Authors: Laura Gallego García
—Despierta —dijo Ydeon entonces, y la estatua se irguió y dio un paso al frente.
Christian retrocedió y la miró con desconfianza.
—Es un gólem —explicó Ydeon—. Sólo los magos gigantes saben cómo fabricarlos, puesto que nacen de la piedra, que es nuestro elemento. También pueden hacerse a partir del barro, pero los feéricos, que son quienes mejor dominan la tierra, los encuentran desagradables; aunque se dice que algunos magos humanos lograron animar gólems de barro en tiempos remotos. —Ydeon se encogió de hombros—. Este en concreto lo encontré aquí hace un par de siglos, olvidado por su creador por alguna razón que desconozco. Y tiene una curiosa propiedad. Acércate.
Christian tardó unos segundos en avanzar. Todavía miraba al gólem con recelo.
—Tócalo —dijo Ydeon— y piensa en tu enemigo.
Christian alzó una ceja.
—¿Qué es lo que pretendes?
—¿Quieres recuperar tu espada, sí o no?
Por toda respuesta, el muchacho colocó la mano sobre la fría superficie del brazo del gólem. Quiso pensar en Gerde, en Zeshak e incluso en su padre, pero la imagen de Jack no se le iba de la cabeza.
Su enemigo, ahora convertido en su aliado.
Pero Jack no había dejado de ser un dragón. Y, por tanto, no había dejado de ser su enemigo.
Entonces, sin previo aviso, el gólem bramó y descargó el puño contra Christian. El joven saltó hacia atrás con la ligereza de una pantera y esquivó el golpe. Extrajo a Haiass de la vaina. A pesar de que ahora no era más que un acero normal, nunca se separaba de ella. El gólem rugió de nuevo y trató de golpear a Christian. Éste, olvidando por un momento que Haiass ya no poseía la gélida fuerza de antaño, interpuso su espada entre ambos.
Y, para su sorpresa, no fue el brazo de piedra del gólem lo que halló, sino el filo de Domivat, la espada de fuego de Jack. Y el gólem ya no era un gólem, sino el joven humano que ocultaba tras sus rasgos el espíritu de Yandrak, el último dragón.
Aunque la parte racional de Christian entendió al punto que no era más que una ilusión y que aquélla era la «curiosa propiedad» a la que había aludido Ydeon, el instinto del shek se desató como un torrente de aguas desbordadas. Y pronto el muchacho se vio peleando contra aquel Jack que se asemejaba tanto al original que podía reconocer sus movimientos, sus técnicas, sus golpes, tan parecidos a los de Alexander, que no en vano había sido su maestro. Aunque sabía que era una pérdida de tiempo, Christian se dejó llevar por el odio y el ardor de la pelea, porque se dio cuenta enseguida de que le sentaba bien, de que se sentía más vivo que nunca luchando a muerte contra aquel falso Jack. Y no tardó en olvidar incluso que era falso.
La ira del shek latía en su alma como un aliento gélido. Christian dejó que la serpiente tomara posesión de su cuerpo, ~ se transformó para abalanzarse, con un grito salvaje, contra su enemigo.
Pero ya no lo esperaba un muchacho. Christian comprobó, con sorpresa y secreto placer, que el falso Jack se había metamorfoseado en un joven y soberbio dragón dorado. La serpiente siseó con ira, pero también con alegría. Era mucho más gratificante matar a un verdadero dragón que a uno que su ocultaba bajo un débil cuerpo humano.
Las dos formidables criaturas se enzarzaron en una lucha que hizo temblar el suelo y las paredes de la caverna. Algunos carámbanos de hielo cayeron, y Christian retorció su largo cuerpo de serpiente para esquivarlos. Uno de ellos, sin embargo, perforó el ala izquierda del dragón, que bramó de dolor. Christian aprovechó para hincar sus letales colmillos en su hombro.
Con un aullido, el dragón se transformó de nuevo en Jack. Christian recuperó también su forma humana. Las dos espadas se encontraron sólo tina vez más. Jack estaba herido, y Christian, con un salvaje grito de triunfo, hundió a Haiass en el corazón de su enemigo.
La serpiente chilló en su interior, celebrando la muerte del último de los dragones.
Christian tardó un poco en volver a la realidad. Jadeando, vio cómo el falso Jack se transformaba de nuevo, poco a poco, en el gólem de piedra. Haiass estaba clavada en el pecho de la criatura.
Y palpitaba con un débil brillo blanco-azulado.
—Es lo que pensaba —asintió Ydeon—. Tu poder de shek ha resucitado a Haiass.
Christian retiró la espada del cuerpo del gólem y examinó su filo.
—Su luz es muy débil —dijo.
—No has logrado engañarla del todo. Esta cosa de piedra es un pobre sustituto de lo que necesita en realidad.
—¿Y lo que necesita es...? —preguntó Christian, aunque conocía la respuesta.
—Sangre de dragón. Dale a probar la sangre del dragón y la espada recuperará toda su fuerza. Y tú recobrarás el poder que tuviste entonces. A pesar de lo que sientes por esa chica.
Ydeon parecía muy satisfecho consigo mismo por haber resuelto el problema. Christian recordó cómo se había sentido peleando contra el gólem. Cerró los ojos para tratar de recuperar aquella sensación.
Si mataba a Jack, salvaría su vida y recuperaría su poder. Parecía tan sencillo...
Contempló por unos instantes el gólem de piedra, caído sobre el suelo helado de la caverna. Ydeon lo estaba poniendo en pie de nuevo. No parecía haber sufrido muchos desperfectos. Christian pensó, con amargura, que si Haiass hubiera estado en perfectas condiciones, su última estocada habría hecho estallar al gólem en mil pedazos.
Ydeon advirtió su mirada.
—No sólo puede transformarse en tu peor enemigo —dijo—. También puede adoptar la forma de la chica a la que amas.
Christian contempló el rostro sin rasgos del gólem.
—Es repugnante —opinó.
Le dio la espalda y salió de la caverna. Haiass todavía palpitaba con un resplandor tan tenue como la luz de una vela bajo el viento.
Sangre de dragón. Parecía tan simple, tan obvio...
Jack abrió lentamente los ojos. Oía la voz de Victoria un poco más lejos, pero no entendía lo que decía. Consiguió levantar la cabeza y mirar a su alrededor. Descubrió que se encontraba en el interior de una tienda de pieles de color rojizo que despedía un olor particular, penetrante pero ligeramente balsámico, que resultaba un poco desconcertante. Jack se preguntó a qué animal pertenecerían las pieles, y se dio cuenta entonces de que, a pesar del calor, su cuerpo estaba cubierto con una de ellas. La apartó de un tirón y gateó hasta la entrada en busca de Victoria.
Lo primero que vio fue un par de poderosas piernas de piel oscura, asentadas sobre unos pies descalzos cuyos tobillos estaban cercados por diversos abalorios de metal. Al alzar la mirada vio que las piernas pertenecían a un hombre muy alto, de tez de azabache y sorprendente melena a mechones blancos y rojos, que vestía una túnica a rayas y le dedicaba una sonrisa llena de dientes blanquísimos.
Jack dio un respingo y trató de retroceder, pero se quedó sentado sobre la arena, una extraña arena rosácea.
Fue entonces cuando vio que Victoria estaba junto a aquel hombre. Sonreía, por lo que el muchacho supuso que no corrían ningún peligro. La chica intercambió unas palabras con el hombre, que le sonrió a ella también y después se alejó con paso tranquilo. Jack miró a su alrededor, con curiosidad, y des cubrió más tiendas como la suya, y más hombres y mujeres de la misma raza que aquel que había visto. Todos eran altos y de piel oscura, llevaban ropa a rayas e iban descalzos, y sus cabellos, mostraban dos colores, siempre blanco mezclado con mechones rojos, azules, negros o verdes. Jack se preguntó si aquellas gentes se teñirían el pelo, pero enseguida comprendió que no, que era una característica de su raza.
—Son los limyati —le explicó Victoria, sentándose junto a él-El Pueblo del Margen.
—¿Del margen de qué?
—Del desierto. Son una raza de humanos que viven en los límites de Kash-Tar. No se internan en el desierto, porque ése es territorio de los yan, pero viajan por sus márgenes, buscando las tierras más benignas de la zona.
—¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? —preguntó Jack, confuso; lo último que recordaba era una pesadilla que tenía que ver con árboles.
Victoria lo miró con una sonrisa llena de cariño.
—Abandonamos la Cordillera Cambiante. ¿Eso lo recuerdas? Jack frunció el ceño.
—Más o menos.
—Nos atacó un árbol gigante. No sé cómo logramos escapar con vida, porque me desmayé o algo parecido. Cuando desperté, estábamos juntos, a salvo, tú habías perdido el sentido y el árbol había ardido por completo.
—Entonces no era un sueño —murmuró Jack—. Es verdad que casi nos mata un árbol. —Sacudió la cabeza—. Me parecía demasiado absurdo para ser real.
—No creo que esos árboles estuvieran allí por casualidad. Estoy casi segura de que fue una trampa que nos tendieron.
Jack no la escuchaba. Había algo que lo desconcertaba, algo acerca de los recuerdos que guardaba de aquella batalla. Pero sólo eran imágenes confusas, y por fin se rindió, pensando que, si lo que había olvidado era algo importante, no tardaría en recordarlo de nuevo.
—¿Qué pasó después?
Victoria se lo contó.
—Por fin nos encontraron los limyati —concluyó—, y nos acogieron en su campamento, donde llevamos desde ayer por la tarde.
Jack alzó la cabeza, recordando algo, pero antes de que preguntara, Victoria se le adelantó:
—No saben quiénes somos —dijo en voz baja—. No se lo he contado.
—¿No confías en ellos? —preguntó Jack con sorpresa; le habían parecido buena gente.
Victoria negó con la cabeza.
—No es eso. Viajan hacia el norte, ¿sabes? Porque Ashran está concentrando tropas en el sur de Kash-Tar.
—Sabe hacia dónde vamos y quiere interceptarnos — comprendió Jack, con un escalofrío.
Victoria asintió.
—No quiero causarles problemas. Es mejor que no sepan quiénes somos, por si las serpientes los interrogan. Si llegan a saber que nos acogieron conociendo nuestra identidad, los matarán.
—Pero nos han acogido de todas formas, aunque no supieran quiénes éramos. ¿Crees que las serpientes tendrán eso en cuenta?
—Si actuaron por ignorancia, los dejarán marchar. Sólo les harán daño si sospechan que son cómplices voluntarios de la Resistencia.
—¿Cómo estás tan segura?
Ella vaciló un momento antes de responder en voz baja:
—Porque es lo que haría Christian.
Jack estuvo a punto de preguntarle si conocía tan bien a Christian como para poder prever cómo actuaría él en una situación semejante, pero decidió que era mejor cambiar de tema.
—De todas formas, si viajan hacia el norte, tendremos que separarnos de ellos.
—Ya se lo he dicho. Me han ofrecido un explorador para guiamos hasta Awinor.
—¿En serio? —dijo Jack, animado—. Qué gente tan amable.
—Espera, el explorador todavía no ha dicho que sí. Lleva varios días fuera, pero me han asegurado que volverá esta tarde; entonces le preguntarán si está dispuesto a acompañarnos a través de Kash-Tar.
Jack la miró, sonriendo.
—¿Cómo te las has arreglado para hablar con ellos? Yo no entiendo lo que dicen.
—Eso es porque el dialecto que utilizan es muy arcaico. De todas maneras... —Se llevó la mano al cuello y le mostró un amuleto que pendía de él, un amuleto con forma de hexágono—. Espero que no te importe que te lo haya cogido.
Jack se llevó la mano al cuello y descubrió que el colgante de Victoria era su propio amuleto de comunicación, el que ella misma le había dado la noche en que se conocieron. Sonrió de nuevo.
—Para nada —dijo.
Se levantó y se estiró bajo la luz crepuscular. Se sentía más fuerte, más despierto y con más energía que nunca. Se miró las palmas de las manos, preguntándose a qué venía aquella sensación.
—¿Te encuentras ya bien? —le preguntó Victoria.
—Mejor que nunca —sonrió el muchacho.
Ella sonrió a su vez y se acercó más a él, con intención de besarle. Jack la correspondió de buena gana.
Algo llamó entonces su atención. El jefe de la tribu se aproximaba a través del campamento, hablando con alguien que, por lo visto, acababa de llegar. Estaban demasiado lejos para oír lo que decían, pero a Victoria le pareció que el desconocido hablaba muy rápido y que su voz era suave y femenina. Lo miró con curiosidad, preguntándose si se trataría de una mujer, pero resultaba difícil decirlo, puesto que llevaba una prenda que le cubría la cabeza y parte del rostro.
—¿Ese es el explorador? —preguntó Jack.
Victoria se encogió de hombros, pero ambos vieron cómo él, jefe los señalaba a ellos en un par de ocasiones durante la conversación. El otro movía la cabeza en señal de desacuerdo.
—Sospecho que tendremos que viajar solos hasta Awinor —murmuró Victoria.
Los dos limyati se acercaron entonces a la entrada de la tienda donde se encontraban los chicos. Victoria observó con atención al explorador, y se dio cuenta de que el viento pegaba sus holgadas ropas a su cuerpo, revelando formas femeninas de bajo. Pero su andar era rápido y enérgico, muy diferente a los elegantes y delicados movimientos de las mujeres limyati. Se adelantó para tratar con el jefe de la tribu.
—No queremos molestar —dijo—. Mi amigo ya se encuentra bien, de manera que partiremos al amanecer... aunque sea sin guía.
El jefe movió la cabeza, preocupado.
—Es peligroso, muchacha. Desistid; tenéis muy pocas posibilidades de llegar con vida al otro lado del desierto.
—No tienen ninguna posibilidad —respondió rápidamente el explorador, y Victoria supo entonces, sin lugar a dudas, que era una mujer.
La miró con curiosidad. Esperaba ver en ella los ojos oscuros de los limyati, pero se llevó una sorpresa, puesto que sus iris eran rojizos y brillaban como alimentados por algún extraño fuego interior. Tratando de que no se le notara el desconcierto que sentía, para no parecer descortés, Victoria dijo:
—Aun así, tenemos que seguir adelante. Comprendemos que sería una molestia para ti acompañarnos, y no vamos a insistir. Pero de todas formas partiremos al amanecer.
—No voy a acompañaros —reiteró la mujer; hablaba muy deprisa y gesticulaba mucho, y Victoria se preguntó, por primera vez, si no sería una yan, aunque era mucho más alta que todos los yan que ella había conocido—. Tengo cosas mejores que hacer que acompañar a dos chicos extraños a través de un nido de serpientes...
Se interrumpió de pronto y sus ojos se estrecharon un momento al mirar algo que había tras Victoria. La chica se volvió, intrigada, y vio a Jack, que se había reunido con ella y asistía a la escena con interés, tratando de averiguar qué estaba pasando exactamente.