: la hora de los aficionados.

—Sí, así es, Lou. Esta es la astronave privada Trueno Rojo, de...

—...no recibimos nada... Alto... hola, ya le oigo, y ahora veo la imagen. ¿Con quién hablo? ¿Hola? ¿Hola?

—Tiene que recordar el retardo, Lou —dijo Travis—. Es de unos cuatro segundos en este momento. Estamos un poco más allá de la órbita lunar. El mejor modo de hacerlo es decir su frase y terminar con "corto". ¿De acuerdo? Corto.

Cuatro segundos de pausa.

—Si... sí, comprendido. ¿Es usted Travis Broussard? Eh... sí. Corto.

—Aquí el capitán Travis Broussard, comandante de la astronave privada Trueno Rojo, que en este momento se dirige con una aceleración constante de una g al planeta Marte. Corto.

Cuatro segundos de pausa. Yo estaba fijándome en la retransmisión de la CNN y no en nuestra propia pantalla. Ocupábamos las tres cuartas partes de la suya, y la imagen de Lou, en una esquina, la cuarta parte restante. Teníamos bastante buen aspecto. Confiaba en que Travis pudiera llevar la batuta de la conversación. O Kelly, que era muy elocuente.

—Gracias por atendernos, capitán Broussard. Dice usted que se encuentra a bordo de una astronave privada. ¿Cómo es posible? Corto.

—Es posible porque estos chicos... estos jóvenes que me rodean han pasado todo el verano matándose a trabajar para construirla. Si van ustedes al número 1340 de Wisteria Road, en Daytona, encontrarán el almacén en el que lo hicimos. Pueden pasar, solo hace falta que le enseñen sus credenciales a los guardias de seguridad de la entrada.

»Y es posible gracias a una tecnología nueva y revolucionaria que nos proporciona potencia casi ilimitada. Potencia suficiente para viajar hasta cualquier parte del sistema solar en cuestión de días o semanas, en lugar de meses o años. Potencia para llegar a las estrellas. O, allá en la Tierra, para reducir al mínimo el uso del carbón, el petróleo y la energía nuclear. Corto.

Cuatro... no, casi cinco segundos de pausa.

—Capitán, los asesores científicos de la NASA aseguran que esa "tecnología nueva y revolucionaria"... así es como la ha llamado, ¿verdad? Nos aseguran, digo, que es imposible. Corto.

—Eso es lo mismo que yo hubiera dicho hace un año. Pero pregúntenles de dónde procede esta señal. Corto.

—Dicen que desde el espacio exterior, desde muy lejos —admitió Lou.

—A lo largo de este día, van a oír montones de respuestas llenas de incredulidad, Lou. Es inevitable. Pero lo cierto es que estamos de camino a Marte y llegaremos allí dentro de casi tres días.

—Eso no parece posible. Eso... espere, si pueden llegar allí en tres días, adelantarán a la nave de los chinos, ¿no? Corto.

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