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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (67 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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—No sé nada de ese tema.

—No. Tú has estado ocupándote de la medicina.

—Sí.

Al dia siguiente regresaron al hospital; en un amplio salón en donde se llevaban a cabo las operaciones quirúrgicas, un gran número de monjes y monjas vestidos con túnicas de color marrón y granate y amarillo se sentaron en el suelo para escucharle. Bhakta hizo que algunos ayudantes llevaran unos gruesos libros a la mesa donde Ismail iba a hablar; todos ellos estaban llenos de dibujos anatómicos, la mayoría chinos.

Todos parecían estar esperando que él comenzara a hablar.

—Me complace compartir mis observaciones con vosotros —dijo entonces Ismail—. Tal vez os ayuden, no lo sé. Sé muy poco de los sistemas médicos convencionales. He estudiado algo del conocimiento griego antiguo traducido por Ibn Sina y por otros colegas, pero nunca pude sacar demasiado provecho de él. Muy poco de Aristóteles, un poco más de Galeno. La medicina otomana no es algo demasiado impresionante. En realidad, en ningún sitio he podido encontrar una explicación general que concuerde con lo que he visto con mis propios ojos; por lo tanto, hace ya muchísimo tiempo que renuncié a todas las hipótesis y decidí que intentaría dibujar y escribir sólo lo que viera. Así que vosotros tenéis que hablarme de estas ideas chinas, si es que podéis expresarlas en persa, y yo veré si puedo deciros si mis observaciones coinciden o no con ellas. —Se encogió de hombros—. Eso es todo lo que puedo hacer.

Todos lo miraban fijamente, y él prosiguió un tanto nervioso:

—Muy útil, la lengua persa. La que une el islam con la India. —Agitó una mano—. ¿Alguna pregunta?

La propia Bhakta rompió el silencio.

—¿Qué hay de las líneas meridianas de las que hablan los chinos, las que atraviesan el cuerpo desde la piel hacia dentro y nuevamente hasta la piel?

Ismail buscó los dibujos del cuerpo a los que ella se refería en uno de los libros.

—¿Podría ser que fueran nervios? —dijo él—. Algunas de estas líneas siguen las trayectorias de los nervios más importantes. Pero después divergen. No he visto nervios que se entrecrucen de esta manera, de la mejilla al cuello, bajando por la espina dorsal hasta el muslo, subiendo por la espalda. Por lo general, los nervios se bifurcan como las ramas de un almendro, mientras que los vasos sanguíneos se bifurcan como las de un abedul. No se ve una maraña como ésta.

—No creemos que las líneas meridianas tengan algo que ver con los nervios.

—Entonces, ¿con qué? ¿Veis algo allí cuando hacéis las autopsias?

—Nosotros no hacemos autopsias. Cuando hemos tenido la oportunidad de observar cuerpos desgarrados, sus partes tienen el aspecto con que tú las has descrito en las cartas que nos has enviado. Pero los conocimientos de los chinos son muy antiguos y detallados, y ellos obtienen buenos resultados clavando alfileres en los puntos meridianos apropiados, entre otros métodos. Muy a menudo obtienen buenos resultados.

—¿Cómo lo sabéis?

—Pues..., algunos de nosotros lo hemos visto. Lo entendemos principalmente por lo que ellos nos han dicho. Nos preguntamos si acaso están encontrando sistemas tan pequeños que no se pueden ver. ¿Podemos estar seguros de que los nervios son los únicos mensajeros de movimiento para los músculos?

—Eso creo —dijo Ismail—. Cortad un nervio y los músculos que están más allá de él no se moverán. Pinchad un nervio y el músculo apropiado saltará.

La audiencia lo miraba fijamente.

—Tal vez se produce alguna otra clase de transferencia de energía — dijo un hombre mayor—, no necesariamente a través de los nervios, sino a través de las líneas, y esa transferencia es tan necesaria como los nervios.

—Tal vez. Pero observad esto —dijo señalando uno de los diagramas —; no muestran el páncreas. Ni tampoco las glándulas suprarrenales. Ambos llevan a cabo funciones necesarias.

—Para ellos los órganos cruciales son once, cinco yin y seis yang — dijo Bhakta—. El corazón, los pulmones, el bazo, el hígado y los riñones, son yin.

—El bazo no es algo esencial.

—... luego los seis órganos yang son la vesícula, el estómago, el intestino delgado, el intestino grueso, la vejiga y el quemador triple.

—¿El quemador triple? ¿Qué es eso?

—Los chinos dicen: «Tiene nombre pero no forma» —leyó ella el epígrafe de la ilustración—. Combina los efectos de los órganos que regulan el agua, como un fuego debe controlar al agua. El hornillo superior es una neblina, el hornillo del medio una espuma, el hornillo inferior un pantano. Por lo tanto, de arriba abajo, corresponden respectivamente a la cabeza y la parte superior del cuerpo; el medio desde las tetillas o pezones hasta el ombligo; y la parte inferior al abdomen debajo del ombligo.

Ismail movió la cabeza mostrando incredulidad.

—¿Han encontrado ese quemador en las disecciones?

—Ellos, como nosotros, raras veces hacen disecciones. Tienen similares limitaciones religiosas. Una vez en su dinastía Sung, alrededor del año 390 del islam, diseccionaron y analizaron minuciosamente los cadáveres de cuarenta y seis rebeldes.

—Dudo que eso haya servido para algo. Hay que ver muchas disecciones y vivisecciones, sin ideas preconcebidas, antes de que las cosas empiecen a mostrar algo de claridad.

Ahora los monjes y las mojas lo miraron fijamente y con una expresión extraña, pero él siguió adelante con ímpetu y firmeza mientras examinaba los dibujos.

—Este flujo que ellos muestran en el cuerpo y todas sus partes, ¿no será la sangre?

—Un equilibrio armonioso de fluidos, algunos materiales, como la sangre, algunos espirituales, como el jing y el shen y el qi, los llamados Tres Tesoros...

—Explicadme qué son, por favor.

—El jing es la fuente de cambio —dijo una monja con cierta inseguridad—, protectora y nutritiva, como un fluido. «Esencia» es otra palabra persa que utilizaríamos para llamarlo. En sánscrito, «semen», o posibilidad generativa.

—¿Y el shen?

—El shen es la conciencia, el entendimiento. Como nuestro espíritu, pero también es una parte del cuerpo.

Ismail estaba interesado en todo aquello.

—Los chinos, ¿lo han pesado?

Bhakta fue la primera en reírse.

—Sus médicos no pesan las cosas. Para ellos no se trata de cosas, sino de fuerzas y de relaciones.

—Bueno, yo no soy más que un anatomista. Lo que da vida a las partes está más allá de mis conocimientos. Tres tesoros, uno, una miríada: no lo sé. Aunque parece cierto que habría cierta vitalidad animadora, que viene y va, sube y baja. La disección no puede encontrarla. Nuestra alma, tal vez. Vosotros creéis que el alma regresa, ¿verdad?

—Así es.

—¿Los chinos también?

—Sí, en su mayoría. Para sus taoístas no hay espíritu puro, siempre está mezclado con las cosas materiales. De manera que su inmortalidad requiere del transporte de un cuerpo a otro. Y toda la medicina china está muy influida por el taoísmo. Su budismo es en gran parte como el nuestro, aunque una vez más, más materialista. Es principalmente lo que hacen las mujeres en sus últimos años de vida, ayudar a la comunidad y prepararse para la próxima vida. La cultura confuciana oficial no habla mucho del alma, a pesar de que reconoce su existencia. En casi toda la literatura médica china, la línea que se traza entre el espíritu y la materia es imprecisa, a veces inexistente.

—Evidentemente —dijo Ismail, mirando otra vez el dibujo de la línea meridional. Suspiró—. Bueno. Ellos han estudiado durante mucho tiempo y han ayudado a que la gente viva, mientras que yo sólo he dibujado disecciones.

Continuaron. Cada vez hacían más y más preguntas, con comentarios y observaciones. Ismail contestaba cada pregunta lo mejor que podía. El movimiento de la sangre en las cámaras del corazón; la función del bazo, si es que existía; la localización de los ovarios; el shock como reacción a la amputación de las piernas; la inundación de los pulmones perforados; los movimientos de las distintas extremidades cuando una parte del cerebro al descubierto era tocada con la punta de una aguja; Ismail describió lo que había visto en cada caso, y a medida que el día iba transcurriendo, las personas sentadas en el suelo lo miraba desde abajo con expresiones cada vez más cautelosas o extrañas. Un par de monjas se retiraron silenciosamente. Mientras Ismail estaba describiendo la coagulación de la sangre después de la extracción de un diente, el salón se quedó en absoluto silencio. Algunos lo miraron directamente a los ojos, y al notarlo, él vaciló:

—Como he dicho antes, soy apenas un anatomista... Tendremos que ver si podemos conciliar lo que yo he visto con vuestros textos teóricos...

Ismail parecía acalorado, como si tuviera fiebre, pero sólo en el rostro.

Finalmente, la abadesa Bhakta se puso de pie, se acercó a él y sostuvo las manos temblorosas de Ismail entre las suyas.

—Ya está bien —dijo dulcemente. Los monjes y las monjas se pusieron de pie, con las manos juntas delante del cuerpo, como para rezar, y se inclinaron ante él—. Has cumplido lo que prometiste —dijo Bhakta—.

Ahora descansa y deja que nosotros nos ocupemos de ti.

Después de esto, Ismail se instaló en una pequeña habitación del monasterio que le ofrecieron, estudió los textos chinos recientemente traducidos al persa por los monjes y las monjas, y enseñó anatomía.

Una tarde, él y Bhakta abandonaron el hospital y fueron al comedor, atravesando el aire caliente y bochornoso, el aire que precede a las lluvias monzónicas; era como un manto cálido y húmedo. La abadesa señaló a una niña que corría entre los surcos el melonar del huerto.

—Ahí está la nueva encarnación del lama anterior. Vino a nosotros apenas el año pasado, pero nació a la misma hora en que murió el viejo lama, lo cual es algo muy poco común. Tardamos algún tiempo en encontrarla, por supuesto. La búsqueda comenzó el año pasado; ella apareció inmediatamente.

—¿El alma pasó de un hombre a una mujer?

—Aparentemente. Desde luego, la búsqueda se hizo entre los niños, como marca la tradición. Eso fue algo que nos permitió identificarla tan fácilmente. Ella insistió en ser probada, a pesar de su sexo. Tenía cuatro años. E identificó todas las cosas de Peng Roshi, muchas más de las que la nueva encarnación suele identificar, y me habló del contenido de la última conversación que yo había tenido con Peng, casi palabra por palabra.

—¡Es increíble! —Ismail miraba fijamente a Bhakta. Bhakta se encontró con la mirada del médico.

—Fue como mirarlo a los ojos otra vez. Por lo tanto, decimos que Peng ha regresado a nosotros en el cuerpo de una bodhisattva Tara, y comenzamos a prestar más atención a las niñas y a las monjas, algo que por supuesto yo siempre había procurado. Hemos adoptado la costumbre china de invitar a las mujeres mayores de Travancore a que vengan al monasterio y dediquen su vida no sólo al estudio de los sutras sino también de la medicina, y a que regresen a las aldeas para cuidar de los suyos, y para enseñar a sus nietos y bisnietos.

La pequeña desapareció entre las palmeras del fondo de la huerta. Al anochecer, la luna menguante marcaba el cielo como una hoz, colgando de una brillante estrella. El sonido de los tambores llegaba con la brisa.

—El Kerala se ha retrasado —dijo Bhakta al oír los tambores—. Llegará mañana.

El sonido de los tambores volvió a oírse al amanecer, justo después de que las campanas del reloj marcaran el comienzo del día. Unos tambores distantes, como truenos o disparos, pero más rítmicos que cualquiera de estos dos, anunciaban la llegada del Kerala. A medida que salía el sol parecía que el suelo se estremecía. Los monjes y monjas y sus familias que vivían en el monasterio salían de los dormitorios para presenciar la llegada, y el gran jardín detrás de la verja fue despejado rápidamente.

Los primeros soldados bailaban en un rápido andar, todos avanzando con el mismo pie, dando un saltito hacia adelante cada cinco pasos, y gritando cada vez que cambiaban el rifle de un hombro al otro. Los tambores venían detrás llevando el paso, avanzando con brincos mientras sus manos golpeaban las tablas. Algunos tocaban platillos de manos. Llevaban camisas de uniforme con parches rojos cosidos en el hombro, y se acercaban rodeando una columna alrededor del gran jardín, hasta que cerca de unos quinientos hombres se detuvieron formando filas curvas delante de la verja. Cuando el Kerala y sus oficiales entraron a caballo, los soldados presentaron armas y gritaron tres veces. El Kerala levantó una mano, y el comandante del destacamento gritó unas órdenes: los que tocaban los tablas redoblaron el ritmo, y los soldados entraron bailando al comedor.

—Son rápidos, como dicen todos —le dijo Ismail a Bhakta—. Y todo está muy organizado.

—Sí, viven al unísono. Cuando están en una batalla son iguales. La recarga de los rifles ha sido desmenuzada en diez movimientos, y hay diez toques de tambor que dan las órdenes, y diferentes grupos de ellos están coordinados en diferentes puntos del ciclo, por lo que disparan en masas rotativas con un efecto verdaderamente devastador, según me han dicho. Ningún ejército puede hacerles frente. O al menos, así fue durante muchos años. Ahora parece que la Horda de Oro está comenzando a entrenar a sus ejércitos de manera similar. Pero ni siquiera así, aunque tengan armas modernas, podrán resistir al Kerala.

Entonces el hombre desmontó, y Bhakta se acercó a él, llevando consigo a Ismail. El Kerala desechó las reverencias, y Bhakta dijo sin preámbulos:

—Éste es Ismail de Constantinopla, el famoso médico otomano.

El Kerala lo miró fija y atentamente, e Ismail tragó saliva, sintiendo el calor de aquella mirada impaciente. El Kerala era de baja estatura y compacto, de cabellos negros, rostro estrecho y movimientos rápidos. Su torso parecía un poco demasiado largo para sus piernas. Su rostro era muy bello, cincelado como el de una estatua griega.

—Espero que el hospital te haya causado una buena impresión —dijo en un persa muy claro.

—Es el mejor que he visto en mi vida.

—¿En qué estado estaba la medicina otomana cuando la dejaste?

—Estábamos progresando en cuanto al mejor entendimiento de las partes del cuerpo —respondió Ismail—. Pero mucho seguía siendo un misterio.

—Ismail ha examinado las teorías médicas de los antiguos egipcios y griegos —añadió Bhakta—, y nos trajo lo que encontró provechoso en ellos, como también hizo muchos nuevos descubrimientos propios, corrigiendo a los antiguos o enriqueciendo sus conocimientos. Las cartas que él ha escrito han creado uno de los fundamentos de nuestros trabajos en el hospital.

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