Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (41 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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A esas alturas todas las personas presentes en un radio de diez metros ya se habían dado cuenta de la llegada de Leia, y una multitud llena de curiosidad había empezado a congregarse a su alrededor. Leia pasó junto al Ventrílocuo sin prestar ninguna atención a los mirones y siguió avanzando por la antesala hasta que se encontró con Behn-Kihl-Nahm, quien estaba inclinado sobre lo que parecía un cáliz lleno de una bebida oscura en una mesa cercana al bar y repasaba una lista de oradores junto con Doman Beruss.

—Vamos arriba, Bennie —dijo Leia, volviendo su hombro hacia Beruss e ignorándole por completo—. Hemos de hablar.

Un murmullo repentino —un jadeo colectivo, para ser más exactos— surgió de los millares de asistentes que llenaban la cámara del Senado cuando Behn-Kihl-Nahm y Leia entraron en ella y ascendieron hasta el nivel superior del estrado. Cuando el murmullo se hubo calmado, sólo se pudieron oír las tenues voces de los comentaristas de las redes de noticias que hablaban por una docena de comunicadores activados esparcidos por el recinto de la cámara.

—... no se esperaba que hiciese acto de presencia hasta mucho más tarde, cuando sería convocada para hacer su propia exposición de los hechos. Su inesperada...

—... provocando especulaciones inmediatas sobre una posible dimisión sorpresa...

—... se consideraba altamente improbable que decidiera estar presente durante lo que promete ser un largo e intenso debate...

Pero los encargados de protocolo del Senado no tardaron en localizar y expulsar a los molestos aparatos, y cuando Behn-Kihl-Nahm fue hacia el estrado, el silencio era prácticamente completo.

—Senadores y senadoras... —dijo Behn-Kihl-Nahm, y después carraspeó dos veces—. Senadores y senadoras, el orden del día de la sesión de hoy hecho público ha sufrido un cambio.

A pesar de su inocuidad, aquellas palabras causaron una agitación inmediata entre los asistentes. Behn-Kihl-Nahm ignoró aquella repentina actividad y siguió hablando, inclinándose sobre el sensor auditivo del estrado para poder ser oído con más claridad.

—Tal como permiten las reglas de procedimiento del Senado y de acuerdo con las estipulaciones del Artículo Cinco de la Carta Común, cedo el estrado a la presidenta del Senado Leia Organa Solo, princesa hereditaria de la Casa Organa de Alderaan y senadora electa en representación de la República Restaurada de Alderaan.

Mientras Leia se levantaba del banquillo en el que había estado esperando, ocurrió algo inesperado: una ovación que fue creciendo lentamente surgió de la nada y poco a poco fue adquiriendo un carácter casi desafiante. En parejas y tríos dispersos primero y en grupos de diez y veinte después, los senadores sentados se pusieron en pie mientras aplaudían y gritaban la afirmación tradicional del «¡Hurra, hurra!». Cuando Leia llegó al estrado, la mitad del ala izquierda y casi toda el ala derecha se habían unido a aquella improvisada demostración de apoyo.

El entusiasmo era bastante más reducido en la sección central, donde estaban sentados los representantes de la mayoría de mundos humanos, pero incluso allí casi la mitad se habían puesto en pie y los rezagados seguían aumentando ese número a cada momento que pasaba. El ruido más ensordecedor procedía de la galería del público, cuyos ocupantes estaban ignorando las advertencias simultáneas de los encargados del protocolo y de los arquitectos y habían iniciado un rítmico pateo. Leia, muy sorprendida, volvió la mirada hacia Behn-Kihl-Nahm en busca de un consejo o de una explicación, pero sólo consiguió ver cómo su fiel amigo también la aplaudía con una actitud donde había tanta dignidad como decisión.

Después Leia se volvió hacia la cámara y alzó la mano derecha para pedir silencio.

—Por favor —dijo—. Por favor... Les agradezco su apoyo, tan espontánea y sinceramente ofrecido. Lo acepto como una expresión profundamente conmovedora de su preocupación por Han..., que a su vez es un reflejo de la preocupación que muchas personas de todos los confines de la Nueva República se han molestado en compartir con nuestra familia. Me reconforta saber que su bienestar significa tanto para tantos de ustedes. Han Solo nos es muy querido, y verle sufrir resulta inimaginablemente duro para nosotros.

»Pero no he venido aquí hoy para hablar de Han o para dar por sentado que gozaría de su simpatía —siguió diciendo—. He venido aquí para hacer un anuncio público en un asunto de extrema gravedad. Me alegra ver a tantos de ustedes reunidos aquí para oírlo directamente.

»A las trece treinta del día de hoy, y en presencia del presidente del Consejo de Defensa, el primer administrador, el ministro de Estado, el almirante de la Flota y el director del ministerio de Inteligencia, he invocado formalmente las estipulaciones concernientes a los poderes de emergencia del Artículo Cinco con respecto a la crisis del Sector de Farlax.

Un jadeo de sorpresa surgido de millares de gargantas desgarró el silencio.

—Ése es el lenguaje protocolario que exige la Carta —prosiguió Leia—. Pero también puede decirse de una manera mucho más simple: lo que hemos hecho ha sido declarar la guerra a la Liga de Duskhan.

»He dado este paso por una razón, y únicamente por una razón..., porque es lo correcto y lo que debe hacerse.

»No se trata de una cruzada personal o de una maniobra política. Es una campaña por la justicia que pretende obtener justicia para las víctimas y justicia para los criminales.

»Los crímenes de los yevethanos no les son tan conocidos como deberían serlo, y tampoco llegarán a serlo. Han podido contemplar los rostros de dos de las víctimas de Nil Spaar: Han y Plat Mallar. Pero lo que los yevethanos les han hecho a esas dos personas, por muy grande que sea el dolor que sus acciones puedan causar en quienes las aman, sólo constituye el más pequeño de sus crímenes.

»La Liga de Duskhan está dirigida por un dictador absoluto cuya salvaje amoralidad no tiene nada que envidiar a la de cualquiera de los peores enemigos que han llegado a conocer las dos Repúblicas. Los yevethanos han exterminado sin la más mínima provocación a las poblaciones de más de una docena de mundos pacíficos. Han asesinado a decenas de millares de inocentes sin contar con la más mínima justificación.

»Humanos, morathianos, h'kigs, kubazianos, brigianos... Nadie que se interpusiera en su camino logró escapar. Ni las mujeres, ni siquiera los niños... Sus cuerpos fueron incinerados. Sus hogares fueron destruidos.

Sus ciudades fueron reducidas a átomos por un implacable bombardeo.

»Y los últimos recuerdos de esos niños y de esas ciudades ahora son conservados por los escasos supervivientes a los que los yevethanos no mataron..., y a los que han permitido seguir viviendo únicamente porque así podrían utilizarlos como escudos durante la batalla.

»La posibilidad de que los yevethanos no hayan puesto punto final a su criminal expansión, la perspectiva de que a continuación puedan lanzarse sobre Wehttam o Galantos o cualquier otro mundo que nos resulte más familiar, es totalmente innecesaria a efectos de nuestra respuesta.

»Si estos horrores no exigen nuestra respuesta, que la negrura del oprobio caiga sobre nosotros. Si estas tragedias no enfurecen su conciencia, que la negrura del oprobio caiga sobre ustedes. Si no podemos permanecer unidos para plantar cara a semejante depredador, entonces la Nueva República no representa nada que tenga algún valor.

Leía hizo una pausa para tomar un sorbo de agua entre el silencio absoluto que reinaba en la gran cámara.

—Después de haber consultado con el almirante Ackbar y el Departamento de la Flota, he ordenado el envío de fuerzas adicionales a Koornacht para reforzar nuestras posiciones. He encomendado al general Ábaht, el comandante del sector, la tarea de eliminar la amenaza yevethana y reclamar los mundos conquistados de Koornacht. El general posee la autoridad militar necesaria para hacerlo, y cuenta con toda mi confianza.

«Despojaremos a los yevethanos de la capacidad para hacer la guerra a los que ellos llaman las alimañas. Lo haremos no sólo porque nosotros también somos alimañas a sus ojos, sino porque nos han mostrado la maldad que hay en su corazón, y porque la maldad siempre debe ser combatida aunque el precio que haya que pagar por ello pueda ser muy grande.

«Cualquier gobierno que tenga algo que objetar a esta decisión es libre de abandonar este cuerpo político, y este cuerpo político es libre de elegir una nueva presidencia..., el día siguiente a aquel en que Nil Spaar haya sido derrotado y los yevethanos hayan quedado desarmados.

Leia esperaba que el silencio la siguiera cuando bajara del estrado. Pero apenas había dado dos pasos cuando un tumultuoso rugido de aprobación procedente de los niveles de asientos y las galerías superiores cayó sobre ella. Leia giró sobre sus talones y vio que prácticamente todo el Senado estaba en pie, y que aprobaba su decisión de una manera estruendosamente aclamatoria.

La aclamación no era unánime, desde luego: docenas de senadores que no estaban de acuerdo con ella habían permanecido en sus asientos o iban hacia las salidas con expresiones de visible disgusto en sus rostros. Pero suponían una minoría asombrosamente diminuta perdida en el todo. Leia, que apenas podía comprender el milagro que acababa de obrar, dejó que sus ojos recorrieran el Senado. Sus palabras habían llegado hasta ellos y los habían conmovido y unido..., al menos por un momento, un momento durante el que los principios habían triunfado sobre la política.

Tendría que haberse sentido llena de alegría..., de no ser por el hecho de que Leia podía ver con toda claridad la muerte de Han al final de la línea recta que había dibujado.

CUARTO INTERLUDIO
Maltha Obex

Aquel día hacía mucho frío en Maltha Obex; la temperatura se encontraba por debajo de lo normal incluso teniendo en cuenta lo que debía considerarse normal en un planeta que llevaba cien años helándose bajo la presa implacable de una pequeña era glacial. Una brutal tormenta que abarcaba medio continente estaba azotando las latitudes norteñas con vientos terribles y cortinas de diminutos copos de nieve tan duros y abrasivos como partículas de arena. La tormenta había obligado al Equipo Alfa a abandonar sus excavaciones en el campo de hielo que se extendía al este del Risco 80.

Los refugios térmicos del Equipo Alfa llevaban toda la noche tirando de sus sujeciones, como si ardieran en deseos de remontar el vuelo y andar dando tumbos por toda aquella desolación helada. Cuando Bogo Tragett se puso el traje protector para inspeccionar la cúpula de excavación del equipo que lideraba, se encontró con que el túnel a prueba de desgarrones que unía su refugio a la cúpula se había rajado de un extremo a otro y había quedado convertido en diminutas banderolas amarillas que aleteaban a lo largo de los cables de tensión. La visibilidad había sido reducida prácticamente a cero por las ráfagas de viento y nieve, tan intensas que eran capaces de volver invisible una cúpula de trabajo de un vivo color azulado que no estaba a más de cinco metros de distancia de Tragett.

Dentro de la cúpula Tragett descubrió un calentador tan frío como un trozo de hielo, un enorme montón de nieve de una blancura cristalina y un chorro incesante de partículas de nieve que entraban por debajo del suelo parcial de la cúpula. El calentador había consumido en algo menos de diez horas el suministro de combustible calculado para tres días, y luego se había dado por vencido y había dejado de funcionar.

Tragett optó por hacer lo mismo. Fue hasta el refugio de los suministros por un túnel de conexión todavía intacto, se puso en contacto con el
Abismos de Penga
y solicitó que fueran a recogerles, y después llamó al resto del equipo y les dijo que recogieran todas las pertenencias personales y el instrumental que pudieran llevar en las manos o a la espalda. Después todo se redujo a esperar a que las condiciones meteorológicas mejorasen lo suficiente para que la lanzadera de la expedición, que había sido diseñada pensando en esa clase de problemas climáticos, pudiera abrirse paso a través de ellos hasta donde se encontraban.

La espera se prolongó tres horas, durante las cuales el refugio de Tragett logró soltarse de sus sujeciones y fue lanzado contra el lado de la cúpula de excavación azotado por el viento. Antes de que el refugio volviera a quedar libre y se perdiera en la lejanía, ya había derrumbado una tercera parte de la cúpula y conseguido que los rostros de dos miembros del equipo se volvieran tan blancos como el paisaje.

Pero el doctor Joto Eckels no pensó ni por un solo instante en ofrecer un pequeño descanso al Equipo Alfa a bordo del
Abismos de Penga
. Lamentaba la pérdida del instrumental y del tiempo invertido en N3 sin que se hubiera obtenido ningún resultado ni del uno ni del otro..., pero había muchos más lugares que excavar y demasiado poco tiempo. Confiando en que Tragett sería capaz de cubrir las necesidades de motivación de su equipo, Eckels había enviado la lanzadera al relativamente suave clima del punto S9, donde la temperatura al amanecer había sido de veintiséis grados por debajo del punto de congelación bajo un cielo despejado.

—Hemos precargado la lanzadera con todo el equipo de excavación disponible, desde cúpulas hasta piezas sueltas —informó a Tragett mientras la lanzadera viraba hacia el este en vez de subir por el cielo—. Puede sacar todos los repuestos que necesite de ese material. Yo diría que no debería tener ninguna dificultad para haberse instalado hacia el anochecer, y así podrá estar preparado para reiniciar los trabajos en cuanto amanezca.

Tragett, que era un veterano y un hombre muy pragmático, comprendió los motivos que habían impulsado a Eckels a tomar aquella decisión.

—Afirmativo,
Abismos de Penga
. Pero si ése es el plan, entonces me gustaría sacar de aquí a Tuomis y traer a otro en su lugar. Lleva algún tiempo luchando con la fiebre de los refugios y no se encuentra demasiado bien.

—La mitad del trabajo que lleva consigo montar un campamento se hace al aire libre —replicó Eckels—. El mero hecho de poder ver ese horizonte quizá hará que se sienta mejor, y además, tener que trabajar duro siempre resulta menos deprimente que estar tumbado durante toda la noche escuchando aullar al viento. Esperemos veinte horas, y ya repasaremos las opciones cuando sepamos qué tal está por la mañana.

Con la crisis del Equipo Alfa relegada al pasado, el
Abismos de Penga
volvió a su pauta orbital normal, y Eckels se fue poniendo en contacto con los otros equipos para recibir sus informes de actualización cotidianos.

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