Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo (15 page)

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Authors: Albert Espinosa

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo
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Acabamos en la plaza Nueva, la tercera plaza que visitaba. No había duda de que su amada debía vivir o morir en una plaza. Un enorme letrero que la presidía indicaba que había sido reconstruida por presos de la guerra española.

Paramos en el número 65 de esa plaza. Había gente en la puerta, vecinos con caras de tristeza. Debía de llevar tiempo enferma.

Él descendió, y nosotros tras él.

Entró en la casa y se dirigió hacia la segunda puerta del entresuelo, que estaba abierta. Dentro había más vecinos. La noticia de la muerte era reciente.

Se dirigió a la habitación principal; allí había una mujer muy anciana en la cama. Parecía dormida. A su alrededor había bastante gente.

Nos miraron extrañados, pero nadie dijo nada. La situación de esa muerte reciente era tan extraña que nadie se atrevía a comentar nada.

El extraño la vio y se conmocionó. Pude sentir su emoción.

—¿Pueden dejarme a solas con ella, por favor? —pidió el extraño.

La gente de la sala no esperaba aquello. No habían visto nunca a aquel desconocido ni a las dos personas que le acompañaban.

—Por favor… Soy un familiar directo.

Seguidamente, señaló la gran foto que coronaba la habitación. Era un hombre sin mano que tenía un gran parecido con él. Realmente parecía él, aunque ahora se asemejaba a su versión adolescente. La gente se dio cuenta del increíble parecido y debió de convencerse de que aquel hombre que solicitaba espacio era un familiar: un primo, un nieto, un hijo… A pesar del evidente parecido, nadie llegó a pensar que era el hombre de la fotografía con mucha menos edad.

Nos quedamos solos. Él se sentó en la cama. Miró el rostro de aquella anciana y lloró.

Rompió a llorar, como decía mi madre.

No hice nada para consolarle; la chica del Español tampoco.

Tras diez minutos de lloros, poco a poco se fue calmando y finalmente depositó sus manos sobre el rostro de la mujer. Y de repente apareció como una holografía encima de la mujer. Se veían claramente unas imágenes de planetas. Eran planetas extraños, como un
GPS
interplanetario.

Tan sólo reconocía el planeta Tierra y el planeta de Lluvia Roja. Los planetas se movían y en uno de ellos, en la Tierra, había una luz intermitente… Como un alma.

Con estupor y emoción, vimos cómo el alma se marchaba del planeta 2 al planeta 3. Era alucinante, no sabía que existía el don de ver el camino del alma o lo que fuese esa luz intermitente.

—Voy a ir con ella —dijo el extraño, acariciando el rostro de la anciana—. Aunque no me reconozca, estoy seguro que yo acabaré reencontrándola. Y si no, en el siguiente planeta, y si no en la siguiente vida. —Dio un beso a la mujer, un beso con tanta pasión que parecía que la mujer reviviría—. Marchaos, por favor.

Sin duda, creo que hacía lo correcto, aunque me era difícil aceptarlo.

—¿No quieres esperar unos días? —pregunté.

—Aquí no hay nada que me importe —respondió—. Y nacer el mismo día que ella quizá sea la clave de nuestro encuentro.

Seguidamente cogió un papel y un lápiz que había en el segundo cajón de la cómoda del lado izquierdo. Era como si supiese que estaría allí. Escribió algo y me lo dio.

—Aquí tenéis vuestra relación en el primer planeta. Decidid si queréis leerlo —dijo tendiéndome el papel—. Te lo doy a cambio de que cuando mueras y me encuentres en el tercer planeta, si todavía tienes el don y te llega algún recuerdo de mí, de quién fui, de quién es ella, me lo digas inmediatamente.

Yo asentí. Lo haría sin duda. Si me lo cruzaba en otra vida, si tenía el don, le entregaría esa información sin dudarlo.

Lo abracé, su olor me traspasó nuevamente. La chica del Español lo besó.

Nos alejamos de aquella habitación. Él se tumbó al lado de la mujer en la cama.

Me recordó la imagen de mi madre y de mí en aquel hotel rascacielos, aunque la diferencia de edad era mayor. Quizá mi madre me había educado durante años para aceptar aquella imagen.

De repente noté que el extraño dejaba de respirar, que su sonido de inspiración-espiración desaparecía. Quizá ya lo había practicado en otra vida para poder marcharse rápido de aquellos planetas.

La imagen de ambos juntos aún tenía algo de precioso, de completar un sueño.

Estaba agotado. Ella también lo parecía. Vimos una pensión a pocos metros de la casa y nos instalamos.

Sabíamos que no debíamos alejarnos mucho del extraño. De todo lo que fue su vida.

La habitación que nos habían dado era pequeña, con dos cuadros antiguos que estaban colgados muy juntos y mostraban paisajes de la región.

La cama que presidía la habitación era preciosa, o eso me pareció.

Miré por la ventana, daba justo a la plaza. Me gustó. Además estaba amaneciendo. Aquella noche estaba siendo realmente especial.

Yo no sabía qué decir, cómo comenzar. No sabía si desdoblar el papel, lanzarme y darle un beso apasionado o pintarla.

Decidí lo último.

—¿Puedo pintarte?

Ella asintió. Saqué las pinturas. Comencé ese rito tan precioso y que tanto tiempo añoré de mezclar colores. Ensuciar para conseguir belleza.

Ella se sentó en una silla y me miró.

—Mi madre me dijo un día que para pintar el sexo debía sentir que nunca lo poseería. Tan sólo puedes pintar cosas que no sientes. —La miré—. Siento que nunca tendremos sexo, no sé bien por qué pero lo percibo, quizá el papel nos cuente la razón.

Ella siguió mirándome.

—¿Qué quieres que te cuente? —me preguntó.

—¿Sabes bailar? —le pregunté.

Ella afirmó.

—Pues baila para mí.

Ella comenzó a danzar, no a bailar. Mientras danzaba me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Era de una belleza increíble, llena de sensualidad y sexualidad.

Con la danza fue yendo hacia la maleta, la abrió con leves movimientos y fue extrayendo todo lo que allí había.

Yo no podía parar de pintar. Pintaba como imbuido por una fuerza incontrolable. Rojos, verdes y amarillos mezclados con negro y obtenía imágenes potentes que nunca pensé que conseguiría.

Ella sacó los discos de vinilo de jazz que mi madre siempre llevaba, sacó sus libros de fotografías de saltos… Durante años ella fotografiaba a la gente saltando; creía que el baile, la danza y el salto hacían que cayese la máscara y ofrecían la imagen real de las personas. Ni me imagino cuántas fotos habría. ¡Yo había saltado tantas veces para ella!

Sus vestidos. Su pequeño neceser donde guardaba parte de sus secretos y su fragancia.

Los cuadros, mis dos cuadros sobre la infancia y la muerte. Los llevaba enrollados, los trasportaba a cada hotel, a cada lugar donde creaba. Aquello me emocionó especialmente.

Y el diario. Sabía que estaría y también sabía que allí encontraría el nombre de mi padre. Escrito en alguna página.

Dos secretos serían desvelados aquella noche. Yo poseía uno de ellos en mi bolsillo, en un papel arrugado salido del segundo cajón de una cómoda. Y el otro estaba en el diario que sostenía una chica que danzaba para mí de una manera espectacular.

Seguí pintando. La música de mi madre lo inundó todo. No sonaba ningún disco pero la oía.

Fue increíble, la experiencia más agotadora y real de mi vida.

El cuadro estaba terminado. El cuadro del sexo no conseguido pero deseado. Y mi madre aún no había llegado, o quizá sí, a otro mundo pero no a mi lado.

Ella dejó de bailar, se tumbó en la cama. Yo me coloqué al lado de ella.

No dijimos nada. Respirábamos como habíamos hecho en el teatro. Las palabras del final de
Muerte de un viajante
resonaban en mí: «somos libres, somos libres». Así me sentía a su lado. Era un momento épico.

Recordé las inyecciones. Sentí que aquél era el momento épico que yo deseaba para ponérmela. Saqué las dos del bolsillo. Se las mostré.

—No quiero ponérmelas. No quiero que esta segunda vida sea de otra manera que como la han creado. Y sobre todo, no quiero dejar de dormir, porque, al despertar, quiero descubrirte a mi lado durante mucho tiempo. No quiero perderme esa imagen de verte volver a la vida cada día.

No podía imaginar no verla despertar. A mi madre la vi despertar tantos años… Me encantaba dormir junto a ella; después de aquel día en el rascacielos me aficioné a hacerlo. Me gustaba cómo se despertaba, cómo volvía a la vida; era muy dulce. Me miraba, me sonreía y me decía: «Ya me despierto, Marcos». Y me besaba en la mejilla.

Creo que estaba enamorado de mi madre.

Nunca lo había pensado, pero la amaba. Y creo que ella me amaba a mí también. Ese amor que ella siempre promulgaba y que no tenía nada que ver con el sexo.

Ella me educó en el sexo y acabé sintiendo amor por ella. Ella creía que había que educar los hijos en el amor, en el sexo y en la vida. Nunca podré agradecérselo. Fue valiente. Jamás le importó lo que pensara la gente sobre ello. Tan sólo lo que ella creía justo.

—Me parece muy bien —dijo la chica del Español—. Yo tampoco deseo dejar de dormir. ¿Puedo ver el cuadro?

Asentí. Ella lo cogió, lo llevó a la cama y lo miró. Creo que había parte del sexo por mi madre, del sexo por ella y del sexo por Dani. Los tres sexos más importantes de mi vida.

Me di cuenta de que daría a Dani las inyecciones. Un día utilicé el don con él y vi su recuerdo más desgarrador. Su padre le pegaba, aunque eso no era lo horrible. Sino que, cada noche, Dani tenía pesadillas con su padre, con las palizas. Su padre estaba muerto pero vivía en sus sueños y allí aún pedía pegarle.

Por eso deseaba la medicina, para matarle. Y yo sería cómplice de esa muerte onírica. Quizá aquello le sirviese a Dani para encontrar a alguien y olvidarme. Yo le perdería y, como decía mi madre, el dolor de la pérdida de algo, aunque no lo necesitaras, se convertirá en algo terrible.

—Es precioso —dijo ella sin dejar de mirar el cuadro.

Sonreí. No sé cómo explicaros aquella pintura. Era abstracta pero si la mirabas y estabas en sintonía era muy realista. ¿Acaso no es eso el sexo?

Mi madre decía que el sexo era: «Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». Me pareció una definición preciosa. Le dije que me gustaba. Ella rió, no era una definición del sexo; ya existía. Para Churchill era la definición de Rusia. Reímos mucho aquella noche en no sé qué lugar en el que estaba con ella.

Quemamos el diario; era insignificante saber quién era mi padre. El fuego en cambio era necesario; ese calor era lo que necesitábamos, como si fuera la atmósfera ideal para lo que íbamos a hacer.

Le di el papel doblado. Ella iba a abrirlo, íbamos a saber quiénes fuimos en otra vida, en aquel primer planeta.

Ella lo leyó y seguidamente me lo pasó. Yo lo leí.

Hubo un largo silencio.

Después, recuerdo que le dije: «Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo». Ella asintió.

Nos abrazamos y lentamente nos quedamos dormidos. Creo recordar que fue la primera vez que dormí bien en una cama extraña.

Saber que sólo vives una parte ínfima de una de tus primeras vidas calma mucho y te da un gran placer.

Pensé en mi madre. Ahora tenía claro por qué me sentía así: no se había ido la persona que más había querido, se había ido la persona que más me ha querido.

Es duro perder a la persona que más te ha querido.

Abracé fuertemente a mi hija.

ALBERT ESPINOSA
, (Barcelona, 1973). Actor, director, guionista de cine, teatro y televisión e ingeniero industrial superior químico.

Es creador de las películas
Planta 4.ª
,
Va a ser que nadie es perfecto
,
Tu vida en 65´
,
No me pidas que te bese porque te besaré
y
Héroes
. Entre sus trabajos más destacados como actor se encuentra el personaje del doctor Utrera en la serie de TVE
Abuela de verano
, que le proporcionó el premio al actor revelación del año. Colaborador habitual de programas de radio, también escribe semanalmente una columna en
El Periódico de Catalunya
. Asimismo es creador y guionista de los 13 capítulos de la exitosa serie de televisión
Polseres vermelles
, emitida por TV3.

El mundo amarillo
, su primer libro de no ficción (Grijalbo, 2008), fue un rotundo éxito con más de 25 ediciones, al igual que su primera novela
Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo
(Grijalbo, 2010), que ha superado las ventas del anterior y ha sido publicada en Alemania, Francia, Italia, Polonia y Portugal.

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