Terra Nostra (101 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

BOOK: Terra Nostra
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Le guiaron los tambores pardos de la ejecución.

Desnudo y con las manos atadas, el joven y bello heresiarca con la cruz encarnada en la espalda se hincaba ante el muñón de un árbol y allí apoyaba la cabeza.

El verdugo levantó con ambas manos el hacha.

Cantar por ansias

—Yo sólo les prometí llevarles hasta el siguiente poblado, negó el ciego, a donde voy a enterrar a dos de mis hijos que se me murieron de cólico miserere. Nunca les he visto antes.

Le dejaron seguir su camino. Al viejo cascafrenos le soltaron en su pueblo sin nombre, entre burlas y congojas del cura, el barbero, el bachiller y la sobrina, pues todos conocían las locuras del señor Quijano, pero al muchacho le pusieron cadena al cuello y esposas a las manos y lo ensartaron a la cuerda. El capitán de la guardia le dijo a un subalterno:

—¿Miraste bien? Ese mozo tiene una cruz en la espalda y seis dedos en cada pie…

—Pues que no entiendo nada…

—¿No recuerdas hace ya veinte años casi, cuando servíamos en la guardia del alcázar?

—Nada, lo que se dice pues nada…

—El Señor dio órdenes: pónganse trampas para lobos en toda la comarca, y los sábados salgamos a cazar a las bestias, y a la loba que encuentren denle pronta muerte, o a cualquier niño con estos mismos signos de la cruz y los pies, no averigüen nada, pronta muerte, ¿no recuerdas?

—Como crondiós que no, hace tanto de eso…

Que cantara por ansias, le dijeron en las mazmorras de Tordesillas, le taparon el rostro con un paño que le cubrió las narices, impidiéndole respirar, y así le echaron el agua a chorros a través del paño, que se hundía hasta lo más profundo de la garganta, habla, ¿quién eres?, más te vale hablar, infeliz, que de todas maneras tu muerte está ordenada desde hace veinte años, y nadie ha de preguntar por ti, habla, ¿quién eres?, y yo que me ahogo, me ahogo, me ahogo…

El sueño circular

Los negros papas embarrados de sangre le tomaron por los brazos y las manos y le extendieron sobre la piedra de la cima de la pirámide, entre los humeantes pebeteros y frente al trono de la mujer de los labios pintados…

Sonrió con tristeza. Para llegar hasta ella huyó de pueblo en pueblo, por las selvas y valles del mundo nuevo, hasta llegar al templo junto al volcán; valióse de todas las tretas del picaro, engañó, asumió el papel de un dios blanco y rubio que debía, según las leyendas de los naturales, regresar por el oriente, aceptó los dones, pidió que todo se lo convirtieran en oro, se cargó de pesadas taleguillas, enamoró a las mujeres, desplegó todas las facetas de la astucia, exigió sacrificios en su nombre, presidió los fastos de la muerte, más, más, siempre más, el dios es insaciable, explotó la debilidad, el temor, ordenó la muerte de los viejos, por inservibles, de los jóvenes, por alimenticios, de los niños, por inocentes, enfrentó a pueblo contra pueblo, exigió la guerra como prueba de devoción, conoció el incendio de las aldeas, miró los cadáveres en los llanos, y en su ascenso de la costa a la meseta prometió a cada nación liberarla del tributo del más fuerte, sólo para someterla al tributo de la siguiente nación de su recorrido: así creó una cadena de exacciones, peor que cualquier servidumbre antes conocida en estas tierras: se justificó diciendo que todo lo hizo para sobrevivir; un hombre solo contra un imperio… ¿había conocido la historia empresa comparable a la suya? Ejércitos de Alejandro, legiones de César: él solo, Oulixes, hijo de Sísifo, rompiendo para siempre la fatalidad del padre: esta vez, la roca, empujada hasta la cima, la coronaría para siempre. Mas, ¿quién sabría esta odisea, quién la contaría a las generaciones por venir?, ¿vale la pena cumplir actos memorables sin testigos que luego los canten?

El solo.

La mujer de los labios pintados acercó la boca a su oreja:

—¿Nada más recuerdas?

—No.

—¿Has olvidado los cinco días?

—Sólo he vivido veinte.

—¿El hermoso año que pasamos juntos, tú regalado, tú atendido, tú y yo amándonos?

—No recuerdo nada.

Sobrevivió. El papa negro levantó el cuchillo de pedernal y lo dirigió, con un solo veloz movimiento, al corazón del muchacho…

En el instante en que el cuchillo de piedra tocó su pecho, despertó.

Suspiró con alivio. Estaba dormido junto a un árbol, sobre un montón de hojas secas. Tembló de frío e intentó desperezarse. Tenía las manos atadas. Quiso ponerse de pie. Cayó de vuelta entre las hojas húmedas. Una soga juntaba sus pies. Dos soldados avanzaron hacia él, cortaron la soga de los pies y le llevaron a un claro del bosque.

A caballo, el Duque le miró con tristeza, dio la orden y se fue galopando. La orden fue corta y decisiva:

—Llévenle la cabeza al Señor victorioso, don Felipe, en prueba de mi buena fe.

Le obligaron a hincarse frente a un muñón de árbol y a inclinar la cabeza, hasta descansar el mentón en el tronco.

El verdugo levantó con ambos brazos el hacha y la dirigió, con un sólo movimiento veloz y certero, a la nuca del muchacho…

En el instante en que el hacha tocó su cuello, despertó.

Le habían dado un puntapié en las costillas. Abrió los ojos y miró a un monje alto, que vestía el hábito de la orden de San Agustín; el rostro parecía una calavera, tan delgada era su piel y tan pegada al hueso.

—¿Estás dispuesto a hablar?

—¿Qué quiere que diga?

—¿Dónde naciste?

—No sé.

—¿Quiénes fueron tus padres?

—No sé.

—¿Qué significa esa cruz en tu espalda?

—No sé.

—Nada sabes, menguado, pero algo sabía nuestro antiguo Señor, que gloria haya, que hace veinte años ordenó tu muerte, apenas nacido, cuando desapareciste una noche de la alcoba de nuestra actual Señora, la infanta Isabel; ¿nada te dicen mis palabras?

—Nada.

—Empecinado de ti: de todas maneras vas a morir; pero si hablas, te ahorrarás la tortura. ¿Nada sabes?

—Nada recuerdo.

—Que cante por ansias.

Apenas pudo mirar por última vez el suelo de ladrillo de la celda, las gruesas paredes de piedra, las rejas cubiertas de gotas de agua como rocío: le taparon el rostro con un paño que le cubrió las narices, impidiéndole respirar, y así le echaron el agua a chorros a través del paño, que se hundía hasta lo más profundo de la garganta, me ahogo, me ahogo, me muero…

El cabo de los desastres

Pronto, Pedro, por primera vez los tres suenan al misino tiempo, deben soñarse entre sí, por primera vez no es uno el que actúa y los otros dos quienes le sueñan, te digo que se sueñan entre sí, un sueño circular e infinito, sin principio ni fin, quizás sea mi culpa, que Dios, si existe, me perdone, ellos me dijeron que el ciclo total de sus sueños sería de treinta y tres meses y medio multiplicado por tres, demasiado tiempo para mí, interrumpí tres veces sus sueños, les robé su tiempo, me justifiqué diciéndome que esas tres veces me espantó la agitación de los sueños, los gritos de los muchachos, sus voces de terror, de soledad, de muerte, no sé si les hice un favor o un daño interrumpiendo en ese instante sus sueños, robándoles su tiempo para ganar el mío, el día previsto, mañana, la fecha prevista, catorce de julio, el año previsto, veinte después de que los muchachos nacieron, el lugar previsto, el Cabo de los Desastres, la misma playa donde hace veinte años nos reunimos, ¿recuerdas?, Felipe y Celestina, el monje Simón, tú y yo, Celestina estará aquí mañana, lo sé, lo prometió, Simón ha llegado hasta el palacio en construcción, ha advertido al fraile Julián, mañana sale de cacería Felipe, el Señor, los destinos se entretejen, arranco a mis hijos del sueño para sumergirles en la historia, pronto, sí, Ludovico, más rápido no puedo, tú no ves, pero la tormenta es terrible, no la aplacarás con esa musiquilla de flauta, no se oye, la borrasca la borra, Ludovico, y yo sólo tengo dos brazos para arriar el velamen, el cielo está negro, hasta los rayos son negros esta noche, ay, mi pobre barca cruje, ya ves, nunca hubiera llegado a la otra orilla del gran océano, ni una miserable tormenta ha resistido esta vil cascarilla de nuez, tantos años gastados en construir, desbaratar, reconstruir, perfeccionar una nave que me llevara lejos, al mundo nuevo, al mundo mejor, ay, que se incendia el palo mayor, el fuego de San Telmo, ¿le fajaste bien a cada uno la botella, Pedro?, sí, Ludovico, entre vientre y calza, como me lo pediste, júrame, Pedro, que nunca contarás mi secreto, que nadie sepa que interrumpí los sueños, que todos crean que estos muchachos cumplieron ese ciclo sagrado, treinta y tres meses y medio, si un día nos encontramos ante el Señor, no me delates, Pedro, no me desmientas, ahora, Ludovico, aprovechemos esa ardiente luz del palo mayor, ahora, Pedro, arrójalos al agua, uno tras otro, los tres muchachos, los tres soñadores, se ahogarán, Ludovico, la muerte por agua, amor por agua, dirás, Pedro, si su destino es salvarse, se salvarán, si mueren, seguirán soñando y soñándose, eternamente, no sé si me perdonarán que haya tomado sus destinos entre mis manos, quizás estaban destinados a culminar sus vidas soñándose, un círculo fatal, y yo les voy a despertar para uncirles a mi propio destino, el encuentro con Felipe, el regreso, veinte años después de la ilusión y el crimen, pero debo saber, Pedro, ¿me entiendes?, ellos son obra mía y yo soy obra de ellos, ni ellos ni yo seremos nunca sino lo que hemos sido juntos, lo que ellos saben io aprendieron conmigo, los hermanos fundadores, comunes a todas las razas, a todos los pueblos, los mismos, con distintos nombres, los que nombraron, los que cayeron, los que volvieron a fundarlo todo sobre la ruina de la primera creación, haciéndose parte de ella, la gracia, Pedro, la gracia eficaz, liberada en la historia, encarnada en el presente, en nuestro presente, aquí y ahora, arroja por la borda al primero, ahora al segundo, ahora al tercero, tres, siempre tres, un sueño en Alejandría, una reclusión en Palestina, una profecía en Spalato, una memoria en Venecia, una cruzada en Flandes, una peregrinación al nuevo mundo, un encuentro en La Mancha, caminos de la libertad, encuentros y desencuentros, pronto, Pedro, hecho está, Ludovico, y que Dios te perdone, no sé quiénes son estos muchachos, pero creo que la muerte les has dado, como se le da a perros rabiosos que se echan en saco al río, no, Pedro, la creación es eterna, se repite una y otra vez como los sueños de estos muchachos, son los fundadores, los hermanos que no han podido repetir, esta vez, el crimen de hermano contra hermano, como estaba escrito, porque yo les cuidé, yo intervine, yo les preservé para este momento, yo les alejé de la hermana tentadora, la hechicera, la mujer de los labios tatuados, la gitana, y ahora les devuelvo la libertad que el sueño les arrebató, los devuelvo a la historia, mi historia, a ver qué hacen en ella, con ella, para ella, qué destino les espera, qué rostros, qué nombres, los hermanos, siempre dos, siempre dos, el doctor de la sinagoga me lo dijo, dos son oposición estática que se resuelve en la muerte, ahora no, fueron tres, cambiará la historia, tres es el número que pone en movimiento las cosas, las vivifica, vuelve fluido lo que parecía inmóvil, transforma la caverna en río, los salvé de la profecía, un hermano no mató al otro, porque no fueron sólo dos, un hermano salvará a los otros, porque fueron tres, y la nave cruje, la borrasca quiebra el mástil, el fuego mismo cae al mar, los tablones se desclavan, las maderas se desgajan, salta, Ludovico, la nave es pura astilla, amárrame al gobernalle, Pedro, pronto, mi pobre barca se anega, se hunde, nos estrellamos contra las rocas, nos ahogamos, nos ahogamos, nos ahogamos…

La madre Celestina

Les visitó el Señor, padre de Felipe, y le preguntó al padre de Celestina:

—¿Cuándo se casará la muchacha? Cásala pronto, pues rondan muchos caballeros que han perdido sus tierras, mas no sus gustos por las doncellas. En todo caso, recuerda que debes preservar su virginidad para mí…

Se fue a trote ligero, riendo, y Celestina le recordó con pavor, la noche en que este mismo Señor cabalgó embriagado, gritando, buscando lobas atrapadas y, en su furor erótico, fornicando con una de ellas. Esto nunca se lo contó la muchacha a su padre; el inocente, creyendo defenderla así de los caballeros vagabundos y hambrientos de hembra, decidió vestirla de hombre desde ese día; ella, dejándose disfrazar, esperaba defenderse del Señor, aunque sabía que lo mismo violaría a hombre que a mujer o bestia.

Creció en el bosque, con su padre. Éste envejeció; a veces rozaba con los dedos los labios para siempre llagados de su hija y murmuraba tristemente:

—Boca con duelo no dice bueno. En malahora salimos de nuestra silva protectora para ir a Toledo.

Y así, evitaba hablar con su hija vestida de zagal. Otro día supieron de la muerte del Señor. Y luego se aparecieron los hombres armados del heredero, don Felipe, con 1a. misión de recoger a todos los muchachos del bosque para servicio de armas y de alcobas.

—¿Quién labrará las tierras, quién cuidará los rebaños?, fueron las últimas palabras que escuchó decir a su padre.

El príncipe don Felipe, al verla vestida de hombre, no adivinó su verdadera condición, aunque algo turbador parecieron despertar sus facciones en la memoria del heredero. Fue asignada al servicio del alcázar de la madre del joven Señor, donde la presencia de las mujeres estaba prohibida. Como pastorcilla, había aprendido a tocar la flauta y así lo hizo saber al mayordomo a fin de distraerse y distraer en ese empeño, viviendo aislada de los criados y de los soldados ante los cuales jamás se desnudó. La Dama Loca respetó las aptitudes musicales de su nuevo paje: le ordenó que aprendiera a tocar el tambor, pues otro sonido que no fuese fúnebre no quería escuchar, ya que vivía en permanente duelo. Y así, cuando la vieja Señora inició su larga peregrinación arrastrando el cadáver de su esposo, al paje se le asignó el último lugar de la procesión, tocando el tambor y vestida toda de negro como un heraldo anunciador de llantos.

Del alcázar de Tordesillas avanzó la procesión hasta Burgos, y de allí a la cartuja de Miraflores; por ciudades grandes, Medina del Campo y Ávila, ínfimas, Hornillos, Tórtolos, Arcos, medianas, Torquemada y Madrid. Y reposando un día en esta ciudad de escaso mérito, recluida en un monasterio la Dama Loca con el despojo de su marido, y adorándole, y dispersa la procesión por las serviles riberas del Manzanares, paséose el paje enlutado y con la llaga de colores en los labios cabe unas tenerías, a la cuesta del río, y ese humo de tenerías le estaba recordando su propia infancia en la selva, y añorábala, cuando una mano la tomó con fuerza del brazo y una figura agazapada se acercó a su oído:

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