Treinta noches con Olivia (13 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Y procedió a ello.

Para castigarla, empezó de forma perezosa, entrando y saliendo lentamente, creando una cierta fricción, aunque insuficiente, rozándola, pero como un susurro; hay que prestar toda la atención si quieres enterarte.

Olivia se percató inmediatamente de su juego, iba a dárselo, pero en pequeñas dosis, para ir creando la adicción hasta que fuera ella misma quien pidiera a gritos más. Y como esa palabra entraba dentro del catálogo de las autorizadas, no tendría reparos en utilizarla en caso de ser necesario.

Lo que sí seguía inquietándola era la reacción de su cuerpo. Nadie mejor que una misma para conocerse, así que, cómo explicar que Thomas, en una postura tan poco adecuada y con unos movimientos tan lentos y casi descuidados, estuviera consiguiendo que ella reaccionara positivamente. Le había visto la polla, nada para llevarse las manos a la cabeza ni para cerrar las piernas, una cosa de lo más estándar. Y sin embargo sabía muy bien cómo conducirla a ese estado de no retorno y conseguir que pidiera más.

La opción de verlo con las manos en el fregadero durante toda la semana se fue desvaneciendo a medida que él dosificaba sus impulsos, pasando de acometidas suaves a otras mucho más profundas, friccionando y estimulando todas sus terminaciones nerviosas internas.

Y sus manos…

¡Qué hombre! No era de esos que se conforman con tocarte un poco para arrancar, sino que no dejaba de acariciarla, en el cuello, con lentas pero certeras caricias, en sus pezones… Primero con las yemas de sus dedos, preparándolos para algo más intenso, pequeños tirones que la encendían tanto o más que las penetraciones.

Y su boca…

Ésa era otra baza muy bien aprovechada. Podría tildarlo de besucón, de acuerdo, pero había que reconocérselo, sabía dónde posar sus labios y en qué momento. Su cuello parecía el lugar preferido.

No podía permanecer por más tiempo pasiva. ¿Qué iba a pensar de ella?

Bajó la mano por su espalda hasta llegar a su trasero, él se sobresaltó un instante, pero no la apartó, clavó sus dedos, hum, firme, muy firme. Después quiso aventurarse un poco más, y movió sus curiosos dedos hasta la separación de sus nalgas.

Recordaba haber leído en algún sitio que los hombres eran muy sensibles en esa parte, aunque pocos se atrevían a reconocerlo o a explorarlo. Ella iba a salir de dudas en medio minuto.

—¿Qué haces? —preguntó él en medio de un gruñido. Nadie le había tocado allí. Y quería que siguiera siendo así.

—Participar —murmuró ella.

—Pues participa en otro sitio… ¡Oh, joder…! —Su queja inicial perdió fuelle cuando ella presionó delicadamente su ano.

—¿Decías?

Thomas, reconoció que no estaba preparado para admitir tal intrusión, pero ¡la hostia! Era como un chute de adrenalina.

Ella le sonrió, complacida principalmente por dos motivos: había comprobado su teoría, él se había dejado y encima recibía los beneficios colaterales, ya que, a partir de aquel momento, él cogió más brío, más fuelle, perdiendo definitivamente la apuesta.

Y ella preocupada…

17

Thomas cayó como un peso muerto, aplastándola y jadeando junto a su oreja. El hombre se había esforzado de lo lindo, eso estaba claro. Así que, dejando a un lado que pedirle que se apartara era una grosería, tampoco le importaba el hecho de sentirlo encima.

Ambos, empapados en sudor, estaban demasiado impactados por cómo transcurrían las cosas como para ponerse a hablar. Decir en voz alta lo que ninguno quería admitir: demasiado bueno e intenso para ser verdad era comprometerse.

Al final fue él quien se movió. Le hubiera gustado quedarse más tiempo en aquella postura, pero la seguridad manda y no podía arriesgarse a que se escapara nada del condón así que se deshizo de él y lo dejó junto con las demás pruebas fehacientes de lo ocurrido la noche anterior.

Si unas horas antes alguien le hubiera mencionado que iba a tener un maratón sexual de esa índole se hubiera muerto de la risa. Joder, ya ni se acordaba de lo que era follar así.

La miró de reojo. Ahora vendrían las mentiras, en forma de críticas, pero le daba exactamente igual. Más que nada porque nadie consigue falsificar un orgasmo de forma tan realista. Aunque seguía preocupado por la intrusión de un dedo donde nadie lo había tocado antes. No sabía si sentirse molesto por su atrevimiento, aunque, en realidad, lo más sorprendente del caso había sido su reacción, otra sorpresa más para su lista. Desde luego confirmaba que Olivia tenía un buen bagaje a sus espaldas.

La puerta se abrió sin darles tiempo a nada.

—¿Se puede saber qué ha pasado para que dejes toda la ropa tirada en…? —La voz de Julia se desvaneció, abrió los ojos como platos y se aferró a la manilla de la puerta como si quisiera tener un punto de apoyo para no caerse redonda ante lo que estaba viendo.

Pillados in fraganti, cada uno intentó salvar la situación como pudo, sin preocuparse por el otro.

Thomas agarró rápidamente una almohada, se sentó y se cubrió con ella.

Olivia, por su parte, saltó de la cama y consiguió taparse de mala manera con la sábana.

Ambos miraron a la inesperada visita, que sostenía en su mano la ropa que ambos habían dejado esparcida en la escalera en su afán mutuo por desnudarse y llegar al dormitorio.

—¡¿Cómo has podido?! —estalló Julia mirando a su tía.

—Cariño… verás…

—¡Con este… gilipollas! —Señaló al interfecto sin mirarlo.

—¡Oye!

—Yo no… quería… bueno… esto…

—¡No me lo puedo creer! —La rabia de la adolescente iba en aumento a la par que su voz—. ¡¿Tienes al mejor hombre posible a tus pies y vas y te acuestas con este… idiota?!

—Un momento… —El idiota intentó meter baza.

—Julia, es complicado, a veces… ocurren cosas que…

—Podría entender que hubieras buscado otro, pero este… este…

—Cuidado con lo que vas a llamarme.

—… Estirado de mierda. —Eso era diplomacia, sí señor—. Es algo incomprensible. ¡Por favor!

—Ya vale.

—Tú, arrogante de mierda, cállate —le espetó a su hermano y miró de nuevo a su tía—. Habíamos quedado en que era un presumido, un relamido, un chulo… ¿Cómo has acabado cayendo tan bajo?

—Se acabó. —A pesar de su desnudez se puso en pie, eso sí, tapado convenientemente con la almohada, dejando la visión de su culo a Olivia. Estaba seguro de que en esos instantes no prestaba atención a esa parte de su cuerpo ni a ninguna otra—. Ahora mismo vas a cerrar esa jodida puerta, la cual, por cierto, podrías haberte molestado en golpear antes de entrar. Claro que es evidente que tu educación hace aguas por todos los lados —dijo Thomas serio.

—¡Imbécil! —le gritó su hermana, colérica.

—Lo que tú digas —respondió con marcada indiferencia—. Vas a dejar que tu tía y yo nos vistamos y después puedes decir todas las estupideces del mundo que quieras, pero a mí me dejas al margen, ¿de acuerdo?

—¡Cretino! ¡Amargapepinos!

—Julia, por favor… —intervino Olivia.

—¡Como quieras! —Arrojó con rabia la ropa intentando dar en la cara de su hermano, pero su ofuscación era tal que no acertó. Después cerró de un portazo, haciendo vibrar el marco.

—¡Todo es culpa tuya! —le recriminó Olivia inmediatamente, mientras se agachaba a recoger su ropa y vestirse para salir pitando de allí.

—¿Cuántos años tienes? Joder, que somos adultos. Por mucho que insistas, ni pienso sentirme culpable ni mucho menos pienso aguantar los insultos de una niñata maleducada y malhablada.

—Mira quién fue a hablar —murmuró sin mirarlo, vistiéndose a toda prisa.

Thomas, también hacía lo propio, pero se negaba a dejar pasar ese desagradable asunto por alto.

—Y vas lista si piensas que voy a pedirle perdón o algo semejante. —Con su camisa en la mano abrió la puerta y añadió—: Voy a darme una ducha, espero que al menos una de las dos tenga la decencia de hacer café —dicho lo cual cerró tranquilamente.

Olivia se apresuró y bajó a la cocina, donde su sobrina daba vueltas a un vaso de leche con cacao de forma ruidosa.

Nada más entrar, Julia volvió a la carga.

—Dime que habías bebido, o que te engañó, o que te drogó…

—Cálmate, por favor. —Se sirvió una taza de café sin molestarse en comprobar si quedaba suficiente para ese majadero. Tras dar el primer sorbo continuó—: No hagas un drama de todo esto. Ha pasado y punto.

—¿Cómo puedes decirme eso? Estamos hablando de mi hermano, el hombre más desagradable del mundo, al que habíamos acordado hacer el vacío, el que pretende dejarnos en la calle…

—Escucha, hay veces que ocurren las cosas sin explicación.

—No me vengas con ésas. He visto cómo muchos del pueblo te invitaban a salir y siempre les decías que no. He visto cómo Juanjo intentaba arreglar las cosas contigo… ¡Cuando se entere! ¡Ay, Dios mío, ahora ya no querrá volver contigo!

Olivia sopesó esa idea, algo positivo de todo ese lío. Pero no podía compartirlo con su sobrina, jamás lo entendería, así que intentó suavizar la situación.

—Yo soy la que no quiero volver con él.

—¿Por qué? Él te quiere, me lo ha dicho.

Maldito Juanjo, sobornando a su sobrina para congraciarse. ¡Otro gilipollas!

—Ésa no es la cuestión. Él y yo… bueno… no nos sentimos bien juntos, cada uno quiere cosas diferentes.

—Ya veo. Y tú has decidido liarte con uno muy distinto, ¿no? Con el más presuntuoso, el más estúpido y el más insoportable. ¡No lo entiendo, de verdad que no!

—Yo tampoco —dijo en voz baja—. Olvidemos este desagradable asunto, por favor.

—¿Cómo voy a olvidarlo? Llego a casa un domingo por la mañana y me tropiezo con tu ropa tirada en la escalera, lo cual es muy extraño, y cuando llego a tu habitación… ¡Vaya panorama que me encuentro! Los dos desnudos. Y no soy tan tonta para no saber qué ha pasado. No lo entiendo, de verdad que no. Se supone que para hacer «eso» tienes que estar enamorada— aseveró Julia.

Olivia sonrió ante la ingenuidad de la chica. Ahora no era el momento de desmontar sus teorías románticas, seguramente la vida, dentro de no mucho, se encargaría de ello.

—No siempre, a veces…

—¿Queda café? —interrumpió Thomas.

El destinatario de tales calificativos entró en la cocina, recién duchado, fresco como una lechuga y sin rastro de arrepentimiento, cosa que en la cara de Olivia se reflejaba perfectamente.

—No —respondió su hermana—. Creo recordar haberte dicho que ningún pobre necesita criado.

—No me toques los cojones, bonita. Todavía puedo ejercer mi papel como tutor legal y mandarte interna a un colegio para que te enseñen a ampliar tu singular vocabulario y te metan en vereda.

—¡¡Eres un cabronazo!! —le respondió su hermana a gritos.

—Tú sigue así y verás —replicó él, indiferente. Se dispuso a hacer café.

En la cocina reinaba el silencio, la tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo jamonero. Cada uno de los presentes estaba sumido en sus pensamientos.

Julia miraba alternativamente a los dos, intentando comprender qué pudo pasar para que ambos acabaran juntos.

Olivia removía su café, nerviosa y sobre todo molesta por la actitud de él. Al menos podía mostrarse un poco más dialogante y no avasallar.

Thomas, pasando olímpicamente de ambas, se preparó su desayuno y se sentó a un lado de la mesa, cogió una revista y se dispuso a leerla.

Julia no podía aguantar por más tiempo.

—¿Qué pasa, que ese paquete de magdalenas lleva tu nombre? —De esa forma tan abrupta interpeló a su hermano. Buscaba guerra, evidentemente.

Él, sin entrar al trapo, cogió la bolsa y se la pasó educadamente, consiguiendo con ello irritarla aún más.

—Métetelas donde te quepan —respondió rechazando su ofrecimiento.

—Esa actitud tan agresiva no te llevará a ningún lado —murmuró él pasando página como si nada—. A no ser que pretendas ser la más marimacho de tu pandilla.

—Gilipollas…

—Ya está bien —intervino Olivia—. Es tu hermana, lo menos que podrías hacer es mostrarte un poco más comprensivo y menos arrogante. Tiene derecho a estar enfadada.

El interpelado la miró y dijo:

—En general, me importa un pimiento su opinión, así que no veo por qué iba a ser diferente en este caso. Además, viviendo contigo no debería sorprenderse. Lo extraño es que aún no haya aprendido a llamar a las puertas.

—¡Serás cabrón! —exclamó Olivia, levantándose para dejar su taza en el fregadero—. No tienes derecho a hablarme así, ¿me entiendes?

—Pues madura, querida, parece que seas tú la adolescente.

—Aquí el único infantil eres tú. No entiendo cómo he podido ser tan estúpida.

—Reconocer los fallos es un comienzo.

Julia, que contemplaba el rifirrafe verbal de ambos, cada vez entendía menos lo sucedido. Su tía no era así, tan agresiva; normalmente era cariñosa, dialogante y pacífica. Por lo que llegar a comprender cómo habían acabado juntos resultaba cada vez más intrigante.

Normalmente, cuando los adultos quieren estar juntos se lanzan miraditas, se dedican cumplidos… esos dos también lo hacían, pero se lanzaban miradas que matan y adjetivos de lo más destructivos.

Olivia le recriminaba su actitud déspota e insufrible, y él respondía con los supuestos problemas mentales de ella. Thomas la acusaba de ser una mujer sin juicio propio y ella le replicaba con un «¡Que te jodan!».

Eso no era lo que se esperaba de dos adultos que supuestamente se atraían hasta el punto de dormir juntos. Pintaba extraño, raro, pero que muy raro.

Cuando él iba por la acusación de «Mira a ver si te buscas un buen psicólogo» y ella estaba en «Te lo buscas tú, don presumido», decidió intervenir.

—Prometedme una cosa —dijo Julia interrumpiéndolos.

—No —respondió rápidamente él.

Miró a su tía y decidió darle una oportunidad.

—Prometedme que no os vais a volver a acostar juntos.

—Por supuesto. Es una excelente idea —aceptó Olivia.

Thomas las miró a ambas, confirmando su teoría: esas dos estaban locas de atar.

Terminó su desayuno, recogió su taza, que fregó educadamente, guardó las magdalenas de la discordia y las dejó allí plantadas.

18

Había sido un día bastante aburrido en el salón de belleza y Olivia estaba mirando el reloj ansiosa por marcharse de una vez. Sólo estaban la dueña, Celia y ella. Y la verdad era que no le apetecía para nada ponerse al día en cuanto a cotilleos se refiere, más que nada porque ella era el centro de los mismos.

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