Entrevista telefónica con Mona Moncalvillo desde París,
Humor
, febrero de 1983
"Si alguien me hubiese dicho que apostara por una de mis novelas que pudiese ser llevada al cine, yo habría dicho
Triste, solitario y final
. En el '74 o '75 hubo un primer intento, en la Argentina. Pasó lo mismo después en Francia y en Italia, pero se llegó siempre a la conclusión de que sería carísima, por detalles que yo jamás había tenido en cuenta. Por ejemplo: para usar a Philip Marlowe hay que pedir los derechos, y con Laurel y Hardy pasa igual, hay que lidiar con herederos y agentes. Y ellos no implicaban los problemas más serios, porque son los personajes queribles de la novela. El problema era cómo hacer con Chaplin, que en el libro aparece muy antipático. Y no es lo mismo que aparezca alguien llamado Chiplin. Por eso se fueron frustrando todos los intentos de filmar
Triste."
Entrevista con Pacho O'Donnell, en
Testimonios
, América TV, diciembre de 1995
"Recuerdo exactamente el momento en que conocí a Osvaldo Soriano. Yo estaba en el Hotel Habana Libre como jurado del Premio Casa de las Américas. Todas las obras que teníamos eran una porquería, de lo peor. Y ya estábamos un poco desesperados por tener que declarar desierto el concurso. Eran las dos de la mañana cuando abrí un original titulado
Triste, solitario y final
. Estaba con seudónimo. En cuanto empecé a leer me di cuenta de que era una revelación y salí corriendo a despertar a los demás jurados... y a los que no eran jurados también. Pero no conseguí convencerlos. Los amigos cubanos consideraban que el libro era transgresor contra Chaplin y demasiado a favor del Gordo y el Flaco. Se decidió no darle el premio y yo hice un voto de minoría. A raíz de lo cual el Gordo me mandó una carta preguntándome si podía utilizar lo que yo había dicho para Casa de las Américas en la primera edición que le iban a sacar en Corregidor."
Ariel Dorfman, en el documental
Soriano
, de Eduardo Montes Bradley
"Mi primer viaje al extranjero fue posterior a la publicación de Triste. No había ido nunca a Europa, y en esa época todos los periodistas jóvenes soñábamos con ir alguna vez. No sé por qué yo tenía la fantasía de que estaría en España cuando muriera Perón. Doble error, porque Perón no iba a morir en España, y yo no iba a cubrir esa noticia. La cuestión es que, en el '73, a los pocos meses de la salida del libro, en los mingitorios de
La Opinión
, Timerman me dijo: 'El lunes que viene se va a Turquía.' Había que cubrir la inauguración del puente del Bósforo, en Estambul. Fue un viaje muy loco, con el atractivo de que a la vuelta pasaba por Roma. Yo andaba con un par de ejemplares del libro recién salidos del horno, uno de ellos para Osiris Troiani, y el día que se lo di le comenté que sería lindo, en lugar de volver por Nueva York, que era el tramo obligado, volver por Los Ángeles, y pasar a ver la tumba del Flaco, Stan Laurel, y conocer los demás lugares donde se desarrollaba mi novela. Troiani, que era un viejo lobo de mar y hablaba muy bien italiano, me dice: 'En Italia todo es posible; vamos a la oficina de esta gente, a ver.' Después de mucho llorar, como se hace en Italia, alguien que parecía más jefe que los demás dijo sí, me puso un papel en el pasaje y me dijo: 'Va a Los Ángeles.' Pero, grave problema: vía Londres. Cuando el avión aterrizó en Inglaterra me bajaron por alguna estúpida formalidad inglesa, y fue un drama, porque yo no sabía una palabra de inglés. Al tipo del mostrador le tiraba el pasaporte y él me lo devolvía. Hasta que, mirándome con un odio tremendo, me selló el pasaje y pude por fin llegar a Los Ángeles, donde cambió mi suerte, cuando empezó a tallar toda esa mitología de Hollywood que yo iba a buscar. Al llegar al cementerio, la tumba de Stan Laurel estaba fuera del circuito que se podía visitar. Entonces saqué el ejemplar que me quedaba de mi libro, y eso los debe haber conmovido, porque la tapa era una foto en blanco y negro del Flaco abrazado con el Gordo. Los tipos me dieron un mapa y, cuando lo abrí para ubicarme, vi que había un puntito marcado con lapicera. Caminé hasta ese lugar y ahí estaba la tumba. ¡Que no se parecía en nada a la descripción que yo había hecho en el libro!"
Entrevista con Santo Biasatti,
El programa de Santo
, TN, septiembre de 1996
"Decidí no escribir sobre algunas cosas de aquel viaje que fueron muy íntimas y me hicieron sentir feliz. Fui al cementerio de Forest Lawn y visité, un día de llovizna, como en la novela, la tumba de Stan Laurel. Sobre ella crecían algunas flores y era muy distinta de la que yo había imaginado. Dejé un libro sobre el césped, en el lugar donde descansa el viejo Laurel. Me pareció el único homenaje posible en aquel momento. No pude ir a La Jolla a visitar a Chandler, pero imaginé las andanzas de Philip Marlowe cada vez que caminé por Figueroa Street o el Sunset Boulevard. La ciudad me pareció un inmenso, fulgurante decorado cuya leyenda podía recrearse a cinco mil kilómetros de allí. Bien o mal, yo lo había hecho."
"Tribulaciones de un argentino en LA",en
Artistas, locos y criminales
"Querido Osvaldo: aquí en mi rancho meridional he tenido tiempo de ponerme un poco al día en materia de lecturas atrasadas, una vez terminada la serie de gripes y otras consecuencias somasiquiátricas de mi largo viaje latinoamericano. Tu libro me llegó justo cuando empezaban mis vacaciones sureñas, y fue uno de esos regalos que aceleran a fondo cualquier convalecencia. Apenas terminé de leerlo, me cayeron también una o dos reseñas del libro, y no me sorprendió —dada la inevitable y quizá necesaria deformación de la óptica argentina en materia de valoración literaria— que los autores llenaran párrafos y párrafos con referencias a la
desmitificación de la sociedad americana
, como se decía ya en la contratapa. Es evidente que en estos tiempos ese aspecto de cualquier libro pasa a primer plano, pero lo que me molestó y me molesta es que ese primer plano tiende a dejar en penumbra, cuando no en la sombra, el hecho obvio, hermoso y alentador de que has escrito una excelente novela. Quizás hayan aparecido estudios más concentrados en el aspecto literario de tu libro, que todavía no conozco; a juzgar por lo que pude ver hasta ahora, se diría que Osvaldo Soriano, lleno de odio hacia el establishment yanqui, se sentó a la máquina y montó una ídem destinada a denunciarlo y a demolerlo. Pamplinas. Si algún olfato tengo, ese olfato me dice que Osvaldo Soriano, viejo enamorado de una literatura norteamericana que también demolía a su manera el sistema pero que no se escribía para eso, e igualmente enamorado de un cine en el que habitan nuestras más melancólicas nostalgias de juventud, se sentó a la máquina y produjo una larga, admirable ceremonia de evocación de muertos queridos, y que mientras escribía su libro en algún cuarto con poca luz y mucho humo, Stan y Marlowe y Oliver se paseaban en silencio, mirándolo mirarlos.
Si con eso alcanzo a decirte algo, me sentiré muy feliz. No soy crítico, no entiendo nada de valoraciones analíticas. Tu libro es para mí ese imposible que no puedo impedirme soñar: una nueva vieja película, una nueva vieja novela de Chandler. No estoy diciendo que sea un libro anacrónico, sino que es un libro muy nuevo y muy nuestro, que cumple el milagro de convocar antiguas sombras queridas. Y después, claro está, todo lo otro que tanto subrayan los artículos que he leído: mostración del horror con aire acondicionado, la abyecta realidad del
Watergate way of life
, etc.
Te agradezco como lector el incesante, perfecto humor de tu prosa, de las situaciones y los sobreentendidos; sin él tu novela no hubiera tenido sentido. Los diálogos, en esa especie de
traslatese
deliberado pero en el que has ido metiendo tu propio estilo, le dan al relato su ubicación perfecta y esa verosimilitud de lo absurdo que es el privilegio de los mejores novelistas, empezando por el mismo Chandler. Y aquí me paro, compañero, porque creo haberte comunicado lo más secreto y evasivo de mis sentimientos frente a tu libro. No era fácil, porque esos sentimientos nacen del clima profundo del relato, imposible de precisar racionalmente. Yo también, al doblar la última página me he sentido triste, solitario y final. Pero encender otro cigarrillo y volver a llenar el vaso eran pequeñas ceremonias reconfortantes, signos de que la vida estaba aún ahí, y que me había dado tiempo a leer un hermoso libro.
Te abraza, Julio."
Carta de Julio Cortázar a Soriano desde Saignon, agosto de 1973