Tiempo de odio (4 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: Tiempo de odio
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—Actuando de correa del hechicero, Rience usaría la magia de camuflaje. Y él no cambia ni su nombre ni su apariencia. Ni siquiera se ha quitado la piel descolorida por las quemaduras de Yennefer.

—Precisamente esto confirma que hace de correa. —Codringher tosió, se limpió la boca con el pañuelo—. Porque un camuflaje mágico no es camuflaje alguno, sólo los diletantes usan algo así. Si Rience se ocultara bajo una cortina mágica o una máscara ilusoria, sería delatado inmediatamente por todas las alarmas mágicas y tales alarmas existen en este momento en las puertas de cada ciudad. Y además los hechiceros perciben las máscaras ilusorias sin error alguno. Entre la mayor muchedumbre, entre el mayor tropel de gente, Rience llamaría la atención sobre sí de todos los hechiceros, como si le salieran llamas por las orejas y nubes de humo por el culo. Lo repito: Rience trabaja por encargo de un hechicero y de un modo que muestra que no quiere atraer la atención de otros hechiceros.

—Hay quien lo tiene por un espía de Nilfgaard.

—Lo sé. Por ejemplo Dijkstra, el jefe del servicio secreto de Redania. Dijkstra se equivoca raramente, así que podemos asumir que también ahora tiene razón. Pero lo uno no excluye lo otro. El factótum de un hechicero puede ser al mismo tiempo un espía nilfgaardiano.

—Lo que significaría que un hechicero reconocido oficialmente estaría espiando para Nilfgaard por intermedio de un factótum secreto.

—Tonterías. —Codringher tosió, contempló con atención el pañuelo—. ¿Un hechicero habría de espiar para Nilfgaard? ¿Por qué motivo? ¿Por dinero? Ridículo. ¿Contando con alcanzar mucho poder bajo el reinado de un victorioso emperador Emhyr? Todavía más ridículo. No es ningún secreto que Emhyr var Emreis ata bien corto a los hechiceros que son sus súbditos. A los hechiceros en Nilfgaard se los trata tan funcionalmente como, digamos, a los mozos de cuadra. Y no tienen mayor poder que los mozos de cuadra. ¿Acaso alguno de nuestros desenfrenados magos se decidiría a luchar por la victoria de un emperador que le convertiría en mozo de cuadra? ¿Filippa Eilhart, que dicta a Vizimir de Redania las leyes y edictos? ¿Sabrina Glevissig, que interrumpe el discurso de Henselt de Kaedwen dando un puñetazo en la mesa y ordenando al rey que se calle y le escuche? ¿Vilgefortz de Roggeveen, que no hace mucho le contestó a Demawend de Aedim que por el momento no tenía tiempo para él?

—Abrevia, Codringher. Entonces, ¿qué pasa con Rience?

—Lo normal. Los servicios secretos de Nilfgaard intentan llegar al hechicero obligando a colaborar al factótum. Por lo que sé, Rience no despreciaría los florines nilfgaardianos y traicionaría a su amo sin dudarlo.

—Ahora eres tú el que dice tonterías. Hasta nuestros desenfrenados magos se darían cuenta al momento de que se les está traicionando, y Rience, desenmascarado, se balancearía en la horca. Si tuviera suerte.

—Eres un crío, Geralt. A los espías desenmascarados no se les cuelga, sino que se les utiliza. Se los alimenta con desinformación, se intenta convertirlos en agentes dobles...

—No aburras al crío, Codringher. No me interesan las interioridades del trabajo en el servicio secreto, ni la política. Rience me persigue, quiero saber por qué y por encargo de quién. Parece, en conclusión, que por encargo de algún hechicero. ¿Quién es ese hechicero?

—Aún no lo sé. Pero lo sabré pronto.

—Pronto —rezongó el brujo— es demasiado tarde para mí.

—No lo excluyo de ninguna manera —dijo Codringher con gesto serio—. Te has metido en un lío de la leche, Geralt. Menos mal que te has dirigido a mí, porque yo sé cómo sacar de los líos. De hecho ya te he sacado.

—¿De verdad?

—De verdad. —El abogado se apretó el pañuelo contra la boca y tosió—. Porque sabes, amigo, además del hechicero y puede que Nilfgaard, en este juego también hay una tercera parte. Imagínate que me visitaron los agentes del servicio secreto del rey Foltest. Tenían problemas. El rey les había ordenado buscar a cierta princesita perdida. Cuando resultó que no era tan fácil, los agentes decidieron entrar en colaboración con un especialista de asuntos no tan fáciles. Al exponer el problema, sugirieron al especialista que cierto brujo podía saber mucho acerca de la princesa buscada. Buf, incluso podría hasta saber dónde está.

—¿Y qué hizo el especialista?

—Al principio puso cara de asombro. Le asombraba sobre todo que al mentado brujo no lo hubieran metido en la trena para, de forma tan tradicional, averiguar todo lo que sabía e incluso mucho de lo que no sabía pero se inventara para satisfacer a quienes le preguntaran. Los agentes respondieron que su jefe se lo había prohibido. Los brujos, aclararon los agentes, tienen un sistema nervioso tan delicado que mueren inmediatamente al ser sometidos a tortura o bien, como tan gráficamente expresaron, se les explotan las venillas del cerebro. Por ello les recomendaron seguir al brujo, pero esta tarea tampoco resultó fácil. El especialista alabó a los agentes por su buen seso y les mandó que volvieran dos semanas más tarde.

—¿Y volvieron?

—Por supuesto. Y entonces, el especialista, que ya te tenía por cliente, les presentó a los agentes pruebas irrefutables de que el brujo Geralt no tenía, no tiene y no podía tener nada en común con la princesa desaparecida. El especialista encontró también testigos oculares de la muerte de la princesa Cirilla, nieta de la reina Calanthe, hija de la infanta Pavetta. Cirilla murió hace tres años en un campo de refugiados de Angren. De difteria. La niña sufrió muchísimo antes de morir. No te lo creerás, pero los agentes temerios tenían lágrimas en los ojos cuando escucharon las historias de mis testigos oculares.

—Yo también tengo lágrimas en los ojos. Los agentes temerios, espero, no pudieron ni quisieron ofrecerte más de doscientas cincuenta coronas.

—Tu sarcasmo hiere mi corazón, brujo. Te he sacado de apuros y tú, en vez de agradecérmelo, hieres mi corazón.

—Te lo agradezco y me disculpo. ¿Por qué el rey Foltest ordenó a los agentes que buscaran a Ciri, Codringher? ¿Qué les ordenó hacerle cuando la encontraran?

—Cuidado que eres poco sagaz. Matarla, por supuesto. Se la reconoció como pretendiente al trono de Cintra y hay otros planes con respecto a ese trono.

—Eso no se sostiene, Codringher. El trono de Cintra ardió junto con el palacio real, la ciudad y todo el país. Ahora gobierna allí Nilfgaard. Foltest lo sabe, otros reyes también. ¿Cómo puede pretender Ciri a un trono que ya no existe?

—Ven. —Codringher se alzó—. Intentaremos encontrar juntos una respuesta a esta pregunta. Y de paso te daré una prueba de confianza... ¿Qué es lo que te interesa tanto de ese retrato, si puede saberse?

—El que está agujereado como si un pájaro carpintero lo hubiera picoteado durante algunas primaveras —dijo Geralt, mirando a una imagen dentro de un marco enrevesado y que colgaba de la pared contraria a la mesa del abogado—. Y el que representa a un idiota de excepción.

—Es mi difunto padre. —Codringher torció el gesto ligeramente—. Un idiota de excepción. Puse ahí su retrato para tenerlo siempre ante los ojos. En calidad de advertencia. Vamos, brujo.

Entraron en el zaguán. El gato, que estaba tumbado en el centro de la alfombra y se lamía con frenesí una pata trasera extendida en un extraño ángulo, desapareció al ver al brujo, introduciéndose en la oscuridad de un pasillo.

—¿Por qué no les gustas a los gatos, Geralt? ¿Tiene algo que ver con...?

—Sí —le cortó—. Lo tiene.

 

El revestimiento de caoba de las paredes se deslizó sin un ruido, descubriendo una puerta secreta. Codringher entró primero. El panel, sin duda movido por magia, se cerró detrás de ellos, pero no les sumió en la oscuridad. De lo profundo del corredor les alcanzaba una luz.

En la habitación al final del corredor el aire era frío y seco y en el ambiente había un pesado y asfixiante olor a polvo y velas.

—Te presento a mi socio, Geralt.

—¿Fenn? —sonrió el brujo—. ¡No puede ser!

—Puede. Reconócelo, sospechabas que Fenn no existía.

—¡Nada de eso!

De por entre los armarios y estanterías que alcanzaban un techo más bien bajo se escapó un chirrido y un instante después salió de allí un extraño vehículo. Era un alto sillón apoyado en unas ruedas. En el sillón estaba sentado un enano de enorme cabeza que se sustentaba —sin contar con cuello alguno— sobre unos hombros desproporcionadamente grandes. Al enano le faltaban las dos piernas.

—Os presentaré —dijo Codringher—. Jacobo Fenn, leguleyo diplomado, mi socio y valioso colaborador. Y éste es nuestro invitado y cliente...

—El brujo Geralt de Rivia —terminó con una sonrisa el tullido—. Me lo he imaginado sin demasiado esfuerzo. Llevo trabajando sobre el problema desde hace algunos meses. Permitidme, señores.

Siguieron al chirriante sillón en el laberinto formado por estanterías a punto de quebrarse bajo el peso de volúmenes que no avergonzarían la biblioteca universitaria de Oxenfurt. Los incunables, asertó Geralt, tenían que haber sido reunidos al menos por algunas generaciones de Codringheros y Ferinos. Estaba contento de la prueba de confianza que se le ofrecía, se alegraba de poder conocer por fin a Fenn. No dudaba sin embargo que la figura, aunque completamente real, en parte era también un mito. El mítico Fenn, el infalible alter ego de Codringher, había sido visto a menudo en la calle y el leguleyo diplomado atado al sillón seguramente nunca abandonaba el edificio.

El centro del cuarto estaba especialmente bien iluminado, allí había un púlpito bajo, que se podía alcanzar desde el sillón con ruedas. En él se arremolinaban libros, hatos de pergaminos y vitelas, papeles, botellas de tinta y encausto, manojos de plumas y miles de misteriosos utensilios.

No todos eran misteriosos. Geralt reconoció moldes para falsificar sellos y escofinas de diamante para eliminar lo escrito en documentos oficiales. En el centro del púlpito había un pequeño arcoballista, y junto a él surgía de bajo la tela aterciopelada una gran lente de aumento realizada a partir de cuarzo pulido. Tales cristales eran una rareza y costaban una fortuna.

—¿Has encontrado algo nuevo, Fenn?

—No mucho. —El tullido sonrió. Tenía una sonrisa simpática y encantadora—. He reducido la lista de posibles amos de Rience a veintiocho hechiceros...

—Esto lo dejamos de momento —le interrumpió veloz Codringher—. De momento nos interesa otra cosa. Aclárale a Geralt el motivo por el que la extraviada princesa de Cintra es objeto de una búsqueda de vasto alcance por los agentes de los Cuatro Reinos.

—La muchacha tiene en las venas sangre de la reina Calanthe —dijo Fenn, como sorprendido por la necesidad de explicar asuntos tan evidentes—. Es la última de la línea real. Cintra tiene una gran importancia estratégica y política. Una pretendiente extraviada, que permanece más allá de la posibilidad de ser influida, es un personaje incómodo, e incluso puede convertirse en una amenaza si es controlada por una fuerza poco adecuada. Como por ejemplo Nilfgaard.

—Por lo que recuerdo —habló Geralt—, en Cintra la ley excluye a la mujer de la sucesión.

—Eso es cierto —confirmó Fenn y sonrió de nuevo—. Pero una mujer siempre puede convertirse en la esposa de alguien y en la madre de un descendiente de género masculino. Los servicios secretos de los Cuatro Reinos se enteraron de la apasionada búsqueda de la princesa comenzada por Rience y estaban convencidos de que precisamente de esto se trataba. Así que se propusieron evitar que la princesa se convirtiera en esposa y madre. De una forma simple pero efectiva.

—Pero la princesa está muerta —dijo con rapidez Codringher, observando cómo se transformaba el rostro de Geralt al oír las palabras del sonriente enano—. Los agentes lo averiguaron y dejaron de buscar.

—Lo dejaron de momento. —El brujo, con esfuerzo, compuso un tono frío y tranquilo—. La mentira tiene como característica el salir a la luz. Aparte de ello, los agentes reales son sólo una de las partes que participan en este juego. Los agentes, vosotros mismos lo habéis dicho, perseguían a Ciri para cruzarse en los planes de otros perseguidores. Estos otros pueden ser menos propensos a la desinformación. Os contraté para que encontrarais una forma de mantener la seguridad de la niña. ¿Qué proponéis?

—Tenemos un cierto concepto. —Fenn lanzó una mirada a su socio, pero no halló en su rostro orden de guardar silencio—. Queremos sembrar discreta pero ampliamente la noticia de que no sólo la princesa Cirilla, sino tampoco sus eventuales descendientes masculinos, tendrían derecho alguno al trono de Cintra.

—En Cintra la rueca no hereda —explicó Codringher, mientras luchaba con un nuevo ataque de tos—. Hereda solamente la espada.

—Exactamente —confirmó el leguleyo diplomado—. Geralt mismo lo ha dicho hace un momento. Es una ley antiquísima, ni siquiera esa diablesa de Caíanme logró derogarla, y eso que lo intentó.

—Intentó derogar esta ley a base de intrigas —dijo Codringher con convicción, al tiempo que se limpiaba los labios con un pañuelo—. Una intriga ilegal. Explícalo, Fenn.

—Caíanme era la hija única del rey Dagorad y de la reina Adalia. Después de la muerte de sus padres, se enfrentó a la aristocracia, que veía en ella únicamente a la reina del nuevo rey. Quería el poder sin trabas; como mucho, para guardar las formas y mantener la dinastía, se mostró de acuerdo con la institución de un príncipe consorte, que se sentaría junto a ella pero que significaría tanto como una muñeca de paja. Las viejas familias de la nobleza se negaron a ello. Calanthe podía elegir entre la guerra civil, la abdicación a favor de otra línea o el matrimonio con Roegner, príncipe de Ebbing. Eligió esta tercera solución. Gobernó el país, pero al lado de Roegner. Por supuesto, no permitió que se la domara ni se la metiera en la cocina. Era la Leona de Cintra. Pero gobernaba Roegner, aunque nadie le daba el título de León.

—Y Calanthe —añadió Codringher— intentó por todos los medios quedar embarazada y parir un niño. Pero no fue así. Dio a luz a su hija Pavetta, luego tuvo dos abortos y por fin quedó claro que no iba a tener más hijos. Todos los planes se fueron al carajo. La suerte de la hembra. Una matriz arruinada pone fin a las grandes ambiciones.

Geralt frunció el ceño.

—Eres asquerosamente trivial, Codringher.

—Lo sé. La verdad también era trivial. Porque Roegner comenzó a echarle un ojo a toda joven princesa de caderas suficientemente anchas, a ser posible de una familia de fertilidad confirmada al menos desde la tatarabuela. Y a Calanthe se le comenzó a deshacer el suelo bajo los pies. Cada vianda, cada copa de vino podía contener la muerte, cada partida de caza podía terminar en un desgraciado accidente. Hay mucho que atestigua que la Leona de Cintra tomó la iniciativa. En el país campaba por aquel entonces una epidemia de viruela y la muerte del rey no asombró a nadie.

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