Authors: Agatha Christie
«Luego, surge una orientación enteramente nueva. Ella abriga el temor de que Franklin esté utilizando su propio cuerpo en sus experimentos.
«¡Todo esto hubiéramos debido verlo con entera claridad, Hastings! Ella estaba preparándonos. Nos habituaba a la idea del fallecimiento de John Franklin a consecuencia de un envenenamiento por fisostigmina. Nada de pensar que pudiera haber alguien que quisiera envenenarlo... ¡Oh, no! Todo se reducía a la pura investigación científica. Él ingiere el alcaloide inofensivo, el cual después resulta ser dañino, mortal.
»Un solo reparo: el proceso es excesivamente rápido. Usted me contó que a ella no le gustó que la enfermera Craven le adivinara el porvenir a Boyd Carrington. La enfermera Craven era una mujer joven y atractiva, que sabía calibrar a los hombres. Había llevado a cabo una tentativa de aproximación al doctor Franklin, la cual no tuvo éxito. (De ahí la aversión que le inspiraba Judith.) Alterna con Allerton, pero se da cuenta de que él no es serio. Inevitablemente, tenía que poner los ojos en el rico y todavía atractivo sir William. Y éste, quizás, estaba más que dispuesto a admirar sus encantos. Había visto ya en la enfermera Craven una mujer llena de salud, muy bien parecida.
»Bárbara Franklin decide actuar rápidamente. Cuanto antes se convierta en una patética, encantadora y nada inconsolable viuda, mejor.
»Y así, tras una mañana de muchos nervios, dispone la escena.
»¿Sabe usted,
mon ami
? Siento cierto respeto por el haba del Calabar. Esta vez, ¿comprende?, dio resultado. Ahorró una vida inocente y acabó con el culpable.
»La señora Franklin le pide a usted que suba a su habitación. Hace café con muchos aspavientos, sin, dejar un momento de hablar. Tal como usted me dijo, su taza se encuentra a su lado. La de su esposo está en el punto opuesto de la mesita de la librería.
»Luego, viene lo de las estrellas fugaces. Todos salen de la habitación. Se queda usted solo entonces, con su crucigrama y sus recuerdos... Y para disimular su emoción, da la vuelta a la estantería, localizando una cita de Shakespeare.
»Regresan los otros y la señora Franklin se lleva a los labios la taza de café que contiene el alcaloide, preparada para matar a John Franklin, el científico, mientras que éste coge la otra, la del café inofensivo, destinada a la inteligente señora Franklin.
»Si bien comprendí lo que había sucedido, Hastings, me di cuenta de que allí sólo cabía hacer una cosa. Yo no podía probar lo que había pasado. Y si la muerte de la señora Franklin no era considerada un suicidio, inevitablemente serían mirados como sospechosos Franklin y Judith. Se trataba de dos personas completamente inocentes. Hice, pues, lo que debía hacer: insistir en las declaraciones de la señora Franklin formuladas anteriormente acerca de su propósito de poner de una vez fin a todo.
«Tenía derecho a proceder así. Probablemente, era yo la única persona que podía dar tal paso. Mis palabras pesaban mucho. Soy un hombre de gran experiencia en cuestión de crímenes... De mostrarme yo convencido de que aquello había sido un suicidio, todos aceptarían mi veredicto.
»Usted se quedó desconcertado, según pude ver. Y nada convencido. Pero, por suerte, no llegó a sospechar el verdadero peligro.
«¿Pensará en ello luego, después de haberme ido yo? ¿Permanecerá la idea, igual que un reptil, como agazapado en su mente, para levantar de vez en cuando la cabeza y sugerir: "Supongamos que Judith..."?
«Es posible. Y por tal motivo estoy escribiendo esto. Usted debe conocer la verdad.
«Había una persona a quien el veredicto de suicidio no satisfizo nada: Norton. Se sentía frustrado. Ya he dicho que era un sádico. A él le gustaba saborear siempre la escala completa: emociones, sospechas, temores, los senderos en ocasiones intrincados de la ley. Había sido privado de todo eso. El crimen que había preparado acababa de írsele de las manos, por así decirlo.
«Pero más adelante vio una manera de conseguir el desquite. Comenzó a esbozar ciertas sugerencias. Anteriormente, dio a entender que había visto algo especial a través de sus prismáticos. En realidad, intentó dar la impresión de que había descubierto a Allerton y a Judith en una actitud comprometida. Pero como no había concretado nada, se hallaba en condiciones de valerse de ese incidente de otra manera.
«Supongamos, por ejemplo, que dice que vio a Franklin y a Judith. Con esto dará lugar a un nuevo e interesante punto de vista relativo al caso de suicidio. Quizás empiecen a surgir dudas: ¿se trataba de un suicidio realmente?
»En consecuencia,
mon ami
, decidí que lo que había de hacer tenía que ser hecho inmediatamente. Y dispuse lo necesario para que usted le hiciera subir a mi habitación aquella noche...
»Le contaré con exactitud lo que sucedió. Norton, indudablemente, se sentía encantado ante la perspectiva de contarme su historia, bien preparada. No le di tiempo para eso. Aludí sin rodeos a cuanto sabía acerca de su persona.
»No se molestó en negar nada. No,
mon ami
. Se recostó en su sillón, sonriendo.
Mais oui.
Sonrió. Me preguntó a continuación qué pensaba hacer con aquella divertida idea de mi cosecha. Le contesté que me proponía ejecutarle.
»—¡Oh! —exclamó—. Ya comprendo. Ya comprendo. ¿Y de qué va a valerse para su propósito: de la daga o de la taza de veneno?
»Todo estaba preparado para saborear los dos mi chocolate. A monsieur Norton le gustaban las cosas dulces.
»—El procedimiento más simple —respondí— es el de la taza de veneno.
»Y le alargué la taza de chocolate, que yo acababa de verter.
»—En ese caso —me contestó—, ¿tendría usted inconveniente en cederme su taza a cambio de la mía?
»—En absoluto —repuse.
»Era lo mismo... Como ya he dicho, yo también tomo píldoras somníferas. Lo que ocurre es que por el hecho de llevar ya mucho tiempo tomándolas me he habituado a ellas y la dosis que era capaz de producir un profundo sueño en monsieur Norton apenas me producía a mí efectos. La dosis oportuna se encontraba ya en el chocolate. Los dos ingerimos lo mismo. Poco después, Norton se quedaba dormido. Yo, en cambio, continuaba despierto y para anular la modorra que me produjo aquel chocolate recurrí a una dosis de mi tónico a base de estricnina.
«Llegamos así al último capítulo de la presente historia. Cuando Norton se hubo quedado dormido, lo acomodé en mi silla de ruedas —cosa fácil, por el hecho de contar con toda clase de mecanismos—, colocándole pegado justamente a la ventana, detrás de las cortinas.
«Curtiss apareció luego, para "acostarme". Una vez reinó el más absoluto silencio en la casa, llevé a Norton a su habitación, valiéndome también de la silla de ruedas. Ya sólo quedaba para mí sacar partido de los ojos y los oídos de mi excelente amigo Hastings.
»Es posible que usted no lo advirtiera, Hastings, pero la verdad es que uso peluca. Y ni siquiera se le habrá pasado por la cabeza esta idea: mi bigote es postizo. (¡Ni siquiera George conoce tal detalle de mi persona!) Fingí quemármelo accidentalmente poco después de venir Curtiss, pidiendo enseguida a mi peluquero una réplica del auténtico.
»Me puse la bata de Norton, ericé mis grisáceos cabellos por las puntas, salí al pasillo y rocé con los nudillos la puerta de su habitación. Luego apareció usted, contemplando con ojos somnolientos el corredor. Usted vio a Norton en el momento de abandonar el cuarto de baño, cojeando por el pasillo, en dirección a su dormitorio. Y oyó el ruido de la llave al girar en la cerradura, por dentro.
«Seguidamente, le puse la bata a Norton, tendiéndolo en la cama. A continuación le disparé un tiro en la frente, valiéndome de una pequeña pistola que adquiriera en el extranjero, la cual he mantenido siempre cuidadosamente oculta bajo llave, excepto en dos ocasiones. Aprovechando que no había nadie en el piso, la coloqué sobre la cómoda de Norton, precisamente para que se viera. Aquella mañana, el hombre se había ido no sé a dónde.
«Abandoné la habitación después de haber colocado la llave en el bolsillo de Norton. Cerré la puerta con llave desde fuera, utilizando una duplicada que poseía desde hacía algún tiempo. Tras esto, hice avanzar la silla de ruedas hacia mi dormitorio.
»Por entonces, me apliqué a la tarea de redactar estas explicaciones...
«Estoy muy cansado... Las últimas cosas por las cuales he pasado me han dejado agotado. No creo que pase mucho tiempo antes de que...
»Hay un par de detalles que yo quisiera hacer resaltar.
»Los crímenes de Norton fueron crímenes perfectos.
«El mío, no. No fue proyectado como tal.
»El camino más fácil y mejor para eliminarlo hubiera sido el de la vía abierta. Hubiera podido planear, por ejemplo, un accidente con mi pequeña pistola. Yo habría demostrado un profundo pesar, un disgusto terrible... Un desgraciado accidente, sí. Todos habrían comentado: "Ese viejo chochea. No se dio cuenta de que el arma estaba cargada...
Ce pauvre vieux.
"
»Me negué a obrar así,
»Le diré por qué.
»Porque preferí mostrarme deportivo, Hastings.
»
Mais oui
! Deportivo, he dicho. Estoy haciendo todo aquello que, de acuerdo con sus reproches frecuentes, eludía. Estoy jugando limpio con usted. Doy la medida justa. Participo honestamente en el juego. Usted dispone de todos los elementos preciosos para descubrir la verdad.
»Por si no me cree, enumeraré todas las pistas.
»Las llaves.
»Usted sabe, porque yo se lo dije, que Norton llegó aquí después que yo. Usted sabe, porque se lo han dicho, que yo cambié de habitación tras mí llegada aquí. Usted sabe, porque también se lo han dicho, que la llave de mi habitación de Styles desapareció y que tuve que ordenar que me hicieran otra.
»Por consiguiente, siempre que se pregunte quién pudo haber matado a Norton, quién pudo haberle pegado un tiro en la frente, dejando su habitación cerrada por dentro (aparentemente), ya que la llave se encontraba en la bata de Norton, tendrá que contestarse: "Hércules Poirot, quien casi desde el día de su llegada aquí poseía un duplicado de la llave de una de las habitaciones."
»El hombre que usted vio en el pasillo.
»Yo mismo le pregunté si estaba seguro de que el hombre que viera en el pasillo era Norton. Usted se sobresaltó, inquiriendo si yo intentaba sugerirle que no se trataba de aquél. (Naturalmente, después me tomé muchas molestias para sugerirle que era Norton.) Posteriormente, traje a colación la cuestión de la talla. Todos los hombres de la casa, señalé, eran mucho más altos que Norton. Pero había en cambio un hombre que era más bajo que éste: Hércules Poirot. Y resultaba relativamente fácil incrementar la estatura de uno mediante unos tacones altos o una suela suplementaria.
»Usted se hallaba bajo la impresión de que yo era un inválido. Pero, ¿por qué? Porque yo se lo dije, solamente. Y yo había enviado a George a su casa. Ésta fue mi última indicación: "Vaya a hablar con George."
»Otelo y Clutie John le hicieron ver que X era Norton.
»Entonces, ¿quién pudo haber matado a Norton?
»Hércules Poirot, solamente.
»De haber sospechado usted esto, todos los elementos del rompecabezas habrían encajado perfectamente en su sitio, las cosas que yo había dicho y hecho, mi inexplicable reticencia. Los doctores de Egipto, mi médico de Londres, le habrían dicho que yo era capaz de andar. George le hubiera dicho que yo usaba peluca. Había algo que no podía disimular, algo en lo cual hubiera debido pensar: que mi cojera era más acentuada que la de Norton.
»Por último, consideremos la cuestión del disparo. Una debilidad mía. Lo comprendo: habría debido aplicarle el cañón a la sien. No logré producir un efecto natural, digamos. Me procuré un blanco simétrico, en el centro exacto de la frente.
»¡Oh, Hastings, Hastings! Todo eso hubiera podido revelarle la verdad.
»Pero es posible que, después de todo, usted haya sospechado la verdad. Quizá, cuando lea esto, sabe ya a qué atenerse.
»No sé por qué, sin embargo, me inclino a pensar que no es así.
»Es usted demasiado confiado...
»Tiene usted demasiado buen carácter...
»¿Qué debo decirle más? Franklin y Judith sabían la verdad, aunque no se lo dirán. Serán dos personas felices. Serán pobres siempre y sufrirán las picaduras de innumerables insectos tropicales, y estarán enfermos, víctimas de raras fiebres... Ahora bien, cada uno tiene sus ideas particulares sobre la vida perfecta, ¿no?
»¿Y qué será de usted, mi pobre y solitario Hastings? Mi corazón sangra por su causa, amigo mío. ¿Aceptará usted por última vez el consejo de su viejo amigo Poirot?
«Cuando haya terminado de leer estas cuartillas, tome un tren, o un coche, o una serie de autobuses, y vaya a ver a Elizabeth Cole, es decir, Elizabeth Litchfield. Hágala leer esto o explíqueselo. Dígale que usted también pudo hacer lo que su hermana Margaret hizo. Sólo que Margaret Litchfield no disponía de ningún Poirot que se mantuviera alerta. Haga que se disipe su pesadilla; hágala ver que su padre fue asesinado no por su hermana sino por aquel amable y afectuoso amigo de la familia, aquel "honesto Yago" llamado Stephen Norton.
»No hay derecho, amigo mío, a que una mujer como ella, todavía joven, todavía atractiva, rechace la vida porque se crea manchada. No, ésto no es justo. Dígaselo usted así, amigo mío. Háblele usted, un hombre que todavía resulta atractivo a los ojos de las mujeres...
»¡
Eh bien
! Ya no tengo más que decirle. No sé, Hastings, si existe o no una justificación para lo que he hecho. No, no lo sé. Estimo que un hombre no debe tomarse la justicia por su mano...
»Pero, por otro lado, ¡yo soy la ley! Siendo muy joven, cuando pertenecía a la fuerza policíaca belga, abatí a tiros a un criminal desesperado que se había encaramado a un tejado, dedicándose a disparar sobre todas las personas que pasaban por la calle. En los estados de emergencia, se proclama la ley marcial.
»Al suprimir a Norton salvé otras vidas, vidas inocentes. Pero todavía no sé... Quizá me esté bien empleado esto de no saber a qué atenerme. Me he mostrado siempre tan seguro... Demasiado seguro...
»Ahora, no obstante, me siento muy humilde y digo, igual que un chiquillo: "No sé..."
«Adiós,
cher ami
. He quitado de mi mesita de noche las ampollas de nitrato de amilo. Prefiero ponerme en las manos del
bon Dieu
. ¡Deseo conocer cuanto antes su castigo, o su misericordia!