Tras el incierto Horizonte (42 page)

BOOK: Tras el incierto Horizonte
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Se puso manos a la obra antes de haber tomado una última decisión. Su gran carcasa metálica cambió de posición y se volvió, y a continuación se deslizó a lo largo de la caverna en dirección a los anchos pasillos que conducían a la sala de controles. Una vez allí, estaría seguro. ¡Que fueran allí si se atrevían! El zafarrancho estaba listo. El enorme esfuerzo que debía realizar al deslizarse sobre sus mecanismos de traslación le obligaban a moverse de modo torpe y poco seguro, con lentitud y sin constancia. Pero le quedaba aún suficiente energía. Podría bloquear él mismo la entrada, y entonces, que intentaran aquellas pobres criaturas de carne y hueso lo que quisieran...

Se detuvo. Ante él, una de las máquinas de corrección de muros estaba plantada, fuera de su sitio. Estaba justo en el centro del corredor, y detrás de la máquina...

Si hubiera estado un poco menos agotado, si hubiera sido una fracción de segundo más rápido... pero no. El rayo de luz del corredor de muros le golpeó en plena frente. Quedó ciego. Quedó sordo. Sintió como sus protuberancias externas se chamuscaban, y como los cilindros sobre los que se deslizaban se fundían y quedaban pegados al suelo.

El Patriarca ignoraba cómo sentir dolor. No podía sentir su alma llenarse de angustia. Sólo sintió que había fallado.

Aquellas pequeñas criaturas de carne y hueso se habían hecho con el control de su nave, y su plan se interrumpía para siempre.

16
LA PERSONA MÁS RICA DEL MUNDO

Me llamo Robín Broadhead y soy el individuo más rico de todo el sistema solar. El único que se me acerca es el viejo Bover, y seria casi tan rico como yo si no hubiera malgastado la mitad de su dinero en la demolición y reconstrucción de los barrios económicamente más deprimidos y gran parte del dinero de la otra mitad que le quedaba en la realización de una atentísima búsqueda en el espacio transplutoniano, con el fin de encontrar la nave de su mujer, Trish. (Lo que tenga pensado hacer con ella si es que la encuentra, no soy
capaz
de imaginármelo.) Los supervivientes de la expedición Herter-Hall están también podridos de dinero. Cosa de la que me alegro, sobre todo por lo que se refiere a Wan y a Janine, que tienen que resolver su extraña relación en un mundo complejo y poco acogedor. Mi esposa, Essie, goza de la mejor salud. La amo. Cuando yo muera, o sea cuando ni siquiera con el Certificado Médico Completo logren volver a recomponerme, entrará a funcionar un plan que he ideado para que se ocupen de otra persona a la que también amo, por todo lo cual me siento satisfecho. Prácticamente todo existe para mi entera satisfacción. Sólo Albert, mi programa científico, constituye una excepción, ya que trata de explicarme a toda costa el principio de Mach.

Cuando despegamos del Paraíso Heechee, lo hicimos con las manos llenas. Había dado con la manera de controlar las naves Heechees, con la manera de construirlas, que es todavía más importante, y con la teoría gracias a la cual es posible viajar más rápido que la luz. No, no tiene nada que ver con el hiperespacio o con la «cuarta dimensión». Es bien sencillo. La aceleración multiplica la masa, ha dicho Einstein. Quiero decir, el de verdad, no Albert. Pero si la masa es igual a cero, da igual la cifra por la que la multipliques: sigue siendo cero. Según Albert, la masa puede crearse, y lo demuestra a través de principios lógicos: si existe, puede crearse. Por lo tanto, puede destruirse, ya que lo que es puede dejar de ser. Ese es el secreto Heechee, y con la ayuda de Albert para poner a punto el experimento y la de Morton para que obligara a los de la Corporación de Pórtico a sufragar los gastos, lo pusimos a prueba. No me costó un céntimo; una de las grandes ventajas de ser multimillonario es que no tienes que tocar tu capital. Lo único que tienes que hacer es que otros lo gasten por ti, y para tal fin es para lo que se han creado los programas de asesoría jurídica.

Así, pues, enviamos dos Cinco al espacio desde Pórtico. Una estaba sólo programada para permanecer en espacio y llevaba dos personas y un cilindro de aluminio sólido, para medir espectros, a bordo. La otra llevaba una tripulación completa, lista para llevar a cabo una prospección de las habituales. La nave que llevaba el instrumental contenía además un sistema de filmación en directo, de tres cámaras: una apuntaba al cilindro que media las oscilaciones de los campos gravitacionales; otra apuntaba a la otra Cinco; la tercera, a un reloj digital de átomo de cesio.

Según yo lo veo, el experimento no demostró nada. La segunda nave empezó a desaparecer y el cilindro registró su desaparición. ¡Vaya por Dios! Pero Albert estaba encantado.

—¡La masa de la nave empezó a desaparecer antes de que la nave lo hiciera, Robin! ¡A cualquiera podía habérsele ocurrido realizar esta prueba en los últimos doce años, Dios mío! ¡Nos van a conceder una bonificación de al menos diez millones de dólares!

—Que nos servirán para cubrir gastos menores —dije yo.

Me desperecé, bostecé y rodé por encima de 1# cama para besar a Essie, porque dio la casualidad de que estábamos en la cama.

—Qué interesante —dijo Essie con voz amodorrada mientras me besaba.

Albert sonrió, en parte debido a que Essie había reajustado su programación, en parte porque sabía tan bien como yo que aquella muestra de interés por parte de Essie era cortésmente falsa. A mi Essie no le interesaba demasiado la astrofísica. Lo que sí le interesaba y mucho, era la posibilidad de trabajar con las inteligencias artificiales Heechees. Llegó a trabajar con ellas hasta dieciocho horas al día, mientras estudiaba los circuitos del Patriarca que se habían salvado, y con los de los Difuntos, y con los de los Difuntos no humanos, aquellos cuyas memorias retrocedían hasta un millón de años a una sabana africana. No porque le interesara lo que las memorias contenían, sino porque su trabajo —y era condenadamente buena haciéndolo— consistía en saber cómo se había realizado la síntesis de aquellas memorias. Lo mínimo que aprendió gracias a las máquinas del Paraíso Heechee fue cómo reajustar el programa Albert Einstein. En general, lo que todos nosotros obtuvimos gracias al Paraíso Heechee fue fantástico. Se consiguieron los mapas astrales que mostraban los lugares en que los Heechees habían estado. Se obtuvieron los mapas astrales que mostraban dónde estaban los agujeros negros, incluido el de Klara. Yo mismo, siquiera fuese a modo de beneficio marginal y de escasa importancia, obtuve respuesta a la pregunta que tanto me había preocupado subconscientemente: ¿cómo era que seguía vivo? La nave que me había conducido al Paraíso Heechee había iniciado la deceleración al cabo de diecinueve días. Las leyes del sentido común decían que la nave no llegaría a destino hasta diecinueve días más tarde, momento en que yo estaría sin duda muerto; y sin embargo, aterricé al cabo de sólo cinco días. Y seguía vivo, o al menos, no del todo muerto; pero ¿cómo?

Albert me facilitó la respuesta. Todos los viajes llegados a feliz término en una nave Heechee, habían tenido lugar en todos los casos entre dos cuerpos que se encontraban relativamente quietos, con una diferencia máxima de unos pocos cientos de kilómetros por segundo entre uno y otro, no más. La diferencia era nula. Pero mi propia nave se dirigía en pos de un objetivo que viajaba casi a toda máquina, a una elevadísima velocidad. La desaceleración de mi nave había quedado más que compensada por el incremento de velocidad del artefacto Heechee. Y por eso me había salvado.

Todo ello era altamente satisfactorio, y sin embargo...

Y sin embargo todo tiene un precio.

Siempre ha sucedido lo mismo, a lo largo de la historia de la humanidad. Cada avance importante ha conllevado un precio que pagar por ello. El hombre inventó la agricultura: eso significaba que alguien tenía que plantar el algodón y que alguien tenía que hilarlo. Y así fue como nació la esclavitud. El hombre inventó el automóvil: con ello obtuvo un elevado porcentaje de polución atmosférica y muertes por accidentes de circulación. El hombre sintió curiosidad por saber cómo brillaba el sol: de esa curiosidad nació la bomba de hidrógeno. El hombre descubrió los artefactos Heechees y desentrañó algunos de los misterios que encerraban. ¿Y qué se consiguió con ello? Por una parte, que el viejo Payter casi matara a la humanidad entera, gracias a un poder que nadie antes de él había tenido. Por otra, un buen montón de nuevas preguntas que todavía no me he atrevido a afrontar del todo. Preguntas como las que Albert trata de contestar, en relación al principio de Mach, y que Henrietta había suscitado al hablar del punto X y de la pérdida de masa. Y otra importantísima cuestión que ocupaba mis pensamientos. Cuando el Patriarca desplazó el Paraíso Heechee de su órbita y lo lanzó a través del espacio hacia el corazón de la galaxia, ¿adonde, exactamente, se dirigía?

El momento más dramático, y también el más emocionante —bien lo sé— de toda mi vida fue aquel en que le dimos de lleno al Patriarca y, con las instrucciones que le habíamos sonsacado a Henrietta, nos sentamos frente al panel de controles del Paraíso. Hizo falta el esfuerzo de dos personas para que se moviera. Lurvy y yo mismo éramos los dos pilotos con más experiencia presentes en aquel momento, sin contar a Wan, quien estaba reuniendo en compañía de Janine a los medio adormilados Primitivos, explicándoles que había habido un cambio de autoridades. Lurvy ocupó el asiento de la derecha y yo el de la izquierda (preguntándome para qué extraño culo había sido diseñado). Y nos pusimos manos a la obra. Nos llevó más de un mes llegar a la órbita de la Luna, lugar que yo había elegido. Pero no fue un mes desperdiciado; había habido un enorme montón de cosas que hacer en el Paraíso Heechee. Lo cierto era que si el viaje me había parecido lento era porque tenía una enorme prisa por llegar a casa.

Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para poder mover la teta de los controles, si bien tampoco es que fuera imposible de mover. Una vez que hubimos entendido que el principal panel de controles contenía los códigos de los objetivos previamente establecidos —hay más de quince mil en nuestra galaxia y algunos fuera de ella— quedó claro que era sólo cuestión de saber a qué objetivo correspondía cada combinación. A continuación, más que satisfechos con nosotros mismos, decidimos ponerlos en práctica. Los radioastrónomos nos pegaron una buena bronca porque nuestra órbita circumlunar había estado interfiriendo con sus paneles. Nos pusimos en marcha. Eso se hace con los paneles de control secundarios, los que nadie se ha atrevido a tocar en pleno vuelo, que no entran en acción hasta ese momento. El panel principal sirve para programar los objetivos de vuelo; los secundarios te llevan hasta cualquier objetivo cuyas coordinadas cósmicas seas capaz de proporcionarle. Pero lo divertido del asunto es que no puedes utilizar los paneles secundarios hasta que has inutilizado los principales poniéndolos a cero, cosa que tiene lugar cuando cambian de color y cobran una tonalidad rojizo profunda. Si a un prospector llegaba a ocurrírsele hacer eso en pleno vuelo, borraba la combinación que le permitiría volver a Pórtico. Qué fácil resulta todo una vez lo has comprendido. Así que conseguimos finalmente poner el medio millón de toneladas del maldito cacharro en movimiento, hasta plantarnos en la órbita de la Tierra, bueno, casi, e invitamos a más gente a la nave.

A la persona que más me apetecía traer a la nave era a mi mujer. Después de ella venía Albert, lo cual no es ningún demérito para Essie ya que fue ella quien lo creó. En mi mente se produjo un tira y afloja para decidir si Essie venía a la nave o si yo iba a la Tierra. Ella tenía tantas ganas de ponerles las manos encima a las máquinas Heechees como yo de ponérselas encima a ella.

Las comunicaciones no se ven sustancialmente entorpecidas en una órbita de cien minutos en torno a la Tierra. Tan pronto como nos pusimos a su alcance, la máquina que Albert me había programado se puso en contacto con él, vomitándole toda la información que habíamos conseguido, de manera que cuando pude hablar con él, Albert disponía de toda la información necesaria para hablar conmigo de lo que fuera. Claro que no era lo mismo. Era mucho más divertido hablar con Albert en el proyector de hologramas, en tres dimensiones y a todo color, que en la pantalla bidimensional y en blanco y negro del Paraíso Heechee. Pero hasta que no llegó material nuevo desde la Tierra, no dispuse de otra cosa; claro que, al fin y al cabo, se trataba del mismo Albert.

—Me alegra verte de nuevo, Robin —me dijo con aire de benevolencia, apuntándome con la boquilla de su pipa—. Imagino que sabes que hay un millón de mensajes esperándote.

—Que esperen —le dije.

De todas formas había contestado ya a algo así como a otro millón de mensajes. Todos ellos venían a decir que, si bien todos estaban algo molestos, estaban asimismo bastante complacidos. Y que volvía a ser rico.

—Lo que quiero oír en primer lugar es lo que tú quieras decirme.

—Seguro que sí, Robin —dijo mientras vaciaba la pipa y me miraba—. Bueno, en primer lugar, la tecnología. De momento, conocemos más o menos lo relativo a la teoría de conducción de las naves Heechees, y estamos aprendiendo poco a poco lo concerniente a la radio ultralumínica. Por lo que se refiere a los circuitos de acceso a la información de los Difuntos, etcétera, etcétera, estoy seguro de que sabes —me guiñó un ojo— que la compañera Lavorovna-Broadhead está de camino para reunirse contigo. En lo relativo a este punto creo poder afirmar que es de esperar un rápido avance. Dentro de unos días, una expedición de voluntarios saldrá en dirección a la Factoría Alimentaria. Estamos más que seguros de que también conseguiremos hacernos con sus controles, y si así sucede, la traeremos a alguna órbita cercana para estudiarla y, creo podértelo garantizar, para copiarla y hacer un duplicado. Imagino que no te interesará conocer otros detalles de menor importancia relativos a tecnología ahora mismo, ¿no?

—No, la verdad, al menos en este preciso instante.

—Entonces —dijo mientras llenaba la pipa de nuevo—, déjame que entre ahora en consideraciones teóricas. En primer lugar está la cuestión de los agujeros negros. Hemos localizado el agujero negro en el que, con absoluta seguridad, se encuentra tu amiga, Gelle-Klara Moynlin. Estoy casi seguro de que podemos enviar una nave hasta allí sin riesgos importantes. Pero que podamos hacerla regresar es otra historia. No hemos encontrado nada en los archivos de los Heechees que indique cómo sacar algo de un agujero negro. En teoría, sí, pero ya conoces el refrán: «Del dicho al hecho...» Me temo que no puedo garantizarte ningún resultado antes de unos años, décadas más bien. Ya sé —dijo inclinándose hacia delante con la expresión grave— que se trata de algo de extrema importancia para ti, Robín. Pero también lo es para todos nosotros, y cuando digo nosotros no me refiero sólo a los seres humanos, sino también a las inteligencias artificiales.

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