Respiro hondo y asiento. No tiene sentido mentir.
—Y luego está el pequeño detalle de que has arrancado el coche sin utilizar la llave… y creo que ambos sabemos que no es de esos coches modernos que no la necesitan… que este modelo en particular precisa una llave para arrancar. Y no olvidemos el primer día que te encontré en la tienda… cuando conseguiste entrar a pesar de que la puerta estaba cerrada; por no mencionar lo rápido que encontraste el
Libro de las sombras
, que también estaba guardado bajo llave. Así que olvídate del resto; olvida las disculpas, las explicaciones y todas esas tonterías. Lo hecho, hecho está, y no hay vuelta atrás. Lo único que quiero es que me expliques cómo. Eso es lo único que me interesa en realidad.
Lo miro y vuelvo a tragar saliva sin saber qué hacer, así que intento bromear un poco.
—Vale, pero primero dime una cosa: ¿la medicación para el dolor te ha hecho efecto ya? —Y suscribo la pregunta con una estridente risotada que solo consigue cabrearlo más.
—Escucha, Ever, si decides sincerarte conmigo, ya sabes dónde vivo. Si no… —Intenta abrir la puerta para hacer un magnífico mutis, pero como tiene los dos brazos vendados, no le resulta nada fácil.
Así que salto desde mi asiento al suyo y aparezco a su lado antes de que pueda parpadear.
—Espera, déjame hacerlo a mí —le digo, y espero que no le parezca un ataque a su masculinidad.
Sin embargo, Jude se queda sentado, suspira y sacude la cabeza.
—Y también, por supuesto, está eso…
Nuestros ojos se encuentran y contengo el aliento.
—Esa forma de moverte, tan ágil y veloz como una pantera.
Me quedo donde estoy, en silencio e inmóvil, sin saber qué ocurrirá a continuación.
—Bueno, ¿vas a ayudarme o no? —pregunta al tiempo que alza la ceja que tiene partida.
Asiento con la cabeza, abro la puerta de su lado y le ofrezco el brazo como apoyo. Me doy cuenta de lo débil que está en el momento en que apoya su peso sobre mí.
—¿Puedes acercarme a la puerta principal?
—Por supuesto —respondo mirándolo a los ojos—. Pásame las llaves.
Jude me recorre con la mirada.
—¿Desde cuándo necesitas llaves?
Me encojo de hombros y me encamino hacia el estrecho sendero apenas iluminado que conduce a su puerta. Me fijo en el asombroso arriate de peonías rosa y moradas y le digo:
—No tenía ni idea de que tuvieras tan buena mano para las plantas.
—Y no la tengo. En realidad fue Lina quien lo plantó todo. Yo solo las cuido. Cultivamos la mayoría de las hierbas de la tienda aquí. —Señala la puerta, cansado de la charla y de mí. Está impaciente por entrar y acabar de una vez.
Así que cierro los ojos, visualizo la puerta abierta delante de mí hasta que escucho el inconfundible chasquido del cerrojo y luego lo invito a entrar. Me quedo de pie como una idiota y realizo una ridícula reverencia, como si acabara de dejarlo en casa después de una agradable merienda campestre. No soy capaz de moverme ni siquiera cuando él sacude la cabeza y me invita a entrar, ya que me hace falta una orden verbal firme para aventurarme al interior.
—¿Vas a atacarme otra vez? —Me recorre con la mirada, lo que me provoca una lánguida sensación de calma.
—Solo si pierdes el control —le respondo.
—¿Eso era una broma? —Entorno los ojos, y sus labios esbozan una media sonrisa.
Me echo a reír.
—Sí, y una bastante mala, la verdad.
Jude se apoya contra el marco de la puerta para observarme con detenimiento.
Toma una honda bocanada de aire antes de decir:
—Escucha, detesto tener que admitir esto, sobre todo delante de ti, que me has humillado para el resto de mi vida, pero tal vez necesite un poco de ayuda para apañármelas. Las medicinas están empezando a hacer su efecto, y si ya me las arreglaba mal estando sobrio y con un solo brazo, imagínate ahora. Solo te llevará un minuto o dos como máximo de tu tiempo. Luego podrás volver con Damen y disfrutar del resto de la noche.
Frunzo el ceño y me pregunto por qué ha dicho eso. Enciendo las luces y cierro la puerta después de entrar detrás de él. Echo un vistazo a la acogedora estancia, asombrada al ver por fin una de las auténticas casitas típicas de Laguna Beach, con viejas chimeneas de ladrillo y enormes ventanales, de las que ya no se ven por aquí.
—Es bonita, ¿verdad? —conviene Jude al ver mi expresión—. Se construyó en 1958. Lina la consiguió barata hace mucho tiempo, antes de que el dinero y los realüy shows empezaran a ser importantes.
Me acerco a las puertas correderas de cristal que conducen a un precioso patio de ladrillo que tiene una empinada pendiente de césped, un tramo de escaleras y el océano iluminado por la luna al fondo.
—Me cobra muy poco por el alquiler, pero mi sueño es poder comprársela algún día. Ella dice que solo me la venderá si prometo no convertirla en unos de esos dúplex estilo Toscana. Como si fuera a hacer algo así… —Se echa a reír.
Me aparto de las puertas y me dirijo a la cocina. Enciendo la luz y abro unos cuantos armarios, hasta que encuentro el que tiene los vasos. Miro a mi alrededor en busca de una botella de agua, pero descubro que Jude está tan cerca de mí que puedo distinguir las montas de sus ojos.
—¿No sería más fácil hacerla aparecer? —pregunta con voz pastosa, grave y profunda.
Lo miro, y no sé qué me molesta más, si su proximidad, el anhelo de su voz o que haya sido capaz de acercarse tanto sin que me dé cuenta.
—Pensé… Pensé que sería mejor hacerlo a la manera tradicional, pero si no te parece mal… Te garantizo que sabe igual —murmuro. Las palabras se quedan atrapadas en mis labios, así que mi única esperanza es que esté tan atontado con la medicación para el dolor que no note lo mucho que me afecta su cercanía.
Jude se queda de pie, con la mirada firme, sin revelar nada.
—Ever… ¿Qué eres? —pregunta con voz amuermada y profunda.
Me quedo helada. Aprieto el vaso con tanta fuerza que temo que pueda romperse. Me concentro en las baldosas del suelo, en la mesita que hay a mi derecha, en la sala de estar que hay más allá… En cualquier sitio menos en él. El silencio se alarga un buen rato.
—No… no puedo decírtelo —digo, aunque mi única intención es romper el momento de incomodidad.
—Así que entonces no es solo el libro; es… algo más.
Nuestros ojos se encuentran. Está claro que Jude me ha descubierto. Se ha dado cuenta de que he admitido no ser normal cuando podría haberlo achacado todo a la magia. Sin embargo, estoy segura de que no se lo habría tragado. Sospecha algo desde el primer día que nos conocimos, mucho antes de prestarme el libro.
—¿Por qué no me dijiste que el
Libro de las sombras
está escrito en clave? —Lo miro con los ojos entornados, colocándolo de nuevo en la tesitura de defenderse.
—Lo hice. —Aparta la mirada y se aleja de mí con expresión molesta.
—No. Me dijiste que estaba escrito en código tebano y que debía utilizar la intuición para entenderlo. Pero no te acordaste de mencionar que en realidad está protegido por un código… un código que hay que romper para poder ver lo que contiene en realidad. Así que ¿qué pasa? ¿Por qué no me contaste eso? Es un detalle lo bastante importante como para olvidarlo, ¿no crees?
Se apoya contra la encimera y sacude la cabeza.
—Perdona, pero ¿estoy otra vez bajo sospecha? Porque, corrígeme si me equivoco, pero me dio la impresión de que cuando me cortaste, estabas bastante convencida de que era uno de los malos.
Me cruzo de brazos.
—No, tengo la certeza de que no eres un renegado. Pero nunca he dicho que fueras de los buenos. —Me mira mientras intenta reunir un poco de paciencia, pero yo todavía no he acabado—. También olvidaste mencionar cómo conseguiste el libro… cómo fue a parar a tus manos.
Jude se encoge de hombros.
—Ya te lo conté —dice con voz firme pero mesurada—. Me lo dio un amigo hace unos años.
—¿Y ese amigo tiene nombre? ¿Se llama Roman, quizá?
Se echa a reír, aunque la carcajada parece más bien un gruñido. Su irritación queda de manifiesto cuando dice:
—Ah, ya veo… Todavía crees que formo parte de su tribu. Bueno, perdona que te lo diga, Ever, pero creía que ya habíamos dejado claro ese punto.
Vuelvo a cruzarme de brazos y dejo que el vaso quede colgando de mis dedos.
—Oye, Jude, me gustaría confiar en ti, de verdad que sí. Pero la otra noche, cuando… —Me quedo callada un instante al darme cuenta de que en realidad no puedo seguir por ahí—. Bueno, da igual. Roman dijo algo de que el libro le pertenecía, y necesito saber si… ¿Te lo vendió o algo así?
Jude estira el brazo hacia mí y consigue arrebatarme el vaso con los pocos dedos que aún le funcionan.
—Solo conozco a Roman por ti. No sé qué más decirte, Ever.
Entorno los ojos para escudriñar su aura, su energía, su lenguaje corporal. Sumo toda la información mientras él se acerca al fregadero y llego a la conclusión de que me está diciendo la verdad, de que no me oculta nada.
—¿Agua del grifo? —le pregunto. Jude me fulmina con la mirada por encima del hombro—. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que vi a alguien hacer algo así, desde que vivía en Oregón.
—Soy un tipo sencillo, ¿qué más puedo decirte? —Da un buen trago y apura el contenido del vaso antes de volver a llenarlo.
—En serio, ¿de verdad no sabías lo del libro? —Lo sigo cuando se dirige a un viejo sofá marrón donde se deja caer.
—Si te soy sincero, casi todo lo que me has contado desde que te conocí ha sido un misterio. Nada tiene sentido. En condiciones normales, te concedería el beneficio de la duda y culparía a los fármacos, pero creo recordar que ya decías cosas muy raras mucho antes de todo esto.
Frunzo el ceño y me siento en la silla que hay justo enfrente de él. Apoyo el pie sobre una antigua puerta de madera labrada que utiliza como mesita de café.
—Yo… Ojalá pudiera explicártelo… porque siento que te lo debo, pero no puedo. Es… demasiado complicado. Muchas cosas relacionadas con…
—¿Roman y Damen?
Lo miro con suspicacia. Me pregunto por qué ha dicho eso.
—Lo he dicho por decir. —Se encoge de hombros—. Pero a juzgar por la expresión de tu cara, he dado en el blanco.
Aprieto los labios y echo un vistazo a la estancia. Me fijo en las altas pilas de libros, en el antiguo equipo estéreo; también hay algunas obras artísticas interesantes, pero no se ve ningún televisor.
—Tengo poderes —digo, sin admitir ni negar nada—. Cosas que van mucho más allá del rollo psíquico que ya conoces. Puedo hacer que las cosas se muevan…
—Telequinesis. —Jude asiente mientras cierra los ojos.
—Puedo hacer aparecer cosas.
—Manifestación… Y, en tu caso, instantánea. —Abre un ojo para mirarme—. Y eso hace que me pregunte una cosa… ¿Para qué necesitas el libro? Tienes el mundo a tus pies. Eres hermosa, inteligente y tienes un montón de poderes a tu disposición. Y apuesto a que tu novio también tiene unos cuantos…
Lo miro. Es la tercera vez que menciona a Damen, y eso me mosquea tanto como la primera vez.
—¿Qué problema tienes con Damen? —inquiero. Me pregunto si sospecha de nosotros, si percibe de algún modo el retorcido pasado que compartimos los tres.
Incómodo, Jude cambia de posición y coloca las piernas sobre el sofá antes de apoyar la cabeza sobre un cojín.
—¿Qué quieres que te diga? No me cae bien. Hay… algo raro en él, aunque no podría decirte qué es. —Gira la cabeza para mirarme antes de añadir—: Tú me lo has preguntado, así que no te ofendas. Por cierto, si hay algo que quieras saber, aprovecha ahora. Los medicamentos están haciendo efecto y empiezo a escuchar un zumbido insoportable, así que tal vez quieras decir algo antes de que me quede dormido, mientras todavía pueda hablar con normalidad.
Sacudo la cabeza. Obtuve todas las respuestas que necesitaba cuando lo apuñalé en la acera unas horas antes. Sin embargo, quizá haya llegado el momento de compartir con él unas cuantas verdades… o tal vez de guiarlo al menos hacia la verdad y averiguar si la entiende.
—Hay una razón por la que Damen y tú no os caéis bien, ¿sabes? —le digo. Me muerdo el labio inferior, sin saber muy bien hasta dónde debo llegar.
—Vaya, así que es mutuo.
Me mira a los ojos durante un buen rato. Soy la primera en apartar la mirada. Observo la alfombra gastada que hay a mis pies y la enorme geoda amarilla situada en el rincón mientras me pregunto por qué demonios he empezado con esto. Justo cuando estoy a punto de hablar, Jude dice:
—No te preocupes. —Mueve las piernas con torpeza para echarse la manta sobre los pies sin demasiado éxito—. No tienes por qué darme explicaciones, no tienes de qué… preocuparte. No es más que la típica reacción masculina. Ya sabes, una especie de competición primitiva que tiene lugar siempre que hay una chica extraordinaria y dos tíos están locos por ella. Y puesto que solo uno de nosotros puede ganar… Perdón, puesto que solo uno de nosotros ha ganado… solo me queda regresar a mi caverna, golpear la pared con el garrote unas cuantas veces y lamerme las heridas sin que nadie me vea. —Cierra los ojos y baja mucho la voz cuando añade—: Créeme Ever, sé muy bien cuándo admitir la derrota. Sé cuándo debo rendirme, así que no te apures. Hay una razón para que me dieran el nombre del patrón de las causas perdidas… Ya me ha pasado unas cuantas veces, así que …yo…
Sus palabras se apagan mientras su barbilla cae sobre el pecho, así que me levanto de la silla, me acerco a él, cojo la manta que tiene a los pies y lo arropo bien.
—Duerme un poco —susurro—. Rellenaré la receta mañana, no te preocupes. Tú quédate aquí y descansa. —Sé que no me oye, que se ha transportado al reino de los sueños, pero aun así quiero asegurárselo.
Estoy metiendo la manta bajo sus pies cuando dice:
—Oye, Ever… no me has respondido… a lo del libro. ¿Para qué quieres el libro si ya tienes todo lo que podrías desear?
Me quedo paralizada. Contemplo al chico al que conozco desde hace tantos siglos, tantas vidas. El chico que ha vuelto a aparecer. Sé que debe de haber una razón, ya que, a juzgar por todo lo que he visto y experimentado hasta ahora, me da la impresión de que el universo no es tan azaroso como parece. Sin embargo, no conozco esa razón. De hecho, no conozco muchas cosas. Lo único que sé es que ambos no podrían ser más diferentes. La presencia serena de Jude es justo lo opuesto al tórrido hormigueo que Damen me hace sentir. Como el yin y el yang. Opuestos en su más pura esencia.