Treinta noches con Olivia (36 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Era cruel y ella no quería derrumbarse, así que se zafó, se levantó y tuvo suerte de no caerse pues se tambaleó levemente. Sin mirar atrás, abrió la puerta con suavidad y la cerró del mismo modo.

Era toda una despedida.

Thomas se deshizo del condón murmurando unos cuantos juramentos. Después, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana.

Se asomó y contempló la noche. Volvió a jurar, esta vez de forma más creativa.

Ella había fingido su orgasmo.

Al día siguiente a aquellas horas estaría de nuevo en su casa.

Eso era lo único que importaba.

50

El señor López, inasequible al desaliento, lo había llamado a primera hora de la mañana para recoger unos últimos documentos. Thomas dudaba de si con la intención de hacerle variar de opinión, agotando el último cartucho, pero no hubo suerte.

Si esperaba que una especie de conversión milagrosa hiciera efecto en su decisión, iba muy desencaminado.

Tenía todo dispuesto para largarse de Pozoseco. Ya nada ni nadie lo retenían allí. Si se lo repetía hasta la saciedad quizá fuera más fácil creer que era una verdad universal.

Se dirigió por última vez a la cafetería donde había ido a desayunar durante el último mes. Conociendo a los habitantes de aquel pueblo, seguro que todos estaban ya al corriente de lo ocurrido en el despacho del notario, por lo que ni se molestó en despedirse. Únicamente dejó una buena propina.

A media mañana volvió a la casa para recoger su maleta y demás equipaje, sabiendo de sobra que a esas horas no se encontraría con nadie.

Bajó todas sus pertenencias y echó un último vistazo a la casa.

Estaba siendo un jodido sentimental.

—Nunca pensé que fueras un cobarde…

La voz de su hermana desde la cocina lo hizo detenerse. A primera vista, puede que tuviera razón, pero sabía mejor que nadie que era la mejor forma de marcharse: armando el menor ruido posible.

Lo mejor era pasar por alto ese comentario.

—… Pero te vas por la puerta de atrás, sin hacer ruido, como la rata que eres, huyendo, sin dar la cara —continuó Julia con amargura.

Dejó la maleta junto a la puerta y entró en la cocina.

Y allí estaba su hermana, sentada a la mesa, removiendo un vaso de leche. Para su edad tenía una actitud bastante madura. La respetaba por eso, aunque fuera contraproducente. Pero él se iba, ya no le afectaría nunca más.

—Pensé que te alegrarías —dijo sarcástico. Se apoyó contra la encimera y miró el reloj. Todavía podía perder unos minutos.

—Y no sabes cuánto. —Movió de nuevo su Cola Cao con la cuchara—. La idea de perderte de vista es la mejor noticia del verano. Pero yo no soy tan egoísta como tú, me preocupo por las personas a las que quiero. A mí me importa una mierda si te vas, pero a mi tía, que es la persona que más quiero en el mundo, le has hecho mucho daño y tú no te mereces que ella sufra por ti.

Thomas analizó lo que acababa de escuchar desde todos los puntos de vista. Ya carecía de sentido negar lo obvio.

—Joder, ésta sí que es buena. ¿Tú? ¿Precisamente tú me vienes con ésas?

—Sí, yo. ¿Qué pasa? —le espetó con esa actitud tan chulesca de la que hacía gala cuando se enfadaba—. Por ella soy capaz hasta de soportarte, por verla feliz hasta te aguantaría.

—Manda huevos… —exclamó sin poder dar crédito—. Te las has ingeniado para no dejarnos a solas, me has tenido ocupado con un trabajo de mierda para el instituto lleno de errores, cuando tenías otro perfectamente redactado con el único propósito de que no me acercara a Olivia. —La miró y se sintió orgulloso, ni siquiera había pestañeado cuando él lo mencionaba—. Te las has apañado para que no me acercase a ella. Me hiciste hacer una promesa de mierda… ¡Y ahora me dices que huyo! ¡Joder, no hay quien te entienda!

—Solamente quería que no la trataras como a un rollo fácil. Si no te hubiese puesto obstáculos no te hubieras ni molestado. Así, por lo menos te has esforzado un poco. Los hombres sois unos imbéciles, siempre perseguís lo que se os resiste.

Eso sí que no se lo esperaba.

—¡Maldita sea! Pero ¿tú de qué vas?

—Tenía un novio, iba a casarse con él pero no sé por qué se fijó en ti. Tú no me gustas ni un pelo para ella, pero quiero a mi tía. Es la única familia que tengo. —Miró intencionadamente con la vana esperanza de escucharlo decir «Yo también soy tu familia»—. Papá murió con la ilusión de que nos lleváramos bien, pero soy realista. No te molestaste en venir a verlo, a pesar de que él intentó ponerse en contacto contigo mil veces. Sé que te llamó y siempre rechazabas sus llamadas. Él te defendía, presumía de ti y tú lo único que hiciste fue despreciarlo.

—No sabes de lo que estás hablando —arguyó, conteniéndose para no estallar. Estaba claro que sólo conocía una versión, lógicamente la más suave de la historia.

—Sí lo sé, porque hablaba con él, lo escuchaba. Me contaba lo mucho que te echaba de menos y, aunque intentaba disimular, sé que le dolía profundamente tu desprecio. Él no se merecía ese trato.

Thomas no quería entrar al trapo, pero ya estaba más que harto de acusaciones infundadas.

—¿Sabes cuándo lo vi por última vez? ¿No te lo dijo? —preguntó ya totalmente enfadado, sin medir exactamente las consecuencias de lo que estaba a punto de decir—. Estaba tirado, en una boca de metro, entre basura y cartones, esperando que le cayeran algunas monedas para seguir emborrachándose. —Notó que su hermana estaba a punto de llorar—. Ni siquiera me detuve, hice como si fuera uno de tantos que se ven cada día pidiendo por las calles. —Estaba siendo deliberadamente cruel con una niña de apenas quince años, pero había destapado el frasco de sus emociones. Muchos años de amargura y resentimiento estaban a punto de salir a la superficie—. Seguí mi camino sin importarme nada de lo que le ocurriera. Durante mucho tiempo, mientras leía los diarios, pensé que me encontraría la crónica de un vagabundo muerto con sus iniciales junto al titular. Y no sentía nada. Continué con mi vida como si no existiera. No me importó mentir y decir que no tenía padre. Así que, cuando me enteré de su muerte, me dejó frío. No me afectó.

—¡¿Cómo puedes ser tan cabrón?! —estalló sin contener las lágrimas por todo lo que había escuchado—. ¡Te odio! ¡Eres un malnacido! ¿Es que no se merecía una segunda oportunidad?

—¿Segunda oportunidad? —preguntó de forma retórica. Ya no había manera de aplacar sus demonios internos—. ¡No me jodas!

—Sí, una segunda oportunidad —le gritó—. Todo el mundo tiene derecho a rehabilitarse, a cambiar de vida. Él lo hizo.

—Claro, claro —murmuró en plan despectivo—. Y ¿quién le dio una segunda oportunidad a mi madre?

Julia se quedó mirándolo, en silencio, por la forma en que lo había dicho estaba claro que era un tema muy doloroso. Ella bien sabía lo que era perder a una madre.

—¿No dices nada? —continuó él con voz afilada—. ¿Eso no te lo contó?

—Sé… sé que murió —murmuró.

—Ya veo. Qué listo, se cuidó muy mucho de esconder sus miserias en ese milagroso proceso de rehabilitación —aseveró cada vez más dolido y sin importarle el daño que su falta de tacto podía causar en Julia.

—Yo… lo siento…

—¿Lo sientes? —se burló él—. No tienes ni puta idea de la clase de padre que por desgracia teníamos.

—Sí, lo siento, yo también sé qué se siente.

—Mi madre murió gracias a una combinación de paliza diaria y fármacos para el dolor. Él se encargó de que viviera en la miseria, maltratándola, pegándole cuando no conseguía dinero para beber, denigrándola cuando estaba borracho. Vivíamos gracias a la caridad de las vecinas. ¿No lo sabías? ¿No te lo contaba todo?

—Yo… —Julia contenía a duras penas las lágrimas.

—Cuando mi madre murió, por fin pudo descansar y entonces fui yo quien soportó todo, quien iba al instituto cuando podía y soportaba las burlas de los demás. —Thomas se detuvo un instante y observó a su hermana. Estaba claro que a partir de ese instante ya no podrían volver a intentar reconciliarse. Reconoció para sí que tanto las palabras empleadas como el tono habían estado fuera de lugar. Ella no era culpable de los pecados del viejo—. Cuando cumplí los dieciocho me largué de casa. No volví —añadió ahora en tono más suave—. No quería saber nada de él. Me propuse no volver a aquel agujero y trabajé para pagarme los estudios. —Terminó sentándose en una silla, decían que hablar de lo que a uno le sucede resulta liberador… Pues él se sentía como una auténtica mierda.

Julia no tenía nada que añadir. Mientras lo escuchaba intentaba conciliar el recuerdo de su padre, cariñoso y trabajador, con el hombre que su hermano describía.

Miró a Thomas y lo recordó. Tenían gestos y expresiones muy similares. Sin embargo, eran tan diferentes…

—Así que no tienes ni puta idea de lo que hablas. Puede que fuera un buen padre para ti, aunque no estoy tan seguro. Tenía un montón de dinero en el banco y, sin embargo, vivís aquí con lo justo. ¿Cómo explicas eso? —preguntó. De perdidos, al río…

—¡Fue por mi madre! —le gritó colérica y dolida—. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, dejó de gastar dinero en la casa y ahorró todo lo que pudo por si era necesario buscar otros médicos —le escupió defendiendo a su padre.

Thomas comprendió que, tras ese extraño intercambio de información, el daño era ya irreversible. Todo cuanto se dijera estaría contaminado y sólo causaría más dolor.

—Será mejor que me vaya. —Él se puso en pie. Ya estaba todo dicho.

Cuando Julia oyó el ruido del motor arrancando murmuró:

—Buena suerte.

51

Cuando Olivia llegó a casa después de su jornada laboral sabía quién no iba a estar. Había tenido la mala suerte de estar rodeada de Radio Macuto. Aunque, en ese caso, ella había sido testigo de primera mano. Había visto un llamativo BMW salir por la carretera en dirección a la autovía.

En el salón esperaba su sobrina, con evidentes signos de haber llorado. Tenía los ojos hinchados y aún moqueaba.

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —corrió a su lado, sentándose en el sofá junto a ella.

—Nada. Simplemente estoy de bajón.

Olivia no se lo creyó pero, justo cuando iba a preguntar de nuevo, llamaron a la puerta.

—Vaya por Dios. —Se levantó para abrir la puerta—. ¿Quién será ahora? —Bajó la manilla y se encontró a quien menos se esperaba.

—¿Puedo pasar?

—Sí, cómo no. —Se apartó para dejarlo pasar y le hizo un gesto para que entrara en el salón—. ¿Le apetece tomar algo?

—No, gracias. Sólo he venido a traeros estos papeles.

—No hacía falta que se molestase, señor López.

—Lo sé, pero me gustaría explicaros unas cosas.

Julia disimuló su semblante cariacontecido al ver entrar al abogado de su padre. No hacía falta ser un lince para saber qué tema quería tratar.

El abogado tomó asiento y sacó varias carpetas. Olivia se acercó rápidamente para apartar los mil cachivaches que siempre tenían por allí desperdigados y hacer sitio.

—Os he traído una copia de las disposiciones que el señor Lewis, tu hermano, como tutor legal ha dejado —anunció el señor López mirando a Julia—. Antes de nada, debo deciros que he intentado por todos los medios que cambiara de opinión, pero no ha sido posible. También he de dejar claro que no estoy para nada de acuerdo con lo aquí expuesto.

—No se preocupe —lo tranquilizó Olivia. Fuera lo que fuese que había hecho no se sorprenderían, lo conocían de sobras. Prefirió no expresar en voz alta ese pensamiento, aunque la mirada que cruzó con Julia fue evidente.

—Bien. En primer lugar, al renunciar como tutor legal de Julia, ha especificado que dicha tutoría la ejerzas tú, Olivia. A partir de este momento, tu sobrina estará bajo tu tutela.

—Eso me parece bien —murmuró la aludida.

—Entendiendo que eso supone un esfuerzo para ti deja estipulado que la mitad de esta propiedad pase a tu nombre, renunciando el señor Lewis a ella. Ya he iniciado los trámites pertinentes.

Ambas se miraron sorprendidas, eso no se lo esperaban.

—El otro cincuenta por ciento, como es lógico, pertenece a Julia —continuó el abogado—. Respecto a los fondos de inversión y las cuentas bancarias, ha dispuesto que se os entregue una cantidad mensual hasta la mayoría de edad de Julia. En ese momento, ella podrá disponer de todo el capital, a excepción del veinticinco por cierto que será para ti, Olivia.

Otra sorpresa más. Esperaban que las dejara con lo justo, así que, cuando vieron la cantidad mensual reflejada en el papel, se miraron y se dieron cuenta de que, a partir de ahora, llegar a fin de mes sería más fácil.

—También ha acordado entregaros una cantidad, aquí está el talón bancario, para realizar las reparaciones más urgentes que consideréis oportunas, os deja total libertad para ello.

Julia cogió el cheque y le dio la vuelta disimuladamente para que su tía viera la cifra. Ésta arqueó la ceja. Estaba claro que su generosidad se basaba en el lamentable estado de la casa.

—Esto es lo más importante. —Empezó a recoger los papeles y entregó una de las carpetas a Olivia—. Si tenéis alguna duda o necesitáis que os aclare algo…

—No, de momento creo que hemos entendido lo más relevante.

—Muy bien. Cuando todos los trámites legales pendientes finalicen os avisaré.

—Gracias por todo.

Olivia acompañó al abogado hasta la puerta y, justo cuando iba a abrir, llamaron.

—Vaya, hoy esta casa parece una romería.

—Buenas —dijo el visitante—. Vengo a entregar un pedido.

—¿Un pedido? —preguntó Olivia, desconcertada—. Pedro, yo no he comprado nada en tu tienda.

—¿No? —Buscó en el bolsillo trasero de sus pantalones de faena y sacó un folio arrugado.—. Yo no tengo muchos estudios, pero aquí pone bien claro tu nombre y tu dirección.

—Que no, que te estás confundiendo.

—A mí no me líes. Además no me he venido con la furgoneta cargada de colchones para darles un paseo. El pedido está a tu nombre y pagado. Así que yo voy a ir descargando que luego se me hace tarde. Acompáñame a las habitaciones, también tengo que recoger los somieres y llevármelos al punto verde para reciclar.

—Pedro, ¿qué haces aquí? —preguntó Julia acercándose a la entrada.

—Parece que nos van a redecorar la casa —respondió Olivia sin perder de vista al repartidor, que ya se estaba escapando escaleras arriba.

Ninguna de las dos se percató de la marcha del abogado, ya que acompañaron a Pedro en su misión de cambiar sus equipos de descanso. Cuando éste acabó, le ofrecieron una cerveza bien fría por el esfuerzo de bajar tres somieres y tres colchones por la escalera, y repetir el proceso, a la inversa con los nuevos.

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