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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

Terra Nostra (110 page)

BOOK: Terra Nostra
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interminable, el Señor se sienta en trono de rosetones labrados en madera, bajo negro palio, él mismo vestido de negro, tan envejecido como las mujeres que han parido trece hijos desde que cumplieron trece años, el obispo de pie junto a él, tiara, dalmática y tunicela de carmesí y cenefas de brocado y báculo pastoral, y al lado el inquisidor de Teruel, el monje con la piel delgada untada al hueso y el hábito de San Agustín, y a cada lado de ellos los diáconos y subdiáconos con la cruz y los acólitos con sus candeleros altos muy ricos, y vestidos todos con dalmáticas y cordones de tela de plata, damasco y tela de maraña de seda, y detrás, inclinado cerca de la oreja del Señor, Guzmán, atuendo de ceremonia, corta capa de pieles, gorro de terciopelo, calzas negras, la mano posada sobre la empuñadura de la vasca, los tambores, el primer prisionero, Nuño, atado a una de las dos estacas clavadas sobre el polvo del llano, desnudo, sólo un taparrabos, los guardias le azotan con varas, cien veces, todo el cuerpo, herido, abierto, sangrante, luego le untan miel, le acercan un cabrón que comienza a lamer la miel con su áspera lengua, se lleva jirones de la carne, Nuño cierra los ojos, aprieta los dientes, carne y pellejo, sangre y nervio, la lengua áspera del cabrón, redoblan los tambores, el segundo prisionero, el cabecilla, el viejo de barba incendiada como los fuegos de su fragua, el caballejo, llega hasta la estaca, le atan alto, de modo que sus pies no toquen tierra, le amarran al dedo mayor de cada pie pesas de ciento cuarenta libras y esperan media hora, viéndole sufrir lentamente, mientras el agustino de Teruel exclama con la voz ronca, baluarte de la Iglesia, pilar de la verdad, guardián de la fe, tesoro de la religión, defensa contra herejes, luz contra los engaños del enemigo, piedra de toque de la pura doctrina: ¡maldita canalla!, ¡mueran los rebeldes!, con gusto les miro morir, ¡perros rebeldes, ministros somos de la Inquisición Santa!, y luego embarran el cuerpo desnudo de sebo, y ponen fuego a la estaca, y el inquisidor de Teruel grita, ¡atizad la llama!, Jerónimo gruñe como un león, han prendido el fuego sólo a los lados, para que sólo los costados se le asen, apagan el fuego, le ponen una camisa mojada con agua fuerte, y la encienden; chisporrotea la barba de Jerónimo, cierra los ojos, se le van las pestañas y las cejas, vuelven a apagar el fuego, le quitan la camisa, toman sus manos crispadas, las abren a la fuerza, le hincan profundamente agujas y clavos entre las unas de los dedos, mojan y lavan el cuerpo con orina ajena, hedionda, le apresan la mano derecha entre planchas ardientes, y aprietan, y queman, con tenazas de hierro le aprietan la muñeca, esperen, Guzmán ha pedido ser el verdugo, saca el puñal de la funda, camina hasta Jerónimo en la estaca, le corta la verga, se la mete al desgraciado en la boca, le estira hacia atrás los testículos hasta enfundarlos en el ano, le abre el vientre en forma de cruz, le arranca las entrañas y el corazón, corta el corazón en cuatro partes, arroja cada una a uno de los puntos cardinales, ríe, al Pater Noster, al Ave María, al Credo y al Salve Regina, da la orden final, córtenle la cabeza, pónganla en lanza a la entrada del palacio, hagan cuatro partes del cuerpo y cuelguen las partes en cuatro palos en las esquinas del palacio, tal es la voluntad del rey nuestro Señor, y tú, Nuño, hijo de áscaris de la frontera moruna, reconóceme al morir, soy hijo de aquel señor empobrecido de los reinos taifas que no tuvo dineros para retenerles cuando tú y los tuyos abandonaron nuestras tierras a la maleza y la sequía, nos condenaron a la miseria dejándonos sin brazos de labriego y creyeron ganar una pobre libertad convirtiéndose en villanos del rey y dejando de ser collazos de mi padre: mírate ahora, Nuño, me cobro tu esclavitud a la hora de tu muerte, y púdrase aquí tu cuerpo para ejemplo y escarmiento de rebeldes, Hemos querido, señores, escribiros esta carta para que veáis cuál es nuestro fin al hacer esta junta, y los que tuvieren temor de aventurar sus personas, y los que tuviesen sospecha de perder sus haciendas, ni curen de seguir esta empresa, ni menos de venir a la junta, porque siendo corno son estos actos heroicos, no se pueden emprender sino por corazones muy altos, entrambos, la Señora y su mandrágora, el hombrecillo de lavadas facciones, cerezas por ojos, rábano por boca, migajas por pelo, nabo por cuerpo, oculta lo más posible su monstruosa apariencia por altos botines, gruesas calzas, ropilla enjoyada, flojo bonete de baja visera y largas orejeras, guantes cuajados de pedrería, holanes en los puños y alta golilla bajo la barba, levantaron del lecho de la alcoba arábiga a la momia de retazos reales, y el enanico dijo, Señora, ahora reina un gran silencio, ahora ha caído la noche, ahora es tiempo de hacer lo que te he recomendado, carga conmigo a tu Prometeo, tómalo tú de los sobacos y yo de los pies, bien unido está, bien pegadas sus partes por el alcoraque y la resina, en silencio, Señora, salgamos juntos, por galerías, claustrillos y patinejos se fueron, cargando a la momia, con los pies por delante, que cargaba el hombrecillo, y él guiaba, por los severos claustros de pilastrones fuertes y cuadrados, entre los bosques de arcos, bajo los artesonados techos de la lonja, a lo largo de una serie de once puertas, hasta entrar a una vasta galería que la Señora nunca había visto, larga de doscientos pies y alta de treinta, toda pintada por los lados, por los testeros y por la bóveda, y con columnas empotradas en las paredes, adornadas con fajas, jambas, dinteles y rejas boladas, a manera de salcones, y el techo y la bóveda labrada y ordenada con grutescos en estuque, donde había mil diferencias de figuras y ficciones, encasamientos y templetes, nichos, pedestales, hombres, mujeres, niños, monstruos, aves, caballos, frutas y flores, paños y colgantes, con otras cien bizarrías, y al fondo un trono godo, de piedra toscamente labrada y detrás del trono un muro semicircular, la pintura fingida de dos paños colgados de sus escarpias, con cenefas y franjas, mira Señora, tan al natural, que engañarán a muchos hasta llegar a levantarlos y asir de ellos; hasta el trono llevaron la Señora y su enanín el cuerpo inerte de la momia de retazos reales, fabricada con la nariz carcomida del rey arriano, una oreja de la reina que cosía banderas con los colores de su sangre y de sus lágrimas, la misma bandera que el Señor arrojó un día al putrefacto foso de la vencida ciudad flamenca, la otra del rey astrólogo quejoso de que Dios no le hubiese consultado sobre la creación del mundo, un ojo negro del rey fratricida y un ojo blanco de la infanta revoltosa, la lengua amoratada del rey cruel que a los cortesanos hacía beber el agua de baño de su barragana, los brazos momificados del rey rebelde levantado en armas contra su padrastro, asesino de su madre, el torso negro del rey violador de su propia hija, que murió incendiado entre sus sábanas, la calavera del Doliente y el sexo apasado del Impotente, una canilla de la reina virgen asesinada por un alabardero del rey mientras rezaba, otra canilla de la Dama Loca, reliquia del sacrificio de la madre del actual Señor, los labios torcidos del Emplazado, asesino de sus hermanos y hallado muerto en su lecho al pasar los treinta y tres días y medio del juicio de Dios, la sedosa cabellera de los infantes raptados y degollados por hebreos a la luz de la luna, los dientes podridos del rey que empleó todos los días de su reinado en asistir a sus propios funerales, y los pies de la castísima reina que jamás mudó de calzado y al morir hubieron de arrancárselo con espátula, en el trono le sentaron, corrió el hombrecillo detrás del trono, recogió una corona de oro incrustado en zafiro, perla, ágata y cristal de roca, un manto de púrpura opaca, un cetro y una esfera, díjole a la Señora, has invocado todas las artes diabólicas, a todo has apelado, mi ama, todo lo has intentado, menos lo más sencillo y aparente: hazlo tú misma, sentada está tu momia en el trono más viejo de España, corónala tú misma, así, envuélvela en el manto real, eso es, abre sus adoloridos dedos y luego ciérralos otra vez sobre este orbe y este cetro, así lo hizo la Señora y en el acto, la momia real pestañeó, llenáronse de turbia luz sus ojos, crujió su brazo al levantarse con el cetro en la mano, rechinaron sus corvas, apartáronse los torcidos labios, movióse la amoratada lengua, chilló de alegría el enanito, la momia coronada hablaba atropelladamente, decía palabras contradictorias, cierra, Santiago, y a ellos, vivo sin vivir en mí, plus ultra, plus ultra, en mi hambre mando yo, domina, Castilla, domina, dominadora, desprecia cuanto ignoras, y pues de España venimos, parezcamos lo que fuimos, cayó de rodillas la Señora y murmuró gracias, gracias, besó la mano del rey de reyes, ahora sí que tiene España un eterno rey, Sacra, Cesárea, Católica Majestad. No dudamos, señores, que en las voluntades acá y allá seamos todos unos; pero las distancias de las tierras nos hacen no tener comunicación las personas: de lo cual se sigue no poco daño para la empresa que hemos tomado de remediar el reino, porque negocios muy árduos tarde se concluyen tratándose de largos caminos, y no se diga de nosotros como dijo don Pedro de Toledo, que esperaba que la muerte le llegase de España, para venirle muy retrasada. No más sino que a los mensajeros que llevan esta letra, en je de ella se les dé entera creencia, magnánimo ha sido el Señor, demasiado benévolo, dijo Guzmán, pues no me he cansado de advertirle que el inocente, perdonado, no tarda en convertirse en enemigo y prestamente asume la culpa de su acusación, y para mí que todos ustedes culpables son, y aliados fieles de los sediciosos que ayer cayeron en nuestra trampa, pero más fiel soy yo a los deseos de mi Señor, queden libres, tú, ciego, y tú, muchacha, y tú, monje de las ciudades apestadas, fiebres de motín cunden por el reino y seguro estoy de que no tardaremos en encontrarnos de vuelta, ustedes con las manos en la masa, del lado de los comuneros insurrectos de las ciudades de Castilla, yo del lado de mi rey, Guzmán es paciente, entonces saldaremos cuentas, ¿y mi hijo?, suplicó Ludovico, nada ha hecho, es inocente, de nada se le puede acusar, ¿no quedará libre?, sí, rió Guzmán, pero no ahora, no con ustedes, yo le liberaré, a mi manera, el Señor me ha hecho esa bondad, besó Celestina la frente del peregrino del nuevo mundo, unió sus manos a las del muchacho, díjole en voz muy baja al oído, esperaremos, un día triunfaremos, esperemos el nuevo milenio, te doy cita, lejos de aquí, en otra ciudad, Ludovico me lo ha dicho, París, fuente de toda sabiduría, un catorce de julio, al morir este milenio, el catorce de julio de 1999, te buscaré, te encontraré, todas las aguas se comunican, sobre las aguas nos encontraremos, por las aguas llegaremos, hay un pasaje de agua del Cantábrico al Sena, del líber al Mar Muerto, del Nilo a los golfos del nuevo mundo, te buscaré, te encontraré, sobre un puente, pasaré mi memoria y mi vida a otra mujer, besándola en los labios, mis labios son mi memoria, haz por recordarme, te buscaré, Guzmán ordenó a los alabarderos sacar del forno a Celestina, Ludovico y Simón, llevarles al llano y abandonarles con vituallas para una semana, no entendía por qué les perdonaba el Señor, Guzmán íes hubiese pasado por el caballejo, igual que al cabecilla Jerónimo, miró con risa y desprecio Guzmán al muchacho cuando los dos se quedaron solos en la celda, Hacemos saber a vuestras mercedes que ayer martes, que se contaron once, vino Guzmán a esta villa con doscientos escopeteros y ochocientas lanzas, todos a punto de guerra. Y cierto no madrugaba más don Rodrigo contra los moros de Granada, que madrugó don Guzmán contra los cristianos de Medina. Ya que estaba a las puertas de la villa dijonos que él era el capitán general y que venía, por la artillería. Y, como a nosotros no nos constase que él fuese capitán general, pusímonos en defensa de ella. De manera que, no pudiendo concertarnos por palabras, hubimos de averiguar la cosa por armas. Guzmán y los suyos, desque vieron que los sobrepujábamos en fuerza de armas, acordaron de poner fuego a nuestras casas y haciendas, porque pensaron que, lo que ganábamos por esforzados, perderíamos por codiciosos. Por cierto, señores, el hierro de nuestros enemigos en un mismo punto hería en nuestras carnes, y por otra parte el fuego quemaba nuestras haciendas. Y sobre todo veíamos delante nuestros ojos que los soldados despojaban a nuestras mujeres y hijos. Pero demos gracias a Dios, y al buen esfuerzo de este pueblo de Medina, que a Guzmán enviamos vencido, hace veinticuatro años que fui traída, siendo una niña, a tu casa, Felipe, le dijo esa noche Isabel; una infanzona de tiesas enaguas y bucles de tirabuzón, ¿recuerdas?; llegué las vísperas de una terrible matanza; celebráronse el mismo día nuestras bodas y tu crimen; hoy, te pido que nuestra separación coincida también con esta nueva matanza que cierra perfectamente el círculo de tu vida, pobre Felipe mío, creo que ya sé cuanto es posible saber sobre ti, Felipe, y yo sobre ti, Isabel, ¿todo, pobrecito mío?, todo, Isabel, todos tus secretos, y el peor de ellos también, el secreto que es un crimen más grande que todos los míos, pues ya ves, los míos son repetibles y el tuyo, no: tendrían que resucitar los muertos para que volvieras a cometer ese crimen único, compartí el cuerpo de Celestina con mi padre, con Ludovico y quizás con el mismísimo Belcebú, y el de Inés con Don Juan; tu cuerpo, en cambio, Isabel, no podría compartirlo con tu primer amante, por eso jamás te toqué, por eso mi amor hacia ti será siempre ese ideal perfectísimo, intocable, incorruptible, por nadie dañado pues sólo mi mente lo sostiene y alimenta y sólo conmigo morirá: sólo mi vida y mi muerte lo compartirán; y sabiendo esto, crees, Isabel, que podrían importarme tus amores con el llamado Mijail-ben-Sama, que con gusto mandé a la hoguera, mas no invocando su verdadero crimen, sino el secundario; o tus amores con el llamado Don Juan, que en cárcel de espejos y con una sola hembra vive para siempre el infierno que tanto temió y la muerte que tanto aplazó; ¿siempre supiste la verdad, Felipe?; siempre, Isabel; ¿y me amaste así, Felipe, a pesar de mi primer amor?; te amaré siempre, Isabel: sólo yo, entre todos los seres vivientes, habrá sabido y amado lo que tú pudiste ser: mi amor, Isabel amada, ha sido el templo votivo de aquella preciosa niña que se entretenía en jugar con muñecas, despertar a las dueñas tardonas y sepultar huesos de durazno en los huertos: tú, mi niña Isabel, tú, mi
amante eterna, tú, la que pudiste ser: lo que yo mismo pude ser, lo que pudimos ser juntos: el haz marchito de nuestras posibilidades, la hez viviente de nuestras realidades; Felipe, pobrecito Felipe mío, mucho te he dañado, mucho te dañaré aún, dejaré en tu tierra hondas semillas de rencor, viviré odiando a España hasta purgarme totalmente de España, conocerás mi mal aunque me vaya muy lejos; y a pesar de todo, Felipe, dado lo que hemos sido, siendo lo que somos, conociendo nuestras miserias y debilidades comunes, dime, Felipe, ¿aprendimos por fin a querernos?; yo siempre te he amado, Isabel, contéstate a ti misma, ¿al fin has aprendido a quererme?; sí, Felipe, mil veces sí, mi niño, mi santito covachuelero, mi cachorrillo encadenado, mi pajarillo herido, mi pobre hombre lacrado, vencido parejamente por la humildad y la soberbia, mi tierno, imposible amante, secuestrado por la piedra de la sacra prisión que has edificado, mi inocente víctima del poder que heredaste, ¿cómo no he de amarte con el tamaño mismo de mi odio?, quien tan intensamente odia, entrega, a veces sin darse cuenta, toda la intensidad de su amor a lo que cree detestar, sí, por eso te amo, por lo mismo que tú me amas: amo al que pudo ser; gracias, Isabel, gracias por venir esta noche, por primera vez, hasta mi alcoba, sin necesidad de que yo te lo pidiera, por tu propia voluntad, gracias, míralo, qué desnudo, pobre, fúnebre aposento, gracias por venir hasta mí por primera y última vez, lo sabemos, ¿verdad que sí?, no hables ya, Felipe, tómame de la mano, llévame a tu lecho, pasemos juntos esta última y primera noche, juntos, vestidos, sin tocarnos, Felipe, sobre tus sábanas negras, como un hermano y una hermana muertos, como dos esculturas más, yacentes en la cripta donde has reunido a tus antepasados, duerme, duerme, duerme… No os maravilléis, señores, de lo que decimos; pero maravillaos de lo que dejamos de decir. Ya tenemos los cuerpos fatigados de las armas, las casas todas quemadas, las haciendas todas robadas, los hijos y las mujeres sin tener do abrigarlos, los templos de Dios hechos polvos; y sobre todo tenemos nuestros corazones tan turbados que pensamos tornarnos locos. No podemos pensar nosotros que Guzman y la gente que trajo buscasen solamente la artillería; que, si esto fuera, no era posible que ochocientas lanzas y quinientos soldados no dejaran, como dejaron dé pelear en las plazas, y se metieran a robar nuestras casas. El daño que en la triste Medina ha hecho el fuego, conviene a saber, el oro, la plata, tos brocados, las sedas, las joyas, las perlas, las tapicerías y riquezas que han quemado, no hay lengua que lo pueda decir, ni pluma que lo pueda escribir, ni hay corazón que lo pueda pensar, ni hay seso que lo pueda tasar, ni hay ojos que sin lágrimas lo puedan mirar; porque no menos daños hicieron estos tiranos en quemar a la desdichada Medina, que hicieron los griegos en quemar la poderosa Troya. Pues tenemos, señores, en la demanda tanta justicia, no debemos de desistir de la empresa. Y si fuese necesaria, nosotros enviaremos más gente al campo y socorreremos con más dinero y artillería porque no pequeña afrenta sería a Medina, que no se llevase a cabo esta tan justa guerra. Buscamos primero el compromiso; Guzmán ha provocado el encuentro de armas. Lo que hizo en Medina lo repetirá, si se lo permitimos, en Cuenca, Burgos, Ávila y Toledo. Al portador deste, désele la entera fe en lo que os hablare de nuestra parte y creencia, tapizados de hiedra los húmedos muros de Galicia; de hojas muertas, su suelo frío; hízose a la mar el bergantín desde el puerto de La Coruña y la Señora miró por última vez las costas españolas; careció de voluntad el Señor para oponerse al anulamiento, aceptó que nunca había tocado a Isabel, no le importaba ya que se supiera esta verdad en los corrillos de San Pedro, algún cardenal chiflado habló de canonizarle, creía que la castidad era requisito de la santidad; a Julián, el fraile, diole el Señor la comisión de ir a Roma e iniciar el proceso ante la Sacra Rota; nadie quiso acompañar a la Señora en su exilio inglés, que para ella era sólo un regreso a la tierra de sus padres; la camarera Azucena lloró y discutió y se exculpó, ¿a la Inglaterra os volvéis, mi ama?, ¿y qué se habla allí?, ¿como tonta de la cabeza andaré, sin entender ni ser entendida?, ¿hablar inglés yo, la Azucena?, ¡Josú, ni lo mande Dios!, y mirad lo que sé, Ama, que estos hombrecillos como el vuestro nacen a los pies de los cadalsos, las horcas, las picotas, el caballejo, y son engendrados por las lágrimas de los supliciados, ¡ay el Jerónimo, tasajeado como venado prendido!, ¡ay el Nuño, dejado a desangrar y pudrirse, lamida su carne por la lengua de un cabrón!, que a sus pies de ambos, mi Señora, debe haber otros dos hombrecillos como el vuestro, dos mandrágoras, Ama, esperando que yo vaya a la luz de la luna, me corte las trenzas, las amarre a la cola de un perro negro, y el otro cabo a la raíz de la mandràgora, y hale, a taparme las orejas, que entre gritos tan horribles que no se oyen, saldrán arrancados de sus húmedas cunas de lodo y llanto nuestros hombrecillos, y les pondré cerezas en los ojos: verán, rábanos en las bocas: hablarán, trigo en las cabecitas: les crecerá la cabellera, y una gran zanahoria entre las piernas, mi Ama, hi hi hi, y tendré gran dinguilindón con que entretenerme mientras me hago vieja, que puta argüendera soy, y Dios así me guarde, aunque sin la Lolilla, mi Ama, ¿con quién he de argüendear y dedicarme al chichirimbache?, que se nos perdió la piltrofera de la Lola, no sé dónde se metió y me espanto pensando que en la matanza la confundieron con puta inglesa, excusando lo presentí', mi Ama su mercé, y a la rufiana me la partieron de un hachazo, y así mire usté que si nos ha de llevar el diablo, igual dará aquí o allá, y mejor es diablo conocido que diablo por conocer, y la fregona lloró y se despidió, y el enanín dijo que no, él tampoco se iba, ¿quién iba a cuidar del verdadero monarca, la momia sentada en el trono godo de la galería de pinturas, columnatas y enyesados, quién iba a escuchar lo que decía, aplaudir sus extraños movimientos de brazos, duros y temblorosos gestos, celebrar sus decires, tan torpes y difíciles con esa vieja lengua amoratada, cuidar de su pulcritud, atender su vestimenta, cambiarla de acuerdo con el tiempo, la moda, las cambiantes costumbres, pues ese rey, el de verdad, en verdad se quedaría sentado en el trono por los siglos de los siglos, y el enanito sería su único paje, bufón, confidente, consejero y ejecutor?, y sólo Julián accedió a acompañarla, pero sólo hasta puerto inglés, y de allí seguiría a Roma a cumplir el encargo del Señor, ¿y luego, fraile, y luego?, se apoyó fray Julián en la banda de babor, miró alejarse las rías gallegas y dijóle, Señora, apenas sea puesto en paz el reino y sofocada la rebelión de las comunidades, todas las riquezas arrebatadas a los insurrectos, a los judíos expulsados y a los moros vencidos, serán empleadas en empresas de navegación y descubrimientos; el nuevo mundo debe existir, porque así lo desean tanto los vencidos, para huir a él, como los vencedores, para encauzar a tierras vírgenes todas las energías y el descontento que han aflorado desde la mitad del verano, y hacerlo en nombre de la unidad de España, la prueba del poder único y la misión evangelizadora; mil ambiciones se agitan debajo de estas razones, quienes nada podrán ser aquí, hijosdalgo podrán ser allá; veréis que en saliendo de su tierra todos los españoles se harán príncipes y soles, y en el nuevo mundo el porquerizo y el herrero y el labrador podrán alcanzar el linaje que, españoles en España, nunca alcanzarían; los tesoros del nuevo mundo llaman a vencedores y vencidos en el fratricidio español; y aquéllos, sometida España, tendrán energía de sobra para someter idólatras; iré con ellos; tengo algo que hacer allá; miraron juntos la verde y dorada costa del otoño gallego, recordó la Señora el humo y las llamas en las piras que consumían los cadáveres de las matanzas, en el palacio de hoy, en el alcázar de ayer, al llegar a España, al irse de España; luego dio la espalda a la tierra y miró la agitada pizarra gris del mar que se abría en pétreas olas ante el avance del bergantín, Inglaterra, su patria, salió tan tarde de allí, le dijo a Julián el fraile, regresaba tan tarde, no, no era tan tarde, no sería tan tarde, tendría tiempo aún, reina virgen, humillada, cargada de congojas y venganzas, así regresaría, así se presentaría, la esperaba el hogar de sus tíos, los Bolena, desde esos olvidados campos de Wiltshire urdiría la venganza, nadie como ella conocía la tierra española y sus hombres, nadie como ella sabría aconsejar a su propia raza, revelar los secretos y debilidades de la atroz España, Isabel, la reina virgen, rumbo a su patria, poblando ese mar que separaba a La Coruña de Portsmouth con poderosas escuadras de la venganza, armadas inglesas, pendones ingleses, cañones ingleses, y luego hacia el oeste, hacia el nuevo mundo, hijos de Albión, que no sea sólo de España el nuevo mundo, ella, otra vez Elizabeth, como fue bautizada, se encargaría de instigar, apremiar, intrigar, acosar, iluminar a Inglaterra para que sus hombres también pisaran las tierras nuevas y allí se enfrentaran, para siempre, a los hijos de España, desafiándoles, tan crueles como ellos, y más, tan codiciosos como ellos, y más, tan criminales como ellos, y más, pero sin justificación sagrada, sin sueños de hidalguía, sin tentaciones de la carne, sin considerar el mundo nuevo como un premio, sino como un desafío, exterminadores de naturales, como los españoles, pero sin mezclar su cuerpo con ellos ni vivir los tormentos de la sangre dividida, buscadores de tesoros que nunca hallarían, sino que deberían arrancar los frutos a la tierra hostil con el sudor y los callos, holganza para el español, industria para el inglés, enervamiento de los sentidos para el español, disciplina del esfuerzo para el inglés, espejismo de lujo para aquél, frugal realidad para éste, ah sí, que se invirtiesen los órdenes, que el español, abandonando penitencia, escasez, tristeza y puertas cerradas al ascenso en su tierra, encontrase demasiada holganza, demasiada opulencia y demasiada facilidad para su grandeza personal en el nuevo mundo, hundiéndose en un pantano de áurea molicie y confundiendo la realidad con su persona, y que el inglés, abandonando lo mismo en la suya, opresión, guerra y hambre, encontrase en el nuevo mundo ninguna holganza, ninguna opulencia, ninguna facilidad, sino el desafío de una nueva tierra virgen que nada le daría en compensación de su fuga, sino lo que conquistase el trabajo de las manos desnudas desde la nada trabajando: conquiste España las ciudades de oro, conquiste Inglaterra los bosques increados, la tierra intacta, los ríos solitarios, abra surcos donde España cave minas, construya cabañas de madera donde España levante palacios de cantera, pinte de blanco lo que España cubra de plata, decida ser donde España se contente con aparecer, exija resultados donde España proclame deseos, comprométase a acciones donde España sueñe ilusiones, sacrifique al trabajo lo que España sacrifica al honor, viva el consenso de la hora donde España vive la expectativa del destino, viva desabusada siempre mientras España pasa de la ilusión al desengaño y del desengaño a la nueva ilusión, prospere Inglaterra en el duro cálculo de la eficacia mientras España se agota en mantener la dignidad, la apariencia heroica y la gratificación del aplauso ajeno, sí, pedía cuanto la negaba, no sería para ella el sueño del placer y el lujo, los sacrificaba gustosa para que España reventara, envenenada, indigesta, primero del exceso que a su austeridad hambrienta le ofrecía el nuevo mundo, y luego del desencanto que sus sentidos haítos le procuraran; España: al pie del muelle de La Coruña, Julián, le ofrecí un ducado de oro a un mendigo; era mi regalo de partida; ¿sabes qué cosa me contestó?: «Búsquese otro pobre, Señora”; daréle el mismo ducado a un pordiosero de Londres, y diréle cómo multiplicarlo, invertirlo, reinvertirlo, prestarlo a interés y con condiciones, atraerse socios, cambistas, asentistas, la inteligencia judía expulsada de España, armadas de corsarios, provocaciones a la dignidad hispana, todos los medios, todos, Julián : el oro del nuevo mundo pasará como agua por las manos de España y terminará en las arcas de Inglaterra: te lo juro; ¿y para ti, Isabel, qué quieres para ti, Señora?, ¿esta mañana de otoño, embarcada de regreso a mi patria inglesa, Julián?, Elizabeth sólo pide la imagen de una niña, una infanzona con bucles de tirabuzón y tiesas enaguas de calicó, y a esa niña le pregunta, ¿llegaron bien tus muñecas?, ¿no se rompió ninguna en el viaje?, ¿dónde enterraste tus huesos de durazno?, ¡oh, el pobre azor, cómo vuela, cómo despliega sus alas de azabache!, ¿no has oído hablar de una recámara de blancas arenas, azulejos árabes, mullidos arambeles?, ¿vendrás conmigo a la corte del amor, donde una compañía de caballeros vestidos de blanco combatirá por tu mano contra una compañía de caballeros vestidos de negro?, ¿no escuchas cómo caen las pelotillas de bronce sobre una jofaina, marcando las horas?, vamos a jugar, ring a ring of roses, a pocket full of posies, a-tishoo, a-tishoo, we all fall down, Ayer jueves supimos lo que no quisiéramos saber y oímos lo que no quisiéramos oír; conviene a saber, que Guzmán ha quemado toda esa muy leal villa de Medina. Dios nuestro Señor nos sea testigo que si quemaron desa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas. Pero tened, señores, por cierto que, pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la su injuria a Medina. Hemos sido informados que peleastes contra Guzmán, no como mercaderes, sino como capitanes; no como desapercibidos, sino como desafiados; no como hombres flacos, sino como leones fuertes. Y, pues sois hombres cuerdos, dad gracias a Dios de la quema, pues fue ocasión de alcanzar tanta gloria. Porque sin comparación habéis de tener en más la fama que ganastes, que la hacienda que perdistes. Los desastres de la guerra nos mueven a mover la junta General de Avila a Valladolid, y desde allí proseguir la lucha por el remedio universal del reino, a causa de la mala gobernación e consejo que el rey nuestro Señor tuvo, vencido en Medina, vencido en Segovia, vencedor en Torresillas y en Torrelobatón, mis derrotas y victorias todas victorias son, pues provoqué y empujé a los comuneros a la guerra con el llanto en los ojos y la dignidad afrentada, malos consejeros del

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