Tríada (9 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
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Aquella vez, sin embargo, el contacto de Gerde lo volvió loco. Trató de resistirse pero, cuando quiso darse cuenta, estaba bebiendo de aquel beso como si no existiera nada más en el mundo, había cerrado los ojos y se había rendido al deseo. Sus brazos rodearon la esbelta cintura del hada, sus manos acariciaron su cuerpo, con ansia, buscando fundirse con él.

Fue entonces cuando oyó una exclamación ahogada a sus espaldas, y se dio cuenta, de pronto, de lo que estaba sucediendo. Furioso porque, por primera vez, Gerde había conseguido envolverlo en su hechizo, Christian la apartó bruscamente de sí y se dio la vuelta, sabiendo de antemano a quién iba a encontrar allí.

Se topó con la mirada de Victoria, que los observaba, profundamente herida. Christian le devolvió una mirada indiferente.

La muchacha recuperó la compostura y se volvió hacia Gerde, con los ojos cargados de helada cólera.

—¿Qué estás haciendo tú aquí?

Gerde la obsequió con su risa cantarina.

—¿No es evidente?

Victoria miró a Christian, esperando ver algo parecido a culpa o arrepentimiento en su expresión, pero el rostro de él seguía siendo impasible. Intentó borrar de su mente la imagen de Christian besando a Gerde, acariciando su cuerpo...

Pero la imagen seguía allí, atormentándola. Y se entremezclaba con recuerdos que habría preferido olvidar, recuerdos que tenían que ver con una torre en la que ella estaba prisionera, con un hechicero que la había utilizado de forma salvaje y cruel, con Kirtash viéndola morir, impasible, mientras besaba a Gerde.

Se sintió enferma de pronto, sólo de recordarlo. La angustia de lo que había sufrido entonces volvió a oprimir sus entrañas como una garra helada. Las náuseas la hicieron tambalearse y tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol para no caerse, cerró los ojos un momento y trató de sobreponerse. No era posible que él la hubiera traicionado otra vez. Tan pronto...

—Es una lástima que nos hayan interrumpido —comentó Gerde—. Pero en fin, has cumplido tu parte del trato, así que...

Victoria vio cómo Gerde depositaba la espada en manos de Christian, y entendió lo que había pasado.

—Lárgate —dijo Christian solamente.

Gerde se puso de puntillas para besarlo otra vez, pero Christian se apartó de ella y la miró con frialdad.

—No abuses de tu suerte.

—Eras mío, Kirtash, te guste o no —susurró Gerde, con una encantadora sonrisa—. No lo olvidarás fácilmente.

El hada desapareció entre las sombras. Victoria le dio la espalda a Christian, temblando, esperando una disculpa o, al menos, una explicación. Pero casi enseguida comprendió que él no iba a darle ninguna de las dos cosas, de modo que fue ella quien habló primero:

—Así que ha venido a devolverte la espada. ¿Gerde también venía en el lote?

—Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío, Victoria —replicó Christian.

Ella se volvió hacia él, furiosa.

—Al final va a resultar que Alexander tenía razón, y que no podemos confiar en ti. ¡Te pierdo de vista un segundo y te encuentro en pleno arrebato pasional con esa... furcia de pelo verde!

—Victoria...

—¡Por poco me mata, maldita sea! —gritó ella—. ¡Sabes lo que ella y Ashran me hicieron, lo viste con tus propios ojos, estabas allí mientras la... la besabas! ¡Y vuelves a hacerlo ahora! ¿Cómo quieres que me sienta después de esto? ¿Qué quieres que piense de ti? ¡Te importa más esa condenada espada que yo!

Le dio la espalda de nuevo para que él no la viera llorar. No pensaba darle esa satisfacción.

Sintió la presencia de Christian muy cerca de ella. Deseó por un momento que la abrazara, que la consolara, que le susurrara palabras de amor al oído, pero sabía, en el fondo, que no iba a hacerlo.

—No intentes controlarme, Victoria —le advirtió Christian con cierta dureza—. No pretendas ser la dueña de mi vida. No me digas qué es lo que he de hacer. Nunca.

Ella se esforzó por reprimir las lágrimas.

—Entonces, es verdad que los sheks no podéis amar —dijo a media voz.

—¿Eso es lo que crees?

La voz de él la sobresaltó, porque había sonado muy cerca de su oído. Victoria se apartó de él, molesta, pero todavía herida en lo más hondo.

—He renunciado a todo cuanto conozco —prosiguió Christian tras ella— A todo el poder que me pertenecía por derecho. He dado la espalda a mi gente, a mi padre... incluso he renunciado a mi identidad... a mi nombre... por ti. Dime, ¿qué más he de hacer? Quizá cuando me veas caer a tus pies, muriendo por tu causa, seas capaz de comprender por fin hasta qué punto soy tuyo.

Había hablado con calina, sin levantar la voz, pero Victoria percibió la profunda amargura que se ocultaba tras sus palabras, y ya no pudo aguantarlo por más tiempo. Se volvió hacia él, queriendo decirle, con el corazón en la mano, lo mucho que significaba para ella... pero Christian ya se había marchado.

Gerde debería haberse ido tras entregar la espada a Kirtash, pero no pudo evitar la tentación de acercarse al poblado de los renegados.

No era la primera vez que entraba en el, bosque de Awa a espiar para su señor. Aunque su poder no bastaba para hacer caer las defensas feéricas y franquear a los sheks la entrada en el bosque, sí le permitía penetrar en él sin problemas. Había comprendido que, después de su conversación con Kirtash, la Resistencia estaría advertida de aquello, y en lo sucesivo le sería mucho más difícil infiltrarse en el poblado. Por eso quería aprovechar al máximo aquella incursión, antes de que Victoria los pusiera a todos sobre aviso.

Pero sabía que tenía tiempo todavía. No dudaba que la chica le montaría a Kirtash una escena de celos, y eso convenía a sus planes. De momento, estaría demasiado trastornada como para alertar a la Resistencia.

Suspiró, exasperada. Había conseguido seducir a Kirtash, lo cual significaba que Ashran tenía razón, y su hijo se estaba volviendo cada vez más humano... y perdiendo poder. Si Victoria no hubiese intervenido, Gerde lo habría recuperado aquella noche, habría podido devolverlo a su padre... que se habría encargado de extirpar de él aquella molesta humanidad... para siempre.

Pero las cosas no habían ido mal del todo. Ahora, Gerde sabía que Kirtash era vulnerable... Ashran lo sabría también... y, sobre todo..., el propio Kirtash se había dado cuenta de ello. No tardaría en adivinar por qué Ashran le había devuelto la espada... y, lo mejor de todo..., sabría que no tenía más opción que hacer con ella lo que todos esperaban que hiciera.

Por no hablar del hecho de que Victoria no le perdonaría fácilmente lo que había visto aquella noche. Gerde frunció el ceño. Estúpida Victoria. No comprendería nunca lo que implicaba amar a alguien como Kirtash. No lo aceptaría jamás tal y como era. El hada se preguntó, una vez más, qué habría visto él en ella.

Se detuvo cuando el resplandor de la hoguera fue ya claramente visible entre los árboles. Se ocultó en la maleza, consciente de que nadie podría verla ni aunque mirasen fijamente al lugar donde se encontraba, porque en el bosque las hadas eran casi tan difíciles de sorprender como los unicornios. Echó un vistazo, con curiosidad, y entre los renegados que descansaban en torno a la hoguera descubrió a Jack.

Lo observó con interés. El muchacho contemplaba el fuego, sumido en profundas reflexiones. Gerde entrecerró los ojos para observar su aura, y descubrió que, a pesar de lo abatido que parecía, su poder se había incrementado mucho desde su último encuentro. Valía la pena recordarlo.

Dio media vuelta para marcharse... y se topó con unos ojos tan negros como los suyos propios, pero más viejos, sabios... y llenos de disgusto.

—¿Otra vez enredando, pequeña arpía?

Gerde retrocedió unos pasos.

—¡Aile! —pudo decir.

Allegra d'Ascoli avanzó hacia ella, muy enfadada.

—¿Qué andas tramando esta vez? Si te has atrevido a acercarte a mi protegida...

Gerde levantó la cabeza, serena y desafiante. Ya había alzado todas sus defensas mágicas en torno a ella y, aunque sabía que Allegra era una rival peligrosa, también intuía algo que ella había intentado mantener en secreto.

—¿Qué? —le espetó—. ¿Me matarás? ¿Te arriesgarás a enfrentarte a mí?

Allegra entrecerró los ojos.

—No lo dudes, Gerde.

—¿De verdad? —rió ella—. ¿Lucharás contra mí... en tu estado? Sé que esos quince años que has pasado en la Tierra han menguado tu poder, Aile. Y que aún tardarás mucho tiempo en recuperarlo.

Allegra vaciló; fue sólo un breve instante, pero bastó para que Gerde adivinara que había acertado.

—Lo sabía —se rió el hada—. No puedes hacerme daño.

Pero entonces la mano de Allegra salió disparada y abofeteó la mejilla de Gerde, que chilló y retrocedió, furiosa.

—Puede que mi magia no sea la que era, pero mis reflejos siguen siendo excelentes, niña —le advirtió Allegra con frialdad.

—Te mataré por esto —susurró Gerde—. Y también a esa chica a la que tanto proteges.

—Eres una maga, Gerde —replicó Allegra, reprimiendo su ira—. Fue un unicornio quien te entregó el poder que tienes, quien te hizo como eres. ¿Cómo te atreves a levantar la mano contra el último de ellos?

Los bellos rasgos de Gerde se contrajeron en una mueca de odio.

—Porque, cuando la miro... no veo en ella a un unicornio.

—Entiendo. Ves en ella a la mujer que te ha robado a Kirtash. ¿Actúas así por celos... o sólo por ambición? ¿Qué significa para ti ese muchacho? ¿Es para ti algo más que el hijo de tu señor, el que podría haber sido el futuro soberano de Idhún?

El hada dejó escapar una risa cantarina.

—Dejaré que te quedes con la duda, Aile.

Aún sonriendo, Gerde dio un paso atrás... y desapareció.

4
Humanidad

Victoria se dejó caer junto a Jack, sombría. El muchacho la miró.

—¿Qué te pasa?

—Nada —gruñó ella—. Que ha sido un día espantoso.

—Y que lo digas —suspiró Jack; hizo una pausa y añadió—: Parece que Shail sigue de mal humor. Alexander ha estado hablando con él. Le ha contado todo lo que ha pasado, creo que para distraerlo y darle otras cosas en qué pensar.

El corazón de Victoria dio un vuelco.

—Tengo que ir a verle.

—Ahora no, Victoria. Está con Zaisei, parece que ella quería decirle algo importante.

Victoria apretó los puños.

—¿Y qué va a decirle? ¿Que es un héroe por haberse sacrificado por la Resistencia? ¡Maldita sea! Ninguno de nosotros quiere ser un héroe. Y él menos que nadie.

Jack se quedó mirándola, un poco sorprendido por la rabia que reflejaba su rostro. Intentó pasarle un brazo por los hombros, pero ella se apartó de él, volviendo la cabeza bruscamente y encogiéndose sobre sí misma. Jack se dio cuenta de que había estado llorando. Era evidente que había tratado de disimularlo, secándose los ojos y lavándose bien la cara con agua del río. Pero a Jack no podía engañarlo. Con un suspiro, la abrazó, venciendo la débil resistencia de ella.

—¿Qué te ha hecho esta vez? —le preguntó en voz baja.

Victoria parpadeó para retener las lágrimas, y Jack supo que había dado en el clavo. Se dio cuenta de que ella trataba de hablar, pero no podía, porque tenía un nudo en la garganta.

—No quiero hablar de ello —logró decir.

—¿No confías en mí?

Ella bajó la cabeza. Seguía sin mirarlo. Jack sospechaba que, si sus ojos se encontraban, Victoria no sería capaz de retener las lágrimas. La abrazó con más fuerza, maldiciendo en silencio al shek por seguir haciendo daño a la muchacha.

—Claro que confío en ti —susurró ella—. Es sólo que no quiero molestarle con estas cosas. No tienes... no tienes por qué aguantarlo. No es justo.

«No es justo que yo tenga que curarlas heridas que él le causa—, comprendió Jack.

—No me importa —dijo, atrayéndola hacia sí—. Llora, si es lo que necesitas.

—No quiero llorar.

Pero era tan evidente que tenía el corazón roto que Jack no le hizo caso, y guió el rostro de ella hacia su hombro. La sintió temblar un instante, luego su cuerpo sufrió una pequeña sacudida... y Victoria comenzó a llorar, suavemente y en silencio, como si se sintiera avergonzada de su propio dolor. Jack la dejó desahogarse un rato, y luego le preguntó en voz baja:

—¿Es por algo que te ha dicho?

Sabía que no debía preguntar, pero no pudo evitarlo. Sentía una siniestra curiosidad por saber qué había motivado la caída de su rival.

Victoria titubeó. No podía contarle a Jack que había visto a Christian con Gerde. Porque, a pesar del dolor que eso le había causado, tenía la esperanza de que el joven no los hubiera traicionado, de que siguiera con la Resistencia... a su manera, claro. Pero tal vez Jack no lo entendiera como ella.

Comprendió entonces, de golpe, que no le había molestado tanto el hecho de ver a Christian con otra mujer, como el detalle de que esa otra fuera Gerde.

«Puedo entender que se vaya con otra —reflexionó, mientras la mano de Jack acariciaba su cabello con suavidad, calmándola— Puedo asimilarlo y no tengo derecho a reprochárselo, puesto que yo sé, mejor que nadie, lo que significa amar a dos personas a la vez. Pero ¿por qué Gerde?»

Gerde había tratado de matarla en varias ocasiones, y volvería a hacerlo, si se le presentaba la oportunidad. La había torturado brutalmente, había disfrutado viéndola sufrir.

Y no era la primera vez que Victoria veía a Christian besando a Gerde. La vez anterior había sabido que lo había perdido; que, independientemente de lo que el shek hiciera con su cuerpo, su corazón había dejado de pertenecerle. En cambio, ahora...

«Quizá seas capaz de comprender por fin hasta qué punto soy tuyo», había dicho él.

Victoria se estremeció. ¿Lo había dicho en serio? Si de verdad la quería, ¿por qué la había traicionado, por qué estaba tan a buenas con la aliada de Ashran?

Sacudió la cabeza, confusa.

—Odio que te haga daño —dijo entonces Jack, interrumpiendo sus pensamientos.

—No es culpa suya...

Jack dejó escapar un suspiro exasperado.

—¿Cuántas cosas más vas a perdonarle?

Victoria cerró los ojos y recostó la cabeza en su hombro.

—No lo sé, Jack. De veras, no lo sé. Quizá debería haber aprendido la lección hace ya mucho tiempo, debería haber sabido que somos muy diferentes y que lo nuestro no puede funcionar. Sí, me ha hecho daño, y soy tan estúpida que sólo puedo pensar en que ya lo estoy echando de menos, en que tal vez lo haya perdido para siempre...

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