Studio Sex (17 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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—¿Eres fija?

Annika negó con la cabeza.

—No, becaria estival. Mi beca acaba dentro de un par de semanas.

—Ya tendremos tiempo de hablar más tarde —dijo Anders Schyman y se volvió de nuevo hacia «la banda del fieltro». Todas las miradas, que estaban fijas en Annika, despegaron y volaron sobre la redacción. Al notarlo se sintió incómoda.

Cuando el grupo desapareció en la redacción de deportes tomó una decisión.

No era una necia. No llamaría a la policía para contarles lo de las Barbies Ninja. Tampoco se lo diría a Spiken. Llamaban tantos locos a lo largo del día... Ella no podía ir corriendo al jefe de redacción por cada uno de ellos.

Continuó su artículo sobre los avances policiales en la investigación del asesinato de Josefin, consiguió parecer informada sin citar a Patricia, escribió sobre el sospechoso sin delatar al portavoz de prensa, dejó entrever que el novio era el malo sin escribirlo explícitamente. Mencionó corta y escuetamente la orgía de dolor de Täby.

Se dio una vuelta por la cafetería, compró una Coca-Cola y escuchó los titulares deStudio sex,el programa de debate de P3. Trataba del papel del periodismo en la campaña electoral. Apagó la radio e hizo un gráfico con las actividades y las direcciones de las últimas horas de Josefin. Lo único que dejó fuera fue el nombre del local de alterne en el que trabajaba Josefin, lo denominó simplemente «El Club». A continuación fue al departamento de dibujo, aquí transcribirían los datos en un mapa o en fotografía aérea de Kungsholmen.

Cuando todo estuvo listo eran casi las siete de la tarde. Tenía calor, estaba cansada y no tenía fuerzas para seguir indagando. En cambio, se sentó cómodamente y leyó los periódicos matutinos. A las siete y media subió el volumen y vioRapport.No tenían nada ni de Josefin ni de IB. El único reportaje interesante era el del corresponsal en Rusia, que concluyó su pequeña serie sobre la guerra civil en el Cáucaso con un experto que, desde Moscú, daba su opinión sobre la situación.

—El presidente necesita armas —resumió el experto—. El país no tiene nada, ni municiones, ni granadas, ni defensa antiaérea, ni fusiles, ni ametralladoras. Le resultará muy difícil conseguir armamento ya que la ONU ha decretado un embargo al país. La única alternativa es el mercado negro, pero haría falta dinero y no lo hay.

—¿Cómo puede la guerrilla tener tantas armas? —preguntó el corresponsal.

El experto sonrió incómodo.

—En realidad la guerrilla es muy débil, deficientemente preparada y con malos mandos, pero tienen acceso al armamento ruso. Rusia tiene intereses políticos en el Cáucaso, razón por la que, desgraciadamente, mi país apoya materialmente a la guerrilla...

Annika recordó al anciano que hablaba sueco, el presidente cuyo país sufría los ataques de la guerrilla. ¡Joder, qué cobardes y partidistas eran las Naciones Unidas! ¿Por qué no le apretaban las tuercas a Rusia por apoyar la guerra civil?

Al finalizarRapportla calma envolvió a la redacción. Spiken se había marchado a casa y Jansson estaba sentado en la silla del jefe. Annika hojeó los últimos teletipos de TT, leyó los artículos de «la lata» y ojeó los titulares deAktuellt.Luego se encaminó hacia Jansson.

—Bonito mapa —dijo el jefe de noche—. Y está muy bien eso de que el novio es sospechoso. Era previsible.

—¿Puedo hacer algo más? —preguntó ella.

Sonó el teléfono de Jansson.

—Creo que ahora debes irte a casa —respondió él—. Has trabajado las veinticuatro horas del día durante todo el fin de semana.

Annika titubeó.

—¿Seguro?

Jansson no respondió. Annika se fue a su mesa y recogió sus cosas y la ordenó, estaría fuera durante cuatro días y otro reportero la utilizaría.

Se tropezó con Berit al salir.

—¿Nos tomamos una cerveza en la pizzería de la esquina? —preguntó la colega.

Annika se sorprendió pero se recompuso rápidamente.

—Sí, vale —respondió—. Todavía no he comido.

Bajaron las escaleras. La noche era tan bochornosa como cálido había sido el día. Aún zumbaba el aire acondicionado sobre el cemento del estacionamiento.

—Nunca habíamos tenido un verano igual —dijo Berit.

Las mujeres caminaron lentamente hacia Rålambsvägen, a la pizzería que, con licencia para vender cerveza y alcohol, había sobrevivido de una forma milagrosa año tras año.

—¿Tienes familia aquí en la ciudad? —preguntó Berit mientras esperaban para cruzar junto al semáforo.

—Un novio en Hälleforsnäs —contestó Annika—. ¿Y tú?

—El marido en Täby, mi hijo estudia en Lund y la niña está deau pairen Los Angeles. ¿Te propones continuar en el periódico durante el otoño?

Annika rió nerviosa.

—Bueno —dijo—. Me gustaría quedarme, e intento hacerlo lo mejor que puedo.

—Esto es bueno, es lo más importante —indicó Berit—. Mirar y aprender, y decidir una misma si desea quedarse o no.

—Es duro —confesó Annika—. Me parece que se utiliza a los becarios de una forma bastante cínica. Cogen a muchos y se les deja pelear por el trabajo, en lugar de cubrir las plazas que realmente están libres.

—Es cierto —afirmó Berit—. Pero al mismo tiempo eso hace que muchos tengan una oportunidad.

La pizzería estaba casi vacía. Eligieron una mesa en medio del local. Annika encargó una pizza y una cerveza para cada una.

—He leído tu artículo sobre IB en «la lata» —informó Annika—. ¡Brindemos por la primicia!

Golpearon sus vasos, bebieron un trago.

—La historia sobre IB parece no tener fin —informó Berit al colocar el vaso empañado sobre el mantel—. Mientras los socialistas mientan y se escabullan siempre habrá un artículo que escribir.

—Pero quizá se pueda entender la actitud de estos políticos —replicó Annika—. Fue en medio de la guerra fría.

—Nada de eso —contestó Berit—. El primer documento sobre el registro de opinión se envió desde la sede central de Sveavägen 68 el 21 de septiembre de 1945. Fue el propio Sven Andersson, secretario general y futuro ministro de Defensa, quien escribió la carta que lo acompañaba.

Annika parpadeó sorprendida.

—¿Tan pronto? —preguntó desconfiada—. ¿Estás segura?

Berit sonrió.

—Tengo una copia de la carta en mi archivo.

Durante un rato observaron en silencio a los otros clientes del local, unos borrachines habituales y cinco jóvenes animados, que probablemente no tenían edad para beber cerveza.

—Pero entonces —preguntó Annika—, ¿por qué controlar a los comunistas si no existía aún la guerra fría?

—Poder —expuso Berit—. Los comunistas eran fuertes, especialmente en Norrbotten, Estocolmo y Gotemburgo. Los socialistas tenían miedo de perder poder en los sindicatos.

—¿Qué importaba eso? —repuso Annika y se sintió estúpida.

—Dinero y poder —explicó Berit—. Los socialistas presionaban para que los trabajadores se afiliasen colectivamente al partido. Ya desde 1943, Metal-uno, en Estocolmo, estaba dirigido por comunistas. Cuando se canceló la afiliación colectiva al SAP, los socialistas perdieron 30.000 coronas de las cuotas anuales. Eso, en aquellos tiempos, era muchísimo dinero para el partido.

Llegó la pizza de Annika. Era bastante pequeña y la base estaba dura.

—No comprendo qué tiene que ver —dijo Annika después de un par de voraces bocados—. ¿Cómo pudo el registro contribuir a que los socialistas conservaran el poder en los sindicatos?

—¿Puedo coger un pedazo? Gracias. Bueno, representantes especiales manipulaban los votos y las nominaciones a los congresos. Se ordenaba a todos los socialistas que votaran a unos candidatos determinados sólo con el fin de derrotar a los comunistas —reveló Berit.

Annika masticaba y miraba a su colega con escepticismo.

—¡Venga ya! —exclamó—. Mi padre era representante sindical en la acería de Hälleforsnäs. ¿Quieres decir que gente como él suprimió la democracia local para obedecer las órdenes de Estocolmo?

Berit asintió y suspiró.

—No todos, pero sí demasiados. No importaba quién fuera más apto o quién tuviera la confianza de los miembros.

—¿Y la sede central del partido tenía largas listas con todos los nombres?

—Al principio no —continuó Berit—. A finales de los años cincuenta sólo había información en el campo, en las organizaciones locales. En su punto más álgido contó con más de diez mil representantes, o si lo prefieres espías, en los centros de trabajo de toda Suecia.

Annika cortó una porción de pizza y se la comió con las manos. Masticó en silencio y se chupó los dedos mientras reflexionaba.

—No quiero parecer impertinente —anunció—, pero ¿no estás convirtiendo esto en algo peor de lo que es?

Berit se cruzó de brazos y se recostó.

—Claro que hay gente que piensa así —respondió ella—. La falta de conocimientos históricos va en aumento. Ahora hablamos de los años cincuenta. Auténtica edad de piedra para la generación de hoy en día.

Annika apartó el plato y se limpió con la servilleta.

—¿Qué pasó entonces, después de los cincuenta? —inquirió ella.

—IB —respondió Berit—. Se creó en 1957.

—Oficina de Información, ¿verdad? —dijo Annika.

—Información Birger —respondió Berit—. En honor al jefe de la oficina nacional, Birger Elmér. La central del espionaje internacional se denominó durante algún tiempo oficina-T, en honor a su jefe, Thede Palm.

Annika le miró con atención.

—Dios mío, qué complicado. ¿Cómo puedes recordarlo todo?

Berit esbozó una sonrisa y se relajó.

—Estaba suscrita aFolket i Bild Kulturfrontcuando se descubrió. Fue en el número nueve de 1973. Desde entonces, yo he escrito bastante sobre IB y Säpo. Nada muy destacable, pero lo he estado siguiendo.

El camarero retiró lo que quedaba de la pizza de Annika, los bordes y algunos pedazos de morro de cerdo difíciles de masticar.

—Mi padre me habló bastante del IB —dijo Annika—. Él creía que lo habían exagerado casi todo. Se trataba de la seguridad del país; decía, que los socialdemócratas, en realidad, deberían ser alabados por responsabilizarse del bien de la nación.

Berit dejó el vaso de cerveza con un golpe.

—Los socialistas registraron la forma de pensar de la gente por el bien de los socialistas —repuso—. Rompieron sus propias leyes, mintieron, manipularon. Aún continúan mintiendo. Hoy hablé con el presidente del parlamento. Niega rotundamente haber conocido a Birger Elmér o haber tenido algo que ver con el IB.

—Quizá diga la verdad —replicó Annika.

Beirt la miró condescendientemente.

—Créeme. El IB es el talón de Aquiles de los socialistas, su gran y gigantesco error y eso ha sido al mismo tiempo lo que los ha mantenido en el poder. Harán cualquier cosa por ocultar sus abusos. A través del Säpo trazaron un mapa de la población sueca. Persiguieron a personas por sus ideas, consiguieron que fueran acosadas y expulsadas de sus puestos de trabajo. Mentirán siempre que este asunto no esté más que demostrado. Después empezarán a inventarse excusas.

—¿Entonces qué era el Säpo? ¿Una policía secreta socialdemócrata?

—No, en realidad Säpo quiere decir organización de representantes laborales socialdemócratas —socialdemokratiska arbetsplatsombudsorganitationen—. A simple vista no realizaban ninguna actividad extraña, Säpo debía llevar la voz del partido a los lugares de trabajo.

—¿Entonces por qué era tan secreto?

—Las hormigas de toda la organización de IB eran de Säpo. Todo lo que reportaban acababa en Elmér y el registro. Säpo es el quid de la cuestión, la prueba de que IB y los socialistas son la misma cosa.

Annika miró por la ventana la noche estival. Tres polvorientos ficus benjamina de tela le tapaban la vista. Tras ellos estaban las sucias vidrieras del restaurante como una membrana gris frente al tráfico exterior.

—¿Y qué había en el archivo internacional? —preguntó.

Berit suspiró.

—El nombre de muchos agentes, periodistas, marineros, trabajadores voluntarios; en pocas palabras, personas que viajaban mucho. Entregaban informes con el propósito de predecir futuras crisis. Entre otros lugares tenían agentes en Vietnam que informaban a casa, a continuación la información iba directamente a los americanos, y mucha de ésta a los británicos. Pierre Schori fue uno de esos que viajaba y que después entregaba los llamados relatos de viaje. Estos informes contenían cosas sobre las infraestructuras vietnamitas, sobre el modo de vida de la gente, y la situación en que se hallaban.

—¡Pero Suecia era neutral! —exclamó Annika sorprendida.

—Sí, gracias —replicó Berit con acritud—. Birger Elmér solía ir a comer a Stallmästaregården con el embajador americano y su jefe de agentes secretos. Elmér y Palme conversaban con frecuencia. Yo me ocupo de la política, tú de mantener a los americanos contentos, decía Palme. Yo iré a gritar en las manifestaciones, pero tú debes encargarte de que los yanquis estén de buen humor.

—Y ahora una copia de sus archivos aparece repentinamente —dijo Annika.

—Estoy convencida de que el original aún existe —declaró Berit—. La pregunta es dónde.

—¿Y el archivo nacional?

—Era totalmente ilegal y contenía datos personales detallados de personas consideradas enemigas de los socialdemócratas, al parecer cerca de veinte mil nombres. Todos los que estaban en estas listas debían ser detenidos en caso de guerra y en tiempo de paz pasaban dificultades para conseguir trabajo. Algunos fueron expulsados de sus puestos sindicales. No era necesario ser comunista para estar en la lista. Bastaba con leer los periódicos incorrectos, tener relaciones poco apropiadas o estar en la puerta de un local poco recomendable en el momento inoportuno.

Permanecieron sentadas en silencio durante un rato, Annika carraspeó.

—Se trata de cosas que sucedieron hace más de cuarenta años —dijo—. En aquel tiempo se esterilizaba a la fuerza y se rociaba DDT por todas partes. ¿Por qué son tan importantes estos papeles?

Berit deliberó.

—Seguramente hay muchos temas desagradables, información sobre espionaje, delitos y cosas por el estilo. Pero lo realmente delicado ha desaparecido: la totalidad.

—¿Qué significa eso en realidad? —inquirió Annika.

Berit cerró los ojos.

—Que en la práctica algunos pesos pesados socialistas eran agentes secretos americanos. La renuncia a la neutralidad que se puede ocultar entre los documentos, desde el punto de vista actual, puede ser peor que el registro de opinión. Los socialistas no sólo mintieron a la nación, sino que también jugaron con las superpotencias. Esto, por supuesto, no carecía de peligros. La Unión Soviética conocía la posición de Suecia, sobre todo debido a Wennerström. Los rusos contaban con ello en sus preparativos de guerra. Debido a su doble juego, Suecia era con toda seguridad uno de los primeros objetivos en caso de una nueva guerra.

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