Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (33 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Por todas las estrellas... Has encontrado una manera de hablar con el Vagabundo.

Una sonrisa fue apareciendo poco a poco en los labios de Lobot.

—Sí.

—¿Con el Vagabundo o con esas cosas?

—No existe ninguna distinción.

—¿Es una criatura inteligente?

—Es consciente de su existencia. —Lobot abrió los ojos y miró a Lando por primera vez desde que éste había entrado en el pasadizo—. Tendré que acordarme de discutir este asunto con Cetrespeó. Quizá ahora tenga mejores respuestas que darle.

Lando se retorció hasta que su cuerpo quedó atravesado en la entrada del pasadizo lateral.

—¿Qué clase de conversación estabais manteniendo?

—Está dispuesto a darme información. No me cederá el control.

—Pregúntale adonde vamos esta vez.

—Está herido y sufre grandes dolores —dijo Lobot—. Creo que vuelve a casa.

Lando asimiló esa información en silencio durante unos momentos y después señaló el fondo del pasadizo con el haz de su linterna.

—¿Qué son esas cosas? ¿Son huevos, quizá?

—No son huevos. Son qellas —dijo Lobot—. La nave es el huevo.

7

Bañados por el potente resplandor de los muchos soles del cúmulo, tres navíos de combate de la Nueva República entraron en el sistema estelar ILC-905 en la formación conocida como triángulo de elevación delantera.

En la punta, a quinientos kilómetros por delante de las otras naves, se hallaba el navío de exploración
Folna
, con todas sus altamente sensibles antenas examinando el espacio en todas direcciones hasta el límite de su radio de acción. Ocupando la posición de flanqueo había otra nave del mismo tamaño, la cañonera
Vanguardia
. En la posición de ancla, volando en paralelo al
Vanguardia
, estaba el navío que ostentaba el mando del grupo de patrulla: el crucero
Indomable
, mandado por el comodoro Brand.

Aunque el oficial de sensores del
Folna
estaba informando de que todas sus pantallas se encontraban despejadas, los sistemas de armamento primarios y secundarios de la cañonera y el crucero se hallaban preparados para entrar en acción, y mantenían los acumuladores a media carga, las bobinas de puntería calientes y las dotaciones continuamente presentes en una rotación ininterrumpida de turnos de dos horas. Además, tres de los cinco escuadrones del
Indomable
, el Grupo Rojo de bombarderos ala-K incluido, estaban aprovisionados y alineados para el despliegue, con sus pilotos montando guardia junto a ellos.

Sólo harían falta doce segundos para que los acumuladores de las baterías alcanzaran su nivel de carga máxima. Treinta y cinco segundos después de que las bocinas sonaran en los hangares, los primeros alas-E despegarían de la cubierta de vuelo del
Indomable
.

O en el caso de que Brand creyera que la ley de las probabilidades estaba en su contra, una sola palabra suya —y noventa segundos para energizar el sistema de hiperimpulsión hasta su nivel de máxima potencia— bastaría para que las tres naves virasen en redondo y saltaran a la seguridad del hiperespacio.

A pesar de todas aquellas precauciones, la tensión era claramente palpable a bordo de las tres naves. En el puente del
Indomable
ya había alcanzado un nivel casi insoportable. El grupo de patrulla estaba buscando al enemigo en su propio territorio, y Brand pensó que la suerte podía jugarles una mala pasada permitiendo que lo encontraran.

O, peor aún, permitiendo que el enemigo los encontrara a ellos...

Cualquier patrulla espacial siempre contenía una dosis de riesgo imposible de eliminar, ya que siempre cabía la posibilidad de que fueran vistos por un enemigo al que no podían ver. En su caso, ese riesgo quedaba multiplicado muchas veces por la riqueza de los campos estelares del Cúmulo de Koornacht.

Incluso contando con los mejores instrumentos disponibles, un Destructor Estelar de la clase Imperial que estuviera desplazándose sobre el telón de fondo de las emisiones de una estrella de primera magnitud resultaría totalmente indetectable a una distancia de sólo seis mil kilómetros. Una nave del tamaño del
Vanguardia
podía acercarse hasta sólo trescientos kilómetros sin ser localizada. Cualquier descuido, cualquier error de evaluación, cualquier deficiencia en los sistemas..., y esos márgenes se reducirían todavía más.

Los métodos de vigilancia activos —una emisión láser, un rebote del radar— podían eliminar esa vulnerabilidad y separar una nave cercana de una estrella. Pero esos métodos también creaban su propia vulnerabilidad, porque anunciaban su presencia de una manera tan clara como un grito en la noche.

Los sensores activos del grupo de patrulla estaban silenciosos, tal como lo habían estado durante las entradas en los últimos nueve sistemas. Brand confiaba en la pericia de los siete oficiales sentados en los puestos de vigilancia pasiva del centro de detección sumido en la penumbra del
Folna
que, en la jerga de la nave, era conocido como la jaula de los bichos.

«Ojos agudos y mentes despejadas —pensaba Brand mientras iba y venía por el puente del
Indomable
. La catástrofe de Doornik-319 ya les había dejado en una situación suficientemente incómoda—. No debe haber más sorpresas. No debe haber más errores.»

—Preste más atención a sus lecturas, teniente —dijo secamente, deteniéndose detrás de un oficial hraskkisiano e inclinándose hacia adelante para señalar la consola con un dedo—. Tiene un amarillo en su tablero de comprobaciones.

—Estoy en ello, señor.

—El duodécimo planeta entrará en nuestro campo de vigilancia dentro de un minuto —anunció uno de los especialistas en detección del crucero.

Brand se irguió y se volvió hacia los visores delanteros.

—¿Cuál es nuestra velocidad actual, timonel?

—Ya estamos empezando a notar la ayuda de la gravedad estelar de una forma mensurable, comodoro. La velocidad básica es un tercio de la habitual en el despliegue de formación.

—No altere la trayectoria y no reduzca la velocidad —dijo Brand, dejándose llevar por un impulso repentino y alterando el procedimiento que habían estado utilizando en el pasado—. Me da igual lo que digan los ingenieros del departamento técnico: sigo estando convencido de que las toberas de frenado emiten mucha más luz de lo que afirman ellos —añadió—. Esta vez nos conformaremos con ser una roca.

—¿Qué clase de formación desea adoptar durante la entrada, señor?

—Lo más desperdigada posible, porque dejaremos que las naves sigan sus cursos actuales. Dadas las circunstancias, no creo que eso tenga demasiada importancia... Notifique las nuevas órdenes al resto del grupo.

—Sí, señor.

Cuando el grupo de patrulla se estaba aproximando al sexto planeta, la gravedad de la estrella ILC-905 —con un poco de ayuda secundaria prestada por los planetas exteriores del sistema— ya había aumentado la velocidad del grupo hasta situarla en el cuarenta y uno por ciento del estándar de formación.

El coronel Foag, tan perplejo como irritado, había comunicado su disgusto hacía ya un buen rato desde la jaula de bichos del
Folna
mediante un láser de nave a nave.

—Está reduciendo nuestro radio de seguridad —se había quejado—. Cuanto más deprisa vayamos, más presión tendrá que soportar mi gente... Con el efecto combinado del lapso de análisis y sus tiempos de reacción, estamos perdiendo un mínimo de entre mil y mil doscientos kilómetros. ¿A qué viene tanta impaciencia?

—No es impaciencia, coronel Foag. Me limito a introducir unos pequeños ajustes en el reparto de probabilidades —había replicado Brand—. Ya sé que si los chicos de detección dirigieran este espectáculo efectuaríamos la entrada a un décimo de la velocidad de formación estándar, con los motores fríos y un noventa por ciento de los sistemas de la nave desactivados.

Cuando Brand preparó su informe de misión algún tiempo después, pudo permitirse subrayar el hecho de que todas las naves destruidas durante el reconocimiento en masa del cúmulo estaban haciendo pasadas a velocidad constante a través de los sistemas que les habían sido asignados como objetivos.

...
lo cual sugiere que las parrillas de sensores yevethanas son capaces de detectar incluso naves muy pequeñas cuando están siguiendo un perfil de vuelo que requiere el uso de las toberas de frenado y de maniobra
...

Pero la verdad era que en el momento inmediatamente anterior a su orden de cambiar el procedimiento, Brand había experimentado una súbita e inexplicable punzada de temor. Procedía de una tribu que sentía tanto respeto por el instinto como por la razón, y había tratado ese miedo como una información más..., y la única respuesta que tenía disponible en ese momento era la de hacer que la entrada del grupo en el sistema fuera lo más sigilosa posible incluso si eso creaba nuevas dificultades a la tripulación de Foag.

Brand ya había hecho exactamente lo mismo en situaciones de combate muchas veces, y había corrido riesgos para obedecer un impulso al que no había encontrado una justificación hasta más tarde. Eso le había llevado hasta su rango actual de comodoro y había llenado su historial de felicitaciones y menciones honoríficas. También garantizaba que nunca ascendería por encima del rango de comodoro, ya que las conclusiones descalificatorias de las juntas de revisión incluían comentarios como «demasiado errático para que otros oficiales superiores puedan confiar en él» y «excesivamente impulsivo y temperamental».

Aun sabiendo todo eso, Brand ni podía ni quería cambiar su forma de actuar. Respetar sus corazonadas le había salvado la vida en más de una ocasión..., y Brand ya había tenido que ponerse el uniforme de gala para asistir a los funerales de un buen número de oficiales que seguían el reglamento al pie de la letra, y entre los que había demasiados amigos suyos.

El grupo de patrulla estaba dejando atrás el quinto planeta cuando Brand abandonó el puente para llevar a cabo una rápida gira de inspección de los puestos de combate del
Indomable
sin avisar a nadie de lo que pensaba hacer.

Para aquel entonces la tripulación ya llevaba catorce horas seguidas en el nivel de alerta de conflicto amarillo, y el cortante filo inicial de su vigilancia había sido embotado por la fatiga y el aburrimiento. A medida que más y más tripulantes iban llegando a la conclusión de que el ILC-905 estaba limpio, las conversaciones de naturaleza personal, las risas e incluso algunas bromas subidas de tono se fueron infiltrando poco a poco para alterar la atmósfera general en las baterías artilleras y las cubiertas de vuelo. El conflicto amarillo corría un serio peligro de ser tratado igual que cualquier otra guardia, y podía llegar a ser considerado como una más de las apacibles rutinas habituales en un navío de guerra.

La visita de Brand puso fin a todo eso. El comodoro recorrió un puesto de control tras otro como una ducha fría, y la nerviosa inquietud que sentía se fue extendiendo de un hombre a otro con la implacable rapidez de una enfermedad contagiosa.

—Nos aproximamos al cinturón de asteroides —dijo mientras contemplaba el espacio por una mirilla de artillería—. Estás preparado, ¿verdad, hijo? Tienes que estar más preparado que ellos.

Brand reanudó su ronda después de haber obtenido una promesa.

—Nos aproximamos al cinturón de asteroides —dijo, metiendo la cabeza en la carlinga de un caza—. ¿Dispone de todo lo que necesita para hacer su trabajo, teniente? Ya sabe que un solo piloto puede significar la diferencia entre la victoria y la derrota.

Brand añadió un nuevo juramento a su colección y siguió adelante.

Tardó menos de una hora en volver al puente, y como residuo de su veloz recorrido de inspección dejó tras de sí la convicción de que el comodoro sabía algo que los demás ignoraban..., y que pronto iba a ocurrir algo.

Brand no sabía qué iba a ocurrir. Pero cuando algo ocurrió de repente no se sorprendió en lo más mínimo.

Como era habitual en muchos sistemas de una sola estrella, el ILC-905 tenía un anillo de asteroides entre el planeta rocoso situado más hacia el exterior y el gigante gaseoso que ocupaba su centro: el anillo estaba formado por los restos de un proyecto de planeta que nunca había llegado a realizarse y que había sido desintegrado por el colosal campo gravitatorio de la estrella.

Como era habitual en la mayoría de anillos de asteroides, la densidad de aquel no era muy elevada. Sólo constituía un obstáculo menor para la navegación, y era un mal sitio para esconder nada que fuese más grande que un probot. A pesar de lo que había ido diciendo durante su recorrido de inspección, Brand no esperaba encontrar un astillero imperial escondido allí.

Y tampoco esperaba que un navío de impulsión yevethano surgiera del hiperespacio prácticamente delante de ellos y a sólo seis millones de kilómetros de la periferia del anillo de asteroides.

El intensísimo destello estroboscópico conocido como radiación Cronau hizo que la nave fuera claramente visible no sólo en las pantallas del centro de detección del
Folna
, sino que también dibujó su presencia en el resto de pantallas de la nave. Las alarmas empezaron a sonar en todas las cubiertas mientras Brand elevaba el nivel de alerta a conflicto naranja.

—¿Cuál ha sido la variación de fase? —preguntó, levantándose de un salto.

—No ha habido variación de fase —respondió el oficial de seguimiento—. Se está alejando de nosotros.

—¿Y adonde va?

El navegante volvió la cabeza para responder.

—Si tuviera que emitir alguna conjetura al respecto... Yo diría que va hacia el tercer planeta, igual que nosotros.

—¿Qué probabilidades hay de que nos hayan detectado?

El oficial táctico se inclinó sobre la mesa de trayectorias y estudió las geometrías.

—Muy pequeñas, en mi opinión. Si hubieran estado avanzando por el espacio real a velocidad de crucero como hacíamos nosotros, no podríamos haberlos detectado a tanta distancia. Que salieran del hiperespacio justo delante de nosotros... Bueno, yo diría que ha sido un golpe de suerte realmente increíble.

—Quizá no —dijo Brand. Se volvió hacia el visor, cruzó los brazos encima del pecho y contempló el resplandor de ILC-905 durante unos momentos—. Si han trasladado uno de los astilleros a ese sitio, habrán creado unas cuantas líneas de aprovisionamiento muy largas. Puede que estemos en el centro de una ruta espacial muy popular.

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