—Volveré —respondió él; se volvió a los negros y dijo—: Dejad libre una de estas chozas para mi compañera, procurad que no la molesten y proporcionadle agua y comida. Y recordad lo que he dicho: de su seguridad dependen vuestras vidas.
Tarzán se inclinó para coger al hombre gorila y se lo echó al hombro mientras los simples negros se maravillaban ante esa acción. Ellos poseían una gran fuerza física, ninguno de ellos se habría tambaleado bajo el peso del bolgani, pero, sin embargo, aquel extraño tarmangani caminaba con facilidad bajo su carga, y cuando hubieron abierto la puerta de la empalizada echó a correr por el sendero de la jungla como si no llevara ningún peso más que su propio cuerpo. Unos instantes después desapareció en un recodo y la selva se lo tragó.
La se volvió a los negros:
—Preparadme la cabaña —dijo, pues estaba muy cansada y deseaba descansar.
Ellos la miraron con recelo y cuchichearon entre sí. Era evidente para ella que había disparidad de opiniones entre ellos, y por trozos de conversación que oía comprendió que mientras algunos de los negros estaban a favor de obedecer las órdenes de Tarzán implícitamente, había otros que ponían objeciones y que deseaban echarla de la aldea, para que no fuera descubierta allí por los bolgani y los aldeanos fueran castigados por ello.
—Sería mejor —oyó a uno de los negros— entregarla a los bolgani enseguida y decirles que vimos cómo su compañero mataba al mensajero de Numa. Diremos que intentamos capturar al tarmangani pero que escapó y que sólo pudimos capturar a su pareja. Así nos ganaremos el favor de Numa y quizá no se llevará a tantos de nuestras mujeres e hijos.
—Pero el tarmangani es poderoso —replicó uno de los otros—. Es más poderoso incluso que Bolgani. Sería un enemigo terrible y, como lo más probable es que los bolgani no nos creyeran, entonces no sólo tendríamos que temerles a ellos, sino también al tarmangani.
—Tienes razón —exclamó La—, el tarmangani es poderoso. Será mucho mejor para vosotros que lo tengáis por amigo que por enemigo. Pelea con sus propias manos con Numa, el león, y le mata. Ya habéis visto con qué facilidad se ha echado el cuerpo del poderoso Bolgani al hombro. Le habéis visto correr ligero por el sendero de la jungla bajo su carga. Con igual facilidad llevará el cuerpo a través de los árboles del bosque, muy por encima del suelo. En todo el mundo no hay otro como él, ninguno como Tarzán de los Monos. Si sois sensatos, gomangani, tendréis a Tarzán por amigo.
Los negros la escucharon, su rostro inexpresivo sin revelar lo que estaba pasando por su estúpido cerebro. Durante unos instantes permanecieron así, en silencio, los gruesos e ignorantes negros a un lado, y la hermosa y esbelta mujer blanca al otro. Entonces habló La.
—Id —ordenó en tono imperioso— a prepararme la choza.
Era la suma sacerdotisa del Dios Llameante; La, la reina de Opar, que se dirigía a los esclavos. Su porte regio y su tono autoritario operaron un cambio instantáneo en los aldeanos, y La supo que Tarzán tenía razón al suponer que sólo se les podía conmover con el miedo, pues ahora se volvieron, acobardados como perros azotados, y se apresuraron a ir a una choza que estaba cerca y que enseguida prepararon para ella, yendo a buscar hojas y hierbas frescas para el suelo y frutas y nueces para que comiera.
Cuando todo estuvo a punto, La ascendió por la cuerda y entró por la abertura circular del suelo de la choza colgante, la cual resultó grande y aireada y razonablemente limpia. Subió la cuerda y se arrojó al suave lecho que le habían preparado y pronto el suave vaivén de la choza, el suave murmullo de las hojas y las voces de las aves e insectos se juntaron con su agotamiento físico y la sumieron en un sueño profundo.
INSENSATA TRAICIÓN
A
L NOROESTE del valle de Opar se elevaba el humo de los fuegos de un campamento en el que un centenar de negros y seis blancos tomaban la colación de la noche. Los negros estaban en cuclillas, hoscos y taciturnos, se quejaban en voz baja de su magra comida, y los blancos, ceñudos y temerosos, mantenían sus armas de fuego a mano. Uno de ellos, una chica, la única de su sexo en el grupo, se dirigió a sus compañeros:
—Tenemos que dar las gracias a la tacañería de Adolph y a la fanfarronería de Esteban por la situación en que nos encontramos —declaró.
El gordo Bluber se encogió de hombros; el fornido español frunció el entrecejo.
—¿De qué tengo yo la culpa? —preguntó Adolph.
—Fuiste demasiado tacaño a la hora de contratar a los porteadores. Te dije que debíamos incluir doscientos negros en nuestro grupo, pero tú quisiste ahorrar un poco de dinero y ahora, ¿cuál es el resultado? Cincuenta hombres llevan cuarenta kilos de oro cada uno y los otros porteadores van demasiado cargados con el equipo del campamento, mientras que apenas queda nadie para que nos proteja como es debido. Tenemos que empujarles como si fueran bestias para que avancen y arrojar parte de su carga. Están agotados y enojados. No necesitarían de una gran excusa para matarnos a todos aquí mismo. Además, están mal alimentados. Si pudiéramos mantener su vientre lleno probablemente estarían contentos y razonablemente satisfechos, pero sé lo suficiente sobre nativos para saber que si tienen hambre no están ni contentos ni satisfechos, aunque no hagan nada. Si Esteban no hubiera fanfarroneado tanto de su habilidad como cazador habríamos traído provisiones suficientes, pero ahora, aunque apenas hemos emprendido el viaje de regreso, estamos a menos de medias raciones.
—No puedo cazar animales donde no hay animales —se quejó el español.
—Hay muchos animales —dijo Kraski, el ruso—. Vemos sus huellas cada día.
El español le miró con odio.
—Si hay tantos —dijo—, ve y caza uno tú mismo.
—Yo nunca he dicho que sea cazador —replicó Kraski—, aunque podría salir con una honda y una cerbatana y hacerlo igual de bien que tú.
El español se puso de pie de un salto con gesto amenazador, y al instante el ruso le apuntó con un revólver.
—Basta —gritó la muchacha con aspereza, interponiéndose entre ellos.
—Deja que peleen —gruñó John Peebles—. Si uno de ellos mata al otro, seremos menos para repartirnos el botín, y ya está.
—¿Porrr
qué vamos a
pelearrrnos
? —preguntó Bluber—. Hay suficiente
parrra
todos, más de
cuarrrenta y trrres
mil libras para cada uno. Cuando os enfadáis conmigo me llamáis cosas y decís que soy tacaño,
perno
¡
Mein Gott
!,
vosotrrros
los ingleses sois
peorrres. Matarrríais
a
vuestrrros
amigos
parrra conseguirrr
más
dinerrro
.
Ja wohl
,
grrracias
a Dios que no soy inglés.
—Cierra el pico —gruñó Throck— o tendremos cuarenta y tres mil libras más para repartirnos.
Bluber miró al fornido inglés con temor.
—Vamos, vamos, Dick —dijo en tono afectuoso—, no vas a
enfadarrrte
conmigo, tu
mejorrr
amigo, ¿verdad?
—Estoy harto de toda esta charla —dijo Throck—. No soy muy culto, no soy más que un boxeador, pero tengo suficiente sensatez para saber que Flora es la única de todo este maldito grupo cuya cabeza no está llena de pájaros. John, Bluber, Kraski y yo estamos aquí porque pudimos reunir el dinero necesario para llevar a cabo el plan de Flora. El actor —y señaló a Esteban— está aquí porque su cara y su figura cumplían los requisitos. Ninguno de nosotros necesita tener cerebro para hacer este trabajo, y ninguno de nosotros tiene más cerebro del que necesita. Flora es el cerebro de todo esto, y cuanto antes lo entienda todo el mundo y acepte sus órdenes, mejor irán las cosas. Ella ha estado en África con este tal lord Greystoke y sabe algo de la región y de los nativos y de los animales, mientras que ninguno de nosotros sabe nada.
—Throck tiene razón —se apresuró a decir Kraski—. Ya nos hemos confundido durante suficiente tiempo. No hemos tenido un jefe, y lo que hay que hacer es nombrar a Flora jefe a partir de ahora. Si alguien puede sacarnos de aquí es ella, y por el modo en que estos tipos están actuando —y señaló con la cabeza hacia los negros—, tendremos suerte si algún día salimos ilesos, y mucho más si conseguimos llevarnos el oro.
—¡
Ach, nein
!
No estarrrás
insinuando que dejemos el
orrro
, ¿
verrrdad
? —casi chilló Bluber.
—Quiero decir que haremos lo que Flora considere mejor —respondió Kraski. Si ella ordena que dejemos el oro, lo dejaremos.
—Eso haremos —le secundó Throck.
—Estoy de acuerdo —dijo Peebles—. Se hará lo que diga Flora.
El español asintió en hosco silencio.
—El resto estamos a favor de ello, Bluber. ¿Y tú? —preguntó Kraski.
Ah, bueno…
clarro
que si, si
vosotrrros
lo decís —dijo Bluber— y como John dice, ya está.
—Bueno, Flora —dijo Peebles—, tú eres el jefe. Haremos lo que tú mandes. ¿Qué hacemos ahora?
—Muy bien —dijo la muchacha—, acamparemos aquí hasta que estos hombres hayan descansado y mañana a primera hora empezaremos de forma inteligente y sistemática y conseguiremos carne para ellos. Con su ayuda podemos hacerlo. Cuando hayan descansado y se hayan alimentado bien, volveremos a partir hacia la costa, avanzando muy despacio para que no se cansen demasiado. Éste es mi primer plan, pero depende de nuestra habilidad para conseguir carne. Si no la encontramos, enterraré aquí el oro y haremos todo lo que podamos para llegar a la costa lo antes posible. Allí contrataremos a nuevos porteadores, el doble de los que disponemos ahora, y compraremos provisiones suficientes para seguir adelante. Cuando volvamos, esconderemos provisiones en cada lugar de acampada para el viaje de regreso, así nos ahorraremos cargar con peso durante todo el camino. De esta manera podemos ir ligeros, con el doble de porteadores de los que realmente necesitamos. Y si hacen turnos, viajaremos mucho más deprisa y ellos no se quejarán. Estos son mis planes. No os pregunto vuestra opinión de ello, porque no me importa. Me habéis nombrado jefa y a partir de ahora voy a dirigir esto como mejor me parezca.
—Bravo por ti —rugió Peebles—, así me gusta oírte hablar.
—Dile al cabecilla que quiero verle, Carl —dijo la muchacha, volviéndose a Kraski, y unos instantes después el ruso regresó con un fornido nativo.
—Owaza —dijo la muchacha cuando el negro se detuvo ante ella—, andamos escasos de comida y los hombres soportan cargas el doble de pesadas de lo que deberían ser. Diles que esperaremos aquí hasta que hayan descansado y que mañana todos saldremos a cazar para obtener carne. Enviarás a tus chicos con dos o tres hombres capaces y ellos actuarán como ojeadores y empujarán a los animales hacia nosotros. De esta manera conseguiremos mucha carne, y cuando los hombres hayan descansado y comido bien, avanzaremos despacio. Donde haya abundancia de caza cazaremos y descansaremos. Diles que si hacen esto y llegamos a la costa sanos y salvos con toda nuestra carga, les pagaré el doble de lo que habíamos acordado.
—¡
Himmel
! —exclamó Bluber—, ¡el doble de lo
acorrrdado
!
Florrra
, ¿por qué no les
ofrrreces
el diez por ciento?
Serrría
un buen interés por su
dinerrro
.
—Cierra el pico, estúpido —espetó Kraski, y Bluber se calló, aunque se balanceaba hacia delante y hacia atrás, haciendo gestos de desaprobación con la cabeza.
El negro, que se había presentado para la entrevista con una actitud hosca y ceñuda, se había animado visiblemente.
—Se lo diré —dijo— y creo que no tendrán ustedes más problemas.
—Bien —dijo Flora—, ve a decírselo ahora mismo —y el negro se dio la vuelta y se marchó—. Bueno —exclamó la chica con un suspiro de alivio—, creo que al fin podemos ver la luz.
—¡El doble de lo que
prrrometimos pagarrrles
! —se quejó Bluber.
A la mañana siguiente, temprano, se prepararon para partir de caza. Los negros sonreían y parecían felices pues preveían abundancia de carne y, mientras se alejaban con paso firme hacia la jungla, cantaban alegremente. Flora los había dividido en tres grupos, cada uno bajo un jefe, con instrucciones explícitas en cuanto a la posición que cada grupo debía tomar en la línea de ojeadores. Otros habían sido designados como portadores de armas, mientras que un pequeño grupo de soldados negros se quedaba atrás para proteger el campamento. Los blancos, salvo Esteban, iban armados con rifles. Sólo él parecía inclinado a poner en duda la autoridad de Flora e insistía en que prefería cazar con lanza y flechas, a seguir con el papel que interpretaba. No haber conseguido una sola presa aunque lo había intentado con asiduidad durante semanas, no era suficiente para ahogar su egotismo. Tanto se había metido en su papel, que realmente creía que era Tarzán de los Monos, y con tanta fidelidad se había equipado en todos los detalles, y tan buen maestro del arte del maquillaje era que, junto con su espléndida figura y su bello rostro que eran casi calcados a los de Tarzán, apenas era de extrañar que casi se hubiera engañado a sí mismo con tanto éxito como había engañado a los demás, pues había hombres entre los porteadores que habían conocido al gran hombre-mono e incluso éstos se confundieron, aunque se preguntaban por el cambio operado en él, ya que en detalles insignificantes no se comportaba como Tarzán, y en cuestión de caza resultaba decepcionante.
Flora Hawkes, que estaba dotada de una más que justa inteligencia, comprendió que no estaría bien irritar a cualquiera de sus compañeros innecesariamente, y así permitió que Esteban cazara aquella mañana a su manera, aunque algunos rezongaron un poco ante su decisión.
—¿Qué importa? —les preguntó, cuando el español había partido solo—. Lo más probable es que no sepa utilizar un rifle mejor de lo que sabe utilizar la lanza y las flechas. Carl y Dick realmente son los únicos que saben disparar y dependemos de ellos principalmente para el éxito de nuestra caza de hoy. El egotismo de Esteban se ha visto dañado de tal manera que es posible que llegue al extremo de cobrar alguna pieza; esperemos que lo logre.
—Espero que ese necio se rompa el cuello —dijo Kraski—. Ya ha servido a nuestro propósito y sería mejor que nos deshiciéramos de él.
La muchacha negó reiteradamente con la cabeza.