Treinta noches con Olivia (38 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Mientras contemplaba el teléfono, no se podía creer que hubiera llegado a tanto.

¿Desde cuándo se preocupaba por algo que no lo concernía?

¿A él qué más le daba lo que hicieran esas dos?

—Toc, toc… ¿Se puede?

Thomas dejó de repiquetear con su estilográfica y miró la puerta.

—Adelante —murmuró, sin mucha convicción. Había esperado ese encuentro y ahora no estaba de ánimo para ello. Su cabeza viajaba constantemente a otro lugar y daba vueltas a otras preocupaciones.

—Para insistir tanto en que nos reunamos no te veo muy entusiasmado. Helen repitió la palabra «urgente» como unas diez veces en cinco minutos.

—Ya la conoces, es demasiado eficiente.

—Pues sí.

Thomas observó a la que hasta hacía poco era su prometida y que, de seguir así las cosas, sería su ex socia en breve.

Nadie cambia de un día para otro. Ella seguía mostrándose altiva, conocedora de su posición, pero quizá sí se apreciaba ligeramente que ahora vivía más relajada.

—Imagino de qué quieres hablar —dijo Nicole, interrumpiendo sus divagaciones—. Y lo entiendo, siento no haber podido venir antes.

—No lo sientes ni lo más mínimo —la corrigió él y ella sonrió de forma enigmática.

Thomas se recostó en su sillón. No merecía la pena andarse con formalismos, los dos se conocían bien.

Ella se encogió de hombros.

—Bien, pues entonces dime qué has planeado. Porque, me apuesto lo que quieras, que ya tienes todo bien organizado y que esto sólo es una especie de deferencia hacia mí. Seguro que incluso habrás hablado con mi padre para no dejar ningún cabo suelto.

Esa valoración era de esperar por parte de ella, teniendo en cuenta los antecedentes.

Quiso decirle que sí, que tenía la razón y plantarle ante sus ojos una propuesta bien redactada y escrupulosamente legal.

—La duda ofende. —Fue una respuesta para darle más emoción al asunto y no estropear sus expectativas. Thomas dejó su posición acomodada en el sillón y se puso en pie—. Voy a tener que decepcionarte. —Se deshizo de la chaqueta del traje y se aflojó la corbata.

—Entonces, ¿para qué querías reunirte conmigo?

—Me gustaría conocer tus planes, saber qué quieres hacer con el bufete. Al fin y al cabo, tu padre lo fundó.

Ella arqueó una ceja ante tal comentario.

«Ella desconfía», pensó él.

—Pero para ti este despacho es como tu vida. No sé adónde quieres llegar a parar.

—Muy simple. —Se pasó la mano por su pelo, inquieto. Quería resolver ese asunto para ocuparse del que verdaderamente lo traía por el camino de la amargura—. Quiero saber si vas a volver a tu puesto o si, por el contrario, prefieres que sea yo quien tome las decisiones.

—Si te digo la verdad, en este momento prefiero no trabajar aquí.

—De acuerdo. Mi primera decisión es despedir a Helen.

—¿Perdón?

—He hablado con ella. No lo entiende, pero como siempre acepta mis resoluciones… Ya le he hablado a un colega de lo eficiente que es.

—Espera, espera. ¿Hablamos de Helen, tu fiel servidora? ¿Tu defensora incondicional? ¿Mi más conocida detractora? —Su voz destilaba sarcasmo y realismo a partes iguales.

—Sé perfectamente cuáles son sus sentimientos y he sido claro con ella.

—¿Y vas a prescindir de ella? No lo entiendo. ¿Qué está pasando aquí? Me voy unos meses y cuando vuelvo resulta que ahora hasta intentas compartir tus opiniones conmigo.

—Haz un esfuerzo. De vez en cuando hasta puedo ser buena persona.

—¡No me jodas!

La antigua Nicole jamás hubiera empleado esa expresión, pero, por lo visto, dos que duermen en el mismo colchón…

—Seré franco. Mi intención es bajar el ritmo de trabajo, tengo que ocuparme de unos asuntos familiares y…

—¿Familiares? Hum, qué raro. ¿Antepones tu vida personal a la profesional?

—Yo no veo nada raro en ello.

—Pues yo sí. ¿Estás enfermo? ¿Cuánto te queda de vida?

—Ahórrate las tonterías.

—Un momento… ahora que me acuerdo… el mes pasado me acerqué para recoger unos papeles y Helen, en uno de esos escasos momentos de amabilidad, me comentó que estabas de viaje… En España, para ser exactos. ¿Qué se te ha perdido a ti allí?

—Ya te lo he dicho, asuntos personales.

—No me lo creo —apuntó ella rápidamente—. Te conozco y tú no dejas el despacho vacío durante tantos días.

—Vaya, sí que me conoces…

—Que yo sepa, no tienes familia, o, como mínimo, eso es lo que siempre me has dicho. ¿Qué ha pasado para hacerte cambiar de opinión?

Thomas pensó que no tenía nada de malo contárselo, así que empezó por el principio, es decir, por la visita de Manuel López. Ella fue abriendo cada vez más la boca a medida que él le iba dando más detalles. Evidentemente, se centró en Julia.

—¡Vaya papeleta! —exclamó Nicole—. Aunque hay cosas que no me cuadran…

Joder, debería haberlo imaginado, su socia tenía un coeficiente intelectual envidiable y quizá él se había dejado llevar, revelando más de lo necesario.

Y, claro, atando cabos, ella era incluso más perspicaz que él.

—Simplemente pretendo supervisar las cosas, nada más.

—Ya, ya. Supervisar, sí claro, demasiada supervisión creo yo.

—No hace falta que pongas esa cara, es lo que hay.

—Mientes —lo acusó ella, sin ningún remordimiento—. Eres demasiado listo, demasiado precavido. Me has contado lo que te conviene, das la información muy filtrada. Pero estoy segura de que te guardas algo, lo más importante.

—Y, según tu instinto, ¿qué crees que me puedo estar guardando?

—Hay dos opciones: o de repente has tenido una crisis existencial, lo cual sería lógico ya que estás muy cerca de los cuarenta; o has conocido a alguien que te importa más de lo que tu encorsetada cabeza está dispuesta a admitir.

—¿Eso ha sido un insulto? —preguntó para nada molesto.

—No lo sé. ¿Lo es?

—Tú sabrás.

—¡Oh, por favor! ¡Deja de marear la perdiz! —exclamó Nicole que veía la maniobra clara de despiste—. Si te digo que te noto raro, ¿también lo interpretas como un insulto?

—Desarrolla esa idea, si eres tan amable.

—Hum. Analicemos los hechos. De repente desapareces, cosa impensable en ti.

—Fue una emergencia, tenía que solucionar unos trámites.

—Bueno sí, pero… ¿por qué te quedaste allí? ¿Por qué no esperar aquí y volver cuando el notario estuviera disponible? ¿Por qué…? —se calló de repente y tras unos segundos chasqueó los dedos—. No digas más, hay una mujer.

—Ya te lo he dicho, mi hermana…

—A otro perro con ese hueso. Podías habértela traído, ¿no? Eres su tutor. No. Cuando digo una mujer me refiero a otra cosa, y tú lo sabes.

Thomas quería evitar ese tema. No se habla de un rollo de verano con tu ex prometida.

Aunque, de hecho, «rollo de verano» era un término poco apropiado para lo que había sido en realidad.

—¡No me lo puedo creer! —chilló Nicole sobresaltándolo—. ¡Te has colgado de una tía!

—Vaya lenguaje… que estás aprendiendo.

—Déjate de tonterías y responde. ¿Hay una mujer o no?

—Puede ser.

Nicole se levantó de su sillón y caminó hasta él. Cuando estuvo frente a él abandonó su expresión de diversión y le dijo:

—Pues esta vez no la jodas.

Nicole fue tan rotunda que no le quedó más remedio que cerrar el pico y terminar de aclarar los asuntos referentes al despacho.

54

—¿Dónde se habrán metido ese par de insensatas? —murmuró mientras conducía por la jodida y estrecha carretera de acceso al pueblo.

Y no era la primera vez que ese pensamiento le rondaba la cabeza. Empezaba a obsesionarse, e incluso comenzaba a plantearse distintas hipótesis sobre lo que podía haberles ocurrido.

Y es que, desde hacía cuatro días, estaba que se subía por las paredes. Tras su conversación con el señor López, averiguó que su querida pero irresponsable hermana, junto con la no menos imprudente tía Olivia habían estado de viaje.

Él, desesperado por localizarlas, y ellas, tan panchas por ahí, sin ninguna preocupación.

Entendía que necesitaran un respiro y salir de ese pueblucho. Pero eso de no decir a nadie adónde iban no era de recibo. Además se supone que las clases estaban a punto de comenzar.

Sin embargo, dejando a un lado todo tipo de argumentos por los cuales esas dos debían estar localizables, el principal y el que más miedo le daba admitir era su propia preocupación. Porque, y luego ya vería si necesitaba psicólogo, estaba preocupado por ellas.

Otra mentira, y de las grandes.

Puede que sí, que se preocupase por ella, su hermana, pero preocupación no era precisamente lo que sentía por Olivia.

Nada más aterrizar había llamado a la casa, pero de nuevo no obtuvo respuesta. Esperaba encontrarlas allí. De no ser así, como aún conservaba un juego de llaves, entraría en casa y montaría guardia hasta que regresaran.

Aparcó el coche, que esta vez era mucho más discreto que el BMW. Había optado por un discreto pero confortable Mercedes.

Cuando se bajó de él y observó la casa, empezó a sacar conclusiones. O bien habían empleado todo el dinero para reparar el interior o bien ni se habían molestado en empezar.

Aquello tenía la misma pinta desolada y cutre de siempre.

—Ya me encargaré de eso más tarde —se dijo a sí mismo. Tenía que priorizar y, por lo tanto, ocuparse de hablar con Olivia era la primera de las tareas de su lista.

Hablar y convencerla para algo más.

Convencerla y llevársela a su terreno.

Llevársela a su terreno y salirse con la suya.

Salirse con la suya implicaba, como muy bien le indicó Nicole, no joderla.

Y no joderla significaba asumir sus defectos.

Y asumir sus defectos incluía pedirle perdón.

Para, después de pedirle perdón, confesar que estaba loco por ella.

Sí, en teoría todo estaba bien calculado, pero el factor Olivia, es decir, el factor imprevisto podía jugarle una mala pasada.

Así que debía estar preparado para jugar a su juego favorito, la improvisación. Demostrarle que él podía hacerlo. Sin duda, influenciado por ella.

Jugando con las llaves en su bolsillo llamó a la puerta, iba a darle el beneficio de la duda. Esperaba no ser testigo de algo desagradable.

Estaba a punto de sacar las llaves cuando la puerta se abrió.

—¿Qué coño haces aquí?

—Modera tu lenguaje. Y déjame pasar.

—Ni lo sueñes. Esta casa ya no es tuya. Adiós.

Thomas resopló. Había dejado buen recuerdo, estaba claro.

Decidido a no soportar tonterías empujó la puerta y se coló dentro.

—¿Dónde está Olivia?

—Donde a ti no te importa.

—¿Sabes? Quizá me plantee lo de ser tu tutor legal. Necesitas mano dura.

—Vete a freír espárragos.

Comprobó por sí mismo que Olivia no estaba en casa y después volvió a preguntar a su hermana:

—¿Está trabajando, o aún estáis de vacaciones? —inquirió con sarcasmo.

Julia pensó la mejor respuesta para deshacerse de él. Ni loca iba a permitir que se acercara de nuevo a su tía.

—Está con Juanjo. Mirando casas.

—¿Con el Pichurri? —Puso cara de incredulidad, pero en seguida se dio cuenta de la maniobra de su hermana—. Voy a buscarla, estoy seguro de que la encontraré trabajando. Cuando vuelva, vamos a tener una conversación seria tú y yo sobre comportamiento y modales.

—¿Tomaremos té mientras tanto? —se guaseó ella.

—Excelente idea. Me voy.

—¡Un momento! Espera, no quería decírtelo pero, bueno, sí, está trabajando, aunque… —Interpretó a la perfección su papel de adolescente arrepentida—. Ha ido a casa de una clienta. No está en el salón de belleza.

«Ésta se cree que soy tonto», pensó Thomas.

—¿Tienes la dirección?

—Sí, espera un segundo.

Cuando Julia bajó de su habitación con la dirección inventada en un papel, Thomas ya se había marchado. Así que agarró el teléfono y llamó a su tía.

—Mierda —murmuró al oír la mecánica voz del operador informando de que estaba apagado.

Dudó unos instantes si llamar a Martina, pero era como llamar a los bomberos, revolucionaría a todo el pueblo.

Por otro lado, ¿qué forma tenía de hablar con su tía y avisarla?

—¡Juanjo! —exclamó de repente como si fuera su salvador.

Sin perder un segundo lo llamó y éste se mostró dispuesto a ayudarla. Entre los dos evitarían que Thomas consiguiera acercarse a ella.

Nada más oír el sonido de la campanilla, Martina se volvió para saludar a la nueva clienta, aunque dudaba mucho que viniera a hacerse unas mechas o una permanente.

—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarte?

—Buenos días. He venido a buscar a Olivia, si eres tan amable de llamarla.

—Acaba de salir, tenía que ir a hacer unos recados. No creo que tarde mucho —apuntó la siempre servicial futura mujer de Pichurri.

La impaciencia empezaba a consumirlo ¿Es que nada podía salir bien? ¿Todo tenían que ser obstáculos?

No, si al final esa metomentodo que tenía por hermana iba a tener razón.

Tenía dos opciones: una, esperar sentado en una cafetería hasta que Olivia apareciera, sin saber exactamente el tiempo que eso supondría; o dos, coger el toro por los cuernos.

Ya que iba a esperar, por lo menos se aseguraría de que ella no pudiera escapar.

—Resérvame hora con ella —pidió mirando a la jefa.

Martina lo miró con desconfianza.

—¿Hora?

—Sí, en cuanto llegue… —Una señora que esperaba debajo de uno de esos secadores infernales lo miró y le hizo darse cuenta de que debía ser más discreto. Así que hizo un gesto a Martina para que se acercara y así no dejar testigos—. Ella se encarga de las limpiezas de cutis y de los masajes, ¿no?

—Sí, claro, pero… —titubeó Martina.

—Hagamos un trato. Yo no le hablo a Olivia de sus derechos labores ni le informo sobre pasos que dar para obtener mejor remuneración, y tú me pones el primero de la lista de clientes.

—¿Te viene bien ahora mismo? —preguntó Martina sin ni siquiera mirar el libro de visitas.

—Perfecto.

—Acompáñame. —Le hizo un gesto y se encaminó hacia una de las puertas del fondo—. En cuanto vuelva, le digo que te atienda.

Entró en el cuarto acondicionado para tratamientos faciales, depilaciones y masajes.

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