Tiempo de odio (9 page)

Read Tiempo de odio Online

Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: Tiempo de odio
5.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿No se carga a los humanos con donativos para el ejército?

—No. Sólo pagan encabezamiento y pecho de invernada.

—Así que —la hechicera agitó la cabeza— son los enanos y otros no humanos quienes financian la campaña contra los Scoia'tael que está teniendo lugar en los bosques. Pero, ¿qué tienen que ver los impuestos con el congreso de Thanedd?

—Después de vuestros congresos —murmuró el banquero— siempre pasa algo. Esta vez tengo la esperanza de que sea al contrario. Cuento con que vuestro congreso consiga que deje de pasar. Estaría muy contento si, por ejemplo, se detuviera esta extraña subida de precios.

—Habla más claro.

El enano se repantigó en el sillón y colocó los dedos sobre la tripa cubierta por la barba.

—Hace ya unos cuantos años que trabajo en esto —dijo—. Lo suficiente como para saber relacionar ciertos movimientos de precios con algunos hechos. Y últimamente ha subido mucho el precio de las piedras preciosas. Porque hay demanda.

—¿Se cambia dinero líquido en joyas para evitar pérdidas debidas a los vaivenes de los cursos y paridades de las monedas?

—También. Las piedras tienen además una gran ventaja. Un saquete de brillantes de algunas uncías de peso que cabe en un bolsillo responde al valor de unos cincuenta ases, mientras que tal suma en monedas pesa veinticinco libras y ocupa un montón de bolsas. Con un saquete en el bolsillo se escapa bastante más deprisa que con una bolsa en los brazos. Y se tienen las dos manos libres, lo que no carece de importancia. En una mano se puede llevar a la mujer, con la otra, si fuera necesario, se le puede dar una hostia a cualquiera.

Ciri soltó una sorda carcajada pero Yennefer inmediatamente la hizo callar con una mirada amenazadora.

—Así que —alzó la cabeza— hay algunos que preparan la huida de antemano. ¿Y adonde, por curiosidad?

—Lo más cotizado es el lejano norte. Hengfors, Kovir, Poviss. Primero porque de verdad están lejos y segundo porque estos países son neutrales y tienen buenas relaciones con Nilfgaard.

—Entiendo. —De los labios de la hechicera no había desaparecido una sonrisa maligna—. Así que brillantes al bolsillo, mujer de la mano y al norte... ¿No es un poco pronto? Ah, no importa. ¿Qué más se está encareciendo, Molnar?

—Los botes.

—¿Qué?

—Botes —repitió el enano y sonrió—. Todos los constructores de navíos de la costa están produciendo botes por encargo de los aposentadores del ejército del rey Foltest. Los aposentadores pagan bien y realizan constantemente nuevos encargos. Si tienes algún capital libre, Yennefer, invierte en barcos. Un negocio redondo. Produces canoas de cañas y cortezas, presentas una factura por una barcaza de pino de primera clase, la diferencia te la partes a medias con el aposentador...

—No bromees, Giancardi. Di, de qué se trata.

—Estos botes —dijo con desgana el banquero mirando al techo— son transportados al sur. A Sodden y Brugge, al Yaruga. Pero por lo que sé no se los usa para pescar peces en el río. Se los esconde en los bosques de la orilla derecha. Al parecer el ejército realiza maniobras durante horas para ejercitar cómo subirse y bajarse de ellos. Por el momento, en secano.

—Aja. —Yennefer movió los labios—. Pero, ¿por qué algunos tienen tanta prisa en irse al norte? El Yaruga está al sur.

—Existe el fundado temor —murmuró el enano mirando a Ciri— de que el emperador Emhyr var Emreis no va a estar muy satisfecho con la noticia de que los mencionados botes han sido lanzados al agua. Hay quien afirma que tales jueguecitos acuáticos pueden hacer enfadar a Emhyr, y entonces lo mejor es estar lo más lejos posible de la frontera nilfgaardiana... Joder, por lo menos hasta la cosecha. Cuando pase la cosecha respiraré con alivio. Si ha de pasar algo, será antes de la cosecha.

—El grano estará en los pósitos —dijo Yennefer lentamente.

—Así es. A los caballos les es difícil pastar en los rastrojos y una fortaleza con los pósitos llenos ha de sitiarse muy largo... El tiempo está de parte de los campesinos y la cosecha promete no ser mala... Sí, el tiempo es, como se ve, hermoso. Luce el sol, el buey espera que crezca la hierba... Y el Yaruga en el Dol Angra es muy llano... Es fácil cruzarlo. En ambos sentidos.

—¿Por qué Dol Angra?

—Tengo la esperanza —el banquero se acarició la barba, taladrando a la hechicera con una aguda mirada— de que puedo confiar en ti.

—Siempre has podido hacerlo, Giancardi. Y nada ha cambiado.

—Dol Angra —dijo el hechicero con lentitud— es Lyria y Aedirn, que son aliados militares de Temería. No pensarás que Foltest, que compra los botes, planea usarlos él mismo.

—No —dijo despacio la hechicera—. No lo pienso. Gracias por la información, Molnar. Quién sabe, puede que tengas hasta razón. ¿Seremos capaces en el congreso de influir sobre la suerte del mundo y los seres humanos?

—No os olvidéis de los enanos —bufó Giancardi—. Ni de sus bancos.

—Lo intentaremos. Y ya que estamos en ello...

—Te escucho atentamente.

—Tengo gastos, Molnar. Y si saco algo de la cuenta de los Vivaldi de nuevo habrá alguien presto para ahogarse, así que...

—Yennefer —la interrumpió el enano—, tú tienes en mi casa crédito ilimitado. No hace tanto tiempo que tuvo lugar el pogromo de Vengerberg. Puede que tú te hayas olvidado, pero yo no lo olvidaré nunca. Nadie de la familia Giancardi lo olvidará. ¿Cuánto necesitas?

—Quiero transferir mil quinientos orenes temerios a la oficina de los Cianfanelli en Ellander, a favor del santuario de Melitele.

—Hecho. Una transferencia simpática, las donaciones para los santuarios no pagan impuestos. ¿Qué más?

—¿Cuánto se paga ahora por año en la escuela de Aretusa?

Ciri aguzó el oído.

—Mil doscientas coronas novigradas —dijo Giancardi—. Para una nueva adepta la matrícula sale por unas doscientas.

—Joder, qué caro.

—Todo sube. A las adeptas no se les escatima nada, viven en Aretusa como reinas. Y de ellas vive media ciudad, sastres, zapateros, pasteleros, proveedores...

—Lo sé. Transfiere dos mil a la cuenta de la escuela. Anónimamente. Con la indicación de que se trata de la inscripción y pago del curso... para una adepta.

El enano soltó la pluma, miró a Ciri, sonrió con comprensión. Ciri, haciendo como que examinaba el libro, escuchaba atentamente.

—¿Eso es todo, Yennefer?

—Todavía trescientas coronas novigradas para mí, contantes y sonantes. En el congreso de Thanedd voy a necesitar al menos tres vestidos.

—¿Para qué las quieres contantes y sonantes? Te daré un cheque bancario. Por quinientas. Los precios de las telas importadas también han subido enormemente y tú, al fin y al cabo, no te vistes de lana ni de lino. Y si necesitas algo para ti o para la futura adepta de la escuela de Aretusa, mi oficina y mis cajas están abiertas.

—Gracias. ¿En qué intereses quedamos?

—Los intereses —el enano alzó la cabeza— ya los pagaste a la familia Giancardi por adelantado. Durante el pogromo de Vengerberg. No hablemos más de ello.

—No me gustan tales deudas, Molnar.

—A mí tampoco. Pero soy hombre de negocios. Sé lo que son las obligaciones. Conozco su valor. Repito, no hablemos más de ello. Los negocios que me has dicho puedes darlos por hechos. El negocio que no me has dicho también.

Yennefer alzó las cejas.

—Cierto brujo cercano a ti —rió Giancardi— visitó hace poco la ciudad de Dorian. Me informaron de que allí tomó prestadas cien coronas a un usurero. El usurero trabaja para mí. Congelaré esta deuda, Yennefer.

La hechicera miro a Ciri, torció con fuerza los labios.

—Molnar —dijo con frialdad—, no metas los dedos entre puertas que han perdido los goznes. Dudo que él todavía me considere cercana y si se entera de la deuda congelada me odiará con creces. Al fin y al cabo lo conoces, a él y su obsesivo concepto del honor. ¿Hace mucho que estuvo en Dorian?

—Como unos diez días. Luego lo vieron en las Tablas Chicas. De allí, por lo que me informaron, se fue a Hirundum porque tenía un encargo de los granjeros de allí. Lo de costumbre, algún monstruo que matar...

—Y por matarlo, como de costumbre, le pagarán cuatro perras —la voz de Yennefer cambió ligeramente— que, como de costumbre, apenas bastarán para correr con los gastos médicos si el monstruo lo llena de rajas. Como de costumbre. Si de verdad quieres hacer algo por mí, Molnar, entonces métete en esto. Contacta con los granjeros de Hirundum y sube el precio. Hasta que tenga para vivir.

—Como de costumbre —resopló Giancardi—. ¿Y si él al final se entera de ello?

Yennefer clavó sus ojos en Ciri, quien les miraba y escuchaba sin siquiera afectar que se interesaba por el
Physiologus
.

—¿Y por boca de quién —gruñó— iba a enterarse?

Ciri bajó la vista. El enano sonrió significativamente, se acarició la barba.

—¿Antes de encaminarte a Thanedd te pasarás por Hirundum? Por pura casualidad, por supuesto.

—No. —La hechicera desvió la vista—. No me pasaré. Cambiemos de tema, Molnar.

Giancardi de nuevo se acarició la barba, miró a Ciri. Ciri bajó la cabeza, carraspeó y se balanceó en la silla.

—De acuerdo —confirmó—. Es hora de cambiar de tema. Pero está claro que tu pupila se aburre con el libro... y nuestra conversación. Y lo que querría hablar ahora contigo, sospecho, la aburrirá aún más... La suerte del mundo, la suerte de los enanos de este mundo, la suerte de sus bancos, vaya un tema más aburrido para las muchachitas, futuras licenciadas de Aretusa... Suéltala un poco de debajo de tus alas, Yennefer. Que dé un paseo por la villa...

—¡Oh, sí! —gritó Ciri.

La hechicera se enfureció y ya abría la boca para protestar cuando, de pronto, cambió de intenciones. Ciri no estaba segura, pero le parecía que sobre esta decisión había ejercido su influencia un leve guiño que había acompañado la propuesta del banquero.

—Que la muchacha eche un vistazo a las maravillas de esta antiquísima villa, Gors Velen —añadió Giancardi, con una amplia sonrisa—. Le corresponde un poco de libertad antes de... Aretusa. Y nosotros aquí todavía hablaremos un poco sobre ciertos asuntos... hum, personales. No, no propongo que la muchacha vaya sola, aunque ésta es una ciudad segura. Le daré compañía y protección. Uno de mis escribanos más jóvenes...

—Perdona, Molnar —Yennefer no correspondió a su sonrisa—, pero no me parece a mí que en estos tiempos que corren, incluso en una ciudad segura, la compañía de un enano...

—Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza —se enfadó Giancardi— que fuera un enano. El escribano del que hablo es el hijo de un respetado mercader, hombre con, por así decirlo, todo lo que hay que tener. ¿Piensas que sólo doy trabajo a enanos? ¡Eh, Wilfli! ¡Tráeme acá a Fabio, al punto!

—Ciri. —La hechicera se acercó a ella, se inclinó levemente—. Pero sin hacer ninguna tontería de la que luego tenga que avergonzarme. Y con el escribano, la lengua quieta, ¿entiendes? Prométeme que vas a tener cuidado con hechos y palabras. No digas que sí con la cabeza. Una promesa ha de hacerse en voz alta.

—Lo prometo, doña Yennefer.

—Mira de vez en cuando al sol. A mediodía te vuelves. Puntualmente. Y si... no, no creo que nadie te reconozca. Pero si vieras que alguien te mira demasiado...

La hechicera echó mano al bolsillo, extrajo una crisoprasa cubierta de runas y bruñida en forma de clepsidra.

—Guárdalo en tu bolsa. No lo pierdas. En caso de necesidad... ¿Recuerdas el hechizo? Pero discretamente, la activación produce un fuerte eco y el amuleto al funcionar provoca una onda. Si hubiera alguien cerca sensibilizado hacia la magia, te pondrías al descubierto, en vez de ocultarte. Aja, toma también... Por si te apeteciera comprarte algo.

—Gracias, doña Yennefer. —Ciri guardó el amuleto y las monedas en la bolsa, miró con curiosidad al muchacho que entraba apresurado al despacho. El muchacho era pecoso, los ondulados cabellos castaños le caían sobre el alto cuello del uniforme gris de escribano.

—Fabio Sachs —presentó Giancardi. El muchacho se inclinó cortesmente.

—Fabio, ésta es la señora Yennefer, nuestra honorable invitada y apreciada clienta. Y esta señorita, su pupila, tiene el deseo de visitar la ciudad. La acompañarás, sirviendo como guía y protector.

El muchacho se inclinó de nuevo, esta vez más claramente en dirección a Ciri.

—Ciri —dijo Yennefer con frialdad—. Levántate, por favor.

Se levantó, ligeramente asombrada, porque conocía las costumbres lo suficiente como para saber que no era preciso. Y de inmediato lo comprendió. El escribano, cierto, parecía tener su misma edad, pero era una cabeza más bajo que ella.

—Molnar —dijo la hechicera—. ¿Quién ha de ocuparse de quién? ¿No podrías delegar esta tarea a alguien de medidas algo más significativas?

El muchacho enrojeció y miró interrogante al director. Giancardi asintió concediéndole permiso. El escribano se volvió a inclinar.

—Noble señora —soltó deprisa y sin azorarse—. Puede que no sea muy alto pero se puede confiar en mí. Conozco bien la villa, los arrabales y todos los alrededores. Me ocuparé de esta señorita como mejor sepa. Y cuando yo, Fabio Sachs el Joven, hijo de Fabio Sachs, hago algo como mejor sé, entonces... más de uno que sea más alto no me llega ni a los talones.

Yennefer le miró durante un instante, luego se volvió hacia el banquero.

—Te felicito, Molnar —dijo—. Sabes escoger bien a tus empleados. En el futuro, éste tu escribano más joven te dará muchas alegrías. Cierto es que dicen que el buen cántaro bien suena. Ciri, te pongo con total confianza bajo la protección de Fabio, hijo de Fabio, puesto que es un hombre serio y digno de confianza.

El muchacho enrojeció hasta las raíces de sus cabellos castaños. Ciri sintió que también se ruborizaba.

—Fabio. —El enano abrió una arquilla, rebuscó en su tintineante contenido—. Aquí tienes medio noble y tres... dos duros. Para el caso de que la señorita tuviera algún antojo. Si no lo tuviera, te los traes de vuelta. Venga, podéis ir.

—A mediodía, Ciri —le recordó Yennefer—. Ni un minuto después.

—Me acuerdo, me acuerdo.

—Me llamo Fabio —dijo el muchacho en cuanto bajaron corriendo las escaleras y salieron a la agitada calle—. Y a ti te llaman Ciri, ¿verdad?

—Sí.

—¿Qué quieres ver en Gors Velen, Ciri? ¿La calle Real? ¿El callejón de los Orfebres? ¿El puerto? ¿O quizá la plaza Mayor y el mercadillo?

Other books

Cooking Your Way to Gorgeous by Scott-Vincent Borba
Stopping Time by Melissa Marr
Murder At The Mikvah by Sarah Segal
Dust Tracks on a Road by Zora Neale Hurston
Muse: A Novel by Jonathan Galassi
The Silence by Sarah Rayne
Why Growth Matters by Jagdish Bhagwati
Astra: Synchronicity by Lisa Eskra