Read Trueno Rojo Online

Authors: John Varley

Trueno Rojo (23 page)

BOOK: Trueno Rojo
8.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Esto era lo que todo el mundo suponía en los círculos de ingeniería hacia 1958.

Travis había empezado a pasear arriba y abajo. Se detuvo y respiró hondo. Saltaba a la vista que hacía tiempo que no se enfadaba tanto.

—Pero había otra forma de llegar a la Luna. ¿Os suenan las palabras "rápido, barato y sucio"? Podéis llamarlo el proyecto von Braun: rápido, muy caro y muy sucio. Pero era la única manera de poder estar allí el 31 de diciembre de 1969.

»Digamos que Colón escoge la ruta Apolo para llegar al Nuevo Mundo. Comienza con tres naves. Al llegar a las Islas Canarias hunde la primera deliberadamente. Es la mayor de ellas. Una vez en las Bahamas, se desembaraza de la segunda. Llega al Nuevo Mundo... pero su tercera nave no puede desembarcar allí. Bota una balsa salvavidas, hunde el tercer barco y rema hasta la costa. Recoge algunas rocas de la playa, vuelve a hacerse a la mar, cruza el Atlántico... y al llegar al estrecho de Gibraltar hunde el bote y regresa nadando a España con un neumático como salvavidas.

»Si se hubiera cruzado así el Atlántico, esa parte del mundo pertenecería todavía a los seminolas.

—¿Y eso sería tan malo? —preguntó Dak.

—Para los seminolas no —dijo Kelly.

—El Programa Apolo fue posiblemente la forma más estúpida creada jamás por la mente humana para resolver un problema... pero era el único modo de ganar la "carrera".

»Y la carrera fue muy costosa, no solo en términos monetarios. Le costó la vida a tres astronautas. Se quemaron vivos en una atmósfera de oxígeno puro, cargada con material combustible. Maniatados y con las escotillas selladas, aquellos chicos se quemaron vivos porque no había habido tiempo de llevar a cabo las pruebas lentas y metódicas que hubiera merecido el programa Apolo.

»No me entendáis mal. Siento el máximo de los respetos por los pioneros que construyeron aquellas cosas y la gente que los construyó. Nadie volverá a asistir al lanzamiento de un Saturno 5, pero, creedme, era una visión digna de contemplarse.

»Todo el proceso, desde el Sputnik hasta Neil Armstrong, se llevó a cabo utilizando métodos que solo se ven en tiempos de guerra. No era tanto una carrera como una guerra. Mirad el Proyecto Manhattan. El tiempo es crucial y el dinero no es obstáculo. Necesitamos la bomba ya. Así que, si existen seis métodos diferentes de refinar Uranio 236 a partir del mineral, ¿qué hacemos? Respuesta: probar los seis, al mismo tiempo.

»Funcionó. Conseguimos la bomba.

»Los directores del Programa Apolo recibieron todo el dinero que necesitaban porque estábamos en guerra con Rusia. Por suerte nunca llegamos a atacarnos unos a otros, pero era una guerra.

»Entonces, repentinamente, logran llegar a la Luna... ¿Y qué se hace en el Segundo Acto? Pues... nada. O casi nada, en todo caso. El asunto empezó a aburrir al gran público. Las fuentes de financiación se secaron. Lanzamos cinco cohetes más... y aquellos chicos tuvieron una suerte increíble, porque el Módulo de Excursión Lunar funcionó a la perfección todas ellas, a pesar de que no teníamos ningún derecho a esperar que fuera así. Y aún con todo, estuvimos a punto de perder el Apolo 13.

»Así que cuando estábamos construyendo un avión espacial, el siguiente paso lógico, ¿qué ocurre? Que no hay dinero suficiente para construir la nave que deberíamos haber construido una nave muy grande, pilotada, la primera capaz de aterrizar en el Cabo después del lanzamiento, algo que se habría parecido mucho a la Lanzadera original. En lugar de hacerlo, le ponemos a la Lanzadera un par de reactores de combustible sólido que caen al océano. Es una locura poner reactores de combustible sólido en una nave tripulada. Una vez que enciendes uno de estos, no puedes apagarlos si algo sale mal.

»Y algo salió mal, con los reactores, por cierto, setenta segundos después del último lanzamiento del Challenger, y murieron siete personas más.

»Las prisas equivalen a la muerte cuando uno trata con cohetes. Así como los recortes presupuestarios.

—Y ahora —dijo Jubal—, está ocurriendo de nuevo.

Travis se dejó caer en su silla y se llevó las manos a la cara.

—Eso parece. Los peces gordos han decidido que si los chinos iban a Marte, también nosotros teníamos que ir. Y rápido. Olvidaos del coste. Olvidaos de las objeciones de los ingenieros. —Miró a su primo con aire dubitativo.

»Respóndeme a esto, Jubal. Dices que puedes construir una nave espacial para nosotros, que podemos llegar hasta allí y devolverlos a casa si tienen problemas. Y que podemos hacerlo en cinco meses. ¿Acaso no es eso otra carrera espacial? ¿No crees que acabaremos construyendo algo que nos estallará en las narices?

—No con mi máquina Estrujadora —dijo Jubal—. ¡No estallará, os lo garantizo!

—Muy bien, te creo. Pero, ¿qué hay de todo lo demás que tenemos que hacer? ¿De veras crees que tenemos tiempo?

—No sé. Puede que no.

—Esta carrera es un poco diferente, Travis —dijo Kelly—. Esta vez no podemos hacer las cosas despacio y con cuidado. Pueden perderse vidas si no construimos el cohete.

—Podemos ir paso a paso —dije, y Kelly me lanzó una mirada severa—. Podemos probar el cohete mañana, como has dicho. Si estalla, bueno, se acabó. Pero al menos lo habremos intentado. —Kelly me miró y asintió de forma casi imperceptible, aliviada.

—Tiene sentido —dijo Dak. Alicia le cogió la mano.

—Mañana lo hacemos, Travis —dijo Jubal—. Solo la prueba.

Travis nos miró uno a uno y suspiró.

—Solo la prueba —asintió—. Vamos, quiero empezar antes de una hora.

Tardamos una hora y media, pero al caer la tarde ya estábamos en marcha. Llamé a casa y dije que pasaría toda la noche fuera. Mamá me dijo que las cosas iban bien, que no me preocupara.

Al anochecer, estábamos atravesando Miami.

Capítulo 17

Giramos hacia el este por el camino de Tamiami y nos adentramos en la noche. Íbamos en tres vehículos: el Zumbón de Travis, el Trueno Azul y un Ferrari de exposición que Kelly había escogido porque sabía que su padre se enfurecería cuando se enterara al día siguiente. El trasto corría como una liebre, pero con el tráfico que había por la zona de Palm Beach, no tuvimos ocasión de probarlo. La alargada, chata e infernal máquina pareció pasar todo el camino haciendo pucheros.

Era la una de la mañana cuando llegamos a Everglades City, un término exagerado si alguna vez ha existido tal cosa. La mayoría de sus pocos centenares de habitantes estaban en la cama mientras nosotros traqueteábamos entre caminos de barro y grava hasta detenernos delante de un viejo tráiler Airstream montado sobre bloques de ceniza. La luz del porche estaba encendida. Colgaban plantas en flor del toldo y de varios postes.

Mientras Travis aparcaba el Zumbón junto a la mole oxidada de una vieja furgoneta, un perro que, según descubrí más tarde, era un basset de color negro y marrón levantó la cabeza y bajó brincando los escalones. Media docena más salieron de debajo del piso. No ladraban pero daban vueltas alrededor de los coches con aire inquieto. Travis extendió la mano y el macho dominante, tras olisqueársela, empezó a correr en círculos, meneando la cola. Al otro lado del Zumbón estaba saliendo Jubal, riendo y jugando con otros dos perros, que parecían tan contentos de verlo que temí que se produjera un accidente urinario, cosa que finalmente no ocurrió.

—Mejor que nos quedemos en el coche hasta que nos hayan presentado — dijo Kelly.

—Buen plan.

La antepuerta transparente se abrió de par en par y salió un hombretón, seguido por una mujer casi tan grande como él. No es que fueran gordos, ninguno de los dos lo era, sino que eran de complexión grande y poderosa. Al instante me di cuenta de que el hombre era pariente de Jubal. Tenían los mismos ojos y la misma boca. ¿Uno de sus numerosos hermanos?

Le gritó algo a los perros y todos acudieron a su lado y se sentaron, temblando.

—Ya podéis salir —nos dijo Travis—. Dejad que los perros os huelan las manos y no pasará nada. Son perros de caza, no guardianes. El primo Caleb cría los mejores perros de caza de toda Florida.

—Y de Georgia y Mississipi —exclamó el tipo. A continuación rodeó a Jubal con los brazos y empezó a abrazarlo y a darle palmadas con una fuerza que hubiera bastado para matar a un hombre normal y corriente. Travis abrazó a la mujer y luego cambiaron de pareja y repitieron la ceremonia.

Se hicieron las presentaciones. Oficialmente, Caleb se llamaba Celebración Broussard, pero, al igual que todos sus hermanos menos uno, había simplificado su nombre "cuando papá se marchó". Su mujer se llamaba Gracia. Entre los dos había aparecido un muchacho —un joven, en realidad, de unos catorce o quince años—, que nos fue presentado como Billy, su hijo.

—¡Que el Señor se apiade de mí! —gritó Caleb cuando todo hubo pasado—. Es la mejor furgoneta que he visto en mi vida. ¿La has hecho tú entera, Dak? — Dak asintió y entablaron una conversación sobre furgonetas mientras los ojos de Billy se clavaban en el Ferrari rojo... y en la preciosa chica que lo conducía. El muy capullo pecoso... Se ruborizó cuando Kelly le dio la mano. No creo que en Everglades City vieran chicas guapas salvo en la tele.

—Habéis conducido un buen trecho —dijo Gracia—. Debéis de estar hambrientos.

—Hemos tomado unos bocadillos de jamón en el 7-Eleven —dijo Travis—. No hace falta que te molestes.

Bueno, yo no estaba tan bien, más bien todo lo contrario. Pero era demasiado educado para decirlo.

No importó. Gracia habría utilizado un embudo para meternos la comida en la boca si hubiera sido necesario. No tardamos en estar reunidos alrededor de una mesa enorme engullendo suculenta, picante y copiosa comida cajún. Y no hay comida mejor en todo el mundo.

Jubal, que se encontraba a mi derecha, me dio un codazo. Le brillaban los ojos y se notaba que tenía que esforzarse para contener la risa.

—Mira esto Manny —dijo. Inclinó la cabeza pero levantó los ojos—. Que alguien dé las gracias.

—Gracias —dijo Travis.

—¿Sí? —dijo Gracia.

Jubal empezó a reírse entre dientes y muy pronto estuvimos todos haciéndolo a carcajadas. No es que el chiste fuera gran cosa. Supongo que había que estar allí para entenderlo. Jubal podía ser infantil e inocente, y cuando se reía era casi imposible no hacerlo con él.

—... y decidle al paleto de mi hermano que no deje pasar otros cinco años sin venir a visitarnos —terminó Caleb.

—Amén —dijo Jubal con todo el sentimiento. Travis asintió y puso cara de sentirse un poco culpable. Bueno, ya podía hacerlo, si los hermanos habían pasado tanto tiempo sin verse.

Luego nos dedicamos a comer.

Había engullido un plato entero antes de darme cuenta de que la gran mesa era realmente demasiado grande. Al menos para el tráiler. Entonces reparé en que Caleb y Gracia lo habían ampliado, abriéndolo por uno de sus lados, adosando un segundo tráiler y añadiendo a continuación una estructura detrás de este. Era imposible saber lo que podía haber ahí detrás. La soldadura era uno de los muchos oficios que practicaba Caleb, junto con la carpintería, la fontanería y "cualquier cosa que haya que hacer por aquí". A mí me pareció un trabajo de mucha calidad, no la clase de chapuza de pueblo que esperaba cuando había aparcado en la entrada.

Cuando cada uno de nosotros hubo declinado una tercera invitación para seguir comiendo, Gracia se levantó y nos llevó a Dak, Alicia, Kelly y a mí hasta la puerta que conducía al interior del edificio-tráiler. Nos encontramos en un pasillo estrecho con puertas a ambos lados.

—Nos encantaría sentarnos al fresco y charlar toda la noche —dijo— pero Travis dice que quiere empezar temprano, así que me figuro que es mejor que descanséis un poco. Cuando Travis dice temprano, quiere decir temprano.

Resultó que todas las habitaciones eran dormitorios. Gracia abrió una de ellas y señaló el interior. Era una habitación que evidentemente pertenecía a una muchacha. A juzgar por los carteles de estrellas del rock que había en las paredes, supuse que tendría entre doce y trece años. La habitación estaba impoluta y olía ligeramente a ambientador floral. Había toallas y paños plegados cuidadosamente sobre la cama.

—Este es el cuarto de Dottie —dijo Gracia—. Tiene once años. El baño está al otro lado del pasillo.

—Oh, Gracia —dijo Kelly—, no queremos que tu hija tenga que dejar su cuarto por nosotros. Estaremos bien en cualquier...

—No te preocupes por Dottie, cariño. Esta noche se queda en casa de unas amigas, y estoy segura de que están celebrando una fiesta. Posiblemente a esta hora sigan despiertas. Y ahora tratad de descansar un poco, ¿de acuerdo?

Cerró la puerta y Kelly se me acercó y me susurró al oído:

—Tendría que haber imaginado que ningún miembro de la familia Broussard podría tener solo un hijo —dijo. Tratamos de reírnos en voz baja porque las paredes eran muy finas. Al final nos enteramos de que había ocho dormitorios en la ampliación de la parte de atrás, uno para cada uno de sus hijos, mientras que la habitación de Caleb y Gracia se encontraba en el tráiler primitivo.

—Han ido añadiendo un cuarto cada vez que nacía un niño —nos explicó Travis más tarde.

Nos sentamos en la cama y jugueteamos un poco, y entonces admitimos que el viaje nos había dejado demasiado cansados para hacer algo más. Nos metimos en la cama y me quedé dormido casi al instante.

Desayunamos a la carrera. Travis no nos dejó respirar un instante. Dak, Kelly y yo teníamos ojeras y mi amigo comentó, mientras tomaba un sorbito de leche, que no quería volver a ver un cangrejo de río en toda su vida. Alicia es una de esas personas odiosas que se levantan con muelles en los pies y una canción en el corazón. Estaba canturreando mientras preparaba uno de sus espantosos brebajes en la batidora de Gracia, añadiendo quién sabe qué a las frutas que nuestra anfitriona le había proporcionado. Hasta consiguió que Gracia lo probara. O era una mentirosa redomada, o le gustó de verdad aquel engrudo.

Travis y Jubal habían pasado toda la noche despiertos y ni siquiera parecían cansados. Cada uno de ellos engulló una taza de café fuerte mientras yo mordisqueaba la tostada con mantequilla que me había preparado Gracia al ver que no podía persuadirme de que la dejara sacar la sartén pequeña. Todos bebimos café en grandes cantidades.

Me subí al Trueno Azul y Kelly hizo lo propio en la parte trasera del Zumbón, con Jubal. Esto había sido idea de ella. Decidimos que solo los dejaríamos solos cuando fuera indispensable, para que no pudieran sacarnos del proyecto. No sé qué pensaba Kelly que podía hacer para impedirlo, pero lo cierto es que si alguien era capaz de hacerlo, era ella.

BOOK: Trueno Rojo
8.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Spellscribed: Resurgence by Kristopher Cruz
Hard Rain by Peter Abrahams
The Switch by Christine Denham
The Beacon by Susan Hill
No Friend of Mine by Ann Turnbull
All in the Mind by Alastair Campbell
Little Girl Gone by Drusilla Campbell
TH02 - The Priest of Evil by Matti Joensuu
The Siege by Helen Dunmore