Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (40 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Sírvete algo de beber y ven a sentarte conmigo. El sol de la tarde hará que el árbol thrann empiece a rezumar savia dentro de poco, y entonces los barbariales vendrán volando para alimentarse. Son tan diminutos y tan veloces... Soy capaz de pasar una hora entera observándolos sin llegar a aburrirme.

Los compartimentos del bar de Mon Mothma contenían una legendaria gama de potentes y aromáticos licores procedentes de toda la galaxia, pero Leia se conformó con una botellita de agua de fallix fría.

—Bien, cuéntame que te ha traído hasta aquí desde la lejana Ciudad Imperial —dijo Mon Mothma cuando Leia hubo tomado asiento en un sillón junto a ella—. Ya no me mantengo muy al corriente de los asuntos de la capital, pero sé que no has venido a ver mis jardines.

—¿Sabes qué le ha ocurrido a Han?

—Me temo que no ha habido forma de escapar a esa mala noticia —dijo Mon Mothma, poniendo la mano sobre la de Leia—. ¿Qué tal lo están llevando los niños?

—Jaina está muy furiosa, y Jacen está muy asustado —dijo Leia—. Anakin... Bueno, básicamente está confuso: no consigue entender por qué alguien puede querer hacer daño a su papá. Hemos conseguido impedir que vean la grabación, pero tuve que contárselo: hay demasiadas personas que están al corriente de lo ocurrido, y no quería que oyeran ciertas cosas.

—Y tú... —dijo Mon Mothma, apretándole suavemente la mano—. ¿Qué me dices de ti?

—No consigo ver con claridad qué camino debo seguir.

Mon Mothma asintió en silencio. Después dejó su cuaderno de datos en el suelo, se recostó en su sillón y esperó sin decir nada.

—Mañana por la tarde he de comparecer ante el Senado para enfrentarme a una petición de falta de confianza que pretende expulsarme de la presidencia —siguió diciendo Leia—. El Consejo de Gobierno opina que con Han en manos de los yevethanos, no se me puede confiar el poder de la presidencia.

—Lo cual supone una tremenda estupidez por su parte.

Leia meneó la cabeza.

—Si he de serte sincera, después de haber visto esa última transmisión procedente de N'zoth... Bien, ya no estoy tan segura de que no tengan razón. Mi primer impulso fue dar a Nil Spaar todo lo que quiere y hacer volver a la flota, y conformarme con que me devolviera a Han con vida. Mi siguiente impulso fue ir a ver a los de Operaciones Especiales y pedirles el arma más horrible de que dispongan, algo que pudiera enviar a N'zoth para que matase hasta el último yevethano... a ser posible haciendo que padeciera una prolongada agonía antes de morir.

La sonrisa de Mon Mothma estaba llena de afecto y simpatía.

—Si no estuvieras sintiendo esos dos impulsos no serías humana.

—Pero no puedo permitir que ninguno de ellos guíe mis actos —dijo Leia—, y no sé qué puedo hacer para evitar que lo hagan. Sólo he visto la transmisión una vez, pero no puedo evitar seguir viendo esas imágenes dentro de mi mente.

—Leia, querida mía... Estoy segura de que no se te habrá ocurrido decirte a ti misma que ser presidenta de la Nueva República significa que debes hacer oídos sordos a tus emociones y sentimientos y que todas tus decisiones deben estar guiadas únicamente por lo que piensas. El liderazgo es algo más que un mero cálculo, porque de lo contrario dejaríamos todo ese embrollo en manos de los androides. Reyes y presidentes, emperadores y potentados... Los mejores representantes de esas especies actúan tan guiados por las pasiones honestas como por una noble ética o una razón fría e incisiva.

—La combinación de la pasión y el poder siempre me ha parecido muy peligrosa —dijo Leia.

—Sin razón o sin ética, casi siempre lo es. Pero la razón necesita estar acompañada por la pasión de hallar la verdad, y la ética necesita estar acompañada por la pasión de hacer justicia. Sin esa pasión, ni la verdad ni la ética pueden estar realmente vivas —dijo Mon Mothma—. ¿Con qué estás luchando, Leia?

—Con lo que he de hacer —se limitó a responder Leia—. Con lo que he de hacer mañana, cuando tendré que elegir entre seguir resistiendo o darme por vencida. Con lo que he de hacer respecto a Koornacht mientras siga ocupando la presidencia de la Nueva República.

—¿Y qué es lo que quieres?

—Quiero que Han vuelva a casa sano y salvo —dijo Leia sin titubear—. Quiero que los yevethanos tengan que enfrentarse a las consecuencias de lo que han hecho. Y quiero seguir en mi cargo, porque aún queda mucho trabajo por hacer.

—Y si no pudieras tener todas esas cosas, ¿a cuál renunciarías en último lugar?

Los barbariales habían aparecido tal como predijo Mon Mothma, y los ojos de Leia siguieron el vertiginoso vuelo de un macho negro y amarillo.

—Ésa es la parte del camino que no consigo ver con claridad —murmuró—. ¿Debo responder basándome en los principios? ¿He de pensar en mí misma y en los niños, o debo pensar en el bien de la Nueva República?

—Pero ya te has encontrado en esta misma encrucijada anteriormente —dijo Mon Mothma—. Cuando el enemigo era el emperador Palpatine, estuviste dispuesta a arriesgarlo todo y sacrificaste muchas cosas en nombre de los principios y de la posteridad. Lo que te importaba por encima de todo era lo que creías justo y correcto. Y lo mismo puede decirse de todos nosotros..., tanto de quienes murieron por la Rebelión como de quienes los enviamos a la muerte.

—Ahora tengo más cosas que perder —dijo Leia, comprendiendo de repente algo que se le había escapado hasta aquel instante—, y estoy menos dispuesta a arriesgarlas de lo que lo estaba entonces.

—Una prueba más de que eres humana, y sigue sin haber ninguna razón por la que debas avergonzarte de ello. Los jóvenes piensan que son inmortales —dijo Mon Mothma con una sonrisa llena de comprensión—. Quienes no sobreviven a ese error nos enseñan una lección muy dura a los demás, y veinte años de guerra se encargaron de proporcionar lecciones de sobras para todos. Ahora nos aferramos con más fuerza a lo que tenemos..., a la vida y al amor..., porque sabemos que no es permanente.

Leia se levantó y fue hasta la transparencia que la separaba de los veloces revoloteos de los barbariales.

—Es la misma encrucijada de antes, ¿verdad? ¿Qué estás dispuesta a arriesgar para defender aquello en lo que crees..., y qué valor pueden tener tus convicciones si no estás dispuesta a arriesgar nada en su defensa? —Meneó la cabeza—. Bien, por lo menos conozco una parte de la respuesta a tu pregunta.

—¿Y de qué parte se trata?

—Sé a cuál de esas tres cosas que quiero estoy dispuesta a renunciar en primer lugar —dijo Leia—. En cuanto empezamos a pensar en seguir ocupando el poder y damos prioridad a eso por encima de todo lo demás, empezamos a traicionar a la Rebelión. Esa idea es el corazón de todo aquello contra lo que nos rebelamos.

—Y al final era la única idea que representaba Palpatine —dijo Mon Mothma, asintiendo con la cabeza.

Leia se volvió hacia su mentora y la miró.

—Pero sigo sin saber cómo elegir entre las otras dos.

—Creo que sí sabes cómo hacerlo —dijo Mon Mothma—. Lo que no sabes es cómo podrás soportar tu elección, y eso es un problema en el que no puedo serte de ninguna ayuda. Ese secreto huyó de ti cuando dejaste de ser capaz de poder ver claramente tu camino.

—¿Cuándo ocurrió eso? —preguntó Leia, volviendo a sentarse en el borde del escabel a los pies de Mon Mothma—. No llegué a darme cuenta de cómo se esfumaba. ¿Lo notaste tú? Nunca había tenido que pasar por esta agonía para llegar a tomar una decisión o para aceptar sus consecuencias. Ha sido tan extraño... Me he estado viendo a mí misma desde dentro y me he preguntado por qué esta mujer hablaba en mi nombre.

—La claridad con que podías ver el camino a seguir surgía de tu certeza de que nuestra causa era justa y nuestro propósito digno de ser defendido —dijo Mon Mothma—. Pero hay muy poca certeza que hallar en un lugar como el Senado y en una ciudad como la Ciudad Imperial. La certeza va siendo roída poco a poco por los mil y un compromisos que son la moneda de la democracia. Las causas van cayendo poco a poco, víctimas del proceso de creación del consenso. La responsabilidad se vuelve tan difusa que acaba desvaneciéndose, y el acuerdo se vuelve tan raro que acaba pareciéndote un prodigio.

—Antes habría dicho que yo entendía todo eso..., y que nada de todo eso podía sorprenderme.

—Entenderlo y tener que enfrentarse a ello día tras día son dos problemas muy distintos —dijo Mon Mothma—. Siempre has dibujado tu mapa con líneas muy rectas, Leia, y en ese aspecto estás muy mal preparada para vértelas con la arcana cartografía del Senado. —Le sonrió con afable ternura—. Puedes echarme la culpa de eso cuando quieras..., tanto en privado como en público.

Leia meneó la cabeza.

—No tienes por qué decir esas cosas, Mon Mothma. No hay nada por lo que debas pedirme disculpas. —Se levantó y contempló la puerta por encima de su hombro—. He de irme. No quiero dejar solos a los niños durante demasiado tiempo.

Mon Mothma también se levantó.

—Me estoy acordando de algo que tu padre me dijo hace mucho tiempo, cuando yo acababa de llegar a Coruscant y sus formas de actuar eran un misterio para mí. Lo que me dijo me sirvió de mucho..., y quizá tú también encuentres algo de valor en ello. Tu padre me dijo que no debías esperar que te aplaudieran cuando hacías lo correcto, y que tampoco debías esperar que te perdonaran cuando cometieras un error. Pero el compromiso firme es algo que será respetado incluso por tus enemigos..., y una conciencia que esté en paz consigo misma vale más que mil victorias manchadas.

Cuando Mon Mothma acabó de hablar, los ojos de Leía ya estaban enturbiados por un delgado velo de lágrimas.

—Sí —murmuró—. Es justo el tipo de consejo que se podía esperar de Bail.

Mon Mothma la envolvió en un reconfortante abrazo lleno de amor que duró casi un minuto.

—Traza una línea recta, Leia —le susurró mientras se separaban—, y así podrás ver adonde conduce.

Aún faltaba una hora para que el Senado tuviera que disolverse y convertirse en la Asamblea de la Nueva República a fin de examinar la petición de falta de confianza presentada contra Leia, y la regla de discusión abierta sin ninguna clase de restricciones que regiría la sesión prometía hacer que ésta durase muchas horas. Pero tanto los niveles de los medios de comunicación como los destinados al público ya se hallaban repletos, y los pasillos del exterior habían quedado invadidos por quienes no consiguieron encontrar sitio dentro.

Algunas de las personas que llenaban las áreas públicas blandían un pase de galería con un código de color para un bloque de tres horas posterior.

Otros sólo habían conseguido hacerse con un pase de acceso general y un lugar en uno de los auditorios. La demanda había superado a la oferta de tal manera que el precio de un pase de galería ya estaba por encima de los diez mil créditos..., si conseguías encontrar a alguien que estuviera dispuesto a vendértelo.

Y a pesar de los esfuerzos del servicio de seguridad del palacio para impedir ese comercio, ya había surgido todo un activo mercado de intercambios entre quienes disponían de pases, alimentado por una serie de rumores contradictorios sobre cuándo podían tener lugar los acontecimientos clave..., y muy especialmente sobre cuándo subiría Leia al estrado. Los pases de la Sesión Tres, que cubrían el período de las siete a las diez de aquella noche, ya costaban tres mil créditos más que los de la Sesión Dos y cinco mil créditos más que los de la Sesión Cuatro y los de períodos posteriores.

Tanto la conmoción como la expectación eran un poco menos ruidosas en los corredores y las cámaras de acceso restringido, pero sólo por comparación con las áreas públicas. La petición era el gran acontecimiento del Tercer Electoral, y nadie que tuviera derecho a ocupar un asiento en la gran cámara tenía intención de perdérselo. Había multitudes y rostros desconocidos por todas partes, y la normalmente apacible sala de reunión del Consejo estaba acogiendo una apasionada discusión a gritos entre media docena de senadores que no habían podido esperar a que empezara la sesión.

Con semejante atmósfera, al principio la llegada de Leia a la antesala del Senado sin que su aparición fuera anunciada previamente pasó desapercibida. Y los primeros pares de ojos que captaron la presencia de Leia pertenecían a los analistas de imagen de Engh, que casualmente eran las personas a las que ella menos deseaba ver en aquellos momentos.

Leia nunca se había tomado la molestia de averiguar o recordar sus nombres, y había acabado llamándolos el Ventrílocuo y el Sastre. El Ventrílocuo, que se dirigía a ella llamándola presidenta Solo, siempre estaba intentando poner palabras en la boca de Leia. El Sastre, que se dirigía a ella llamándola princesa Leia, la trataba como si fuera un maniquí sobre el que probar una prenda detrás de otra, y siempre estaba preocupándose de si sus ropas proyectaban la imagen adecuada para una determinada aparición pública.

Los dos fueron corriendo hacia ella y la recibieron con un torrente de palabras.

—¡Princesa! ¿Dónde estaba?

—¡Presidenta Solo! Todavía no he podido ver su discurso...

—... tengo preparada su ropa en la sala de recepciones diplomáticas. No hay ninguna premura inmediata, pero tendríamos que hablar sobre las joyas que va a...

—... por suerte no le ha correspondido el primer turno de palabra en el estrado. Busquemos un sitio tranquilo donde podamos repasar lo que ha de decir...

—He optado por un aspecto muy sencillo, no exactamente del tipo viuda-llevando-el-duelo pero más o menos en esa dirección, y cualquier cosa demasiado llamativa no encajaría con el efecto general...

—... y ya le he concertado entrevistas con la Global, la Primaria y Noticias de la Galaxia para después de la sesión...

—Silencio —dijo secamente Leia—. No quiero oír ni una sola palabra más, y eso va por ambos.

Los dos la contemplaron con la misma mirada sorprendida matizada por una sombra de sólo-queremos-ayudar.

—¿Hay algún problema, presidenta Solo...?

—Princesa Leia, no crea que no soy consciente de lo mal que...

—Ni una palabra más —les interrumpió Leia—. Ni una sola palabra más, ¿de acuerdo? Los dos quedan despedidos, y el despido es efectivo a partir de este mismo instante. —Dos rápidos movimientos le bastaron para arrancar sus pases de zona de sus ropas—. Vuelvan al ministerio y sigan haciendo lo que quiera que solían hacer antes..., y debo añadir que espero que se trate de algo más útil que lo que han hecho aquí.

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