Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (32 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
6.05Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No hay tiempo suficiente, coronel Hammax —dijo Pakkpekatt—. Salga de la escotilla. Necesito que se ocupe del sistema de control del armamento.

—Discúlpeme, coronel, pero... —empezó a decir Taisden.

—¿Qué pasa?

—Coronel, esta nave tal vez conozca la situación lo suficientemente bien como para no llegar a pensar que somos los responsables de ese cambio de decoración y mobiliario tan altamente radical que ha sufrido el crucero, pero no cabe duda de que querrán averiguar qué sabemos. Recomiendo que saltemos al hiperespacio antes de que estén demasiado cerca de nosotros.

—Tomo nota de su recomendación —dijo Pakkpekatt—. Sin embargo, y dado que estamos recibiendo un despacho de nivel crítico enviado por Inteligencia de la Flota, no podremos saltar al hiperespacio hasta dentro de... —Pakkpekatt se inclinó hacia adelante para leer los datos de la pantalla—, de diez minutos.

Pleck y Taisden intercambiaron una rápida mirada.

—¿Alguien sabe cuál es la velocidad máxima que puede alcanzar un destructor de patrulla de la clase Adz?

—Cero coma cincuenta y cinco —dijo Pakkpekatt.

—¿Y qué velocidad máxima puede alcanzar este yate?

—No lo sé —dijo Pakkpekatt—. Agente Taisden, avíseme cuando el contacto altere su velocidad.

—Podríamos escondernos en la zona de sombra para los sensores que proyecta el crucero —dijo Pleck.

—Es lo que tengo intención de hacer —dijo Pakkpekatt, moviendo la palanca en un suave desplazamiento que hizo virar el yate hacia babor—, Pero no podré seguir haciéndolo durante mucho rato.

—Si nos ven quizá decidan aproximarse yendo un poco más despacio —dijo Taisden—. Sólo necesitamos un par de minutos.

Hammax apareció en la compuerta y empezó a usar los dedos para alisar su cabellera, que todavía estaba un poco despeinada a causa del casco.

—Un destructor de patrulla lleva seis cazas a bordo —observó—. Podrían permitirse el lujo de hacer las dos cosas a la vez: pueden lanzar los cazas al espacio para que nos persigan y acercarse a los restos yendo despacio y sin ninguna necesidad de apresurarse.

—¿Sabe alguien de qué clase de cazas disponen las naves de Prakith? —preguntó Pleck, frunciendo el ceño.

Nadie respondió a su pregunta.

—El contacto está reduciendo la velocidad —dijo Taisden—. Parece que ha detectado la presencia de los restos del crucero. Coronel, los restos van a eclipsar el contacto dentro de unos segundos...

—Avíseme cuando eso ocurra.

—Está a punto de suceder... Maldición. Lanzamiento de cazas, dos pájaros.

—Excelente —dijo Pakkpekatt, empujando hacia adelante los controles de velocidad del yate hasta ponerlos al máximo. La repentina aceleración hizo que Hammax saliera despedido al pasillo y derribó a Pleck, que chocó con el mamparo trasero de la cubierta de vuelo—. Les sugiero que vayan a la litera de vuelo más próxima y que se pongan el arnés de seguridad. Tal vez necesitemos llegar a descubrir no sólo qué velocidad puede alcanzar el yate espacial del general Calrissian, sino también hasta qué punto es capaz de maniobrar con agilidad.

Pleck se levantó del suelo, pasó junto a Hammax y fue hacia la popa.

Hammax avanzó y alargó las manos hacia el controlador del sistema de armamentos.

—Ya puede guardarlo —dijo Pakkpekatt—. He retraído el cañón láser. Esto es una carrera, no una batalla. Saltaré al hiperespacio antes que permitir que nos capturen..., pero estoy dispuesto a correr unos cuantos riesgos con tal de poder recibir todo el despacho.

—¿Qué contiene ese despacho para que sea tan importante? —preguntó Hammax.

—El código que permitió que esta nave atravesara los escudos del Vagabundo en Gmar Askilon...

—Pero ya disponemos de esa información.

—... y el código que habría permitido que el
D-89
cruzara esos mismos escudos —siguió diciendo Pakkpekatt—. Cuando el Vagabundo vuelva a hacernos una pregunta, sabremos qué respuesta darle.

—Si es que volvemos a ver al Vagabundo —dijo Hammax con un fruncimiento de ceño.

—Estoy seguro de que así será.

—El
Tobay
está transmitiendo —dijo Taisden.

—No tengo nada de qué hablar con los prakithianos —replicó Pakkpekatt.

—Quizá podría conseguir que nos proporcionaran alguna información..., como por ejemplo si el Vagabundo ha estado aquí.

—No necesitamos ninguna confirmación de ello —dijo Pakkpekatt—, y no voy a correr el riesgo de proporcionarles ninguna clase de información. —Bajó la mirada hacia las pantallas—. El general Calrissian tiene una nave muy veloz. ¿A qué distancia se encuentran los cazas?

—A cien mil metros, y se están desplegando muy deprisa —dijo Taisden—. No sé quién se encarga de esas cosas a bordo del
Tobay
, pero sea quien sea, parece haber olvidado que los TIE tienen motores de impulsión iónica combinados con un sistema de electricidad solar. No nos atraparán. Alguien más se ha dado cuenta de ello..., porque el
Tobay
está empezando a acelerar.

—Demasiado tarde —dijo Hammax—. Su capitán ha optado por la elección equivocada.

—Sí —dijo Pakkpekatt, y sus dientes del orgullo relucieron en su boca—. Así es.

—Tres minutos más —dijo Taisden—. Si me dice adonde iremos a continuación, empezaré a preparar los saltos. ¿Volvemos a Carconth y a la Anomalía 1033?

—No —dijo Pakkpekatt—. He estado pensando en lo que nos ha ocurrido; un sistema de anulación automatizado nos ha traído hasta aquí, ¿verdad? Bien, pues me he estado preguntando qué habrían hecho los qellas si, después de haber lanzado esa nave, hubieran encontrado alguna razón para querer recuperarla.

—Eso suena a la típica carta que quieres tener guardada en la manga —dijo Hammax—. ¿En qué está pensando, coronel?

—Estoy pensando que deberíamos ir a Maltha Obex, al punto de origen del Vagabundo —dijo Pakkpekatt—. Dejaremos una baliza hiperespacial allí y transmitiremos las secuencias que acabamos de recibir.

—Quiere llamar al Vagabundo para que vuelva a casa —dijo Hammax.

Un repentino optimismo iluminó el rostro de Taisden.

—Podemos usar toda la parrilla de comunicaciones de la Nueva República como repetidor para difundir nuestra señal por el espacio real con la frecuencia que el Vagabundo usó para interrogar a nuestras naves en Gmar Askilon.

Pakkpekatt inclinó la cabeza para asentir a la manera humana.

—Y después esperaremos su llegada. Quién sabe... Si el nombre de este yate fue elegido con tanto acierto como su equipamiento, puede que el Vagabundo oiga nuestra llamada y venga a nosotros. Las probabilidades de que así sea deben de ser aproximadamente las mismas que las de que nos tropecemos con el Vagabundo por casualidad mientras vamos buscando a tientas..., y ya estoy harto de ir persiguiendo sombras y ecos a través de los años luz.

Lando Calrissian masculló una maldición mientras se arrastraba por el estrecho pasadizo interior hacia el lugar en el que Erredós le había indicado que podría encontrar a Lobot.

El ciborg se había negado tozudamente a regresar al punto en el que estaban esperando los androides, lo cual había obligado a Lando a quitarse el traje de contacto e ir en su busca. Pero los pasadizos eran tan claustrofóbicos como tortuosos, y resultaba bastante difícil encontrar espacio suficiente para mover los codos y suficientes puntos de agarre en la superficie para que las puntas de los dedos de las manos y los pies consiguieran mantenerle en movimiento. Aquel laberinto habría resultado totalmente infranqueable en condiciones de gravedad normal, al menos para un humano.

—¡Lobot! —gritó para anunciar su llegada—. ¿Qué me dirías de echarme una mano?

—Creo que estás bastante cerca de mí —respondió la voz de Lobot, que parecía encontrarse muy lejos—. Sigue adelante.

—¿Qué estás haciendo ahí dentro? ¿Te has quedado atascado y te da vergüenza admitirlo?

—Estoy muy ocupado.

—¿Ocupado con qué? —Cuando su pregunta fue respondida con lo que parecía ser un silencio altamente elocuente, Lando decidió cambiar de tema—. Ya sabes que hemos saltado, ¿no?

—Sí.

—Y aunque fuera meramente por casualidad... Bueno, supongo que no habrás tenido nada que ver con ello.

—No.

Un empujón más con los dedos de los pies llevó a Lando hasta un punto en el que los dos pasadizos se unían para convertirse en uno solo.

—Ese salto no me ha gustado nada —dijo, deteniéndose allí—. Ha habido un montón de temblores y crujidos que no habíamos oído anteriormente.

—El Vagabundo había sufrido daños muy serios.

Lando reanudó su avance en la dirección de la que llegaba la voz.

—Sí, vi unos cuantos. ¿Te encuentras bien, viejo amigo?

—Estupendamente.

—¿De veras? Pues lamento tener que decirte que tu voz suena un poco rara.

—Estoy ocupado.

—Ya volvemos a empezar con eso de que estás muy ocupado... —dijo Lando—. Bueno, si todo va bien, habría sido un detalle de cortesía por tu parte que hubieras respondido a los mensajes que Erredós te envió en mi nombre. Podrías haberme ahorrado lo que se está convirtiendo en una larga y pesada ascensión.

—Imposible.

—¿Qué es imposible?

Hubo un largo silencio.

—¿Lobot?

—El replicar. El canal estaba siendo utilizado.

Por lo menos la voz de Lobot estaba empezando a prometer que Lando quizá podría verle en cuanto hubiera dejado atrás la próxima curva del pasadizo.

—Si hay alguna razón por la que no deba reunirme contigo, quizá podrías explicármela ahora.

—No hay ninguna razón. Sigue avanzando. Ya estás muy cerca.

—Eso ya lo habías dicho antes.

—No estaba escuchando con mis oídos.

—Por supuesto —dijo Lando—. Yo cometo ese error continuamente.

Después se detuvo, sacó el desintegrador industrial del bolsillo de su traje de vuelo en el que lo había guardado y deslizó la correa de la culata alrededor de su muñeca.

—No necesitarás eso —dijo Lobot.

Lando irguió la cabeza. Seguía sin haber ni rastro de Lobot en el tramo de pasadizo que se extendía por delante de él.

—¿Me estás espiando, viejo amigo?

La respuesta de Lobot volvió a tardar unos momentos en llegar.

—Somos conscientes de tu presencia.

Lando respiró hondo y después estiró los brazos y pegó las palmas de las manos a la superficie interior del pasadizo, reanudando con una nueva decisión la torpe combinación de reptar y flotar que había estado utilizando para avanzar.

—Tendrás que disculpar el que me presente de esta manera sin haber sido invitado... Pensaba que no tenías compañía —dijo mientras seguía avanzando—. Espero que pueda contar con que te encargarás de hacer las presentaciones.

—Sí. Un poco más adelante, Lando.

El pasadizo describía una brusca curva que ocultaba lo que había más adelante. Lando permitió que su mano empuñara el desintegrador antes de doblar el recodo. Después se fue deslizando poco a poco por el pasadizo, utilizando un pie para pegar la espalda a la pared mientras descifraba lo que estaba viendo.

La siguiente sección del pasadizo describía una suave curva que limitaba su campo visual a unos veinte metros por delante de él. Pero en aquellos veinte metros había un mínimo de cincuenta pasadizos laterales más pequeños que se unían al conducto principal. Las aberturas tenían un aspecto vagamente arrugado y orgánico, y los pasadizos laterales estaban sumidos en la oscuridad; la pálida claridad que iluminaba el conducto principal parecía detenerse allí donde los pasadizos laterales se unían a él.

Lando siguió avanzando cautelosamente y dirigió el haz luminoso de su linterna hacia el interior del primer pasadizo lateral. El ramal quedaba completamente bloqueado a dos metros escasos de la entrada, por lo que parecía ser una especie de tapón redondeado de un color un poco más claro que el de las paredes circundantes. Aquella configuración hizo que Lando pensara en misiles reposando dentro de sus tubos de lanzamiento, o en módulos de ataque inmóviles dentro de sus conductos de disparo.

Lando giró en el aire y dirigió su luz hacia otro pasadizo lateral, y después la dirigió hacia el siguiente y el de más allá. Todos estaban bloqueados —«No, no están bloqueados. Están llenos», pensó Lando— de la misma manera por objetos elipsoidales potencialmente lo bastante grandes para contener y aprisionar a un ser humano.

—¿Dónde estás, Lobot? —preguntó Lando en voz baja y suave.


Molo nag aikan nag molo kron aikan sket
...

La voz de Lobot, que sonaba tan átona y falta de inflexiones como si estuviera hablando en sueños, procedía de un pasadizo lateral que se encontraba a unos cuantos metros de distancia. Lando siguió impulsándose hacia adelante con una sola mano hasta que llegó a él y después dirigió el haz de su linterna hacia el interior del pasadizo, iluminándolo sin ninguna advertencia previa.

Lobot estaba flotando dentro del pasadizo, con los pies vueltos hacia Lando y la cabeza junto al objeto que obstruía el conducto. Cuando la intensa claridad de la linterna cayó sobre el rostro de Lobot, el ciborg alzó una mano, cerró los ojos y volvió la cabeza como si quisiera escapar de la luz. El movimiento permitió que Lando se encontrara ante una visión tan inesperada como sorprendente. El lado derecho de la cabeza de Lobot se hallaba desnudo, y allí donde había estado la banda de conexión sólo había una franja de piel más blanca y el dibujo de agujeros formado por las tomas.

—¿Qué ha pasado, Lobot?

—...
eida kron molo sket aikan sket tupa vol
...

Lando se acercó un poco más, agarró a Lobot por un pie y lo sacudió.

—Eh, chico... Vuelve a mi mundo, ¿quieres?

Lobot se encogió al sentir su contacto y apartó el pie con una brusca contracción, pero puso fin a su recitado.

—O empiezas a hablarme ahora mismo o tendré que sacarte de ahí —dijo Lando—. Quizá será mejor que te saque de todas maneras...

—¡No!

La vehemencia con que fue lanzada al aire la palabra contenía una parte de pasión y una parte de miedo. Al mismo tiempo, las manos de Lobot salieron disparadas hacia los lados del pasadizo para chocar con ellos, y sus dedos se hundieron en la sustancia que los formaba cuando ésta cedió para proporcionarle un par de sólidos agarraderos.

Y sólo entonces, cuando los brazos de Lobot dejaron de obstruir el campo visual de Lando, le fue posible entender lo que estaba ocurriendo. La mitad de la banda de conexión de Lobot seguía ocupando su posición habitual sobre la sien izquierda del ciborg, pero la otra mitad estaba adherida a la curva del objeto que se alzaba más allá de él. Una red de cables muy finos que tendrían la longitud de la mano de Lando unía las dos mitades de la banda de conexión a modo de ancla.

Other books

Blog of a Bully by Zanzucchi, Stephen
Marshal and the Heiress by Potter, Patricia;
The Concrete Grove by Gary McMahon
Nomads of Gor by John Norman
One Last Lie by Rob Kaufman
Marrying the Sheikh by Holly Rayner
Last Wild Boy by Hugh MacDonald
Walking the Line by Nicola Marsh