Authors: Laura Gallego García
—Porque no te enamoraste de un humano —repitió Christian con una sonrisa.
Ella respiró hondo. Al diablo, pensó. Tarde o temprano lo superaría, y al fin y al cabo, él tenía razón: humano o shek, lo amaba demasiado como para dejarlo morir.
—No me gusta verte así, Christian —declaró por fin, alzando la cabeza—. Si has de marcharte para recuperar lo que has perdido... no voy a intentar retenerte. No tengo derecho a pedirte que sigas con nosotros, no puedo quedarme sentada viendo cómo te mueres por dentro.
—No sé qué hacer —confesó él—. Mi instinto me pide que me marche, que me aleje de vosotros. Pero cada día que pasa... mi deseo de estar a tu lado se hace cada vez más intenso, más insoportable. —La miró fijamente—. Eres todo lo que tengo ahora, ¿comprendes, Victoria? Eres todo lo que me queda.
Victoria, emocionada, lo abrazó con todas sus fuerzas. «No voy a darle la espalda —pensó—. A pesar de todo, no puedo dar le la espalda.»
—Lo has perdido todo por mi culpa —murmuró—, y yo no puedo corresponderte de igual manera. Es verdad; no tengo derecho a exigirte... fidelidad, ni nada que se le parezca.
Christian tardó un poco en contestar. Cuando habló, lo hizo en voz baja:
—Ya que hablamos de fidelidad, quiero explicarte algo... acerca de lo de esta noche.
—No es necesario —lo cortó ella—. Ya no me importa. Puedo asumirlo, es solo que justamente Gerde...
—Escúchame, Victoria, porque quiero dejar claras algunas cosas. ¿De acuerdo?
La voz de él sonaba severa, y Victoria guardó silencio.
—Nunca te he sido fiel —dijo Christian—. Mi idea del amor no tiene nada que ver con el compromiso, con las ataduras, con la fidelidad. Ha habido otras mujeres, ¿Entiendes? Sin rostro, sin nombre. Para mí se trataba solamente de satisfacer una serie de necesidades físicas.
»Nunca te he sido fiel, ni lo seré en el futuro. Pero te soy leal. ¿Entiendes la diferencia? Lucharé por ti, a tu lado, por defender tu vida. Aunque esté lejos, pensaré en ti. Mataré y moriré por ti, si es necesario. ¿Me explico?
Victoria se había quedado sin aliento, tratando de asimilar todo lo que él le estaba diciendo, de modo que no respondió.
—No te dejes engañar por nada de lo que veas, por nada de lo que oigas, ¿me oyes? Mientras siga siendo Christian, mientras lleves mi anillo, seguiré siendo tuyo, por muy lejos que esté, por muchos besos que dé. ¿Me comprendes?
Victoria asintió, pero todavía se sentía muy confusa, y se apartó un poco de él, mientras esperaba a que los latidos de su corazón recuperasen su ritmo normal.
Christian no se lo permitió. La cogió por los hombros, la acercó a él, tanto que sus rostros casi se rozaban.
—¿Y tú? —le preguntó en voz baja—. ¿Envidias a Gerde? ¿Estarías dispuesta a darme lo que ella me ofrecía?
Victoria jadeó, comprendiendo lo que le estaba pidiendo, y trató de apartarse de Christian, pero sentía como si un poderoso imán la mantuviese pegada a él. Cerró los ojos un momento, intentando controlar sus emociones. Una parte de ella deseaba dejarse llevar, entregarse a él, a sus caricias, a sus besos... a lo que llegara después. Pero también tenía miedo, mucho miedo.
Yo... —pudo decir, y se dio cuenta de que tenía la boca seca—. Creo que aún no estoy preparada. —Se sintió mejor cuando lo dijo, aunque, cuando él se separó un poco de ella, no pudo reprimir un leve suspiro de decepción—. Sólo tengo quince años, Christian.
Temió que él se ofendiera, que le volviera la espalda, que se diera cuenta, por fin, de que Victoria no era más que una niña, y no la mujer que él esperaba encontrar en ella. Pero Christian sonreía.
—Sabía que dirías eso. No tengo prisa, criatura. Y nunca te obligaré a entregarme nada que no quieras darme.
—Pero puedo darte un beso —dijo ella, con una tímida sonrisa—. Si lo quieres, claro.
Calló, porque Christian se había acercado a ella de nuevo, y la miraba con una intensidad que la dejó sin aliento.
—¿Tienes idea de lo que sería capaz de dar por un beso tuyo?
Victoria quiso decir algo, pero no le salieron las palabras. Se sentía hechizada por la mirada de Christian y, aunque ya no vio el hielo que solía haber en sus ojos, todavía los encontraba fascinantes.
Le sonrió.
—¿Qué serías capaz de dar? —susurró—. Si te doy un beso... ¿qué me darías a cambio? —Christian fue a hablar, pero ella le selló los labios con los suyos, suavemente—. Como mínimo —concluyó, cuando se separaron—, podrías devolvérmelo.
Jack no podía dormir. Había arrastrado su jergón hasta la entrada de su cabaña, un redondo agujero abierto en aquel extraño material sedoso, y se había tumbado allí, contemplando las estrellas y las tres lunas a través de los resquicios que dejaba la bóveda vegetal del bosque de Awa. Se sentía como en una tienda de campaña, y añoró los campamentos de verano a los que solía acudir cuando vivía en Dinamarca.
Llevaba toda la noche dándole vueltas a una idea que había surgido en su mente, un plan descabellado, pero que, cuanto más perfilaba, más atractivo le parecía. Lo peor del proyecto era, sin embargo, que no podía compartirlo con Victoria, porque sabía que, si lo hacía, ella no le permitiría llevarlo a cabo.
Como un fantasma, la sombra de la muchacha apareció en la entrada de la cabaña. Jack se sobresaltó, como si sus pensamientos hubieran conjurado aquella presencia.
—¿Jack? —susurró la sombra, y Jack se dio cuenta de que era Victoria, la de verdad—. Hola, ¿puedo pasar?
—Claro. Entra —la invitó el chico, haciéndose a un lado para dejarle un poco de espacio.
La cabaña no era muy amplia, lo justo para poder tenderse en el suelo y dormir, pero había sitio para los dos.
—Gracias —murmuró ella, echándose a su lado; titubeó antes de pedirle—. ¿Puedo pasar la noche aquí contigo?
Jack tardo un poco en contestar, y Victoria se apresuró a aclarar:
—Pasar la noche nada más. Charlar un poco y dormir.
—Lo había entendido a la primera —respondió Jack, azorado, agradeciendo que estuviera lo bastante oscuro como para que Victoria no viera que se había puesto colorado.
Victoria enrojeció también. Desde la insinuación de Christian, no había podido evitar pensar que Jack no tardaría en proponerle algo semejante, y eso la ponía nerviosa.
—Sí, bueno... He visto a Shail —dijo ella, cambiando de tema—. Está... distinto.
Su semblante se entristeció al recordar las duras palabras que él le había dirigido. Jack lo notó.
—Sigue de mal humor, ¿verdad? —dijo, con suavidad—. ¿Qué te ha dicho?
Victoria abrió la boca, dispuesta a contarle que habían discutido, pero se lo pensó mejor. Le habló a Jack de la conversación que había oído a escondidas, y de lo que Shail le había contado acerca de los planes de la Madre Venerable y el Archimago.
—No me gusta —opinó Jack—. ¿Por qué no vienen a hablar directamente con nosotros? Me da mala espina. Y esa sacerdotisa... qué pena, me parecía que su preocupación por Shail era sincera.
—Y lo es, seguro —sonrió Victoria—. Se conocían de antes, ¿verdad?
—Eso parece. En cualquier caso, me da la sensación de que, aunque se lleven bien, están en bandos distintos.
—Magos y sacerdotes —asintió Victoria—. Por lo que tengo entendido, siempre ha habido cierta rivalidad entre ellos. Pero creo que Shail y Zaisei se gustan.
—¿Se gustan? Pero si son de razas distintas. Él es humano, y ella es una celeste.
—¿Y?
Jack se detuvo un momento, sorprendido, asimilando aquella nueva perspectiva.
—No es tan raro que se formen parejas mixtas entre distintas razas —prosiguió Victoria—. Mira al Archimago, ¿por qué crees que tiene el pelo de ese color tan raro?
—En un mundo donde hay tres soles y las serpientes vuelan, a mí no me pareció raro que alguien tuviera el pelo de color verde —opinó Jack, sonriendo.
—Creo que tiene algo de sangre feérica. Tal vez un abuelo, o una abuela.
«Mezcla de razas», pensó ella, inquieta, recordando que era medio unicornio, que Jack era medio dragón... Recordando que Christian, un híbrido de shek y humano, también podía sentirse atraído por un hada. Sacudió la cabeza para no pensar en ello.
Jack suspiró y se dio la vuelta hasta quedar tumbado boca arriba. La atrajo hacia sí, y Victoria se acomodó entre sus brazos y apoyó la cabeza en su pecho, con un suspiro.
—Creo que tardaré bastante en aprenderme las reglas de este lugar.
—Eso te pasa por no haber frecuentado más la biblioteca de Nimbad.
—Nunca pensé... que tuviera que quedarme aquí mucho tiempo —murmuró el chico—. Dime, Victoria... cuando todo esto acabe, ¿qué haremos?
Victoria calló un momento, pensativa. Luego dijo:
—No lo sé. Supongo que yo... tendré que quedarme aquí. El futuro de la magia en Idhún depende de mí. Soy la única que puede consagrar a más magos. Aún no sé cómo hacerlo, pero sospecho que no debe de ser muy diferente de curar. Quizá sea cuestión de canalizar más cantidad de energía.
—¿Y cómo vas a elegir a los futuros magos? ¿Les harás un examen, o algo así?
Victoria rió en voz baja, pero no contestó a la pregunta.
—Cuando vivía en Silkeborg —susurró el muchacho—, pensaba que de mayor sería médico, o biólogo, o quizá veterinario, como mi madre. Pero entonces llegaron ellos y mataron a mis padres, y Alexander me dijo que yo no debía volver a casa, porque en realidad habían ido a matarme a mí.
Victoria contuvo el aliento. Tras una breve pausa, Jack prosiguió:
—Y me robaron mi vida y mis sueños. Me lo quitaron todo. Nunca me gustó especialmente ir a la escuela, pero lo daría todo por volver a estudiar, por recuperar estos tres años que he perdido, por ir a la universidad y llevar una vida normal. En Silkeborg todavía me queda familia, ¿sabes? Mis tíos, mis abuelos... Hace tres años que no saben nada de mí, piensan que estoy muerto, igual que mis padres. Durante mi viaje por Europa los llamé varias veces por teléfono. Me bastaba con oír la voz de alguien, saber que estaban bien. Marcaba y esperaba a que alguien contestara, pero no tenía valor para decir: «Soy yo, Jack, estoy aquí. Ahora he de ir a salvar un mundo oprimido por un malvado hechicero, pero cuando todo esto pase volveré...».
Se le quebró la voz. Victoria le abrazó con más fuerza, y el chico concluyó, sobreponiéndose:
—... Así que colgaba enseguida, sin una palabra. Quiero creer que regresaré con ellos algún día. Sé que tú te quedarás aquí. Es lógico, nada te ata a la Tierra. Incluso tu abuela ha resultado ser idhunita. Pero yo... sabes, a veces pienso que es por eso por lo que no puedo transformarme en dragón. Tengo miedo de convertirme en Yandrak para siempre. Tengo miedo de no poder regresar a casa, simplemente como Jack. ¿Comprendes?
Victoria asintió en silencio. Jack agradeció su presencia, y le acarició el pelo con cariño. Quiso hablarle del sueño que lo había acosado en las últimas noches, pero no lo hizo, para no preocuparla.
En su sueño, él y Victoria se enfrentaban a Ashran en la batalla final. Soñaba que su amiga se transformaba en Lunnaris, hermosa pero temible, y que plantaba cara al Nigromante con su largo cuerno perlino temblando de ira como un relámpago en la noche. Pero no podía derrotar a Ashran sola. Y Jack se quedaba allí, paralizado, viendo cómo el Nigromante mataba a Victoria de cien maneras diferentes, mientras él seguía siendo incapaz de acudir en su ayuda bajo la forma de Yandrak, el dragón dorado.
Recordó entonces a Victoria peleando en la Torre de Kazlunn, montada sobre el lomo de Christian, que se había transformado en shek con insultante facilidad. Y cómo Jack había intentado despertar al dragón en su interior, sin éxito. Y la voz de Christian: « ¡Transfórmate, Jack! ¡Así no puedes luchar contra ellos!».
En aquel momento, Jack había comprendido que sus pesadillas estaban muy cerca de hacerse realidad. Y había tenido la fugaz visión de Christian y Victoria enfrentándose juntos al Nigromante, derrotándole, haciendo cumplir la profecía y sellando el destino que los uniría para siempre.
Lo cual contradecía no sólo el vaticinio de los Oráculos, sino también las pesadillas de Jack, de alguna manera.
Porque, en ellas, el Nigromante tenía siempre la cara de Christian.
Trató de apartar aquellos pensamientos de su mente.
—Pero no hablemos del futuro —dijo, con una sonrisa forzada—. Todavía no sabemos ni qué es lo que haremos mañana, ¿no? Dime, ¿has arreglado las cosas con Christian?
—Sí —dijo Victoria, y Jack vio un brillo cálido en sus ojos—. Pero no quiero hablar de él, Jack. Esta noche, no. Quiero hablar de ti... de ti, y de mí.
Se acercó más a él para besarle con ternura; el gesto cogió a Jack un poco por sorpresa, pero no tardó en recuperarse, para disfrutar de aquel inesperado regalo. Cuando Victoria se separó de él, suavemente, Jack inspiró hondo y la contempló, tendida a su lado, iluminada por la luz de las tres lunas.
—Me encanta que vuelvas a ser cariñosa conmigo —dijo el chico, con franqueza.
Ella desvió la mirada.
—Siento haber estado tan fría últimamente. Es que... no quería daros celos. A ninguno de los dos. Pero es muy duro amar a alguien y no poder demostrárselo, así que... —Calló un momento, y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos—. Sólo estoy intentando —susurró— actuar de acuerdo con mis sentimientos. Te quiero muchísimo, Jack. Y también quiero muchísimo a Christian. Estoy tratando de... repartirme entre los dos, de daros a ambos lo que queréis de mí. Antes he estado un rato con Christian... también he pasado toda la noche pensando en él, preocupada por lo que había pasado entre nosotros... y eso no es justo, no es justo para ti, así que ahora quiero dedicarte mucho tiempo solamente a ti, a estar contigo. Sólo contigo. ¿Entiendes?
—Entiendo —dijo Jack; sonrió al ver el apuro de Victoria—.Pero ¿no es un poco complicado?
—Sí que lo es —confesó ella—. Pero siento que es lo que debo hacer.
Jack sonrió otra vez, y siguió mirándola en silencio. Le acarició el rostro, apartándole el pelo que le caía sobre los ojos. Se fijó en la esbelta figura de ella, recortada contra la suave semioscuridad de la cabaña.
—Te sienta bien esa ropa —comentó, haciendo referencia al atuendo idhunita que le habían proporcionado las hadas.
La Resistencia había cruzado la Puerta con poco equipaje, contando con que en la Torre de Kazlunn les prestarían ropas que llamasen menos la atención. Por suerte, los refugiados del bosque de Awa habían encontrado ropa para todos, excepto para Christian, tal vez porque no tenían prendas de color negro.