Tengo ganas de ti (23 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tengo ganas de ti
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—¿Entonces por qué nos echas la culpa a nosotras?

Salgo al poco con mi helado aún intacto y veo a Gin. No me lo puedo creer. Ella también está aquí. Me dan ganas de reírme y me acerco.

—Pero mira quién está aquí. Espera, entiendo… Quieres que también te invite a comer.

—¿Yo? ¿Bromeas? Con una cena basta y sobra. Mejor dicho, ¿qué haces tú aquí, en Vanni? Espera, entiendo, me has seguido.

—Calma… ¿Por qué piensas siempre que todo gira sólo a tu alrededor?

—Porque es raro. Hace siglos que vengo aquí y nunca te he visto.

—No creo que haga siglos. Quizá has venido en estos dos años mientras yo estaba fuera.

Marcantonio interviene:

—Perdonad, pero ¿os importa que mientras vosotros hacéis una cronología de vuestras vidas yo entre a limpiarme?… Y date prisa, Step, que tenemos una cita importante.

Marcantonio entra otra vez en Vanni sacudiendo la cabeza. Eleonora se encoge de hombros:

—Qué grosero, tu amigo, ni siquiera se ha presentado.

—No lo entiendo, le arrojas el helado encima y esperas que te haga una reverencia. Me parece que eres una digna amiga de Gin…

Después me dirijo a ella:

—¿Y bien? Aparte de hacer daño, ¿qué hacéis por aquí?

Eleonora responde descarada:

—Hemos venido a hacer una prueba. —Gin le da un codazo—. Ay.

—No te pases; no lo conoces y lo pones al corriente de nuestras cosas.

Le doy un lametón a mí helado. No está mal.

—¿Y quiénes sois, un nuevo grupo? ¿Las
Spy Girls
?

—Ja, ja… ¿Sabes, Ele? Sus bromas son estupendas. Sólo hay que saber distinguir cuándo son bromas y cuándo no.

—Ah, eso.

—Bueno, no, eso no era una broma, es una realidad. Muchas chicas son contratadas para colaborar en agencias de detectives. Y las tipas como vosotras llaman poco la atención.

—Sí, un puñetazo en el ojo tendría que darte. Anoche, cuando lo intentabas como un desesperado…

Ele nos mira, sorprendida:

—¡Eso no me lo habías contado!

Gin sonríe mirándome.

—Fue tan poco importante que lo había olvidado por completo.

Me saco la cucharilla de la boca e intento coger el helado que queda al fondo del vasito.

—¿Le has dicho que jadeabas?

—¡Vete a la mierda!

—Anoche no me pareció que dijeras eso.

—Te lo digo hoy, y dos veces: ¡vete a la mierda!

Sonrío.

—Me encanta tu elegancia.

—Lástima que no puedas apreciarla del todo. Bueno, tenemos que irnos. Sólo hay una cosa que lamento… Ele, podrías haberle tirado a él el helado, total, ácido con ácido…

Se alejan. Las miro marcharse. Gin la dura y su amiga, un poco más baja. Ele, tal como la llama ella, Elena, Eleonora o quién sabe qué. Dan risa.

—¡Eh!, saludad de mi parte a Tom Ponzi, el detective.

Gin, sin volverse siquiera, levanta la mano izquierda y, en concreto señala el cielo con el dedo corazón levantado. Marcantonio llega justo a tiempo para ver su saludo.

—Te adora, ¿eh?

—Sí, está loca por mí.

—Pero ¿qué les haces tú a las mujeres? Tendría que tenerte miedo, coño, tendría que tenerte miedo.

Gin y Ele siguen andando. Ele parece enfadada de verdad.

—¿Se puede saber por qué demonios no me has contado nada?

—Pero Ele, te juro que se me pasó, de verdad.

—Sí, seguro… ¡O sea, que te besas con ese tío bueno de la hostia y al día siguiente se te olvida!

—¿En serio te gusta tanto?

—Bueno, está muy bueno, pero no es mi tipo. Yo prefiero al otro. Se parece a Jack Nicholson de joven. Creo que tiene un montón de ideas estimulantes. Aunque parece un cerdo.

—¿Y te gustan los cerdos?

—Bueno, el sexo debe tener su parte de fantasía y yo lo hubiera asombrado. Le habría lamido la ropa manchada de helado y luego se la habría arrancado con los dientes.

—Sí, y te habrían arrestado en la puerta de Vanni.

—Dime mejor quién es ese tío bueno que está para chuparse los dedos.

—Habías dicho de la hostia.

—Está bien, de lo que sea. ¿Qué hace, dónde vive, cómo lo has conocido, os habéis besado de verdad, cómo se llama?

—Comparada con Tom Ponzi, tú eres mucho peor. Pero ¿qué pasa? ¿Tengo que contestar de verdad a ese interrogatorio?

—Pues claro, ¿a qué esperas?

—Pues entonces te contesto a todas, ¿vale? No lo sé. No lo sé, lo conocí anoche. Hubo un beso, se llama Stefano.

—¿Stefano?

—Step.

—¿Step? ¿Step Mancini?

Eleonora abre mucho los ojos y me mira.

—Sí, se llama Step, ¿qué pasa?

Me coge por la chaqueta y me sacude.

—¡No lo puedo creer! Pasaremos a la historia. Como mínimo, cuando cuente la noticia saldremos en
Parioli Pocket
. Step, el castigador, el duro. Tiene una Honda 750 Custom azul oscuro, corre como Valentino Rossi, se ha dado de hostias con media Roma, estaba fijo en piazza Euclide, es amigo de Hook, de Schello, y por su novia se peleó incluso con el Siciliano. ¡Step y Gin, increíble!

—Parece ser que a ese tal Step lo conocéis todos; la única que no lo conocía era yo…

—¿Y con quién se ha liado él? Contigo.

—En primer lugar, no nos hemos liado. Y segundo, ¿quién es esa novia suya?

—Ah, entonces te interesa. ¡Estas colgada de él!

—¡Pero qué dices! Sólo es curiosidad.

—Salía con una chica un poco mayor que nosotras, creo, una chica guapa que iba a la Falconieri. Es la hermana de Daniela, la gordita que salía con Palombi, ese que salía…

—Entiendo: que salía con Giovanna, que salía con Piero, que salía con Alessandra, etcétera, etcétera. Tu red infinita. De acuerdo, no conozco a ninguna de esas personas y, sobre todo, no me importan nada. Y ahora vamos a hacer la prueba, que necesito dinero. Quiero comprar la motocicleta para mí y para mi hermano.

—¿Y no puedes pedirles el dinero a tus padres?

—Ni hablar. Venga, saca tu carnet.

Gin y Ele sacan el carnet de identidad y se lo enseñan al tipo de la puerta.

—Ginevra Biro y Eleonora Fiori, venimos a hacer la prueba para el puesto de azafatas.

El tipo echa un vistazo a los carnets y después saca una hoja de una carpeta. Hace una marca con un bolígrafo en el borde del folio.

—Pues menos mal. Entrad, que están a punto de empezar. Sólo faltabais vosotras.

Veintiséis

Chicas en fila en medio del escenario. Altas, rubias, morenas, ligeramente pelirrojas, apenas teñidas con henna… Más o menos elegantes, vestidas de manera informal o pseudokitsch en un intento desesperado por combinar dos cosas falsamente conjuntadas. Zapatillas de deporte bajo perfectos trajes de chaqueta grises, la moda del momento, viejas cuñas demasiado altas para una moda ya suavizada. Narices rectas o mal operadas, o aún no retocadas por falta de dinero. Algunas tranquilas, otras nerviosas, otras obstinadas por ese
piercing
descarado, otras aún más tímidas que han quedado agujereadas por mi
piercing
quitado recientemente. Tatuajes más o menos a la vista, y quién sabe cuántos otros escondidos. Las chicas de las pruebas. Gin y Ele se mezclan disimuladamente con las últimas.

—Adelante…

Romani, el Gato & el Gato, el Serpiente y alguno que otro ayudante están todos sentados en primera fila, dispuestos a asistir al pequeño gran espectáculo, un poco de diversión antes del trabajo de verdad.

Me siento en la fila del fondo, con mi helado, al que le quedan aun dos cucharadas, y disfruto desde lejos de la escena. Gin no me ve. Parece segura de sí misma, tranquila, con las manos en los bolsillos. No sé decir a qué grupo pertenece, me parece única. Tampoco su amiga se queda corta. Mueve de vez en cuando la cabeza en un intento por echarse el pelo hacia atrás. El coreógrafo tiene un micrófono en la mano.

—Bien, ahora dad un paso adelante y presentaos: nombre y apellido, edad, y decid que trabajos habéis hecho. Mirad a la cámara central, la dos, la que tiene la luz roja, donde está ese señor que ahora os saluda. ¡Saluda, Pino!

El tipo sentado en la cámara central, sin apartar la cara de su monitor, levanta por un instante la mano y saluda en su dirección.

—Está bien. ¿Lo habéis entendido? —Alguna chica asiente de manera incierta, con la cabeza. Naturalmente, Gin, como podía imaginar, no se mueve. Desilusionado, el coreógrafo baja los brazos y después dice al micrófono—: Eh, chicas, dejadme oír vuestra bonita voz, decidme algo… Dejadme pensar que existo.

De las chicas se levanta un medio coro sin coordinación de sí, muy bien, de acuerdo, e incluso alguna sonrisa.

El coreógrafo parece ahora más satisfecho.

—Muy bien, entonces empecemos.

Marcantonio se me acerca.

—Eh, Step, ¿qué haces aquí? Vayamos adelante y sentémonos en las primeras filas, que se ve mejor.

—No, prefiero disfrutar del espectáculo desde aquí.

—Como quieras.

Se sienta a mi lado.

—Ya verás como Romani nos llamará. Sobre cualquier cosa quiere nuestra opinión.

—Pues cuando nos llame, vamos.

Por turnos, las chicas se pasan el micrófono y se presentan.

—Hola, soy Anna Marelli y tengo diecinueve años. He participado en varios programas como azafata y estoy estudiando Derecho. He hecho también un pequeño papel en una película de Ceccherini…

Renzo Michele,
el Serpiente
, parece realmente interesado.

—¿Qué papel interpretabas?

—El de una prostituta, pero era sólo un papel sin texto.

—¿Y te gustó?

Todos se ríen pero sin dejarse ver demasiado.

Solo Romani permanece impasible. Anna Marelli contesta:

—Sí, me gusta el cine. Pero, en mi opinión, tengo más futuro en la televisión.

—Bien, la siguiente.

—Buenos días, soy Francesca Rotondi, tengo veintiún años y estoy a punto de licenciarme en Economía. He hecho…

Romani se vuelve a derecha e izquierda mirando a su alrededor y después nos ve.

—Mazzocca, Mancini, venid más cerca.

Marcantonio me mira levantándose:

—¿Qué te había dicho?

—Pues vayamos; es como estar en el colegio, pero si forma parte del juego.

Las chicas de las pruebas tienen la luz en la cara y no pueden ver. Se presenta otra chica y después otra. Después habla la que está al lado de Gin. Acabo por sentarme en la primera fila, a la derecha. Ella aún no me ha visto. En cambio, Ele, su amiga, sí.

Ele, naturalmente, no deja escapar la ocasión.

—Eh, Gin. —En voz baja—. Mira a quién tenemos en primera fila.

Gin, cubriéndose los ojos cegados por la luz con la mano, se aparta un poco y me ve. Llevo la mano derecha cerca de la cara y, sin que se note, la saludo. No quiero tomarle el pelo, entiendo que está allí por trabajo. Pero ella nada, vuelve a tomárselo mal, como de costumbre, y con la mano izquierda estirada junto a la cadera, me enseña su dedo corazón mandándome a la mierda.

—Te toca a ti, morena.

Es su momento, pero como está distraída, la pillan por sorpresa.

—¿Qué? Oh, sí, claro. —Coge el micrófono que la chica de su derecha le tiende—. Soy Ginevra Biro, tengo diecinueve años y estudio Letras, especialidad Espectáculo. He participado en varios programas como azafata. También soy tercer dan. —Gin lleva las manos hacia adelante y después hacia arriba dando un paso y haciendo una reverencia—. Si hubiera tenido el sobre de costumbre, se me habría caído.

Después vuelve a su puesto. Todos se ríen divertidos.

—Valiente, ésta.

—Sí, simpática y también mona.

—Sí, muy espabilada.

Me quedo mirándola también yo, divertido. Ella me mira, descarada y segura, para nada intimidada por encontrarse delante de todos, bajo los focos. Es más, hasta me hace una mueca. Me acerco a Romani:

—Perdone, doctor Romani… —Él se vuelve hacia mí.

—¿Puedo hacerle una pregunta a esa chica? Para conocerla mejor.

Me mira con curiosidad.

—¿Es una pregunta profesional o quieres su número de teléfono?

—De trabajo, faltaría.

—Entonces, claro, estamos aquí para eso.

Vuelvo a sentarme, la miro y me concedo un instante. Después me lanzo.

—¿Cuáles son sus perspectivas para el futuro?

—Un marido y muchos niños. Tú, si quieres, puedes hacer de niño.

Joder, me ha noqueado. Todos se ríen como locos. Se desternillan más de lo debido. Incluso Romani se ríe y me mira estirando los brazos como diciendo: «Te ha ganado.» Y ha ganado de verdad. Si hubiera peleado con Tyson, me habría hecho menos daño. De acuerdo, como quieras, Gin. Paso de los demás y vuelvo a la carga.

—Y entonces, ¿por qué está aquí haciendo pruebas en lugar de dedicarse a la sana y correcta búsqueda de ese hombre?

Gin me mira y sonríe. Finge ser buena e ingenua y contesta como la más santa de las mujeres.

—¿Y por qué no podría estar precisamente aquí mi hombre ideal? Lo veo preocupado pero no debería, porque usted, naturalmente, está excluido de mi búsqueda.

Algunos aún se ríen.

—De acuerdo, ahora basta —dice Romani—. ¿Ya hemos acabado?

—No, en realidad, aún falto yo.

La amiga de Gin, Ele, da un paso adelante exhibiéndose.

—Muy bien, preséntese.

—Soy Eleonora Fiori, veinte años. He intentado participar en varios programas, con escasos resultados, pero estudio diseño, donde, en cambio, obtengo óptimos resultados.

Alguno suelta una estúpida broma en voz baja.

—Y entonces ¿por qué no continúas?

Debe de haber sido Sesto, el del Gato & el Gato, pero nadie se ríe. Entonces Micheli,
el Serpiente
, mira a su alrededor. Romani finge no haberlo oído y, naturalmente, hace lo mismo él también. Toscani, el otro Gato, se ríe un momento. Después, cuando entiende que no le conviene, se apaga en una especie de tos suave, una falsa carraspera improvisada.

—Muy bien, gracias, señoritas.

Romani se acerca al coreógrafo, mira la hoja que tiene en la mano y señala con el dedo algunos nombres. Después nos mira y viene hacia nosotros.

—¿Tenéis alguna preferencia?

Miro la hoja. Hay algunas crucecitas al lado de las chicas. Han sido elegidas cinco o seis. Miro abajo, al final de la lista. Ahí está. Ginevra Biro ya tiene su crucecita. Increíble, Romani y yo tenemos los mismos gustos; sonrío. La verdad es que no es muy difícil. Sesto y Toscani señalan uno cada uno. Romani los satisface. El Serpiente señala dos, pero Romani sólo le pasa una. Después llega Mazzocca y da su opinión.

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