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Authors: Laura Gallego García

Tríada (25 page)

BOOK: Tríada
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—Y fue Eissesh quien abatió a Garin.

Tanawe bajó la cabeza. Denyal siguió hablando, a media voz.

—Eissesh nunca había visto a uno de nuestros dragones echando fuego por la boca, y eso fue lo que lo engañó. La próxima vez no se dejará engatusar.

—Lo del fuego es una mejora muy reciente —explicó Tanawe, sobreponiéndose—. Lo intentamos desde el principio, pero todos los hechizos de fuego que les incorporábamos siempre acababan calcinando al propio dragón.

—Ahora usamos un tipo de madera resistente al fuego —añadió Rown—. Es difícil de conseguir porque el árbol del que se saca sólo crece en Nanhai, y los túneles que llevan hasta allí no son nada seguros. Por eso la mayoría de nuestros dragones siguen sin echar fuego por la boca. De momento sólo tenemos tres con esa capacidad. Los llamamos Escupefuegos. Contábamos con un cuarto Escupefuego, el que pilotaba Garin. El que os rescató anoche.

Los recién llegados seguían perplejos.

—Sabíamos que sólo los dragones podían plantar cara a los sheks —les explicó Denyal—. Pero los dragones se han extinguido, así que ésta fue la única posibilidad...

—No todos los dragones se han extinguido —cortó Alexander. Hubo un pesado silencio.

—¿Es cierta la leyenda, entonces? —preguntó Tanawe con timidez—. ¿La que habla del dragón que regresará para salvarnos? Alexander asintió.

—Se llama Yandrak, y no es un dragón corriente. Ahora mismo está en algún lugar de Idhún, oculto en un cuerpo humano. Si los sheks no lo descubren, pronto regresará para unirse a nosotros.

—¿Un dragón de verdad? —dijo entonces una voz infantil ¿De carne y hueso?

Descubrieron entonces a un niño de tinos ocho años que los escuchaba atentamente. Nadie había reparado antes en su presencia. Alexander recordó entonces haberlo visto en la plaza del mercado de Vanissar, durante el incidente con la anciana tejedora.

—Nuestro hijo Rawel —dijo Rown—. Nació años después de la conjunción astral, y jamás ha visto un dragón vivo, pero está obsesionado con ellos... igual que su madre.

Alexander observó la cara expectante de Rawel y asintió, sonriendo.

—Si todo va bien, no tardarás en ver volar a un dragón de verdad, un magnífico dragón dorado.

—¿Matará a Eissesh? —preguntó el niño—. ¿Lo hará, príncipe Alsan?

Alexander recordó el escaso interés que el shek había mostrado por la situación de Jack y Victoria. Llevaba un rato pensando en ello, y había llegado a la alarmante conclusión de que tal vez ya supiera dónde encontrarlos. No era una idea tranquilizadora, pero en aquel momento decidió que se guardaría sus sospechas para sí, que no las compartiría con aquella gente.

Porque ellos necesitaban esperanza, la esperanza simboliza da en la figura del dragón que llegaría para salvarlos a todos, la esperanza que aquellas personas habían tratado de construir sobre un armazón de madera y escamas de dragón, la esperanza que se reflejaba en los ojos de aquel niño.

Tal vez Amrin había salvado la vida de los habitantes de Vanissar, pero los rebeldes habían conservado su espíritu. Sonrió.

—Claro que sí, chico —le dijo—. Yandrak derrotará a Eissesh. Y ha venido con una doncella unicornio que le ayudará también a matar a Ashran, el Nigromante.

Rawel lanzó una exclamación de sorpresa. —¿De verdad?

—Así lo predijeron los Oráculos, muchacho. Pero no es por eso por lo que estoy seguro. La verdadera razón de que confíe en ellos es porque los conozco a ambos. Sé que son valientes. Y sé que están preparados para guiarnos en la batalla.

Victoria despertó cuando el primero de los soles ya emergía por el horizonte. Parpadeó y sacudió la cabeza, confusa. ¿Qué había pasado?

Cerró los ojos y trató de recordar. Su mente evocó imágenes de un árbol monstruoso, y se preguntó si había sido una pesadilla. Se incorporó y miró a su alrededor. Descubrió a Jack, tendido junto a ella sobre el suelo polvoriento. Más allá vio una lejana columna de humo, al pie de las montañas, y supo que eran los restos del árbol, y que no había sido un sueño. Sintió un escalofrío.

Sacudió a Jack con suavidad, pero el muchacho no despertó. Una garra helada atenazó el corazón de Victoria, que no latió de nuevo hasta que, al darle la vuelta, descubrió que el chico aún respiraba. Suspiró, aliviada.

Parecía profundamente dormido. Intentó despertarlo de nuevo, sin éxito. «Tal vez esté enfermo», se dijo la joven. Colocó las manos sobre él y le transfirió parte de su magia, para intentar curarlo. Pero se encontró con que Jack no necesitaba más energía. De hecho, Victoria detectó en él una extraña y nueva vitalidad que ardía en su interior como si de un sol se tratase. Entonces, ¿por qué no despertaba?

Un poco más tranquila, la muchacha miró a su alrededor con más atención. Seguían no lejos de las estribaciones de la Cordillera Cambiante. Al oeste se extendía la yerma tierra de Kash-Tar.

Victoria sabía que no era buena idea adentrarse en aquel lugar.

Aguardó un buen rato, para ver si Jack despertaba, pero no tuvo suerte. Finalmente, cuando el segundo de los soles ya asomaba tras las montañas, la chica tomó una decisión.

Con un suspiro de resignación, se incorporó y recogió sus cosas. Se ajustó el báculo a la espalda, y sólo entonces alzó a Jack y se pasó su brazo por los hombros. El chico no reaccionó. Tras asegurarse de que Domivat seguía en su vaina, a la espalda de Jack, Victoria inició la marcha hacia el sur.

Los primeros pasos fueron complicados. Jack pesaba mucho, y le resultaba muy difícil arrastrarlo. Pero hizo acopio de fuerzas, respiró hondo y así, poco a poco, se fueron alejando del árbol blanco y sus retoños.

Los días eran muy largos en Idhún, pero aquél se le hizo eterno a Victoria. Siguió cargando con Jack, caminando en dirección al sur, sin alejarse de la cordillera, sin atreverse a internarse en Kash-Tar. Tuvo que detenerse muchas veces para recuperar el aliento; al mediodía hizo una pausa más larga junto a un arroyo, y aprovechó para beber. No encontró nada que comer, sin embargo, pero eso no la detuvo. Y, a pesar de que estaba hambrienta, en cuanto hubo descansado un poco continuó su camino.

Kalinor empezaba ya a declinar cuando la joven no pudo más, y cayó al suelo cuan larga era, arrastrando con ella a Jack. «Sólo descansaré un poco», se dijo, agotada. Pero cerró los ojos y se durmió sin darse cuenta.

Cuando los abrió de nuevo, el tercero de los soles no era ya más que una uña blanca en el horizonte. Victoria oyó unas voces, pero no reconoció la lengua en la que hablaban. Distinguió unas figuras oscuras, altas y esbeltas a su alrededor, pero no tuvo fuerzas para levantarse. No obstante, rodeó con un brazo el cuerpo de Jack, intentando protegerlo de toda amenaza.

—¿Me estás diciendo que traicionaste a tu padre y a tu gente por una mujer? ¿Una mujer que, además, tienes que compartir con un dragón?

Christian sonrió. Dicho así, sonaba mucho más absurdo incluso que cuando se paraba a pensarlo.

—Ella no es una mujer cualquiera —replicó—. Es única en todo el mundo. Es el último unicornio, ¿entiendes? Un unicornio encarnado en un cuerpo humano.

—Entonces, es parecida a ti en ese sentido. Y a ese dragón.

—No hay nadie como nosotros tres. Por eso hay algo invisible que nos une a los tres y nos obliga a estar juntos. Aunque eso, a la larga, signifique nuestra propia destrucción.

Ydeon inclinó la cabeza, pensativo.

Habían salido a cazar aquella mañana, y ahora descansaban sobre una helada roca desde la que se dominaba parte del valle y la montaña en la que el gigante tenía su morada. Junto a ellos reposaba el enorme cuerpo de un barjab, una bestia de piel blanca, cuernos curvados y afilados, y poderosas zarpas, cuya carne resultaba todo un manjar para los gigantes, cocinada a la brasa. Christian no solía comer mucho, pero no le preocupaba la idea de que fuera a sobrar carne. Estaba convencido de que Ydeon acabaría con todo el almuerzo.

Llevaba ya varios días en Nanhai. Se sentía en paz y a gusto, y a veces, cuando cerraba los ojos y dejaba que el frío de aquella tierra acariciara su cuerpo, perdía la noción del tiempo. Aquel retiro voluntario iba poco a poco curándolo por dentro y reviviendo al shek que había en él.

Y estaba Ydeon.

Christian nunca había tenido nada parecido a un amigo, y no sabía si podía considerar al gigante como tal. Ydeon le preguntaba a menudo sobre su pasado, su vida y sus sentimientos humanos. A1 principio el muchacho se había sentido reacio a responder, puesto que interpretaba aquellas preguntas como una invasión de su intimidad. Nunca había dicho a nadie lo que pensaba, o lo que sentía. A excepción de Victoria, y tampoco habían pasado tanto tiempo juntos como para llegar a conocerse bien.

Sin embargo, poco a poco Ydeon iba aprendiendo cosas de aquel extraordinario joven, e iba resolviendo el rompecabezas de su existencia.

Christian sabía que el gigante no se interesaba por su vida porque se preocupase por él. Simplemente estaba intentando encontrar en ella la clave que le permitiera descubrir el modo de resucitar a Haiass.

Aquella mañana, Christian había tenido ganas de hablar de Victoria.

—¿Donde está ella ahora? —quiso saber Ydeon. —Con Jack —respondió Christian.

«A salvo, por el momento», pensó.

La tarde anterior había sentido, a través de Shiskatchegg, que Victoria estaba en peligro de muerte. Se había levantado de un salto y había estado a punto de echar a volar hacia el sur, cruzar más de medio continente si era necesario, para salvarla. Pero comprendió que no llegaría a tiempo, y se había obligado a sí mismo a esperar, y confiar.

Apenas un rato después su percepción le indicó, a través del anillo, que Victoria estaba a salvo. Inconsciente y agotada, pero a salvo. Y la esencia del dragón que era Jack latía a su lado con más fuerza que nunca.

Desde la distancia, y a través de Shiskatchegg, Christian podía incluso percibir que el amor de Victoria por Jack se había hecho más sólido y más intenso, pero eso no le importaba.

—¿Has renunciado a ella? ¿Después de todo lo que has hecho por su causa?

—No, no he renunciado a ella. No necesito estar a su lado para... para quererla —admitió con esfuerzo—. Tampoco dudo de sus sentimientos por mí. Por eso no me preocupa que ame también a otra persona.

»Tenía que separarme de ella para venir aquí, y sabía que estaría mejor con Jack que sola, o conmigo. Pero tengo intención de ir a buscarla cuando todo esto acabe.

—¿Qué pasará entonces? ¿Te pelearás con ese dragón por ella?

—Pelearía por defenderla, hasta la muerte si es preciso, pero no por tenerla, como si fuera un objeto, una posesión mía. Esa es una actitud muy humana; y yo tendré un alma humana, pero aún no he caído tan bajo. No, Ydeon. Si lucho contra Jack será porque es un dragón. Nada más.

—Mmm —reflexionó el gigante—. ¿Y qué siente hacia ella tu parte shek?

—Respeto —dijo Christian sin dudar—. Respeto, fascinación... no amor. Eso es cosa de mi parte humana.

—Lo había supuesto.

El gigante se levantó y se quedó un momento allí, de pie, sobre la roca, meditando.

—Ese amor está fortaleciendo tu parte humana y debilitando tu parte shek —dijo—, eso es evidente. Pero debería haber una manera de revitalizar ese instinto shek que estás reprimiendo. Si la serpiente que hay en ti no tiene nada en contra de esa muchacha, dudo mucho de que sean tus sentimientos por ella los que la han hecho enfermar.

Christian lo miró, sorprendido.

—¿Estás seguro de lo que dices?

—Respeto. —Ydeon clavó en él sus ojos rojos—. Eso no está reñido con el amor. ¿Hay otra cosa que hayas tenido que hacer últimamente, algo que haya repugnado a tu parte shek hasta el punto de haberse sentido traicionada en su misma esencia?

—Muchas cosas —sonrió Christian—. Soportar la presencia constante de humanos a mí alrededor... o pelear contra los míos, por ejemplo.

Pero había sido en defensa propia, recordó de pronto. Y también los sheks habían luchado contra él. Y no estaban muriendo. Pero él sí.

Tenía que ser otra cosa.

«Por favor —sonó la voz de Victoria en su mente, traída por los vientos del recuerdo—. Por favor, no mates a Jack esta noche.»

Su gesto se crispó en una instintiva mueca de odio. Y lo comprendió.

Desde aquella noche en que había accedido al niego de Victoria, nada había vuelto a ser igual. Aquélla había sido la primera vez que se había traicionado a sí mismo... algo que tiempo atrás había jurado no hacer jamás.

Entonces no conocía la verdadera identidad de Jack, aunque ya sentía un profundo odio hacia él. Pero después había habido más ocasiones, podría haber acabado con la vida del último dragón, porque su naturaleza shek así se lo exigía. Pero no lo había hecho, porque sabía lo importante que era Jack para Victoria, e intuía lo que podría llegar a pasar si él moría.

—Es ese dragón —dijo entonces—. Se ha convertido en mi aliado. Mi parte shek no soporta la idea de estar cerca de un dragón y no matarlo.

—Y has reprimido ese instinto una y otra vez, mientras ibas alentando tus sentimientos humanos. Has desequilibrado la balanza, Kirtash. ¿Sabes lo que eso significa?

—Que debería haber matado a ese condenado dragón cuando tuve la oportunidad.

—Pero entonces la habrías perdido a ella.

Christian no respondió, pero Ydeon leyó la verdad en su rostro, habitualmente impasible.

—Volvamos a casa-dijo de pronto—. Quiero hacer una prueba.

Christian lo siguió de nuevo hasta la cueva, intrigado. Ydeon guardó el cadáver del barjab en una helada cámara, donde sabía que el frío lo conservaría en buenas condiciones hasta la hora de la comida, y entonces guió a su invitado por el laberinto de túneles hasta una grandiosa caverna cuyo techo estaba acribillado de enormes carámbanos de hielo que temblaban con cada paso del gigante. Christian miró hacia arriba, calculando los movimientos que tendría que realizar para ponerse a salvo en el caso de que alguna de aquellas letales agujas se desprendiera del techo, pero a Ydeon no parecía preocuparle. Lo llevó hasta un montón de hielo de unos dos metros y medio de altura, que se alzaba al fondo de la caverna. Cuando Christian lo miró mejor, vio que se trataba de una estatua de piedra cubierta de escarcha. Sus rasgos eran imprecisos. Parecía humanoide, o tal vez representara a un gigante. No tenía rostro.

Ydeon golpeó la estatua con el canto de la mano, y el hielo se desprendió. Ahora podía verse con mayor claridad, pero Christian descubrió que sus primeras apreciaciones habían sido correctas. La estatua no representaba a nadie. Ladeó la cabeza y frunció el ceño, alerta. Aquella cosa rezumaba magia, podía percibirlo. Se preguntó quién habría encantado una estatua de piedra, y para qué.

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