The Chicano/Latino Literary Prize (14 page)

BOOK: The Chicano/Latino Literary Prize
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no hay tres / a tu nación /

UNHAPPY OVER / la historia

puede ser aplicada a cualquier

tiempo o era / el equipo

mexicano nunca ha perdido /

el presidente usa pasta dentrífica /

se están quemando los

¿Hare Krishnas? / ¿Qué es un chansonnier?

¿Qué es, o cuál es la maquinación

o raciocinio de tejer a México?

Y
O SUGIERO
[…]

“Yosoyradicalperoencasa. Corrección:

en mansión. Ya se aclararon las mansiones de Pablo Neruda”.

“Con recibir el cheque mensual estoy contento; ¿qué a cual ideología me ciño?

a ninguna, porque no las entiendo; mas

conjeturo que con un poco de estudio

seré-su-servidor-múltiple ideólogo.

¡Entiéndame, es una pregunta retórica!”

¿Cómo exlicar qué aciaga, experimentación fúnebre ha sido la historia de los pueblos pisados por minúsculos gigantes? Absorto, entre tregua y fugado está el profesor: “Ya déjenme de criticar a mí y a mi clase. Ya les hice patente mi solaridad: yosoyradicalperoencasa. Polemicen sobre lo absurdo del ensimismado romanticismo contemporáneo. ¡Ataquen eso, y no a mí! Ataquen a los Ísipos y no a mis vacaciones en Cancún! ¡Ataquen al ataque y no al atacado! Ataquen a las piérides; a las xenofilias; a los enpopeyados; a los amorines; a las consolidaciones congestivas; a los abusos modestos; a los informes de gobierno—que tienden a letanías—; ataquen a restauraciones apocalípticas; a la vitalidad excesiva; a perezosos dinámicos; ataquen a ‘mis manos aplauden solas'; … Ataquen al exterminio heterogéneo; a egoísmos reinvicados; a contradicciones substanciales; a subsidios subrayados. “Los profesores, somos muy vulnerables.”

                         [ …]

Tu cuerpo desvinculado, tembloroso:

besos contradictorios. Yo sugiero que

¡se suicide el poeta! ¿Ustedes qué piensan?

Michael Nava

Third Prize: Poetry

Sixteen Poems
L
ONG
D
ISTANCE

Deep night at the window

reflects my face, the ember

of my cigarette. In deeper space

the stars burn white and yellow.

Our voices cross like shadows

on the wires, somewhere over Kansas

where I once woke to a blizzard.

And this cold–

ness finds its focus at my spine,

rises like fingers to my throat.

I watch at the window, see

a face that you will never see

mute as roads beneath a blizzard,

all direction gone.

F
OR
D
AVID

I read words I wrote five years ago,

“The clock lays down its arms,”

and it is your arms I remember

your blunt hands on the table

as inanimate as starfish.

It is the middle of December.

Cold stars harbor in the trees.

Across the lawns of California

the wind disperses like a wave

and like an image in dark water

your face forms in the drift of things.

T
HE
L
OVER

The lover is the double man

who has four arms, four legs.

Two mouths frame a single breath.

Four eyes stare and stare

as though, should they turn away,

he would disappear.

T
WO
T
RANSLATIONS FROM
N
ERUDA
L
ULLABY
(
FROM
“T
ANGO DEL VIUDO

BY
N
ERUDA
)

I'd give the sea-wind lifted from

the darkened ocean, coarse with salt

to hear your breathing cross the gulf

between the dark side of the bed

and this side the light keeps lit,

and seek the union with your breath

the horse seeks with the whip.

I'd desert the shadow madrigals

that echo off these walls

to hear you pissing out the back

door, silver to the black

as though you poured slow honey.

The futile swords would then subside

their clatter in my soul, and I'd

evict the blood dove from my brain

that calls things by their vanished names

to people vanishing.

T
WO
T
RANSLATIONS FROM
R
UBÉN
D
ARÍO
T
HE
A
NCIENT
W
OMAN

The ancient woman told me:

            Observe this desiccated rose

that gathered in itself the season's splendor.

Time, that rents the highest walls of heaven,

cannot deprive this volume of its wonder.

Its leaves decant a purer attar

than the wisdom of your learned books;

the fabric of the dreams I spin I gathered

from a song learned at the rose's lips.

You are a Fate, I said, I am a fate, she said,

and I rejoice with all creation at the spring

by bringing life forth from the dead.

And she transformed herself into a scented queen

and in the subtle air, at the fingers of the Fate,

the dried rose, like a butterfly, took wing.

F
OR
W.

Neither your forehead, intimate, still,

nor your body curled like a question mark,

nor the life you speak of in the dark

are as mysterious a gift as your sleep.

In the vigil of my arms you are again

a child,—and I see you as perhaps

even God must see you, free

of the games of time, of love, of me.

Jesús Rosales

First Prize: Short Story

Parte del proceso
(excerpt)
P
ARTE
I: T
AL VEZ AL HABLAR MÁS CON ELLOS
S
IGUE CANTANDO
, A
LBERTO

Tú, sigue cantando, Alberto. No le hagas caso a nadie más. Nosotros debemos pedirle a Dios más personas como tú. Cómo da gusto que seas de Tijuana, del T.J. (en inglés), de ser tijuanero, de Tijuana Tech, como algunos lo dicen por burla y también por ignorancia. Dudo que ella haya caminado por la calle Primera y Constitución, por la casa donde tú naciste, por donde don Felipe, el del puesto de la esquina te prestaba “Chanoc”. Los domingos, después de limpiar los Fords le entrabas duro a las carnitas. Ella no te vió nunca comer pero tú te acuerdas, ¿verdad? Sí, tú sí te acuerdas, tú no sabes engañar. No, Alberto, ella no sabe lo que es vivir en una vecindad sin hermanos y sin padre, pues él estaba en Bakersfield, no sabías ni por qué. Tu tío era tu padre en esos días. Te llevaba pan caliente a la cama, te sentaba en sus rodillas en esas importantes juntas de la CTM, te paseaba en el carro, “el quince” le decían, trabajando, recogiendo a viejas pintarrajadas, de ropa grotesca y tacones altos, mareadas de licor maldiciendo el aire limpio del taxi. Tú mismo me contaste estos detalles.

Alberto, tú sí conoces Tijuana. Sabes dónde paran los amarillos, los “coyotes”, y a qué hora se debe ir a la telefónica. No, 'mano, no le hagas
caso. Ella tampoco conoce el barrio de San Fernando donde ahora viven tus jefitos. A pesar de tantas tentaciones del barrio tú todavía cantas con inocencia y cuando cantas, sonríes. Esa sonrisa es la que ofrece esperanza a muchos de nosotros, porque es sana, limpia, netamente natural. No la quiero comparar con la frescura del mar porque eso sería regresar al pasado, además esas cosas en labios de nosotros suenan mal. Comparo tu sonrisa con el agarrador sentimiento de una tranquilidad afable que se aproxima a falsa angustia. Angustia por vivir un sentimiento tan profundo.

Yo te he visto comer tacos de cebolla y te he visto también en la madrugada pegado a esa vieja máquina de escribir. Cabeceas de día con los libros abiertos. Cuando ni cebollas había entonces si llamabas a tu madre y tu padre la traía al instante con esas ollas de arroz y frijoles. La esperanza, Alberto, la esperanza. Lo que sea de cada quien.

Y ahora te traiciona la Debbie, tu güerita que romantizaba un prototipo, no lo tomes tanto a pecho hermano, eso ya descubrimos que le pasa a cualquiera. Está bien, llora y bebe la cerveza. Mira, Enrique y yo te acompañamos. Es rutina natural de la vieja tradición; Por eso no debes dejar de cantar. No, no nos falles en eso, Alberto. Te ruego que no escuches la canción. ¡Cántala! ¡Cántala! Ya échate el grito profundo que angustia tanto al pecho, pues ya nosotros también sentimos el sofoco. ¡Eso! ¡Eso! ¡Canta, hermano, canta! “… vamos a darnos la mano, somos tres viejos amigos que, estando vencidos, creemos en Dios”.

P
OR AHORA DÉJALO

Apoyaba la cintura en el fierro protector de la baja mitad de la puerta de salida. Su pecho, así como todo su pelo, se descubría a todo ese desierto sonorense. La noche era negra, el viento chocaba ciegamente con el tren. Y aunque el tren tercamente taladraba la vía, se sentía sosegado con tremenda serenidad. Respiraba profundamente ese aire fresco que limpiaba todo su pasado. Se sentía parte de la tierra. Se atrevió a pedirle a Dios la pluma de Steinbeck pero comprendía que sólo él podría ser el mexicano.

¿Cómo telegrafiar a sus amigos esos milagrosos relámpagos que alumbraban el desierto? Esa fuerza natural la admiraba en un espacio muy lejano; Sin embargo, sabía comunicarse con él. Era una fuerza y se sintió superior a cualquiera. Fue entonces cuando chupó el limón y le dió otro trago más fuerte a la cerveza. Fue para celebrar pero entonces maldijo a la Debbie.

La maldijo por no tener el interés de saludar al señor que caminaba por el camino con un azadón en el hombro y su nieto en la mano o por no tener la sed suficiente para comprarle un vaso de agua de limón a la viejita o por no tener el hambre para comer el taco de carnitas que el niño huarachudo apasionadamente le ofrecía. Pero era absurdo. Ella no los conocía. Presentía que al llegar comería tacos de a dos pesos y subiría en camiones de a dos pesos y que el elote también le costaría dos pesos. Pero eso no le preocupaba. Sólo lamentaba la clara imagen de Debbie. Sus claros ojos, grandes y brillosos, su pelo castaño, su cuerpo sensual decorado con aquel vestido rojo que tantas
veces usó con sus tacones “jeans”. Más que todo eran esos tacones “jeans” lo que más destacaba de ella, lo que él más lamentaba.

Pensó en México. Lugar donde compraba helados de los carritos paleteros y a los niños les pagaba por cumplir mandados. Lugar donde le era fácil caminar por las calles y constantemente toparse con la existencia. Y la Debbie surgió de nuevo.

Pedro le llamaba. Chupó el final del agotado limón. Ya la lata vacía de cerveza rodaba en el polvo de Sonora. Desmangó la camisa y caminó por el vestíbulo que conducía a su alcoba. Pedro le ofreció otra cerveza pero no recibió respuesta. La Debbie lo estaba venciendo. Pedro le platicaba sobre el abuelo en el D.F. que aún no conoce, de su tía en Abasolo que ni siquiera sabía su nombre. Le preguntó sobre la taquería en Durango. Quería saber si se podía tomar agua, si era peligroso sentarse en los excusados. Le confesó su preocupación por su mal español, por el peligro que le llamasen pocho o cualquier otro nombre. Más que cualquier otra cosa le preguntó sobre el hombre mexicano, ¿Qué tanto se parece a ti? ¿Les gustan mucho las gringas? No contestaba ninguna de sus preguntas. No tenía control de sí mismo. En ese momento se dejaba manipular por la Debbie americana, por la que hablaba perfecto español.

P
ARTE
II: I
MPOSIBLE EN EL EXTRANJERO
R
UTINA

La mañana:

Otro día. Se duchó. La señora tocó la puerta de la habitación. La señora anunció, “el desayuno”. Almorzó mirando al cielo gris de la ventana. Escuchaba claramente el sonido del antiguo reloj. Ninguna palabra. Acabó y pensó sobre el plan del día: caminar por la ciudad y fotografiar lugares importantes. Se incorporó de la silla. Preparó su mochila, recogió la chamarra y salió de la casa. “Adiós, adiós”, dijo la señora.

La tarde:

Ninguna palabra. La señora limpió la casa. Aprovechó la soledad para abrir su pecho al sol.

La noche:

La llave abrió el candado pero la chapa mantuvo la puerta cerrada. “Voy, voy”, dijo la señora. Entró a su cuarto. Aflojó la mochila y recogió una carta. “La cena”, anunció la señora. Cenó viendo la televisión. La señora fumaba. Ninguna palabra. Terminó su coliflor y patatas. Tomó un largo trago del vino. Permaneció un rato en el comedor. “Buenas noches”. “Buenas noches”, le respondió la señora.
En la casa en Guinardó se hablan doce palabras por día.

¿A
DÓNDE IR
?

Ya déjame, Leticia. Ya quiero llegar. ¿Qué no ves que he caminado todo el día? Yo no sé de dónde sacas tanta energía. Yo dedico mis días a sentarme
en las bancas de las plazas de la ciudad y así me siento débil, ¿cómo es que tú puedes ir a bailar? No, Leticia, yo no quiero ir a tomar sangría; el licor no ayuda en estos días. Pero ve tú con Pamela; ella sí es amiga. Besa la copa en que tomes y disfruta su compañía. No preguntes de dónde vengo ni a dónde voy. Me daría pena decirte la verdad. Pero sí te confieso que deseaba caminar por todas las calles de esta ciudad. Trataba de recoger recuerdos, de fotografiar lugares importantes, como los cines y los cafés que tanto frecuentaba. Paré un rato a descansar, a tratar de estudiar apuntes y sólo escribí una carta a la familia. Al recordarte comprendí que por obligación debería de pasear un rato por la calle de Aribau. Esta calle sí causó nostalgia porque ya desde hace tiempo la habíamos leído en ficción. Ahora al verte no sé si el encuentro cambie la situación pues ya he caminado bastante este día. Yo ya quiero llegar. No, Leticia, yo no quiero tomar sangría. Mucho menos ir a bailar. Quizá cuando regresemos a East Los recupere la confianza. Pero no, Leticia, no. Ahora sólo tengo ansias de llegar.

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